Primer sueño de Ayne

Ergot parlotea y gesticula en un alarde de su humor habitual, señalándole al sinhadre la localización exacta del fragmento. «Una suerte» piensa. Todo lo demás que dice el repoblador poco le importa. Sin esperar a saber qué opina al respecto, Ayne se aproxima con cuidado a ese brillo que se le antoja cálido y nostálgico, y trata de sustraerlo de la madera. De ser necesario extraerlo por la fuerza, utilizará el arma que todavía porta para hacerlo, aunque, eso sí, extremando el cuidado.

Ayne ignora completamente los gritos y los bracitos de Ergot cuando intenta detenerlo. Le muestra una sonrisa triunfal al repoblador cuando consigue obtener el fragmento, pero esta no dura mucho. A su alrededor todo empieza a cambiar con rapidez. De las palabras de Kirés ya había deducido que algo así podía pasar, pero nunca pensó que fuese a ser tan deprisa.

El bosque no solo se pudre, también está comenzando de nuevo a crecer de forma imparable. Ayne está dispuesto a prestarle el hombro a Ergot para huir de allí juntos, le guste o no al repoblador después de lo que le había hecho. Es consciente de que el pequeño lo tiene más crudo y bien podían aparcar sus diferencias durante un momento. Pero, en solo un instante, lo pierde de vista. Una enredadera se lo ha tragado.

No importa cuánto lo llama, no hay respuesta. El sinhadre está horrorizado, pero echa a correr para evitar el mismo destino que el repoblador, consciente de que no es un buen momento para dudas ni lamentos. Se ve obligado a repeler la vegetación con la espada, a evitar un tropiezo a toda costa, a correr hasta quedarse sin fuelle. Y en su camino de vuelta al castillo no puede evitar ver cosas de reojo. Ve el cuerpo de animales, su sangre y, también, a Kirés. El enderth no le había advertido que las cosas fuesen a terminar así. No tenía ni idea de que extraer el fragmento fuese algo tan peligroso. Eso, de alguna manera, hace que no se sienta el total responsable de lo que ha ocurrido.

Al divisar el portón del castillo empieza a creer que va a salir de esa con vida. La voz del juglar lo sobresalta entonces, y es que no la oye con sus oídos, pero no por eso deja de correr. De poder responder, no le habría dedicado ni una sola palabra amable, pero hasta que logra atravesar el portón y encerrarse en el castillo no tiene un solo momento para respirar, mucho menos para pensar.

Cuando se normaliza un poco su respiración escucha por fin la canción que suena a lo lejos. Se fuerza a mover un pie detrás de otro hasta que la voz se oye con mayor claridad. En cuanto la reconoce aprieta el paso siguiendo el sonido. Por lo que sabe, Eara todavía no puede ser curada, ¿es posible siquiera que haya despertado?

Se permite solo una pizca de esperanza. Una Eara recuperada significaría que todo por lo que había pasado tenía al menos una finalidad. Todavía resuella ruidosamente cuando alcanza lo alto de la torre, y la luz provoca que sus ojos duelan durante unos instantes, pero se fuerza a identificar qué hay en la alcoba a pesar de ello.

Por un momento cree que la vista se la están jugando. Los muebles flotan, y la figura que canta…
—¿Hal?
El edeel deduce que el carabés ha conseguido dominar algún hechizo nuevo. Los muebles flotantes es algo que Ayne puede asociar con él; lo de la voz, en cambio, le parece un truco sucio.
—¿A qué viene todo esto? —responde a su saludo, de mal talante—. ¿Es que pretendes burlarte de mí? Agradecería que todo el mundo dejase de disfrutar del estado en que ha quedado Eara, pero imitarla ya se pasa de la raya. ¿Qué es lo que sabes tú de todo este asunto?

Le cuesta creer que no lo disfrute. «Tiene más cara que espalda si piensa que me la va a colar de esa manera». Si el sinhadre hubiese presenciado a Hal quedarse sin corazón, o lo que sea que esté pasándole a su aurva, nunca se le habría ocurrido usar la voz del convaleciente. Lo ve de mal gusto.

Aunque el carabés le explica que no la imita sino que tiene su voz, la opinión de Ayne no cambia. Lo único que ve es que sus compañeros se están repartiendo a Eara a pedazos, por incoherente que parezca que tal cosa pueda suceder. Y Hal se está aprovechando de las ventajas de ello.
—Respóndeme al menos a dos cosas. Primero, ¿esa voz tiene algo que ver con los fragmentos del corazón de Eara? Y segundo, ¿de parte de quién estás tú?

No sabe cómo proceder a continuación. Si Hal oculta algún fragmento y se niega a ayudarle, ¿qué puede hacer? Ayne tiene una espada; Hal, magia. No se cree con ventaja alguna sobre el carabés.

De todo lo que dice Hal, una cosa le llama especialmente la atención a Ayne. Quién se lo rompió. ¿No había sido un accidente? Ayne no sabe por qué había pensado eso, ni siquiera había recibido información que indicase tal cosa –ni tampoco lo contrario, siendo justos–. Y, si había sido alguien, Ayne está decidido a encontrar a esa persona. No, de hecho, lo más seguro es que aparezca mientras busca los fragmentos, ¿quién haría tal cosa para no beneficiarse después de ello?

Lo que termina por sacar de quicio al sinhadre es la insinuación de Hal al final. Ni siquiera es porque desconfíe de él, sino porque está harto de que todos sean tan obtusos.
—¿Es que no es obvio, cabezahueca? ¡Lo quiero para ella! —dice alzando la voz, sin poder contenerse—. No paráis de decir que es una tragedia y ¡oh! qué lástima, ¡pero podríais ayudarla! Y en vez de eso estáis ahí parados mientras yo tengo que hacer todo el trabajo. Voy a traer a Eara de vuelta os guste o no. —A fin de cuentas, ya han muerto dos compañeros debido a su búsqueda. No puede parar ahora, aunque tampoco lo había contemplado como una opción.

—Hal… Dámelo —añade al final, relajando su tono de voz. Intenta sonar más tranquilo y ser más convincente—. ¿De verdad soy el único que la echa de menos?

—¿Solo? —murmura confuso, pero deja seguir hablando al carabés «¿qué es lo que no se espera de mí? ¿Y qué si aún no tengo todos los fragmentos? Puedo seguir buscando».

Cuando se entera de que no puede tomar la voz sin más, el dilema se refleja en su cara. No le gusta nada lo que acaba de escuchar. «¿Por qué aceptaron los fragmentos en primer lugar, si es irreversible?».
—¿A qué te refieres con eso? ¿A coger la voz de otra persona? —El sinhadre se da cuenta de que esa bien podría ser la suya. ¿No podía ser recuperada la del propio Hal? Se pregunta hasta donde sería capaz de llegar por seguir con todo aquello, pero no encuentra una respuesta clara—. ¿Y qué tal si vienes conmigo? Me ayudas a buscar los fragmentos que falten, y después buscamos una solución —propone.

A Ayne lo alivia que el carabés elija acompañarlo, porque eso le da más tiempo para pensar qué hacer, aparte de recibir una inestimable ayuda que no desaparecerá pase lo que pase al final. Le sorprende enterarse también de la posibilidad de revivir a Eara solo con lo que tiene, pero algo le dice que no es buena idea, el propio Hal lo ha dado a entender, como si lo que fuese a salir de aquello ya no fuese la Eara que él conoce.

Se dirigen a las escaleras de la torre. El sinhadre avanza alerta junto a Hal. Teme caer en una trampa, o que el carabés realmente desconfíe de él e intente quitarle el arma. Y lo cierto es que no podría reprochárselo.

Mientras intenta repasar sus opciones, la voz del juglar vuelve a interrumpir los pensamientos del edeel, guiándolo como a un títere con sus pistas. Mira a Hal, pero es evidente que él no está escuchando nada.
—¿Vamos a la alcoba? Imagino que sabes dónde está. Yo no he estado aquí antes —le dice.

Hal lo guía sin trucos hasta donde supuestamente se encuentra Twix. Como es obvio, ella es otra de las que se aprovecha de los fragmentos, pero Ayne ya no esperaba otra cosa.

La decoración de la alcoba es demasiado extravagante y recargada hasta para el sinhadre, a quien le gustan los colores y los ornamentos. Incluso suena música, pero Ayne no ve ningún instrumento.

Le agota pensar en discutir con Twix, y aunque trata de ir al meollo de la cuestión teme que no sea sencillo convencerla. Pero esta vez parece solo una capa, no incrustado en la frivy, como en el caso de Hal o el árbol. Si ha de terminar quitándosela por la fuerza, prefiere que Twix crea que va con intenciones pacíficas.
—Twix, supongo que tú también sabes qué estoy haciendo. Quiero traer a Eara de vuelta, y necesito el fragmento que tienes tú. Por lo que veo, a todos os va muy bien ahora, ¿pero en serio Eara vale menos que todo esto? —Gesticula señalando a las paredes del castillo—. ¿Podrías darme el fragmento?

Al principio Ayne aún se siente con fuerzas de replicar, de tratar de convencer a la frivy por las buenas, pero según sigue hablando Twix, su paciencia se agota más y más. Tal vez es por todas las cosas que ha visto en tan poco tiempo, por los sucesos del jardín, pero está perdiendo la paciencia. Si Eara está en juego, también lo está él, ¿por qué nadie entendía algo tan simple?

No se toma a bien que la frivy le de lecciones sobre lo que debía o no debía hacer Eara, porque ella misma también aceptaba de buen grado todo lo que su aurva hacía por ella. Ayne nunca había considerado haberse aprovechado de la sinhadre. Es su aurva, después de todo.

Observa a Hal, preguntándose de lado de quién está. Si no intenta dañar a Twix, tal vez se decante por el suyo. «Estaba muy apegado a Eara, ¿no?». Ayne está harto, tanto que prefiere jugárselo todo a una carta. Le pide ayuda a Hal con la mirada.

Se adelanta unos pasos hacia la frivy y con un movimiento repentino trata de arrebatarle la capa.
—Lo siento, pero no tengo tiempo para discutir si no confías en mí —dice al forcejear.
Con la otra mano sujeta la empuñadura del arma, lista para amenazar a Twix y hacerla retroceder si se niega a soltar la prenda. No tiene intención de usarla contra ella, pero la considera su mejor baza para imponerse.