Torre Serpentaria

Sabía que la preguntar era dolorosa, pero era una común, y agradecía que Ulmara no se lo hubiera tomado a malas. La chica que mencionó le sonaba, había estado cuando se los había encontrado «Parecía tan asustada…» Tenía curiosidad por saber qué había pasado, pero no quería meter el dedo en la llaga, por lo que se abstuvo.
—Sí, la recuerdo. Lo siento mucho, Ulmara… —dijo. Se le daba muy mal encontrar palabras de consuelo, y no iba a intentarlo.

Había dejado el té esperando que enfriase un poco, y dio gracias de no haber empezado a beber o lo hubiera escupido tras sus siguientes preguntas. La primera seguía escociendo cuatro años después, y la segunda le hacía gracia porque, aunque era una duda normal, no podía estar más lejos de la realidad.
—Fue… duro. Perdimos a varios compañeros, y los que sobrevivimos no acabamos muy bien… —¿Cómo explicar que se llevaban a matar, o el caos de su cosecha con los secuestros y las bombas? —Vosotros parece que os lleváis bien, eso es bueno. No estáis solos.

Sonrió ampliamente, para dejarle claro que la pregunta sobre su brazo no dolía en absoluto.
—Que va. Fue una decisión personal y estética —seguramente estuviera sonando como una loca, porque, ¿quién iba a cortarse un brazo porque sí? —Y bueno, cuando tu magia depende de que haya metal cerca viene muy bien.

Le dio un sorbo al té, que había empezado a adquirir una temperatura que no parecía sacada del Monte del Destino.
—¿Qué tal la adaptación a los refugios nuevos?

Sintió que se le humedecían un poco los ojos e, intentando disimular, se los frotó como si le picasen en un momento en el que pensó que la bruja no miraría. Ulmara no quería mostrarse tan vulnerable delante de Yttria, pero el tema seguía siendo complicado para ella. Y, por lo que le dijo ella, estaba claro que no era la única.

—Yo también lo siento. Se ve que no existen las cosechas fáciles —dijo, con cierto sarcasmo en su voz, mientras pensaba en el Consejo y sus leyes estúpidas. A pesar de los problemas de convivencia que habían tenido en Maciel, sospechaba que lo de Yttria había sido peor. Perder a Iemai ya fue duro, si hubiesen perdido a más y encima se hubiesen llevado peor...  Era mejor no pensarlo.

Por suerte, la pregunta del brazo fue bien recibida y Ulmara se relajó. Lo que no esperaba fue la respuesta que recibió, que la dejó visiblemente sorprendida.

—¿En serio? —Soltó una carcajada y se miró su propio brazo, cuestionándose cómo se vería ella con un brazo mecánico, a pesar de que ella no tenía la misma excusa que Yttria—. Me asustaba que te lo hubiese arrancado un monstruo, pero esta historia me gusta más —le reconoció. Puede que incluso estuviera mirando a la bruja percusionista con cierto orgullo, como si fuera un modelo a seguir.

>>¿En los refugios? Creo que bien. Lo qué peor estoy llevando es sentir que mi cama me odia, jamás se me habría ocurrido que nos fuesen a meter en un sitio con muebles vivos —se rio levemente—. Al principio me preocupaba que estuviera mal tumbarme en ella y todavía lo dudo. ¿Sabes si tienen conciencia?

Porque personalidad estaba claro que sí tenían.

La bruja había decidido tomarse unos días libres. Había estado trabajando en un sitio para mudarse, algún viejo edificio que pudiera recuperar como oficina y sobre todo almacén de materiales, haciendo planos, lluvias de ideas y presupuestos de todo lo que necesitaría... pero no le corría prisa. Aún seguía cobrando las mensualidades por la herrería del helión y con ese goteo de dinero iba poco a poco. Entre tanto, seguía estudiando y amasando peones de construcción (término que no agradaba para nada a sus sombras). Y también explorando la ciudad o paseando sin más. Había pasado mucho tiempo desde su Luna Roja y Marsi... y había descubierto que se había querido distraer de todo y superarlo todo a golpe de trabajar y estudiar, pero también necesitaba tiempo de calidad sin hacer nada. O sin hacer nada que implicara responsabilidad, como por ejemplo charlar con sus amistades o sus vecinos de torreón.

Por eso había bajado de su cuarto aquel día, aunque se había esperado un poco antes de entrar definitivamente. No quería oír a escondidas pero no pudo evitar mandar a una onyce de avanzadilla que le contó que hablaban de cómo les había ido la cosecha y cómo estaban ahora en los refugios. Decidió esperar al segundo punto. Había descuidado muchísimo sus lazos con sus compañeros de torreón durante su época y con los del otro refugio y aún tenía pendiente volver a acercarse un poco más porque echaba de menos el calor del grupo. Solo se relacionaba con las sombras y a veces parecía que estuvieran a punto de engullirle, hasta el punto de que incluso su piel parecía tejida de oscuridad de lo entrelazada que vivía con ellas. Pero cuando se asomó a ver a las chicas, iba con un peto vaquero negro y una camiseta también negra de tirantes... y, por supuesto, un par de sombras en los hombros, colgando de su pelo y asomando de sus bolsillos. Les miraban con sus ojillos y les enseñaban sus colmillitos, pero no se alejaron ni un ápice de su bruja.
—Yo creo desde hace tiempo que sí tienen consciencia, pero conmigo se portan bien porque si no mis liantes les bufan —dijo sin saludar, y luego se presentó—. Soy Onyx, por cierto. Nos hemos visto las tres en el torreón pero no hemos hablado mucho. Y a ti también te he visto antes de la Luna pero no os disteis cuenta —añadió, guiñándole un ojo a la cercana.

Las onyces le chivaban muchas cosas durante las cosechas en sus idas y venidas por las calles cuando pasaban con cautela cerca de algún grupo por casualidad, aunque a veces también ella se asomaba desde lo alto de algún edificio, oculta, para saciar su curiosidad. Si por ella fuera, las cribas serían bien diferentes. Podían desatar todo su potencial sin tener que enfrentarse a la ciudad sin tener ni idea de qué era qué, sin tanta parafernalia ni tanta muerte en vano.

Claro que las cosechas fáciles no existían. Era parte de la gracia de Rocavarancolia, suponía, pero seguían trayendo malos recuerdos años después. A veces se planteaba ir a la mentalista y que la hiciera olvidarlos, pero no quería borrar parte de su historia. De quién era.

La carcajada de Ulmara la hizo reírse. Hacía tiempo que no estaba tan cómoda con nadie, y es que el sentirse libre de ser directa, no dar rodeos tontos y poder ser ella misma era algo que no era demasiado fácil con determinadas personas.
—Uy, que va, salí bastante ilesa de mi criba. Físicamente al menos. Pero eh, las modificaciones corporales molan, y el brazo es super útil —dijo con una sonrisa.

La pregunta sobre la conciencia de los muebles vino seguida de Onyx, a quien saludó con la mano. Llevaba allí años, y aunque no coincidían demasiado (algo difícil cuando Yttria apenas salía de su cuarto) la reconocía por las sombras.
—Entonces mi armario tiene que odiarme, porque le he metido cada portazo para que cierre y deje de quedarse abierto… —parecía una broma, pero era una anécdota totalmente real. Estaba harta de aquel puto armario. Lo que daría por un mueble normal

Aquel encuentro fortuito le estaba resultando agradable a la cercana. Se alegró al ver que Yttria le confirmaba de nuevo que había tenido una cosecha tranquila, a nivel físico al menos, y asintió ante el tema de las modificaciones corporales. Ulmara tenía mucha curiosidad por saber qué se sentía al hacerse tatuajes, pero tenía algo de conflicto con no saber si era algo suyo, o si su interés tenía que ver con ser una bruja. Había leído cosas terribles sobre modificaciones, pero luego veía el brazo de Yttria y... Entonces apareció otra chica con un aura oscura... No, cubierta de sombras... No, ¿estaban vivas? Juraría que acababa de verles dientes.

Ulmara se quedó obnubilada con aquellas criaturas, "sus liantes", y tardó en responder.

—Perdón. Buenas. Soy Ulmara. Bruja —dijo un pelín atropellada, después de que la recien llegada le guiñara el ojo—, aunque si nos habías visto a lo mejor ya lo sabes —añadió casi sin darse cuenta, sin rencor pero con algo de incomodidad. Todavía no se acostumbraba a la política rocavarancolesa de mirar pero no actuar. Luego prestó atención a lo que decían y sonrió de nuevo, con cierto alivio, como dando a entender que no pasaba nada—. Fijo que te odia, sí —le dijo a la percusionista. Luego se dirigió a Onyx—. ¿Puedo preguntar si es muy común lo de observarnos? Espero que no nos vierais mear —bromeó, porque era algo que prefería no plantearse seriamente o le daría un chungo.

No podía dejar de mirar a las onyces.

Las pequeñas sombras se habían fijado en que Ulmara les miraba pero no hicieron nada más allá de devolverle sus miradas fieras y bufarle como si se trataran de un gato o sacarle la lengua o hacerle gestos indebidos con las manos. Sin embargo, no se movían del sitio que ocupaban sobre la bruja ni les dirigirían palabra alguna. Alice las ignoraba, confiada en que había aprendido a controlarlas con su sola presencia y sus propias emociones... excepto por el detalle de que entendían las sensaciones positivas de otra manera.
—No te preocupes por mis onyces. Mientras esté yo, son inofensivas. Me sienten y copian mis emociones, y me obedecen. Y bueno, con respecto a tu pregunta... Es ligeramente común observar porque nos puede la curiosidad. Pero por ejemplo yo les cojo cariño a los grupos y me frustra no poder intervenir de ninguna manera así que intento evitarlo. No obstante, sí que me cuentan detalles las onyces cuando pasamos por alguna zona de la ciudad que esté cerca de algún grupo de cosechados, pero suelo actuar como si no supiera nada... por eso, podría creer que llevas sin pisar un baño desde que te cosecharon —remató, bromeando.

Podía sentir perfectamente cómo las sombras se estaban conteniendo. Querían hablarles del privilegio de las cosechas, del sufrimiento que debían atravesar para ganarse un hueco en aquella gloriosa ciudad y un largo blablabla que su onycemante ni compartía ni les permitiría expresar en voz alta. Eso no, al menos.
—Si te cargas algún mueble déjanos que te lo reparamos y así podemos romperlo las veces que queramos —siseó un escorpión de dos colas que llevaba en el hombro. Miraba a Yttria y chasqueaba las pinzas, que no causaban sonido alguno sino que provocaban pequeñas nubecillas negras.
—Eso, eso, dejadnos destrozarlo todo para que la bruja pueda repararlo y luego lo arrasamos otra vez —se burló otra.
—Esa precisamente no es muy buena publicidad para mi negocio, señoritas —les increpó ella. Después, miró a la cercana de nuevo con una sonrisa—. Y por cierto, ¿qué tal con tu dominio? —preguntó a Ulmara. Sabía lo que era pero no le había fijado mucho en cómo era, y por supuesto le daba curiosidad.

Desde luego que las preocupaciones de Ulmara sobre cuánto les miraban eran lógicas, pues ella misma las había tenido, pero después de años en la ciudad se iban diluyendo. A veces solo te interesaba ver como se llevaban, o conocerles un poco, o ver si alguno que te llamaba la atención sobrevivía. No es que Yttria fuera precisamente de las de estar viéndoles 24/7 como en uno de aquellos realities malos que había despreciado en la Tierra.
—Totalmente. Normalmente es solo curiosidad de quiénes han traído este año, pero no veas como jode no poder ayudar. O que se te crucen y no puedas decirles demasiado —le guiñó un ojo a la cercana.

Daba igual que llevase años con Onyx en la torre, las voces de las Onyces siempre eran extrañas, como si las sombras hablasen de repente. Y siempre con aquellos comentarios que sonaban levemente (y no tan levemente) amenazantes.
—Ya te digo, no creo que romper cosas sea precisamente por lo que te busca la gente —el recordatorio de cual era el trabajo de Onyx, de todas maneras, le hizo anotarse mentalmente que debía hablar con ella en un futuro no muy lejano.

»Ay, sí, cuéntanos. Seguro que la noche de la Luna fue un subidón —se dirigió a Ulmara con interés tras la pregunta de Onyx.

Escuchar las posiciones de las dos brujas con respecto a espiar le dio verdadero alivio a la cercana. Ahora mismo tenía muy cerca la sensación de vulnerabilidad y todavía le costaba imaginarse a sí misma como una ciudadana de pleno derecho en Rocavarancolia, la Ulmara que vivió la criba todavía daba algún que otro coletazo en forma de sustos paseando por la calle o inseguridades en general. Tal vez en el futuro ella también cotillearía a los nuevos cosechados para saber cómo les iba.

—Comprensible... —dijo tras Yttria. Luego añadió—: Y sí, literal que llevaba siete meses sin cagar.

La cercana hizo amago de reírse de su propia broma, pero se le cortó al escuchar a las onyces. Inconscientemente, se le erizo el plumaje de la cabeza y la tempestomante lo devolvió a su sitio con las manos y una pizca de vergüenza. No se esperaba que las sombras hablaran, pero una vez se le pasó la impresión, todo lo que quedó era todavía más fascinación por aquellos bichos. La cercana se apuntó mentalmente lo que habían dicho sobre el oficio de la onycemante, para preguntar más tarde, y procedió a explicarles sobre la noche de la Luna.

—Buah, fue la hostia. Al principio no sabía lo que pasaba, solo que algo fuera de Sendar tiraba de mí. Eché a correr bajo la tormenta y pasé toda la noche con Qwara, dando vueltas como locas bajo la lluvia y los truenos. —Se le volvieron a erizar las plumas, pero esta vez no hizo nada por ocultarlo—. Por algún motivo nos llovieron también cristales, no sabía que podía ocurrir algo así, y acabamos refugiándonos en el fumadero. Creo que no se me va a olvidar nunca esa noche y, de momento, mantengo esto de recuerdo. —Ulmara alzó una mano y su piel comenzó a exudar una grisura intangible que dio forma a una pequeña nube sobre sus dedos. Un instante después, el nubarrón se replegó de nuevo y desapareció en su palma.

Aquella noche había sido especial y Ulmara se negaba a dejar que el pedazo de tormenta que recogió muriera fuera de su cuerpo; quería mantenerlo guardado, atesorarlo por si lo que sintió ese día no volvía a repetirse jamás.

—¿Cómo fue para vosotras? ¿Os llamaron vuestras onyces y las vibraciones de los metales? —preguntó—. ¿También se os fue la olla?

Ulmara estaba disfrutando de tener a dos brujas veteranas frente a ella.

La australiana fue rememorando su propia experiencia según Ulmara narraba la llamada y el estallido de energía que vivió durante su Luna Roja. Recordó con la justa nostalgia el susto que les dio Marsi al perder la cabeza, o la vorágine de estirges que invadió el torreón buscando a Dhelian. Y, por supuesto, la llegada de las voces, los primeros comentarios absolutamente invasivos e indeseables que le profirieron las onyces. No sintió nada doloroso al recordar a la varmana, o la muerte de Drael. Todo eso pertenecía a un pasado que ya le costaba reconocer como propio. Rememoraba los sucesos como un evento más de la ciudad, no con todo el miedo, la vulnerabilidad y el desamparo que habían sentido. No era la misma desde sus visitas a aquel circo de los horrores.
—Fue un caos, la verdad. Se nos echaron encima varios dominios, el de un brujo de estirges y el mío, las onyces, y nos atacaron. No pude sentir la llamada de la Luna hasta mucho después. Estas sombritas no dejaban de pedir que matáramos a mis amigos, y eso distrae a cualquiera. Además, estábamos heridos y había muerto otro compañero —contó, con total naturalidad, fría. Ninguna de sus sombras dijo nada—. Así que... un caos. Pero más adelante, cuando pude estar con ellas a solas, y siempre desde entonces, sentí y siento la electricidad de su cercanía. Me pasaba días con ellas pegadas al cuerpo, y si entraras a mi cuarto te perderías en la oscuridad.

En ese momento, un remolino de onyces le cubrió. Onycemante y dominio disfrutaban por partida doble las descargas de energía cuando estaban en contacto, y cuando la bruja recordaba la sensación sus sombras se crispaban, rozaban sus dientes, erizaban el pelaje quienes lo fingieran, y corrían a su encuentro. Así, primero fueron varias decenas de ellas, de diversas formas, se apresuraron a subirse a su cuerpo, su ropa, su cabeza, pero a continuación se fusionaron entre ellas y dotaron a la bruja de una película de oscuridad sobre toda su superficie, piel y tela por igual. Ni siquiera se distinguía su pelo negro azabache de la marea de sombras. Tan solo sus ojos verdes se habían salvado del apagón de color. No había ni rastro de onyces en la cocina, en cambio.
—Ahora somos uña y carne, como ves. Entiendo que guardes ese recuerdo de la tormenta. Estar junto a tu dominio, así como yo ahora, es un subidón indescriptible —dijo entonces, pero luego se rió—. Lo malo es que puedo parecer ridícula así, en el "modo monigote". Digamos que la olla se me ha ido yendo más y más desde entonces —siguió riendo.

Y aun así, le encantaba. Vibraba en presencia de sus sombras y deseaba dar rienda suelta al conjunto de su poder. Tenía muchos proyectos y planes con ellas en mente, máxime ahora que, en presencia de otras brujas y sin más anclas a sus días de cosecha, recordaba lo libre que era. Ni siquiera le quedaban amistades de aquella época, entre fallecimientos, desapariciones, mudanzas repentinas a otros mundos o desavenencias. Era libre para ser una bruja, una onycemante.

Yttria escuchó a Ulmara con interés. La primera Luna era siempre intensa, llena de sensaciones nuevas y extrañas. Y además se le sumaba la enorme tormenta que llegaba siempre, algo que para la cercana tenía que haber sido espectacular: al fin y al cabo era su dominio, y tener tanto tan cerca la primera noche…Solo hacía falta ver la pequeña nube que aún guardaba para ver lo mucho que aquella tormenta la había llamado.
La pregunta la hizo fruncir el ceño, mientras volvía a recuerdos pasados. Onyx se adelantó, hablando del caos de su Luna. «Pues menos mal que no te tocó mi año…». Sí que no tenía pinta de que ninguna Luna fuera fácil, siempre con gente retorciéndose de dolor, dominios que atacaban a sus brujos y, en general, muchísimos gritos.

—Me volví loca golpeando todos los cacharros metálicos que encontré —no es que estuviera precisamente orgullosa de aquel comportamiento, pero era lo que le había tocado, así que tampoco iba a ocultarlo —. Pero bueno, lo que más recuerdo es el terremoto gordísimo y los bichos saliendo de las grietas. Tuve que refugiarme la mayoría de la noche en la biblioteca, porque salir era un poco suicida.

Sabía que otros de sus compañeros habían salido, y luchado y sobrevivido, pero eso pensaba callárselo. Al fin y al cabo, ella había acabado desarmada en la biblioteca antes de ver la mayor parte del follón, y no iba a salir felizmente sin nada con lo que defenderse.

Por otro lado, su dominio era mucho menos vistoso que el de Onyx, o que el de la propia Ulmara, así que prefirió no añadir ningún comentario al respecto.

Ulmara escuchó a ambas brujas con atención, sus vivencias le despertaban curiosidad genuina y de alguna manera la hacían sentirse como una igual. Sabía que cualquiera de las dos podría darle una paliza, pero ahí estaban en mitad de la cocina charlando de forma distendida sobre la noche en la que se convirtieron.

—La verdad es que me quedo con la lluvia de cristales, vuestras lunas suenan aterradoras. Qué suerte tienes de que te dejen entrar en la biblioteca —rio, recordando su propia experiencia con Biblios—. Y a mí el modo monigote me mola. Parece acolchado.

Ulmara le dio un trago a la taza.

—Antes hablaste de negocio —le dijo a la onycemante—. ¿En qué trabajáis?

Daba por hecho que Yttria también trabajaba. Por suerte, los brujos no cambiaban más allá de lo que ellos quisieran, pero había algo disonante en que tantos los monstruos buscasen un puesto de trabajo después de que les aparecieran garras, colas, alas o instintos asesinos.

Definitivamente la lluvia de cristales era mucho mejor que tener que luchar en el propio torreón contra una invasión o que refugiarse de los ataques de hordas de monstruos desatados. Cada llegada de la Luna Roja podía desatar tanta magia como sufrimiento en las calles de la ciudad... y Alice prefería la calma. No siempre, pero sí por mayoría.

En cuanto la tempestomante preguntó por sus trabajos, las onyces adoptaron formas de máquinas de la Tierra que la propia bruja les había descrito. Excavadoras, hormigoneras, camiones..., todas en miniatura sobre el cuerpo de Alice, pero también herramientas de construcción sobresaliendo de sus bolsillos o levitando alrededor de su cinturón.
—En mi mundo quería haberme dedicado a lo que mis padres, a proteger y cuidar animales, pero aquí se me ocurrió que podría cuidar la ciudad. Se nos cae a pedazos desde la guerra, así que decidí aprender a construir y reformar edificios.
—Y gracias a nosotras, se ahorra la mano de obra la muy puta.
—Nunca mejor dicho, sí, aunque de eso último aún no he trabajado —bromeó la australiana, impasible ante el burdo intento de ofenderle. La onyce se limitó a resoplar—. Hace poco levanté la herrería Parabellum de Skarog, de la que estoy muy orgullosa, y también estoy pensando en reformar alguna ruina que me sirva de almacén y taller.

Qué demonios, estaba terriblemente orgullosa. Cada vez que pasaba cerca... o mejor dicho, cada vez que se desviaba para pasar por delante a propósito, se derretía por dentro de lo bien que les había quedado. Era una gozada verla funcionar y que tuviera clientela. Incluso el herrero estaba pletórico e insistía en invitarle a algo en esas ocasiones.

Y tanto que la lluvia de cristales era mejor que las otras opciones. Ya bastante caos había de normal como para sumarle encima el añadido que la ciudad traía a veces. Como que si de repente te salieran alas o cola no era bastante problema, encima tenías que luchar contra lo indecible.
Arqueó las cejas con el comentario de Ulmara respecto a la biblioteca. ¿Le habían prohibido la entrada? No conocía a nadie que no pudiera entrar, pero tampoco es que le sorprendiera sabiendo cómo era Biblios, lo mismo había sido una de sus excentricidades.

Se le escapó una sonrisita al ver a las onyces convertirse en herramientas de construcción y maquinaria varia. Eran adorables, siendo excavadoras chiquititas, o al menos todo lo adorables que podían ser las onyces con aquellos comentarios mordaces. Se tensó al oír el nombre del helión. Sus compañeros de cosecha aún le traían malos recuerdos, aún después de años sin verlos, y esperaba que su reacción no se notase demasiado

—Pues ya que sale el tema —aprovechó a comentar. Había pensado dejarlo para otro día, pero habiendo salido la conversación de manera orgánica no veía nada de malo en hablarlo —. Me gustaría que me ayudases a reformar una casa para mí, que el consejo me va a echar de aquí más pronto que tarde.

La respuesta de la onycemante le sorprendió. Sus criaturas parecían bastante destructivas (como mínimo a nivel psicológico, por las prendas que salían por sus... ¿bocas? ¿Tenían bocas? ¿Cómo huevos hablaban?) y, además, por lo bélica que parecía Rocavarancolia, arquitectura no era la primera carrera que se le venía a la mente. Asintió complacida y dirigió su mirada a Yttria a la espera de saber más de su trabajo, si es que tenía, pero en su lugar la bruja viró la conversación de forma inesperada. Ulmara sonrió ante sus palabras.

—¡Negocios! —dijo divertida. Luego repasó mentalmente lo que había dicho la bruja de la vibración del metal y le surgió una preocupación. Perdió inmediatamente la pose distendida y llevó los pies al suelo—. Espera, ¿cómo que te echan? ¿Eso puede pasar?

Y de repente entendió mejor por qué la onycemante re/construía casas.

La onycemante no se esperaba para nada que la conversación se fijara en su profesión. Le descolocó un momento, presa de cierta inseguridad, y le costó responder a Yttria.
—Ay, pues... —empezó, titubeante. ¿De verdad quería que se encargara ella? ¡Bueno, qué demonios!—. ¡Sí! ¡Claro! Podemos hablarlo largo y tendido en otro momento, sí. Perdona, creo que serías mi tercera cliente y me cuesta acostumbrarme. Yo también tengo que irme pronto, que nos echan a unas cuantas —terminó bromeando.

Después vio que Ulmara no sabía de qué hablaban y decidió aclararlo.
—Es que a ver, podemos estar aquí cinco años, a veces un poco más según el caso. Después se espera que seamos los suficientemente independientes y tengamos otro sitio para dormir. Hay también grupos que se juntan y montan una casita, o gente que vive dentro de su propio negocio. Pero aún tienes tiempo para ver qué pasa, y siempre se puede pedir ayuda a conocidos o amistades —terminó, tranquilizadora. Y para muestra, ella misma, reformando casas para que pudieran mudarse.

Sonrió cuando la bruja aceptó su idea, aunque la viera dudar. Entendía las preocupaciones, pero tenía claro que quería que fuera ella quien le ayudase con la reforma. Nadie mejor que una bruja para construir la casa de otra bruja, pues poca gente iba a comprender mejor las cosas que otros veían como excéntricas.

Ulmara no parecía tener noticias de que en algún punto les echaban, lo cual era normal cuando acababa de llegar hacía muy poco. Al menos Onyx se lo había explicado perfectamente, y esperaba que aquello le diera cierta calma a la tempestomante.
—No tienes que preocuparte hasta dentro de unos años, a no ser que quieras irte antes por cualquier cosa. Pero vamos, yo me he aprovechado del Consejo hasta las últimas, solo faltaba que después de traerte aquí engañado no fuera a aprovechar el tener todo pagado —dijo, con una sonrisa divertida.

Las explicaciones de las brujas la tranquilizaron de nuevo. Cinco años eran mucho tiempo, parecía que de sobra para poder permitirse una casa, aunque la bruja ni siquiera se había planteado la idea de trabajar. No lo había visto una necesidad hasta ahora y, aun así, tampoco le apetecía, la verdad.

—Menos mal... —dijo más relajada—. Y estoy contigo, a mí que me aguanten los cinco años, que bastantes traumas me han generado —se rio—. No subas mucho los precios cuando te hagas famosa —le pidió a la onycemante.

>>Por cierto, Yttria, ¿tú en qué trabajabas?

Ya tenía curiosidad antes, pero ahora le interesaba saber qué opciones existían para ella en Rocavarancolia.