Primer sueño de Cio

¿Dónde estaba? No sentía extrañeza sobre cómo había llegado allí, se dejaba arrastrar a donde fuera, dócil, sereno, aunque inevitablemente confuso. El colorido chocaba en la vista, y eso que él nunca había tenido problemas en vestirse con los colores más llamativos. Su mundo siempre había sido gris, de todas las gamas de grises, y su nuevo hogar de piedra no distaba mucho de aquellos tonos. Además, un reloj lo miraba, y también otras pequeñas pantallas, que tenían una suerte de iconos estúpidos. Aquello, de todas formas, malamente llamó su atención unos segundos, teniendo en cuenta que lo que se sentaba a su lado, tomado en un primer momento por, quizás, una figura muy bien tallada, se movía. Se movía y escribía, y jamás había visto un robot hecho de madera. «No es rentable» pensaba sin pensar, resonando como un eco en su mente.
—¿Es esto una guardería? —preguntó a nadie en particular, empezando a levantarse, esperando encontrar el siguiente destino sin buscarlo.

Cuando la chica de madera empezó a hablar, la miró dejando caer la cabeza ligeramente hacia la derecha, viendo que desde luego no tenía hocico, así que no debía ser un invento irrense. «Es que te había tomado por un juguete» pensó mientras escuchaba las explicaciones. Curiosamente dejó de importarle enseguida qué fuera ella. Su mentalidad había cambiado mucho respecto a poder encontrarse delante cualquier cosa.
—¿Cómo sabes mi nomb…? —fue lo que llegó a decir cuando escuchó mencionar un examen que lo envaró al instante—. ¿Qué?

No estaba inscrito en ningún examen, o lo que era más, se suponía que no tendría que volver a hacer uno en su vida. Se apoderó de él un nerviosismo que pocas veces había experimentado, porque pocas veces se había jugado algo importante en un examen. Sintió la mirada estúpida del reloj guiñándole un ojo y volvió a clavar la suya en la chica, que hablaba una vez más con tranquilidad, diciendo que el tiempo se echaba encima. Y Cío quería saber qué tenía que estudiar, pero no lograba recordarlo.
—¿Pero qué es? ¡Dímelo! —exigió nervioso. No le había llegado a tranquilizar la explicación de la figura de madera, y ahora estaba ligeramente inclinado sobre ella, tratando también de leer lo que estaba escribiendo por si pudiera darle alguna pista.

Lo que reveló el cuaderno fue un garabato mal hecho de algo –difícil saber el qué, incluso con el nombre–, y aquello solo lo crispó más, porque la chica de madera ni siquiera parecía ser muy lista. Eso, o no tenía la más mínima intención de responder a su pregunta.
—¿Me tomas el pelo? —preguntaba cuando la llegada de otra persona interrumpió la conversación.
Era una chica peculiar, cuya palidez le recordaba a algo que ya había visto pero no lograba asociar. Quizás porque todo lo que tenía era irrense, no siéndolo ella. La bata, el ordenador… pero no utilizaba un brazo mecánico. Su pelo era, además, demasiado largo y demasiado azulado, nunca había visto nada así. Cío dio un paso atrás, pero no sirvió de nada, porque ella comprobó sus identidades igualmente. «Quiero largarme de aquí».

Aquello era como una segunda cosecha. Mucho más parecida a como siempre la había imaginado, pero no era la que había vivido. A lo mejor todo había sido irreal y ahora por fin llegaba la cosecha de verdad. No era capaz de procesar con claridad lo que tenía delante. Probablemente por eso se dejó guiar de todos modos. Tenía asumido que lo correcto era que él fuese cosechado.

Llegaron a una sala blanca con un reloj y una mesa repleta de artefactos sin conexión alguna. Entró dócilmente y curioseó lo que había sobre la mesa, sintiéndose todavía atenazado por el nerviosismo. Su fachada de tranquilidad se rompió definitivamente cuando la chica de la bata los dejó solos en aquel cuarto y la cuenta atrás empezó. «¿Qué?».
—¿Q… qué? —se hizo eco—. ¿Qué cojones? ¿Qué quiere de nosotros exactamente?
De nuevo miraba fijamente a la chica de madera. ¿No había dicho que ya había estado en esa situación antes? Cío quería respuestas y solo aquella rareza parecía poder dárselas. «Nos dejan solos con un montón de trastos y herramientas, ¿es que hay que arreglarlos o qué? ¿Y qué evalúan con esto? ¿Qué tiene que ver con Rocavarancolia?», y lo que era más importante, «¿qué tiene que ver con magia?».

La muñeca parecía dispuesta a responder, pero en vez de eso realizó una demostración de magia que no entendió a qué venía. Se quedó hipnotizado con el resplandor y el color del fuego, como si la chica le quisiese restregar aquella mísera llama que nunca había podido invocar.
—¿Hay que hacer magia? ¿Qué tienen que ver los objetos?
«¿Por qué realidades?». Su mirada confusa se posó también en aquellos retratos y marcadores que mostraban a los dos ocupantes de la habitación. «Bueno, ella ha hecho magia y su marcador no ha subido». La cuenta atrás le hizo sentir que no tenía tiempo para admirar la saña con que estaba escogida la foto que le representaba. Tenía que elegir algo de la mesa, y pasó la mano por todo como había hecho la muñeca, hasta llegar al último objeto, una brújula de lo más arcaico, que cogió sin más. Se volvió y preguntó con la mirada «¿y ahora qué?».

Cío no pudo evitar entrecerrar los ojos ante el comentario acompañado de una risita de la muñeca de madera «claro, menos mal que esto va por tiempo, si no llegas a explicarme las cosas como es debido desde el principio nos habríamos muerto de asco aquí». Sin hacer ningún comentario en voz alta, alargó el brazo para coger la videoconsola y el brazalete. El arco era muy grande y, para ser sinceros, se le hacía raro como poco escoger un sonajero.
—¿Podemos empezar ya con lo que quiera que sea?
Volvió a mirar el cronómetro y se preguntó cuánto tiempo podrían necesitar, aparentemente aún les sobraba. Aparentemente.

El irrense torció el morro al escuchar que había que hacer hechizos, tentado de interrumpir a la chica de madera para decirle que entonces dudaba de poder hacer nada. Si al final se quedó callado, fue por escuchar la segunda forma de obtener puntos. Inconscientemente aferró con más fuerza todo lo que sujetaba, aunque de poco le sirvió cuando una fuerza desconocida le hizo soltar la videoconsola impactando contra ella. Profirió una exclamación, seguida de una mirada asesina a la muñeca, que sujetaba ahora el objeto que él había perdido y terminando la explicación. Cío se había puesto a la defensiva, pegando a sí mismo los objetos que todavía tenía en la mano. «Dudo mucho que lo estés lamentando, malnacida». Sin pensarlo demasiado se puso el brazalete y cerró el puño alrededor de la brújula. Si dejaba que se los quitasen, habría perdido.

Pero entonces se sintió confuso «¿perder… qué? ¿desde cuándo me importa?». Podía simplemente darle la victoria fácil a la muñeca, la mujer del pelo azul dijo que aquello era solo para asignarles un nivel. No le iban a quitar Rocavarancolia por fallar, ¿o sí? ¿O iba a ser una experiencia sin sentido, sin magia? Cío comenzó a liar conceptos y deseos y pensamientos, pero al final se decantó por no ceder la victoria sin pelear, solo con la idea en mente de que no podían quitarle Rocavarancolia. Pero no tenía forma de defenderse ni atacar. Simplemente su mano libre empezaba a conjurar aquel hechizo de fuego que había aprendido de memoria, seguramente ya olvidado también. Si pudiera lograr que brotara una llama al menos la dirigiría a alguno de los objetos para remontar el marcador. También sopesaba si podría quitarle sus objetos a la chica a empellones.