Torre Serpentaria

Y tanto que la lluvia de cristales era mejor que las otras opciones. Ya bastante caos había de normal como para sumarle encima el añadido que la ciudad traía a veces. Como que si de repente te salieran alas o cola no era bastante problema, encima tenías que luchar contra lo indecible.
Arqueó las cejas con el comentario de Ulmara respecto a la biblioteca. ¿Le habían prohibido la entrada? No conocía a nadie que no pudiera entrar, pero tampoco es que le sorprendiera sabiendo cómo era Biblios, lo mismo había sido una de sus excentricidades.

Se le escapó una sonrisita al ver a las onyces convertirse en herramientas de construcción y maquinaria varia. Eran adorables, siendo excavadoras chiquititas, o al menos todo lo adorables que podían ser las onyces con aquellos comentarios mordaces. Se tensó al oír el nombre del helión. Sus compañeros de cosecha aún le traían malos recuerdos, aún después de años sin verlos, y esperaba que su reacción no se notase demasiado

—Pues ya que sale el tema —aprovechó a comentar. Había pensado dejarlo para otro día, pero habiendo salido la conversación de manera orgánica no veía nada de malo en hablarlo —. Me gustaría que me ayudases a reformar una casa para mí, que el consejo me va a echar de aquí más pronto que tarde.

La respuesta de la onycemante le sorprendió. Sus criaturas parecían bastante destructivas (como mínimo a nivel psicológico, por las prendas que salían por sus... ¿bocas? ¿Tenían bocas? ¿Cómo huevos hablaban?) y, además, por lo bélica que parecía Rocavarancolia, arquitectura no era la primera carrera que se le venía a la mente. Asintió complacida y dirigió su mirada a Yttria a la espera de saber más de su trabajo, si es que tenía, pero en su lugar la bruja viró la conversación de forma inesperada. Ulmara sonrió ante sus palabras.

—¡Negocios! —dijo divertida. Luego repasó mentalmente lo que había dicho la bruja de la vibración del metal y le surgió una preocupación. Perdió inmediatamente la pose distendida y llevó los pies al suelo—. Espera, ¿cómo que te echan? ¿Eso puede pasar?

Y de repente entendió mejor por qué la onycemante re/construía casas.

La onycemante no se esperaba para nada que la conversación se fijara en su profesión. Le descolocó un momento, presa de cierta inseguridad, y le costó responder a Yttria.
—Ay, pues... —empezó, titubeante. ¿De verdad quería que se encargara ella? ¡Bueno, qué demonios!—. ¡Sí! ¡Claro! Podemos hablarlo largo y tendido en otro momento, sí. Perdona, creo que serías mi tercera cliente y me cuesta acostumbrarme. Yo también tengo que irme pronto, que nos echan a unas cuantas —terminó bromeando.

Después vio que Ulmara no sabía de qué hablaban y decidió aclararlo.
—Es que a ver, podemos estar aquí cinco años, a veces un poco más según el caso. Después se espera que seamos los suficientemente independientes y tengamos otro sitio para dormir. Hay también grupos que se juntan y montan una casita, o gente que vive dentro de su propio negocio. Pero aún tienes tiempo para ver qué pasa, y siempre se puede pedir ayuda a conocidos o amistades —terminó, tranquilizadora. Y para muestra, ella misma, reformando casas para que pudieran mudarse.

Sonrió cuando la bruja aceptó su idea, aunque la viera dudar. Entendía las preocupaciones, pero tenía claro que quería que fuera ella quien le ayudase con la reforma. Nadie mejor que una bruja para construir la casa de otra bruja, pues poca gente iba a comprender mejor las cosas que otros veían como excéntricas.

Ulmara no parecía tener noticias de que en algún punto les echaban, lo cual era normal cuando acababa de llegar hacía muy poco. Al menos Onyx se lo había explicado perfectamente, y esperaba que aquello le diera cierta calma a la tempestomante.
—No tienes que preocuparte hasta dentro de unos años, a no ser que quieras irte antes por cualquier cosa. Pero vamos, yo me he aprovechado del Consejo hasta las últimas, solo faltaba que después de traerte aquí engañado no fuera a aprovechar el tener todo pagado —dijo, con una sonrisa divertida.

Las explicaciones de las brujas la tranquilizaron de nuevo. Cinco años eran mucho tiempo, parecía que de sobra para poder permitirse una casa, aunque la bruja ni siquiera se había planteado la idea de trabajar. No lo había visto una necesidad hasta ahora y, aun así, tampoco le apetecía, la verdad.

—Menos mal... —dijo más relajada—. Y estoy contigo, a mí que me aguanten los cinco años, que bastantes traumas me han generado —se rio—. No subas mucho los precios cuando te hagas famosa —le pidió a la onycemante.

>>Por cierto, Yttria, ¿tú en qué trabajabas?

Ya tenía curiosidad antes, pero ahora le interesaba saber qué opciones existían para ella en Rocavarancolia.

La australiana esperaba no haber abrumado a la chica. Tenía tiempo de sobra y siempre tendría posibilidad de apoyarse en sus amistades, ya fueran de la misma cosecha o de gente veterana, ya fuera para vivir en grupo, para darse trabajo entre ellos o apoyarse como fuera. Ella misma pensaba ayudar en lo que pudiera, y Ulmara le dio pie a poner en alto sus pensamientos.
—No, tranquila; no lo hago para enriquecerme sin más sino para arreglar un poco la ciudad. De hecho, podréis trabajar conmigo en vuestras casitas —miró a ambas— si queréis estar en el meollo, vaya. Más manos, más entretenido y menos agotador.

Y así tampoco se sentía en la obligación o sin la idiotez o inocencia de no querer ganar el dinero que debería por una tarea de semejante magnitud. Pero bueno, de todas formas, no eran dos desconocidas sino dos brujas aspirantes a ser sus amigas, así que ¡qué demonios!

Después, le tocaría responder a Ytria. La onycemante ladeó un momento la cabeza y se estrujó la memoria. ¿Lo sabía ella o no se acordaba de qué trabajaba su vecina? No se acordaba, la verdad. Y, ¿a qué podría querer dedicarse Ulmara en un futuro? Le preguntaría después si no se desviaban mucho del tema.

Asintió ante la decisión de Ulmara de aprovecharse del Consejo todo lo posible. Era la mejor decisión si no tenías prisa por independizarte e irte a una casa solo o acompañado porque la vivienda estilo residencia universitaria no te gustaba demasiado. Pero tenerlo todo pagado era cómodo y barato, y te permitía no tener que pensar demasiado en dónde plantar un nuevo hogar cuando media ciudad seguía bastante ruinosa.

—Ah, eso está bien saberlo. Te ayudaré con la mía, que siempre es entretenido tener algo que hacer — sonrió. Así además podría trabajar con su dominio, que era algo que buscaba hacer siempre que podía. Había aprendido mucho de metales con los años, y aplicar sus conocimientos a cualquier ámbito implicaba un proceso mental que le resultaba entretenido.

Por último respondería a la pregunta de Ulmara. Claro que no tenía nada espectacular que decir. La verdad es que había pensado en buscar algo más estable, pero aún tenía que buscar algo que le gustara lo suficiente: la taberna era una opción demasiado ruidosa, y no es que le hiciera falta mucho más dinero por el momento.
—Nada fijo. Comercio con cosas de distintos mundos, sobre todo metales. Pero también traigo cosas de la Tierra u otros mundos si alguien las quiere y paga por ellas; mercado no falta.
Sonrió. Generalmente a la Tierra iba a por las cosas que ella quería, pero si podía sacarse un dinero extra para todos sus caprichos no se iba a negar a aprovechar el viaje.

Ulmara se quedó satisfecha con la respuesta de Onyx.

—¡Qué altruista, huevos! —dijo con algo de sorna, para meterse con la onycemante de forma completamente benigna—. Si alguna vez hago una casa, estoy con Yttria —dijo, refiriéndose a que a ella también le encantaría participar en el proceso—. Pero solo si trabajan también las sombras que me sisearon antes —se rio y le guiñó un ojo a la amalgama de onyces. Esperaba que no la mataran luego, mientras dormía.

Por otro lado, el trabajo de Yttria resultó ser también bastante interesante. Sabía de las condiciones abusivas para viajar a la Tierra y también conocía la existencia de ciertos aparatos y comidas que jamás había podido tocar ni comer, respectivamente, pero que causaban sensación.

—Está bien saber a quién acudir cuando me apetezcan Doritos —dijo, mencionando uno de los manjares de los que le habían hablado antes—. Pero me estáis jodiendo, va a resultar que necesito trabajar al final —añadió sin un ápice de seriedad, aunque no le faltaba razón en absoluto.

La bruja se levantó con tranquilidad, limpió las migas de la mesa y llevó la taza al fregadero. No se iría inmediatamente, le gustaba la nueva compañía que había encontrado en aquellas brujas, pero tampoco quería ocupar la mesa si ya había acabado.

—Pues ya que estamos, ¿dónde me recomendaríais empezar a trabajar? Tengo localizado el granero y sé que el ejército siempre acepta gente, pero no tengo claro si quiero... No sé, ¿participar? Meterme en el ejército me hace sentir parte del problema—confesó—, no sé si me explico.

Por otro lado, Ulmara había recibido parte del entrenamiento militar cercano, estaba familiarizada con ciertas cosas que la magia tan solo facilitaba y dificultaba a la vez, pues requería de estudio concienzudo para poder realizar grandes proezas.

En el momento en que Ulmara mencionó la palabra "altruista", el coro de onyces empezó a reírse sin disimulo... pero se callaron cuando se refirió a que ellas también debían trabajar. Salieron siseando de entre sus bolsillos, los nudos de su trenza, los pliegues de la ropa... incluso de los calcetines y las botas. Tomaron formas monstruosas pero en chiquito, no más del tamaño de un conejo.
—¡No trabajamos, niña boba! ¡Destruimos a voluntad lo que deseamos! ¡A Yttria le ayudaremos si lo pide con obsequios o se lo paga en especia a Onyx!
—¡Oye! No les hagas demasiado caso —corrió a corregir para su compañera terrícola. Estaban un poco pesadas con ese tema desde lo de Marsi y que sus amistades o relaciones escasearan, y les daba la razón pero no así, tirando fichas a lo que se moviera.
—¡Déjanos que hagamos herramientas con los huesos de la boba!
—Paz, haya paz... En verdad... ni con sus huesos, órganos y esencia podría pagarnos lo que se paga en mi mundo por una casita bien hecha —les respondió, sin mirar a la cercana, fingiendo frialdad y pensárselo de veras. Incluso contaba con los dedos mientras tanto. Le venía bien el cambio de tema, no quería importunar a Yttria con tonterías de onyces... y la verdad era que la vivienda en la Tierra era un verdadero infierno. ¿Cómo podían lanzarse a firmar un préstamo para pagar en cuarenta años o más?

Las sombras miraban a una y a otra, a su bruja con sonrisas de lado a lado, esperando que les diera permiso, y a Ulmara con malicia e impaciencia. Pero un aspaviento de Onyx las mandó de vuelta a sus escondites sin un solo siseo. Acabó riéndose de forma un tanto peculiar antes de retomar la conversación. Lo cierto era que con el equipamiento adecuado sí que podría compensar los gastos con sus restos, pero no había necesidad ni de llegar a tanto ni de asustar a la chica.
—Entiendo que no quieras unirte al ejército porque yo tampoco quiero ser parte del problema de la ciudad. Demasiados horrores, demasiados obstáculos para la gente recién llegada, y ni hablemos de las cosechas... Puedes comerciar como Yttria o idear alguna forma de sacarle partido a tu dominio, quizás incluso en colaboración con algún otro establecimiento... O que te contraten para trabajos menores temporalmente quienes ya tienen algo funcionando mientras te formas y piensas qué...

Se calló de repente porque una sombra se le había escapado. Había volado directamente hacia Ulmara, apenas un soplo amorfo de oscuridad inofensivo, pero la onycemante consiguió detenerle a un palmo de la chica con una orden mental. No le había dado tiempo a tomar forma más allá de una miríada de ojillos brillantes y una boca, un mero agujero, sin labios ni dientes.
—¡Puedes intentar robarnos también, ya verás qué bien te sale!
—También es una opción, por supuesto... —rió la bruja. Fingió el gesto de coger a la sombra por la cola y tirar de ella hasta devolverla a su guarida de tela mientras esta seguía farfullando. Era innecesario, pero le salió de dentro.

Parpadeó lentamente cuando las ónyces aseguraron que ayudarían si le pagaba en especia a dama Onyx, cómo si estuviera tratando de entender aquello. No estaba acostumbrada a que le fueran con segundas, y mucho menos un montón de sombras. Por suerte la bruja no tardó en asegurarle que no debía de hacerles caso, e Yttria asintió. No iba a culpar a la onycemante de que su dominio no se comportara del todo, al fin y al cabo los dominios vivos (¿las onyces contaban como algo vivo?) no se estaban calladitos como sus vibraciones o las tormentas de Ulmara.

Asintió a esta última cuando esta le mencionó los Doritos. Sabía que con humanos en las cribas los cosechados de otros mundos acababan conociendo muchas cosas humanas, pero que precisamente hubieran hablado de ese tipo de comida terrestre le resultaba casi gracioso. La única lástima era que el portal sólo se abría unos pocos días al año, y poder conseguir aquellas cosas era algo limitado. La pregunta de la nueva era algo a lo que Yttria hubiera agradecido tener respuesta cuando se transformó. Muchas oportunidades de trabajo habían salido después, y la ciudad había estado cada vez más viva, pero se había sentido muy perdida al principio, aunque se engañaba si decía que había querido trabajar desde el principio.

—Yo también evité el ejército —no lo veía como un problema, o no tanto como las otras dos, pero eso de las pruebas físicas le echaba más para atrás —. Pero si no quieres complicarte la vida hay sitios en el mercado donde pagan bien por materiales de otros mundos, y como dice Onyx hacer algo con tu dominio siempre está ahí…
No sabía cómo de posible le sería hacer algo con su dominio tan temprano, porque en Rocavarancolia las tormentas brillaban por su ausencia la mayor parte del año, pero esperaba que encontrase alguna en otros mundos. Soltó un bufido de risa con la sugerencia de la onyce, y es que buscar tesoros o robar en la propia ciudad no era algo tan descabellado… si sabías cuidarte de todo tipo de protecciones.
—Algunos negocios ponen anuncios en los refugios cuando buscan empleados, si esperas un poco fijo que aparece alguno que te pueda interesar.
¿Qué prisa había? No era como si necesitase dinero ahora mismo, podía esperar unos meses a empezar a trabajar.

Le dio un último sorbo a su taza, apurando el té, y luego la limpió con un hechizo antes de devolverla a su sitio. No pensaba estar mucho más allí, pero la conversación había estado muy bien.

Ulmara trató de ocultarlo, pero la realidad es que los comentarios de las sombras lograron intimidarla. Tuvo que racionalizar el hecho de que Onyx era una bruja y que las sombras no le harían nada si ella no quería, pero lo cierto es que no conocía tanto a la onycemante, ni entendía del todo qué eran las ónyces. ¿Y si hablaban lo que la bruja pensaba en el fondo? Retiró aquel pensamiento de su mente y trató de continuar con la conversación. Si su presentimiento fuera cierto, Yttria no estaría tan tranquila, ¿no?

—Me alegra saber que no estoy sola en eso y... ¡Huevos! —exclamó cuando la sombra se abalanzó sobre ella. Inconscientemente, la bruja exudó un nubarrón gris y lo reabsorbió al instante—. Perdón —dijo, con cierta vergüenza. Había perdido el hilo de la conversación y tardó unos segundos incómodos en retomarla—. Es... Estaré pendiente de lo que decís. Si no, tal vez me haga pirata —bromeó, aunque la broma no era broma del todo. Ser pirata no la llamaba, los barcos sí. Lo que también la llamaba a veces, además, era un instinto voraz de hundir los barcos piratas de Islasanta. Sin embargo, nadie le pagaría por ello.

La bruja trató de sacudirse la inseguridad repentina que sentía tras el susto y recogió fingiendo tranquilidad antes de abandonar la cocina. A pesar de todo, se despediría de las brujas con un adiós enérgico y ganas de volver a conversar con ellas.

Hacerse pirata... Aún estaba en los planes de adolescente de la bruja. Había crecido cubierta de novelas y cómics de fantasía, exploradores y piratas, tanto marinos como espaciales. No pudo evitar que sus ensoñaciones se filtraran a sus sombras y estas, lentamente, empezaron a dar forma a naves espaciales con banderas de calaveras así como galeones del tamaño de sus cabezas surcando los cielos. Tanto las olas como las nubes eran manchas de oscuridad que se desprendían sinuosamente de entre los nudos de sus trenzas. Ese movimiento y estas imágenes carecían de la violencia intrínseca a las onyces y en su lugar evocaban mucha calma. Tanta como Alice sentía al recordar sus aventuras con su tripulación de cocodrilos espaciales o de dingos hechiceros. Podrían verla con los ojos cerrados y cabeceando al ritmo de las olas. O quizás estas seguían a la australiana.

La bruja no se dio cuenta hasta más tarde de que se había quedado en su Babia particular. Abrió los ojos y sonrió al ver las figuras que le rondaban.
—Se me ha ido la cabeza, no? Mira que son bonitas mis onyces cuando quieren... —iba a seguir hablando pero se le escapó un bostezo y se rió—Uy. Creo que mejor me voy retirando. Ha estado geniaaal este ratito. Si te haces pirata, ¡avísanos! Y ya hablamos de tu casa, Yttria. ¡Que tengáis muy buen día, bonitas! —se despidió finalmente. Dio un bote en la silla y salió.

Cuando se fue, seguía con sus sombras piratas danzando a su alrededor.

Nadie dijo que superar la criba pusiera a los recién llegados en la línea de meta, pero lo cierto es que Fleur no imaginaba que tras acabar la carrera más mortal de su vida tuviera que continuar escalando una montaña interminable y compleja de conocimientos. Más aún si se le sumaba el hecho de que sus compañeros continuaban muriendo y creando una tasa de mortalidad que más le valía no calcular.

Las cosas se ponían feas una y otra vez. Tenía que estudiar y perfeccionar los aspectos más sutiles de su transformación, debía descubrir a dónde le llevaba su relación con Maila y además aceptar que no era la misma persona que hacía unos meses. Probablemente y contra todo pronóstico aquel era el hecho más difícil de asumir. Porque a pesar de todo Fleur tenía la sensación de que a ella la vida le estaba dando un respiro, un remanso de paz donde poder ahuecar el ala y mirar al cielo con la seguridad de quien algún día podrá gobernarlo y surcas sus vientos.

Se sentía culpable. Mientras algunos lloraban las pérdidas ella se permitía pasear con Kahlo por el mercado. Mientras sus amigos se sumían en una soledad programada ella se sentía afortunada por doblegar la realidad con un chasquido de dedos. Y es que deseaba seguir adelante e ignorar la tristeza que aunque pesaba... ya no era suficiente para frenar sus envites.

De modo que llamó a la puerta con un toque de nudillos breve, el mismo que se haría por piedad de no interrumpir una siesta.

—¿Adam? Emm... ¿Tienes el rato libre? —el ruso le preocupaba, que poseyera el aplomo para remar contras las circunstancias desastrosas que envolvían al grupo no la hacía indiferente al estado del pegaso. La siwani había pasado demasiado tiempo de su vida ocultando sus emociones como para no identificar cuando alguien pasaba un mal trago—. He pensado que podríamos almorzar juntos... si te apetece —murmuró, apartando con el dorso de la mano uno de los libros de mentalismo que flotaban a su alrededor. Normalmente esa era la imagen que solía dar en aquellos días, siempre inmiscuida en magia y progresos. El aspecto de erudita no la hacía avanzar en absoluto, no obstante. Mucho temía que si no encontraba a un experto en las materias que le interesaba no cumpliría con los objetivos semanales que ella misma se planteaba como método de estudio—. En realidad me vale con que me dejes pasar y verte un rato... —se sinceró, con un deje suave en la voz.

Se quedó esperando a escuchar ruido al otro lado del umbral al tiempo que aprovechaba para acomodarse el chal azul marino que llevaba sobre los hombros. Los vaqueros y su blusa blanca le daban un aspecto más formal del que se esperaría para un encuentro cotidiano. Pero es que tenía pensado visitar a Vesalio al caer la tarde y no podía presentarse con cualquier cosa.

La tapa suave y lisa de un libro cerrado estaba entre las manos de Adam, un libro que no llegó a terminar. Su mirada verde, invadida por un venenoso dolor, ahondaba en la portada y en como ni siquiera podía hacer el esfuerzo de leer un mísero libro. Después de haber hecho el intento de salir, hacer cosas como antes para quitar de su cabeza aquel duelo… ¿Por qué aun se sentía como una mierda?

Se encontraba tendido en su cama, con la ropa de siempre puesta pero no de muy buena manera. Hacía ese esfuerzo de vestirse y todo pero no le llegaban ganas para salir a dar una vuelta siquiera. Se sentía anclado a la tierra, sus fuerzas eran escasas como para ponerse a hacer algo productivo y eso lo dañaba aun más. Si al menos pudiese mejorar en algo, en magia aunque sea, pero no hacía otra cosa que comer techo y resguardarse en su habitación. Sus horarios de sueño daban mucho que desear y tampoco es que estuviese por la labor de comer demasiado.

Aun echaba de menos a su amigo.

Ese bucle interno lo rompió un toque a su puerta, de hecho le sorprendió que fuese Fleur y dejó el libro a un lado de la cama sin hacer. Bajó la mirada cuando escuchó lo que ella tenía pensado, pensativo. ¿Estaría bien salir a tomar algo? Encogió la cara, hasta para eso ni siquiera estaba seguro.

—Dame… Dame un segundo —se aclaró la voz ronca, normal habiendo estado en mutis cerca de un día entero. Se estiró la ropa como pudo y abrió la puerta cuando ella dijo que quería verlo, valorando mucho ese gesto—. Buenas Fleur. ¿Qué tal... Qué tal todo? —inició con aquella pregunta a la visitante, una pregunta que hizo con un visible esfuerzo emocional.

En contraste al aspecto cuidado de Fleur, Adam podría decirse que era un desastre. Su pelo estaba despeinado y su mandíbula se encontraba adornada con el inicio de una barba descuidada. Su mirada era pesada y algo ojerosa pero todo aquello no le impidió sacar una sonrisa cordial y educada a la francesa que rebosaba intelecto con aquellos libros a su alrededor.

La voz ronca del ruso al otro lado de la puerta le generaron ciertos nervios que hicieron aquellos segundos eternos. Cuando por fin se giró el pomo la situación no mejoró, Adam estaba hecho un desastre. Su cabello revuelto, la oscuridad de la barba desaliñada, y lo que más le preocupó, sus ojos verdes siempre vivos desprendían un matiz apagado. La sonrisa educada que le dedicó no engañó a nadie.

Fleur permaneció un instante paralizada como una tonta y sin saber qué hacer. Después simplemente ignoró la pregunta y se lanzó a abrazarle con fuerza en un impulso imprudente. Sus brazos delgados a penas rodeaban todo el contorno del pegaso pero apretaron con delicadeza allá en su generosa espalda. Las palabras sonaron amortiguadas en el pecho del chico.

—¿Qué tal tu?... —se retiró con lentitud, ofreciendo una caricia de afecto en su antebrazo al recuperar las distancias. No se podía imaginar lo que debía estar sintiendo. Bueno, en realidad sí, porque ellos perdieron a Iemai. Y ahora quien se marchaba para siempre era Kolja. Aunque no conocía demasiado al surtur sabía de buena mano que su relación con el ruso superaba la línea de mentor y alumno, eran buenos amigos—. Adam, siento lo del otro día en el mercado. Necesito empezar por esto, fue una situación extraña y puse cualquier excusa para marcharme cuanto antes... —ojalá pudieran explicarle con claridad lo ocurrido porque en el fondo no se sentía demasiado culpable por tomar una decisión inteligente. Y sin embargo, su boca se movía sola antes que su cerebro. Puede que acercándose de esta forma a él consiguiera que expresara sus sentimientos—. Pero la verdad es que no he venido a hablarte de esto, quiero saber... cómo te encuentras.

Los ojos celestes como un glacial de la siwani se clavaron en los suyos sin ningún tipo de influencia. Los libros continuaban flotando a su alrededor, ahora molestando un poco su visión así que con un giro de muñeca los apiló sobre sus manos unos encima de otros.

—Estuve encerrada en un convento durante meses y... bueno... —alzó la barbilla en dirección a su cuarto con cautela, quizá se metía dónde no le llamaban—. Cuatro paredes pueden parecérsele mucho si te acostumbras.

No era su mejor momento, ni de lejos. Incluso en su interior una parte de el quería huir, entrar de nuevo en su segura soledad y no salir. Pero era difícil para él a sabiendas de que Fleur estaba ahí, enfrente suya, haciendo el favor de hablar con él y, a la hora de elegir, prefería ser cortés y tener una charla con ella antes de dar la imagen de alguien que deja de lado a otros por mucho que le doliese y fuese en contra de sus deseos.

Sin embargo ese dolor, esa raja en el pecho producto de estar donde no quería, se fue cerrando y calmando con el repentino abrazo de la francesa. Era un curioso paralelismo el hecho de que por un lado cerraban heridas pero por otro, rompía la dura cáscara de Adam quien, con un completo humedal en sus esmeraldas, agachó la cabeza y la rodeó con gentileza con sus brazos. Un suspiro nasal entrecortado delató al ya blando pegaso, frotando su cara para no hacer incómoda la situación.

—Tirando. Vendrán mejores días, supongo… —confesó por encima, disimulando como quien aprieta sus ojos por fatiga mental para quitar el resto del rocío. Lo que no se espero, de hecho, fue la disculpa que vino así de golpe. En el fondo eso curó algunos temas que le comían el tarro pero su modestia ganó esa batalla, negando con un poco de apuro levantando sus manos un poco en negación—. No, de verdad. Aquello… fue un momento muy escabroso y si te soy sincero yo me marché justo después Fleur —recalcó con la intención de restar importancia al asunto—. Y comprendo por qué te quisiste ir así —la miró comprensivo, aquel berenjenal era de las cosas más incómodas que vivió.

La siguiente pregunta también amenazó con romper del todo su armadura sentimental, bajando la mirada en cuanto Fleur lo miró con esos ojos azules tan penetrantes. Otra sonrisa discreta se reflejó en el ruso. Las palabras de la francesa, la preocupación de ella, el intento de subsanar un malentendido… Esas cosas hacían que Adam la apreciase de verdad, como una buena amiga que estaría con él a pesar de todo.

Sin embargo, Fleur alzó el rostro y si ella se fijara en el interior, aparte de lo desastrosa que era la habitación, vería al pobre mueble que antaño, vivo, se encontraba hecho un montón de tablas rotas.

—Ya… Supongo que tienes razón —intentó esquivar el hecho de que su habitación no era la cosa más presentable del mundo ni de lejos, aparte era una vergüenza mostrar las consecuencias de un arrebato de ira. Apoyó su cuerpo en el lateral del marco de la puerta, haciendo un muro poco discreto—. Si quieres podemos seguir hablando abajo mientras almorzamos. Es que… la habitación da miedo verla —para qué callarse nada, al final lo admitió con la cabeza gacha y con un tinte de gracia en su cara por lo patético que a él le sonó decir eso—. ¿Bajamos?

Esperando a que ella diese la afirmativa, Adam se abrochó los botones de arriba de la camisa para ir al menos un poquito decente y por el camino se peinó un poco con las manos. En la cocina, Adam no se complicó mucho y pilló lo justo para hacerse un sandwich de jamón y queso, sin calentar y sin mantequilla porque el horno no estaba para bollos o, mas bien, para sandwiches. Agarró un melocotón y se fue con todo en un plato a la mesa. Una vez estaban los dos, empezaría a hablar.

—Sobre lo que me preguntaste, veras… Ehh... No sé si estoy llevando muy bien lo que le pasó a todos —se le ponían los pelos de punta con tan solo mencionarlo, sacar el tema no era sencillo para el pegaso—. Sé que no soy el único que está con el duelo por todos pero… Dios, aún echo a... a Kolja mucho, muchísimo de menos. Recuerdo cuando entrenábamos juntos y hablábamos sobre nosotros o sobre el resto, nos meábamos de risa con cualquier cosa y, joder, me caía genial, como un colega de toda la vida y, la verdad, lo admiraba mucho. Yo sentía que él quería llevar a todo el grupo adelante en el torreón, era bruto con algunas cosas pero era una persona buena al fin y al cabo —le dio un bocado al seco bocata, volteando la cara a un lado luego de traer esos recuerdos para luego mirar a Fleur, aún tenía los ojos algo rojos y bastante apagados—. Ah, y... también siento mucho lo de Iemai por vuestra parte, todo eso fue una…  Dios... —cortó sus palabras a tiempo antes de jugársela a quebrarse de nuevo ahí en medio. Tragó saliva, temía ser un lastre para la conversación que tenía con Fleur y no quería ser tan débil con todo aquello. Cohibir eso, sin embargo, generaba un doloroso efecto contrario.

»Y tú, Fleur… ¿Como estás? ¿Algo que contar por tu parte? —devolvió la pregunta al acabar sus palabras, en un intento de suavizar la conversación por no sonar tan lúgubre y en su mirada había tintes de culpabilidad por ello.

"Tirando".

Esa fue la respuesta que dio el ruso, una pobre y vacía. La más genérica del mundo. Fleur se separó del abrazo delicado que acababan de compartir y examinó su rostro con las cejas alzadas de preocupación. Parecía que quisiera disimular delante de ella sus verdaderos sentimientos o al menos reducirlos a la mitad y ahogarlos. No podía juzgarle. Ni tampoco deseaba presionarle así que accedió con un asentimiento de cabeza leve a bajar para almorzar juntos.

—Claro, no te preocupes —el destino quiso que no se fijara en el armario destrozado que quedaba justo detrás de la gran espalda de Adam pero no era tonta, sabía que una vez desenredados un poco los temas más absurdos como el del mercado ya no tenían nada más que hacer allí.

Una vez en la cocina la francesa se preparó un bocadillo simple acompañado de crema de cacahuete. Se sentó justo en frente del chico apoyando una jarra de zumo y otra de agua en la mesa mediante magia. Luego le escuchó con atención.

—Sé que no sirve de mucho pero... lo lamento, Adam... —le entendía muy bien. Los ojos rojos de su amigo y la manera en que volteó la cara provocaron que empatizara con él sintiendo una punzada de pena. Los propios ojos de la siwani se humedecieron como por acto reflejo, más logró aguantar el tipo—. No tuve la oportunidad de conocerle pero... parecía buena persona. Creo que nadie merece desaparecer así, ni siquiera los que carecen de respeto... —sus palabras dejaban claro que se le venía una persona en especial a la mente—. Nery´s... era complicado. Irrespetuoso y egocéntrico... —no se sentía mal al hablar así de un muerto, pero tampoco sentía resentimiento hacia él, solo se alegraba de haberse distanciado lo suficiente de su persona como para no haber sufrido su muerte como el pegaso lo hacía con el surtur—. Pero a veces me pregunto qué habría sido de él... por masoquista que sea preguntarme eso cuando... bueno... —lo dejó en el aire. No deseaba mantener una amistad con el ángel. Pero ahora es que ni siquiera podría darle los buenos días. Ni a Sarah. Y como bien decía Adam... tampoco a Iemai.

Al contrario de lo que pensaba Adam el nombre de la cercana dejaba de tener la misma repercusión que antes. En aquella ciudad era así y eso que no había pasado demasiado tiempo de su muerte. Sin embargo los meses en Rocavarancolia eran eternos y ya casi se olvidaba de sentir su pérdida cuando mantenerse viva era el pensamiento que más la acosaba por las noches.

—Iemai hizo lo que pudo para sobrevivir... —desvió la mirada a su bocadillo, percatándose de que todavía no había probado bocado. No sabía qué decir al respecto sobre ella ni cómo acompañar a Adam en su luto. ¿Expresar que los caídos descansaban en un lugar mejor era lo adecuado? ¿Lo era cuando ya no estaba tan segura de que les esperara un cielo allá arriba?—. No sé si todos mis compañeros opinan igual pero... yo habría hecho lo mismo que ella de estar en su situación. Quizás antes no pero... desde luego que ahora sí. Solo quiero creer que el fondo sí que fuimos un poco amigas. Aunque supongo que... ya no tiene importancia.

La última pregunta del chico si le pilló por sorpresa. Fleur balbuceó unos instantes sin esperarse el cambio de tema, las mejillas se tiñeron de rojo por el súbito foco de atención.

—Yo... la verdad es que me siento un poco culpable pero me va bien —se sinceró, tamborileando la mesa con los dedos—. Parece que he arreglado las cosas con Maila —aquello sonó con absoluto alivio—. Y ya no me transformo espontáneamente en cisne tantas veces como antes así que... bien. Creo que nos vendría genial un poco de calma... ¿Verdad? —esbozó una sonrisa triste y su mano se posó en el antebrazo del ruso con brevedad—. Por cierto... ¿Quieres un poco de zumo? No sé si te gusta la naranja pero este está rico y parece natural.

Cielos, como agradecía la trivialidad en esos momentos con alguien de confianza.