Primer sueño de Ayne

Al principio no sabe dónde está, Ayne solo se siente extraño. Definitivamente algo no está bien. No reconoce su localización y se siente denso, tremendamente denso, provocando que tarde más de lo normal en analizar lo que le rodea. Acostumbrado a lo ruinoso de Rocavarancolia no se sorprende exactamente del estado del edificio, especialmente porque hay algo que capta su atención antes que ninguna otra cosa. Eara es inconfundible aun con esas ropas que no le pertenecen. Lo primero en llamarle la atención había sido su pelo rosa, permitiéndole identificarla después.

Ayne apresura sus pasos hacia ella y según acorta distancias va procesando nuevos detalles. Tiene los ojos abiertos, pero no se mueve en absoluto. Su pose no es muy natural salvo que esté inconsciente. También parece respirar muy pausadamente.
—Eara, ¿estás bien? —exclama cuando llega a su lado, a punto de zarandearla por los hombros. Se está poniendo nervioso.

La voz sobresalta al sinhadre, que poco le falta para soltar una exclamación. Busca con la mirada de dónde proviene, sin soltar a Eara en ningún momento, y se encuentra con una persona, como ya esperaba por la voz, desconocida para él. Su piel plateada sí le hace pensar que ha visto algo parecido antes, pero ese hecho apenas cala en su mente debido a las palabras que están saliendo de su boca.
—¿De qué luces hablas? —brama. Está confuso y aturdido, pero también furioso—. Por supuesto que voy a ayudarla —gruñe, mientras trata de levantar a su aurva de la silla. Quiere llevarla junto a Hal, para que la ayude con su magia, sin saber siquiera dónde puede encontrar al carabés.

En los últimos tiempos el sinhadre ha estado dispuesto a ver como enemiga cualquier cara nueva, y no piensa fiarse un pelo del juglar. Sin embargo, mientras hace esfuerzos por mover a Eara, empieza a preguntarse si es cierto lo que ha dicho el desconocido. Porque, si lo es, Hal no dispone de ningún remedio. Ayne no entiende nada y, en consecuencia, sus movimientos se vuelven más lentos, reflejando sus dudas.

Ayne escucha pasos  que se acercan a su espalda y termina por detenerse. Se vuelve y mira fijamente al desconocido, desconfiando de sus intenciones. No es capaz de leer su mirada ni cuando lo tiene justo en frente.

El sinhadre adquiere una pose defensiva cuando le ve desenvainar un arma, pero se relaja de nuevo cuando confirma que el juglar realmente se la está tendiendo. Eso no significa que el edeel llegue a relajarse del todo, porque las grotescas instrucciones del desconocido lo asquean y horrorizan a partes iguales. Sin embargo, acepta el arma que se le está ofreciendo, pero sus motivaciones son tanto desarmarlo como conseguir algo con que defenderse en caso de necesidad.
—Lo que dices no tiene sentido —afirma con aplomo; es evidente que la mera sugerencia lo ha hecho enfadar—.Estás completamente loco. Si hago eso la mataré.

Ayne escucha como ausente. Para él todo carece de sentido. Aparentemente todas las opciones implican abrir el pecho de Eara tarde o temprano. Sin embargo…
—¿No es obvio? —responde frunciendo el ceño—. No voy a dejarla aquí abierta en canal como al ganado y marcharme. —En cierto modo, espera encontrar algo de información a mayores en esa búsqueda que se supone que debe llevar a cabo.

Que según el juglar dicha búsqueda vaya a ser más difícil es algo que lo empieza a preocupar según escanea su entorno para dar con una salida, pero no lo único.
—¿Aquí estará a salvo mientras tanto? —pregunta con seriedad, rebajando finalmente el tono desafiante. De algún modo, Ayne está empezando a creerse todas esas historias, pero su mente está hecha un lío. «¿En qué me estoy metiendo?» piensa. Aunque se trate de Eara, tiene la sensación de que se está tirando de cabezas a un problema por encima de sus posibilidades. A lo mejor no volvía a ver a su aurva nunca más.

Al sinhadre no le queda más remedio que hacer lo que dice el juglar. Sufre un escalofrío cuando él se desvanece y tras un instante de dudas procede a buscar en los jardines, dejando a Eara atrás a regañadientes.

Para llamarse jardines poco tienen que ver con el colorido de los bosques de Sinhdro. Aunque las plantas pueden pasar por normales, su color no lo es. ¿En qué mundo se encontraba ahora el edeel? Se adentra por el sendero que aparenta más ancho a sus ojos y lo recorre acelerando cada vez más el paso. Ayne teme perderse, entre otras cosas, así que lleva los ojos bien abiertos.

Su corazón pega un bote al ver a Kirés un poco más adelante, y echa a correr para alcanzarlo. Kirés no es de los que dejan a alguien en problemas tirado, así que está convencido de que puede contar con la ayuda del enderth.
—¡Kirés! —lo llama, alzando la voz—. ¡Necesito tu ayuda! Eara está mal, no sé muy bien qué le pasa. Tampoco cómo hemos llegado aquí. —Lo mira expectante.

Ayne se queda perplejo. ¿Por qué Kirés sabe cosas que él no? O aún más importante, ¿por qué actúa como si se tratase de algo obvio? No puede sino mirar al enderth con reproche.
—Podíais haberme dicho algo, luces. Estoy totalmente perdido y todos a los que me encuentro no hacéis más que decir cosas que no entiendo. No, no he visto ninguna ruina, ni sé qué es lo que estoy buscando exactamente, ni nada de nada. ¿Qué tal si me echas una mano? —El sinhadre suena impaciente.