Torre Serpentaria

A los pocos segundos de terminar de hablar sintió una reconfortante subida de temperatura, en uno de sus hombros. Maila dejó de prestarle atención a su dominio para descubrir de qué se trataba, y pudo ver una de las mariposas de hojas de Chromsa posada en su hombro. Tras comprender rápidamente lo que ocurría, la hawaiana le dedicaría una plena sonrisa y una mirada cargada de agradecimiento, sorprendida un poco por ese acto tan bondadoso. Después siguió escuchando los comentarios de sus compañeros y cómo ninguno de ellos sabia quién era aquella persona ni donde se encontraba. Corrían con el tiempo en contra, cada segundo que pasaba la posibilidad de encontrarlos disminuía. Y Maila empezaba a sentir una opresión en el pecho, fruto del estrés. Toni tampoco sabía nada, a juzgar por su pregunta cuando llegó, y rápidamente lo pusieron al día sobre la conversación.

Por suerte, Lethe sabía por dónde empezar a buscar: Kirés. Cuando volvió con el grupo fue con buenas noticias. Y por primera vez en todo el tiempo que sus amigos estaban desaparecidos, sintió una pequeña luz de esperanza. Como si se tratara del destello de un faro en medio de una noche tormentosa en el océano. <<Dama Enigma...>> Pensó la hawaiana con aire pensativo. Kirés decía que era de fiar, y ahora Lethe conocía la ubicación de aquella, nunca mejor dicho, enigmática figura que les podía echar una mano. Maila se levantó con rapidez de su silla, con energías renovadas y la certeza de que ya no había mucho más que hacer allí.

-Si, vámonos ya. No podemos perder más tiempo.- Secundó con impaciencia los comentarios de Pefka y Fleur, mientras se apartaba un rizo del pelo y después empezaba a prepararse para salir. La arena danzó entre sus compañeros sin llegar a tocarlos, como si el subconsciente de la hawaiana los instara a darse prisa.

El pequeño gesto de la clinger pareció ser apreciado, lo que le alegró un poco. Lo cierto es que ella misma lo necesitaba. Se lo estaba tomando bastante bien de momento, pero aun así la situación estaba muy lejos de no afectarle.

Al cabo de un rato pareció, por eso, que podrían tener un pequeño rayo de esperanza. Tras estar un rato simplemente esperando a Lethe mientras tomaba algo de desayuno, esta volvió con buenas noticias sobre la llamada “Dama Enigma”.

—¡Hora de salir, pues! —Dijo. Ella misma estaba lista para hacerlo, pues nunca tenía mucho que llevar.

Le explicaron todo lo que se había perdido de la conversación. Intentó retener todo los detalles sin mucho éxito. Agradeció que le pusieran al día, llevaba unos días algo alejado de todo.
Estuvieron hablando e intentando saber de quién hablaban y Toni seguía pareciéndole gracioso que tuvieran que buscar a alguien para buscar a alguien. Demasiados pasos tenía esa búsqueda. Hablaron hasta que llegó Lethe que volvió con el nombre de la detective.
—Vaya que oportuno el nombre, Dama Enigma, a ver si nos resuelve este—dijo. Le hacía especial gracia los nombres de los habitantes de la ciudad, parecía que todos habían escogido un nombre muy oportuno para lo que eran.
—Vamos, vamos, habrá que resolver el enigma con Dama Enigma– en su cabeza había sonado mejor . «Chiste repetido Toni», pensó. Cada vez se sentía menos identificado con su nombre.

El grupo finalmente decidió preguntar a alguno de los ciudadanos más veteranos que conocían. Lethe en concreto propuso a Kirés, a lo cual Chromsa no podía estar más de acuerdo. Prácticamente fue de los primeros ciudadanos que conocieron y ya les ayudó el primer día después de la transformación, seguro que podría echarles una mano con la búsqueda.

Mientras terminaba el desayuno y junto al resto ponían a Toni al tanto de la conversación que habían tenido, la enderth se dirigió a hablar con el veterano. No tardó en volver y, por una vez desde que habían empezado a buscar a los desaparecidos, con buenas noticias. No solo tenían un nombre, ciertamente enigmático, sino que tenían las indicaciones para llegar hasta ella.

-¡Alabada sea la Acromía, que suerte! Estoy seguro de que con su ayuda daremos con alguna pista.- dijo animado ante las palabras de Lethe. Ver a todos tan motivados de nuevo era una buena señal a opinión del brujo. Por fin había algo de esperanza en aquel asunto.

Algunos de sus compañeros no tardaron en ponerse en marcha, a lo cual se sumó al instante: -Claro. Yo estoy listo, así que en cuanto estéis deberíamos salir.- A la vez que decía aquello se levantó de la mesa, algo nervioso ante la curiosidad por saber cómo era Dama Enigma y cómo podría ayudarles. Las dos mariposas de hojas revolotearon alrededor del fauno con impaciencia, de forma similar al resto de hojas.

Al cabo de un rato Lethe ofreció pedir ayuda a Kirés, aquien hombre pájaro que conocieron en los jardines de la memoria en su día. Su mención le trajo recuerdos de ese día y lo mucho que han cambiado algunos desde entonces, fue incluso nostálgico. Adam no pudo estar más de acuerdo en preguntarle ya que siempre le pareció de confianza.

Ella marchó a buscarlo y reunió esperanzas en ella para obtener información de él. Lethe siempre fue como una líder para el resto a ojos del pegaso, tenía una capacidad única para organizar cualquier situación con su diligencia y seriedad y en el fondo la admiraba mucho. Mientras pensaba en ello observó el amalgama de hojas secas y arena que danzaba en el aire. Estaba acostumbrado a dominio del fauno pero la arena… se le hacía mística al moverse así.

—«Dama Enigma» —Pensó para sí, era un nombre que no daba lugar a dudas desde luego. Si ya saben por donde buscar al fin tienen un motivo para actuar y Adam, ni corto ni perezoso, se levantó junto al resto. Todos mostraban las mismas ganas de saber el paradero de sus compañeros desaparecidos y él no iba a ser menos—. Me prepararé en un momento, ojalá nos diga algo sobre ellos—. Se le notaba algo ansioso en querer hacer la búsqueda de una buena vez, se aseguraría de regañar a Kolja por marcharse sin avisar en cuanto lo viese.

Sigue en Agencia de Investigación Nifelyre.

Habían cambiado muchas cosas en los últimos meses, pero a la vez todo seguía igual de una forma extraña. No eran más que un puñado de críos conviviendo en una torre, levantándose a desayunar, entrenando, aprendiendo magia para sobrevivir en una ciudad asesina... La única diferencia era que ahora todos tenían una cantidad de poder desbordante y difícil de controlar, un poder excitante que la misma ciudad asesina les había ayudado a conseguir. Rocavarancolia ya no se sentía peligrosa, pero a la vez Ulmara sabía que eso significaba que, de alguna forma, ahora ella era parte de su peligro. Una vez se había calmado del subidón lunar que la llevó a escaparse con Qwara, la bruja había tenido tiempo para reflexionar y para acordarse de Iemai y el resto de gente que habían perdido, pero a la vez quería abrazar la tormenta, ser incoherente y disfrutar de sus nuevos dones.

Así que ahí estaba, sentada en la mesa de la cocina, con las patas sobre la mesa y la silla recostada, comiéndose una magdalena de la que jamás sabría cómo huevos había llegado a los cajones mientras estudiaba un libro de alquimia. Una bruja limpiándose con la lengua las migas de entre los dientes mientras divagaba en lugar de aprender su oficio. Se sintió ridícula y le hizo gracia, pero la sonrisa se le borró de la cara al escuchar a alguien acercándose. Ulmara se puso nerviosa, quitó los pies de la mesa y la silla se inclinó con brusquedad hacia delante, volviendo a apoyar las cuatro patas contra el suelo en un golpe sonoro.

—Hey... —dijo, casi con vergüenza por el ceporrazo que le acababa de dar a su asiento, sin saber muy bien ni a quién se lo estaba diciendo.

No tardaría mucho en reconocerle.

La bruja bajaba las escaleras de manera distraída. Esperaba que a esas horas no hubiera nadie en la cocina, porque lo que menos le apetecía era que nadie la viese devolviendo una cantidad de tazas mucho mayor a la que necesitaría cualquier persona en una bandeja que levitaba un par de pasos por delante de ella. Era culpable de subirlas a su cuarto y luego olvidarse de bajarlas, e irlas acumulando hasta que la cantidad daba tanta vergüenza que esperaba un momento de tranquilidad para bajarlas y rezar porque nadie se diera cuenta de quién era el que acaparaba las tazas de la torre.

Así que, cuando estuvo a nada y menos de entrar en la cocina, oyó el ruido de una silla moverse bruscamente hizo un gesto de molestia. Primero por el ruido, segundo porque había alguien allí «Mierda». Suspiró. Iba a ser peor que se volviera, por lo que decidió entrar en la cocina.

Desde luego a quien menos esperaba encontrar era a aquella chica con plumas. Sabía que los nuevos se habían mudado hacía poco, pero a ella la conocía de antes, de haberla visto en la cosecha un día paseando por la calle. Seguía viva, y aquello la emocionó un poco: que la gente no le cayera bien no quería decir que quisiera verlos muertos. La miró fijamente unos segundos, sintiéndose pillada en un comportamiento poco digno y viendo que la otra parecía haber sido pillada in fraganti en algo no mucho mejor.
—Yo no he visto nada si tu no has visto nada —ofreció, mientras limpiaba las tazas con un hechizo de limpieza y las guardaba. Se quedó una de ellas, blanca con una inscripción que rezaba “Sobreviví a Rocavarancolia y solo me dieron esta estúpida taza”, y se preparó un té.

Ulmara se tranquilizó bastante al ver quién entraba y, sobre todo, cómo lo hacía. No pudo evitar que se le escapara una sonrisa de alivio, pero la cambió por un gesto de seriedad fingida en cuanto la chica decidió hacer como que no había pasado nada.

—Exacto, no sé de qué me hablas —le respondió.

No se le había pasado por alto quién era, aunque no conocía su nombre. Durante la cosecha, en una de las numerosas salidas que hicieron, se cruzaron con ella y dos amigos suyos (y lo que parecían ser varias mascotas temibles, si no recordaba mal, o puede que incluso más transformados como ellos). En su momento le dolió que no hicieran nada por ellos, la pasividad que les mostraron y lo fácil que les resultó ignorarles, pero ahora lo entendía un poco mejor, al menos. Mantuvo el silencio mientras la chica limpiaba con facilidad los bártulos, hasta que supo qué decir.

—Vaya, no sabía que regalaban tazas, se les ha debido de pasar este año —trató de bromear para romper un poco el hielo—. Ya nos conocemos, pero no recuerdo si llegamos a intercambiar nombres ese día —añadió—. Me llamo Ulmara, ¿y tú?

La (segunda) primera impresión le hizo pensar que era humana, pero el brazo era cien por cien irrense y la confundía. ¿Lo habría perdido durante su cosecha, como Kahlo? Tampoco había signos evidentes para saber qué había hecho la luna roja con ella y aquello solo le generaba más curiosidad. Tan solo esperaba no estar tratando, sin saberlo, con algo terrible como un berserker.

Yttria sonrió con alivio ante la respuesta de la cercana. La verdad era que apreciaba aquella actitud y casi le hacía gracia que las dos se hubieran sentido lo bastante pilladas como para aquel pacto de silencio improvisado. Acabó de prepararse el té y se sentó a la mesa, dándole vueltas.

—Ya, siempre se les olvida. Menos mal que en la Tierra te ponen lo que quieras en una taza, te puedo traer una este año —sonrió. Lo decía como broma, pero no la costaría nada traerle una a la cercana si quería. No era de hacerle favores a los nuevos (ni a nadie) pero Ulmara le generaba simpatía por lo directa que era. Evitar todos los rodeos incómodos era algo que siempre estaba bien a la hora de hablar.

—Yo soy Yttria —se presentó. Recordaba no haberles dicho el nombre a propósito, pero no si su interlocutora se había llegado a presentar, así que agradeció que lo hiciera. La verdad es que no parecía muy cambiada, por lo que se quedó mirándola unos segundos antes de preguntar —¿Sabes ya lo que eres?

Podían ser muchas cosas, desde luego, pero la posibilidad de algún tipo de bruja le rondaba la cabeza. Siempre estaba bien que hubiera más, y si lo era tenía curiosidad por saber su dominio,

A Ulmara le hizo gracia la broma de la taza y soltó una carcajada.

—Parece que en la Tierra tenéis de todo, te tomo la palabra —se rio. <<¿Entonces es humana, no?>> pensó. Y volvió a mirar sin mucha sutileza su brazo. Era difícil ignorarlo, no solo porque probablemente hubiera alguna historia terrible detrás, sino porque los brazos mecánicos seguían despertando en ella esa sensación de maravilla que ya no ocurría tanto con la magia. Eran construcciones complejas hechas por personas topo con electricidad en el cuerpo y funcionaban mejor que un brazo real—. Pues soy bruja de las tormentas: "Sobreviví a Rocavarancolia y solo me llovió encima" —le respondió con cierta sorna no dirigida hacia ella, siguiendo con la broma de antes—. Está siendo una experiencia curiosa —le reconoció. A Ulmara todavía le duraban restos de la tormenta lunar, pero más de un nubarrón se le había escapado en casa durante los primeros días, era extraño guardar cosas dentro. Bueno, "dentro", que a saber a dónde iban a parar—: ¿Tú qué eres? Así a bote pronto diría que maga, o bruja también, pero no conozco mucha variedad.

Aprovechó para darle otro bocado a la magdalena. El cuerpo le pedía volver a subir las patas a la mesa porque se sentía cómoda con Yttria, pero se contuvo.

Yttria sonrió ante la risa de la cercana. No era muy dada a grandes expresiones, pero le divertía su actitud y como le seguía las bromas. Se hizo una nota mental para conseguirle una taza en su próxima visita a la Tierra (no quedaba tanto para Samhein, y era un viaje que le gustaba hacer) y revolvió su té antes de beber un sorbo.

Así que sí era un bruja, y tenía un dominio que parecía muy chulo y espectacular. No es que en Rocavarancolia hubiera muchas tormentas, pero el subidón que le había tenido que dar la de la noche de la Luna tenía que haber sido espectacular.
—Bruja también. Percusionista —hizo que la cuchara, que aún estaba en la taza, se moviera sola —. Mi dominio son las vibraciones del metal.
Siempre lo explicaba, porque el nombre no lo dejaba especialmente claro y siendo una recién transformada era probable que no hubiera visto ese nombre en libros, ya que había infinidad de dominios.  

La miró fijamente unos segundos, dudando. Aquella era una pregunta dura, pero habiendo visto a varios de sus compañeros no podía evitar formularla.
—¿Cuántos habéis llegado a la Luna?
Esperaba que la todos a los que había visto, o incluso todo el torreón. Años después seguía recordando a sus compañeros muertos, cómo Charlotte había muerto delante de sus ojos, y sabía que en Rocavarancolia era difícil no pasar experiencias así en la cosecha, pero deseaba que Ulmara no hubiera sufrido demasiado.

A Ulmara se le ensanchó la sonrisa al ver que acertó y, aunque no lo reconoció, le vino bien la explicación de la bruja, porque con percusionista se le había venido otra imagen a la cabeza y tenía más que ver con tambores que con metales.

—Mola —reconoció. No sabía qué más decir, porque no sabía mucho más de cómo funcionaba su dominio. Le picaban en la lengua varias dudas cuando Yttria le hizo otra pregunta y se le borró la risa de golpe. Respiró unos segundos, pensando en si merecía la pena dar la explicación larga o la rápida y al final se inclinó por la segunda, simplemente porque le dolía menos a ella misma—. Perdimos a una amiga, Iemai. No sé si la viste ese día, otra cercana —<<una esclava aterrorizada que se escondió entre nosotros y por la que no pudimos hacer nada>> pensó. Inconscientemente tensó los músculos y deshizo en su mano el último bocado que le quedaba de su magdalena. Volvió a respirar hondo antes de devolverle la pregunta—: ¿Cómo fue para tu grupo? —esperaba que hubiera tenido uno—. Lo de tu brazo... —añadió, ya por curiosidad—, ¿fue durante la cosecha?

Se limpió las migas de las manos, vertiéndolas en la mesa, y confió en que no había tocado un tema demasiado sensible. Todavía no conocía a nadie que no hubiese pasado una cosecha dura y para ella todavía era algo reciente y complicado, pero al final era una experiencia común para la mayoría de los ciudadanos de la ciudad. Era inevitable tocarlo.

Sabía que la preguntar era dolorosa, pero era una común, y agradecía que Ulmara no se lo hubiera tomado a malas. La chica que mencionó le sonaba, había estado cuando se los había encontrado «Parecía tan asustada…» Tenía curiosidad por saber qué había pasado, pero no quería meter el dedo en la llaga, por lo que se abstuvo.
—Sí, la recuerdo. Lo siento mucho, Ulmara… —dijo. Se le daba muy mal encontrar palabras de consuelo, y no iba a intentarlo.

Había dejado el té esperando que enfriase un poco, y dio gracias de no haber empezado a beber o lo hubiera escupido tras sus siguientes preguntas. La primera seguía escociendo cuatro años después, y la segunda le hacía gracia porque, aunque era una duda normal, no podía estar más lejos de la realidad.
—Fue… duro. Perdimos a varios compañeros, y los que sobrevivimos no acabamos muy bien… —¿Cómo explicar que se llevaban a matar, o el caos de su cosecha con los secuestros y las bombas? —Vosotros parece que os lleváis bien, eso es bueno. No estáis solos.

Sonrió ampliamente, para dejarle claro que la pregunta sobre su brazo no dolía en absoluto.
—Que va. Fue una decisión personal y estética —seguramente estuviera sonando como una loca, porque, ¿quién iba a cortarse un brazo porque sí? —Y bueno, cuando tu magia depende de que haya metal cerca viene muy bien.

Le dio un sorbo al té, que había empezado a adquirir una temperatura que no parecía sacada del Monte del Destino.
—¿Qué tal la adaptación a los refugios nuevos?

Sintió que se le humedecían un poco los ojos e, intentando disimular, se los frotó como si le picasen en un momento en el que pensó que la bruja no miraría. Ulmara no quería mostrarse tan vulnerable delante de Yttria, pero el tema seguía siendo complicado para ella. Y, por lo que le dijo ella, estaba claro que no era la única.

—Yo también lo siento. Se ve que no existen las cosechas fáciles —dijo, con cierto sarcasmo en su voz, mientras pensaba en el Consejo y sus leyes estúpidas. A pesar de los problemas de convivencia que habían tenido en Maciel, sospechaba que lo de Yttria había sido peor. Perder a Iemai ya fue duro, si hubiesen perdido a más y encima se hubiesen llevado peor...  Era mejor no pensarlo.

Por suerte, la pregunta del brazo fue bien recibida y Ulmara se relajó. Lo que no esperaba fue la respuesta que recibió, que la dejó visiblemente sorprendida.

—¿En serio? —Soltó una carcajada y se miró su propio brazo, cuestionándose cómo se vería ella con un brazo mecánico, a pesar de que ella no tenía la misma excusa que Yttria—. Me asustaba que te lo hubiese arrancado un monstruo, pero esta historia me gusta más —le reconoció. Puede que incluso estuviera mirando a la bruja percusionista con cierto orgullo, como si fuera un modelo a seguir.

>>¿En los refugios? Creo que bien. Lo qué peor estoy llevando es sentir que mi cama me odia, jamás se me habría ocurrido que nos fuesen a meter en un sitio con muebles vivos —se rio levemente—. Al principio me preocupaba que estuviera mal tumbarme en ella y todavía lo dudo. ¿Sabes si tienen conciencia?

Porque personalidad estaba claro que sí tenían.

La bruja había decidido tomarse unos días libres. Había estado trabajando en un sitio para mudarse, algún viejo edificio que pudiera recuperar como oficina y sobre todo almacén de materiales, haciendo planos, lluvias de ideas y presupuestos de todo lo que necesitaría... pero no le corría prisa. Aún seguía cobrando las mensualidades por la herrería del helión y con ese goteo de dinero iba poco a poco. Entre tanto, seguía estudiando y amasando peones de construcción (término que no agradaba para nada a sus sombras). Y también explorando la ciudad o paseando sin más. Había pasado mucho tiempo desde su Luna Roja y Marsi... y había descubierto que se había querido distraer de todo y superarlo todo a golpe de trabajar y estudiar, pero también necesitaba tiempo de calidad sin hacer nada. O sin hacer nada que implicara responsabilidad, como por ejemplo charlar con sus amistades o sus vecinos de torreón.

Por eso había bajado de su cuarto aquel día, aunque se había esperado un poco antes de entrar definitivamente. No quería oír a escondidas pero no pudo evitar mandar a una onyce de avanzadilla que le contó que hablaban de cómo les había ido la cosecha y cómo estaban ahora en los refugios. Decidió esperar al segundo punto. Había descuidado muchísimo sus lazos con sus compañeros de torreón durante su época y con los del otro refugio y aún tenía pendiente volver a acercarse un poco más porque echaba de menos el calor del grupo. Solo se relacionaba con las sombras y a veces parecía que estuvieran a punto de engullirle, hasta el punto de que incluso su piel parecía tejida de oscuridad de lo entrelazada que vivía con ellas. Pero cuando se asomó a ver a las chicas, iba con un peto vaquero negro y una camiseta también negra de tirantes... y, por supuesto, un par de sombras en los hombros, colgando de su pelo y asomando de sus bolsillos. Les miraban con sus ojillos y les enseñaban sus colmillitos, pero no se alejaron ni un ápice de su bruja.
—Yo creo desde hace tiempo que sí tienen consciencia, pero conmigo se portan bien porque si no mis liantes les bufan —dijo sin saludar, y luego se presentó—. Soy Onyx, por cierto. Nos hemos visto las tres en el torreón pero no hemos hablado mucho. Y a ti también te he visto antes de la Luna pero no os disteis cuenta —añadió, guiñándole un ojo a la cercana.

Las onyces le chivaban muchas cosas durante las cosechas en sus idas y venidas por las calles cuando pasaban con cautela cerca de algún grupo por casualidad, aunque a veces también ella se asomaba desde lo alto de algún edificio, oculta, para saciar su curiosidad. Si por ella fuera, las cribas serían bien diferentes. Podían desatar todo su potencial sin tener que enfrentarse a la ciudad sin tener ni idea de qué era qué, sin tanta parafernalia ni tanta muerte en vano.

Claro que las cosechas fáciles no existían. Era parte de la gracia de Rocavarancolia, suponía, pero seguían trayendo malos recuerdos años después. A veces se planteaba ir a la mentalista y que la hiciera olvidarlos, pero no quería borrar parte de su historia. De quién era.

La carcajada de Ulmara la hizo reírse. Hacía tiempo que no estaba tan cómoda con nadie, y es que el sentirse libre de ser directa, no dar rodeos tontos y poder ser ella misma era algo que no era demasiado fácil con determinadas personas.
—Uy, que va, salí bastante ilesa de mi criba. Físicamente al menos. Pero eh, las modificaciones corporales molan, y el brazo es super útil —dijo con una sonrisa.

La pregunta sobre la conciencia de los muebles vino seguida de Onyx, a quien saludó con la mano. Llevaba allí años, y aunque no coincidían demasiado (algo difícil cuando Yttria apenas salía de su cuarto) la reconocía por las sombras.
—Entonces mi armario tiene que odiarme, porque le he metido cada portazo para que cierre y deje de quedarse abierto… —parecía una broma, pero era una anécdota totalmente real. Estaba harta de aquel puto armario. Lo que daría por un mueble normal

Aquel encuentro fortuito le estaba resultando agradable a la cercana. Se alegró al ver que Yttria le confirmaba de nuevo que había tenido una cosecha tranquila, a nivel físico al menos, y asintió ante el tema de las modificaciones corporales. Ulmara tenía mucha curiosidad por saber qué se sentía al hacerse tatuajes, pero tenía algo de conflicto con no saber si era algo suyo, o si su interés tenía que ver con ser una bruja. Había leído cosas terribles sobre modificaciones, pero luego veía el brazo de Yttria y... Entonces apareció otra chica con un aura oscura... No, cubierta de sombras... No, ¿estaban vivas? Juraría que acababa de verles dientes.

Ulmara se quedó obnubilada con aquellas criaturas, "sus liantes", y tardó en responder.

—Perdón. Buenas. Soy Ulmara. Bruja —dijo un pelín atropellada, después de que la recien llegada le guiñara el ojo—, aunque si nos habías visto a lo mejor ya lo sabes —añadió casi sin darse cuenta, sin rencor pero con algo de incomodidad. Todavía no se acostumbraba a la política rocavarancolesa de mirar pero no actuar. Luego prestó atención a lo que decían y sonrió de nuevo, con cierto alivio, como dando a entender que no pasaba nada—. Fijo que te odia, sí —le dijo a la percusionista. Luego se dirigió a Onyx—. ¿Puedo preguntar si es muy común lo de observarnos? Espero que no nos vierais mear —bromeó, porque era algo que prefería no plantearse seriamente o le daría un chungo.

No podía dejar de mirar a las onyces.