Primer sueño de Tap

Los olores, los ruidos, todo traía buenos recuerdos para Tap. Se sintió aliviado por un momento, de verse de vuelta entre tanto verde y haber dejado atrás esa ciudad muerta. Apenas le dio tiempo a coger aire un par de veces, intentando guardárse el agradable olor en la memoria, cuando una voz lo sacó de su ensimismamiento. << ¿Pablo aquí? >> Se quiso incorporar de un salto, pero se sintió flojo y acabó siendo un levantamiento torpón. Miró hacia arriba y ya comenzó a ver raro el árbol en el que estaba. Pero ni rastro del gigante. Tuvo que forzar la vista y el oído un poco más para ver al diminuto ser entre las ramas y todavía más el cerebro para comprender que ese ser diminuto era Pablo. Su cara era "esto no puede ser". Pero lo era y resultaba tan, pero tan gracioso.

-¡Pablito!- lo llamó divertido, ignorando lo que le dijo de trabajar y perder el tiempo y dejando escapar un par de silbidos alegres por la espalda. Acercó uno de sus cuatro brazos al muchacho con lentitud, pero no lo llegó a tocar. Tan enano, el ex-gigante ahora parecía incluso delicado. Al repoblador le daba miedo darle con más fuerza de la cuenta y tirarlo de la rama por culpa de un manotazo involuntario- ¿Qué narices está pasando aquí? ¡Por la Flora que esto no es ni medio normal!-exclamó. Su tono fluctuaba entre lo alegre y lo alterado. La situación distaba mucho de ser normal y no sabía si reír o preocuparse-. ¿Así es como me veis siempre?- acabó preguntando con curiosidad. << Sí que soy pequeño... >>.


Abrió la palma de la mano que había tendido hacia él antes y le hizo un gesto para que subiera. Había decidido dejar de buscarle la lógica al cambio de tamaños y ahora que era él un gigante y pablo un diminuto, le debía algún paseo de consolación.

-¿Subes?-le ofreció-. Podría enseñarte mi colonia.

-¡¿Pero qué cáctus significa esto?!-preguntó asustado al aire, al ver las cadenas. Se llevó las manos a los tobillos, forcejeó cuanto pudo y tiró de ellas. Sentía como le invadían los nervios y las ganas de cagarse en todo lo cagable y la aparición de Pechito no alivió dichas sensaciones. Se apareció con aires de prepotencia y le echó en cara de forma poco sutil que la cosecha y el bosque en general se echarían a perder si no vigilaba Pablo. Ahora que recordaba que era su obligación, su tarea, no había manera de escapar.

Se llevó las manos a la cintura y tanteó lo que, para desgracia suya, no era más que el hueco donde deberían estar sus dagas y sus venenos. No había nada. Soltó varias maldiciones y sintió como un escalofrío le recorría la espalda. << Tiene que haber alguna manera de cortar esto... >>. Volvió a mirar a Yrio. Respiró hondo varias veces y tardó en hablar unos escasos y preciosos segundos, los justos para tragarse el orgullo.

-Pechito...-pedir favores le resultaba casi más doloroso que el hecho de estar encadenado-. Necesito que me ayudes con las cadenas-. Su mirada bajó en busca de Pablo, que se encontraba ya bastante lejos. << ¿Es que este idiota no tiene sentido de la responsabilidad ni siendo de mi tamaño? >> Por alguna razón, esperaba que se le hubiese pegado algo. Tap respiró hondo varias veces, conteniendo las ganas de gritar y hacer ruido producidas por la frustración del momento. << Puñetero asco de todo... >>. Hizo un movimiento brusco con una de las cadenas, tirando de ellas en una patada al aire, y rezó a la Flora porque Pechito estuviera dispuesto a echarle una mano.

-Oh... Magnífico trabajo-escupió en tono irónico a pesar de que Yrio ya se había marchado. Tap no recordaba que Pechito fuera así, pero...-. Se me olvidaba lo imbéciles que podíais llegar a ser los de vuestra especie.

Cuando comprobó que las cadenas estaban unicamente atadas a sus pies, Tap se golpeó la cabeza mientras se dedicaba a sí mismo un par de insultos. ¿Cómo podía no haberse dado cuenta de eso antes? Sin embargo, dejó los insultos que le pertenecían para más tarde. Ahora tenía que llegar hasta Pablo. Agarró los extremos de las cadenas con los brazos inferiores y con ayuda del resto de extremidades, Tap comenzó a moverse árbol abajo. Se aferraba a las ramas con muchísimo más cuidado que en otros tiempos, teniendo bien presente el miedo a caer, y procuraba asegurarse de que resistirían su nuevo peso antes de encaramarse a ellas.

<< Esto es de locos >> pensaba de vez en cuando, conforme bajaba. No sabía como, pero atraparía a Pablo por su bien y el de todos. Aunque sobrtodo el suyo propio, pues esto empezaba herir el orgullo de Tap personalmente.

A Tap le había costado la Flora y la vida llegar al suelo. Las cadenas no hacían nada más que lastrarlo, o al menos el repoblador dejaba que la culpa de su retraso recayera sobre ellas. El condenado Pablo no hacía más que correr, esconderse y escurrirse entre el follaje. Y Tap no solo no podía seguir su ritmo, sino que acabó sintiendose tan pesado que, llegado a un punto, frenó el ritmo, andando en lugar de correr. << Pequeño y estúpido Pablo, te vas a arrepentir de que tus padres te engendraran >> se desquitó con él mentalmente. << Flaco favor me hicieron >>.

Le dolían los brazos de tener que sujetar las cadenas y todavía se automaldecía de vez en cuando. Por si el cansancio, tanto físico como mental, no fuera suficiente, el repoblador no tardó en arrepentirse de haber corrido tan "deprisa" tras Pablo. Estaba solo y el bosque sonaba menos amigable de lo que lo podía recordar, lo que ya era decir. Apenas entraba luz entre tanto árbol gigante y los diferentes ruidos se acoplaban unos con otros, alertándole del peligro. Tap cayó entonces en el principal fallo que había tenido: no llamar a su avispa antes. Y no solo a la que había llevado a Rocavarancolia, sino a todas. Su colonia se ubicaba en un panal entero.

Llegó un momento en que la distancia entre él y Pablo se le hizo insalvable y su agarrotamiento físico no daba más de sí. Dejó caer las cadenas y suspiró negando con la cabeza por Pablo. No le gustaba abandonar la idea, pero tampoco pensaba seguir persiguiéndolo; no iba adentrarse más todavía a una muerte segura solo por la imprudencia del recién-chiquitajo (si es que no estaba ya condenado). Solo se le ocurría una posible solución, aunque remota. << Qué sea lo que tenga que ser >>. Silbó la llamada de las avispas y que la Flora decidiera.

-¡¿QUÉ?!-Tap se quedó patidifuso-. Tenías que ser tú-suspiró resignado-. Siempre lo eres. ¿No querías correr y darme el coñazo huyendo de mí? ¡Pues corre ahora!-Tap estaba harto. Harto y lo siguiente. No podía estar toda la vida preocupándose por alguien que no hacía ni puñetero caso a sus advertencias. Por si fuera poco, la simple tela de araña ya era de por sí un "déjate morir aquí", pero es que encima los pablos se habían multiplicado como conejos- ¡Allá os las apañéis!

Echó a andar en dirección contraria a la telaraña totalmente decidido a abandonar a los miniclones y salvarse, pero por quién sabe qué, acabó girándose antes de dar ni una decena de pasos.

-Más os vale callaros, engendros-gritó de vuelta a la telaraña-, o vais a llamar la atención de la tejedora que se ha trabajado esto-se acercó al minipablo más cercano, alzó una de las cadenas tanto como pudo sin caerse y golpeó con ella la telaraña a su alrededor hasta romperla. Y tras él, a por otro.

-Pero... Pero.... Pero qué fea eres-no era lo feo lo que asustaba de la araña, sino su forma letal de moverse y esa voz que le crispaba incluso la conciencia. Tap supo que estaba muerto nada más oírla, así que decidió que no venía a cuento suplicar educadamente. Lo sentía por los pequeño Pablos que todavía quedaban vivos entre las redes, pues su insolencia les podría costar la vida a ellos. << A mí me van a matar por su culpa, supongo que es un poco justo >>. Dio un puntapié al único Pablo que había conseguido liberar, esperando que entendiera que tenía que correr y se volvió a plantar frente a la alimaña arácnida.

Estaba encadenado y ahora era gigante y torpe. El pulso se le había disparado, estaba temblando tanto o más que si contemplara a alguien ardiendo. Asió las cadenas, encorvándose para que no tiraran de sus pies y se permitió el lujo de sonreír malicioso, aunque en comparación a su adversario, la mueca parecía pura y amable. Decidió que el ruido ya no importaba y volvió a realizar la llamada de las avispas casi con desesperación; una, dos y hasta tres veces. Sin embargo, no se movió del sitio ni trató de correr. Si alguien le hubiera preguntado el porqué, la respuesta habría sido sencilla: << ¿Cuántas arañas conoces que sean herbívoras? >> Tap, ninguna.