Primer sueño de Ayne

La advertencia es verdad. Por supuesto que lo es. Pero lo último que esperaba ver era una extraña Armonía amenazando lo que queda de Eara. Debería estar bien muerta y convertida en polvo, y desde luego no debería tener ese tamaño.

Casi al mismo tiempo que la reconoce se percata de la capa y de la joya. La sangre de la prenda es como un puñetazo para el sinhadre. Advierte que ha sido un estúpido y que ahora probablemente está condenado. No le quedan siquiera posibles aliados, pero sí dos monstruos a los que enfrentarse.

La única posible ruta de huida que se le ocurre es el jardín, el mismo que ha dejado intransitable. Ayne se lleva las manos a la frente y siente cómo empiezan a fallarle las piernas. Quiere alejarse de Armonía, y de Tesón, pero es solo cuestión de tiempo que uno de los roquenses lo encuentre en algún rincón del castillo.

Definitivamente, de haber podido transitar el jardín, el sinhadre habría salido corriendo lejos de toda esa locura, sin parar hasta haber puesto tierra de por medio. Sin embargo, su única oportunidad de devolver todo a la normalidad es matar a Armonía, y después a Tesón. ¿Pero cómo? Las manos y la mandíbula de Ayne empiezan a temblar. Ni Twix ni Hal se habían podido defender, ¿qué posibilidades tenía él?

Al final, se lanza contra la roquense, espada en mano. Quiere cogerla por sorpresa para clavarle el arma, pero siente sus movimientos tan torpes que el pánico lo domina durante su intento de ataque.

Ayne está tan confuso que apenas procesa lo que está pasando. Se creía muerto tan solo unos momentos atrás y de repente se ve a sí mismo venciendo al monstruo de Armonía, atónito por los destrozos que está haciendo en su carne. Cuando todo termina nota el olor de la sangre adherido a sus fosas nasales, haciendo que su estómago se encoja. Está respirando de forma violenta e irregular.

Su mente aún está aturdida cuando la voz del juglar se filtra en ella una vez más. Tiene que escoger entre una Eara incompleta o perder su voz. Uno de los dos debe estar incompleto en cualquiera de las opciones… salvo si, tal vez, Ayne era capaz encontrar otra voz con la que negociar con el roquense. ¿Pero cómo? Ni siquiera sabría cómo proceder.

Le hace falta un poco de tiempo para poner su mente en orden, pero no encuentra ninguna otra posibilidad. Traer a Eara de vuelta incompleta suena realmente mal «pero tan solo es la voz, ¿no?». Era mejor que nada.

Ayne se pone en marcha por fin, torpemente, y recoge los fragmentos manchados de sangre del suelo para acercarse a su aurva. ¿Qué debería ser lo siguiente? El juglar había dicho que es necesario clavarle la espada a Eara, pero con su nula experiencia teme que eso resulte fatal más que otra cosa.
—¿Y ahora qué? ¿Qué hago para devolvérselos? —Prueba suerte. Al fin y al cabo el juglar parece estar observándolo en todo momento.

Ayne traga saliva. «¿Cómo? ¿Cómo se supone que…?». Es absurdo, la va a matar. Pero también es absurdo que la gente pueda repartirse a su aurva, que hablen con su voz, o todo lo que ha sucedido en el jardín. Las manos del sinhadre tiemblan cada vez más según se acerca a Eara. Parece simplemente dormida, y no puede evitar sacudirla ligeramente y darle palmadas en la cara, con vanas esperanzas. Sin querer, mancha sus mejillas con sangre de armonía, y el edeel empieza a sentir un profundo asco por sí mismo. Por lo que va a hacer.

Nota sus mejillas húmedas y la vista borrosa cuando empieza a hundir la hoja de la espada lentamente en el pecho de Eara. Cree haber perdido la razón por completo.

Da con algo metálico, pero extraerlo no es tan sencillo. Debe escarbar y cortar, destrozar, tal como dijo el juglar. Su aruva está en un estado tan lamentable que la culpa lo está volviendo loco. Cuando extrae el armazón empieza a buscar cómo encajar los fragmentos con dedos torpes, pegajosos de sangre. Debe secarse los ojos contra la manga de su ropa antes de continuar.

No sabe si está todo como debería, si ha devuelto el armazón exactamente al lugar de donde lo quitó, pero no puede hacer más de lo que ya ha hecho. Y lo que viene a continuación lo hace sentirse todavía peor. Después del estado en que ha dejado a su aurva, besarla es demasiado cínico, y ni siquiera sabe si estará besando a un cadáver. Cuando se inclina para hacerlo no es capaz de mirar a Eara a la cara.