Primer sueño de Ayne

Ayne escucha como ausente. Para él todo carece de sentido. Aparentemente todas las opciones implican abrir el pecho de Eara tarde o temprano. Sin embargo…
—¿No es obvio? —responde frunciendo el ceño—. No voy a dejarla aquí abierta en canal como al ganado y marcharme. —En cierto modo, espera encontrar algo de información a mayores en esa búsqueda que se supone que debe llevar a cabo.

Que según el juglar dicha búsqueda vaya a ser más difícil es algo que lo empieza a preocupar según escanea su entorno para dar con una salida, pero no lo único.
—¿Aquí estará a salvo mientras tanto? —pregunta con seriedad, rebajando finalmente el tono desafiante. De algún modo, Ayne está empezando a creerse todas esas historias, pero su mente está hecha un lío. «¿En qué me estoy metiendo?» piensa. Aunque se trate de Eara, tiene la sensación de que se está tirando de cabezas a un problema por encima de sus posibilidades. A lo mejor no volvía a ver a su aurva nunca más.

Al sinhadre no le queda más remedio que hacer lo que dice el juglar. Sufre un escalofrío cuando él se desvanece y tras un instante de dudas procede a buscar en los jardines, dejando a Eara atrás a regañadientes.

Para llamarse jardines poco tienen que ver con el colorido de los bosques de Sinhdro. Aunque las plantas pueden pasar por normales, su color no lo es. ¿En qué mundo se encontraba ahora el edeel? Se adentra por el sendero que aparenta más ancho a sus ojos y lo recorre acelerando cada vez más el paso. Ayne teme perderse, entre otras cosas, así que lleva los ojos bien abiertos.

Su corazón pega un bote al ver a Kirés un poco más adelante, y echa a correr para alcanzarlo. Kirés no es de los que dejan a alguien en problemas tirado, así que está convencido de que puede contar con la ayuda del enderth.
—¡Kirés! —lo llama, alzando la voz—. ¡Necesito tu ayuda! Eara está mal, no sé muy bien qué le pasa. Tampoco cómo hemos llegado aquí. —Lo mira expectante.

Ayne se queda perplejo. ¿Por qué Kirés sabe cosas que él no? O aún más importante, ¿por qué actúa como si se tratase de algo obvio? No puede sino mirar al enderth con reproche.
—Podíais haberme dicho algo, luces. Estoy totalmente perdido y todos a los que me encuentro no hacéis más que decir cosas que no entiendo. No, no he visto ninguna ruina, ni sé qué es lo que estoy buscando exactamente, ni nada de nada. ¿Qué tal si me echas una mano? —El sinhadre suena impaciente.

Ayne asume lentamente lo que Kirés le cuenta. El “aquí” al que se había referido era más difuso de lo que creyó en un principio, así que todavía tiene que buscar. Buscar algo abstracto, para más señas. Al sinhadre en realidad poco le importan las ruinas de la civilización de Kirés en ese momento, o quizá simplemente no le importan en absoluto, pero intenta guardar la calma al responder a enderth.
—Kirés… claro que prefiero buscar otros pedazos —habla lentamente, como si estuviese considerando que el emplumado no está en sus cabales—. Eara está en un estado lamentable, corrígeme si me equivoco, pero creo que la dichosa exploración puede esperar. Necesito saber cómo reunir esos pedazos, y cuánto antes. Y no me vendría mal un poco de ayuda.
El sinhadre mira alrededor. ¿Cómo va a saber dónde se esconde lo que busca? ¿Qué aspecto tiene? ¿Cómo se transporta? Y por si fuera poco, Kirés ya no parece poner por delante la salud de sus compañeros, ¿es realmente él?

Ayne se queda perplejo con la respuesta que recibe del enderth. Tanto, que tarda un poco en reaccionar.
—¡No lo lamentas en absoluto, desagradecido! —salta cuando Kirés ya parece querer marcharse a otro lugar—. ¡No me importa este castillo en lo más mínimo! No lo necesitaba antes y no lo pienso conservar aquí a costa de Eara, ¿me oyes?

Si Kirés no piensa ayudarle, él mismo encontrará el fragmento, o eso cree el sinhadre. Ignora lo que haga el enderth, ya sea quedarse o marcharse, y echa a andar por el bosque, sin perder la referencia del camino para poder regresar más tarde sobre sus pasos. «Al cuerno con todo el mundo» piensa, irritado.

Avanza entre las ruinas, prestándoles la justa atención. Sabe que busca un árbol y el único interesado en aquellos escombros era Kirés. Aún está frustrado por la traición de este, y solo tiene pensamientos poco amistosos hacia el enderth.

Al final encuentra un claro en el que crece un árbol tan grande e inusual que inevitablemente le hace preguntarse si tiene algo especial, y por eso se acerca. No se percata de la presencia de Ergot desde el principio, pero cuando lo reconoce aprieta el paso. El repoblador también lo ve a él.
—Vengo a ver el árbol, sí. Estoy buscando el corazón de Eara… los fragmentos. —Cuál, en concreto, es algo que ya se le ha olvidado—. ¿Sabes algo, Ergot? —pregunta. No se le pasa por alto la expresión del repoblador, pero confunde sus motivaciones. Estaba dispuesto a confiar en el apego que Ergot siente por su aurva, pero ahora empieza a creer que puede haber vendido a Eara por un simple árbol, exactamente igual que Kirés.

Ergot parlotea y gesticula en un alarde de su humor habitual, señalándole al sinhadre la localización exacta del fragmento. «Una suerte» piensa. Todo lo demás que dice el repoblador poco le importa. Sin esperar a saber qué opina al respecto, Ayne se aproxima con cuidado a ese brillo que se le antoja cálido y nostálgico, y trata de sustraerlo de la madera. De ser necesario extraerlo por la fuerza, utilizará el arma que todavía porta para hacerlo, aunque, eso sí, extremando el cuidado.

Ayne ignora completamente los gritos y los bracitos de Ergot cuando intenta detenerlo. Le muestra una sonrisa triunfal al repoblador cuando consigue obtener el fragmento, pero esta no dura mucho. A su alrededor todo empieza a cambiar con rapidez. De las palabras de Kirés ya había deducido que algo así podía pasar, pero nunca pensó que fuese a ser tan deprisa.

El bosque no solo se pudre, también está comenzando de nuevo a crecer de forma imparable. Ayne está dispuesto a prestarle el hombro a Ergot para huir de allí juntos, le guste o no al repoblador después de lo que le había hecho. Es consciente de que el pequeño lo tiene más crudo y bien podían aparcar sus diferencias durante un momento. Pero, en solo un instante, lo pierde de vista. Una enredadera se lo ha tragado.

No importa cuánto lo llama, no hay respuesta. El sinhadre está horrorizado, pero echa a correr para evitar el mismo destino que el repoblador, consciente de que no es un buen momento para dudas ni lamentos. Se ve obligado a repeler la vegetación con la espada, a evitar un tropiezo a toda costa, a correr hasta quedarse sin fuelle. Y en su camino de vuelta al castillo no puede evitar ver cosas de reojo. Ve el cuerpo de animales, su sangre y, también, a Kirés. El enderth no le había advertido que las cosas fuesen a terminar así. No tenía ni idea de que extraer el fragmento fuese algo tan peligroso. Eso, de alguna manera, hace que no se sienta el total responsable de lo que ha ocurrido.

Al divisar el portón del castillo empieza a creer que va a salir de esa con vida. La voz del juglar lo sobresalta entonces, y es que no la oye con sus oídos, pero no por eso deja de correr. De poder responder, no le habría dedicado ni una sola palabra amable, pero hasta que logra atravesar el portón y encerrarse en el castillo no tiene un solo momento para respirar, mucho menos para pensar.

Cuando se normaliza un poco su respiración escucha por fin la canción que suena a lo lejos. Se fuerza a mover un pie detrás de otro hasta que la voz se oye con mayor claridad. En cuanto la reconoce aprieta el paso siguiendo el sonido. Por lo que sabe, Eara todavía no puede ser curada, ¿es posible siquiera que haya despertado?

Se permite solo una pizca de esperanza. Una Eara recuperada significaría que todo por lo que había pasado tenía al menos una finalidad. Todavía resuella ruidosamente cuando alcanza lo alto de la torre, y la luz provoca que sus ojos duelan durante unos instantes, pero se fuerza a identificar qué hay en la alcoba a pesar de ello.

Por un momento cree que la vista se la están jugando. Los muebles flotan, y la figura que canta…
—¿Hal?
El edeel deduce que el carabés ha conseguido dominar algún hechizo nuevo. Los muebles flotantes es algo que Ayne puede asociar con él; lo de la voz, en cambio, le parece un truco sucio.
—¿A qué viene todo esto? —responde a su saludo, de mal talante—. ¿Es que pretendes burlarte de mí? Agradecería que todo el mundo dejase de disfrutar del estado en que ha quedado Eara, pero imitarla ya se pasa de la raya. ¿Qué es lo que sabes tú de todo este asunto?