Primer sueño de Rägjynn

Entrecerró los ojos tratando de ajustarse a la súbita oscuridad, pero enseguida escuchó unos pasos familiares que sin duda pertenecían a Connor.
—¡Hay que detenerlos! —el texano ya parecía haber escuchado la refriega fuera, y aunque le llamó la atención que lo expresase con un “ya están otra vez”, no había tiempo para preguntar a qué se refería—. Se van a hacer mucho daño y no me hacen caso…

El alivio por haberse topado con el humano se desvanecería muy rápido, más que los apresurados pasos con los que le había seguido al exterior. El grito en sí solo le hizo encogerse un poco: ya se estaba acostumbrando a las formas bruscas del motero y sabía que era su forma de expresarse, pero la situación enseguida continuó torciéndose para peor.

Rägjynn no daba crédito a lo que estaba viendo, y permaneció un segundo paralizado con los ojos muy abiertos, horrorizado ante lo que estaba ocurriendo. Que los apartase de aquella forma ya no le había gustado, pero podría ser necesario si no atendían a razones. No obstante, cuando acudió en busca de la ayuda de Connor ni se le hubiera pasado por la cabeza que…
—¡Connor, se están ahogando! ¡Suéltalos, por favor! —le imploró acercándose una vez fue capaz de recuperar el control de su cuerpo.
El humano ya había alzado de forma amenazante a Damian el primer día, a lo mejor no… no se estaba dando cuenta de la fuerza que estaba haciendo. Le estaba costando procesar aquella escena.

Se llevó las manos a los ojos sin entender qué estaba pasando. ¿Se estaba mareando por la situación? Pero, de pronto, su visión era roja… ¿Estaba…? No… ¿No? Intentó gritar el nombre de Connor de nuevo, porque no veía qué ocurría. No sabía si le había hecho caso, no le había oído responderle nada…

La voz que oyó fue la suya. Un grito desesperado. Dolía como si le estuviesen clavando una aguja. No, muchas agujas. Agujas gélidas que se clavaban en su cabeza desde todas partes. El mjörní no entendía que estaba pasando, su mundo se volvió sufrimiento puro. El calor de la sangre casi pasó desapercibido, aunque en el fondo sabía lo que estaba pasando, a pesar de que nunca había ocurrido de aquella forma.

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Boquea con dificultad. Durante unos instantes que parecen largos minutos solo intenta ubicarse y, más importante, no ahogarse, mareado y confuso. Hay algo a su espalda, aunque parece pequeño. ¿Un muro…? Ah, ¿el pozo? ¿Y qué es lo que nota entre sus manos?

Cuando su visión comienza a recuperar la capacidad de enfocar eso es lo primero que ve: la cuerda. No comprende hasta varios segundos después de qué es lo que está sujetando. ¿Por qué tiene la cuerda del pozo? ¿Cuándo la cogió y para qué? Está empapado. ¿Es que se le cayó agua de un caldero… o casi se cae dentro del pozo…? Rägjynn no entiende nada en absoluto. Pero de pronto le asaltan las imágenes de lo último que recuerda y trata de incorporarse de golpe, mareándose en el proceso.

La sangre… la nota. Y la ve, finalmente. En sus manos, pero no solo ahí. Vuelve a caer al suelo al ver lo que reconoce como la figura de Connor tirada en el suelo. Quiere gritar y no puede. Quiere apartar la vista de...

Arcadas. ¿Cómo…? Más sangre. Y al lado de las insidiosas manchas rojas lo que más temía ver después de que el recibimiento de su despertar fuese el cadáver del texano, y en aquel estado.

—No… —murmura, primero—. No, no, no, no, no, NO, ¡NO!
Vuelve a no enfocar, aunque en esa ocasión son las lágrimas las culpables. Se acerca tambaleante al cadáver de Aniol, después al de Damian. Sabe que están muertos: nadie sobreviviría en las condiciones en las que están. Al igual que Connor.

Vuelve a caer, resbalando en la sangre que emana del cuello del italiano. Sigue negando con la cabeza y con la voz, en una suerte de mantra que pretende alejar de él la realidad. La misma que le golpea con fuerza mientras se agita en el suelo, incapaz de levantarse e incapaz de hacer nada que no sea repetir dicho mantra. Se arrastra, llorando con más intensidad cada vez mientras grita.

Solo grita. Sus peores temores se habían hecho realidad. Nunca nadie debió confiar en él jamás.

Al escuchar los pasos de sus compañeros, Räg entra todavía más en pánico e intenta arrastrarse con mayor rapidez. No sabe siquiera hacia donde está intentando ir, solo quiere alejarse de allí… Pero es inútil: su cuerpo apenas le responde. Los gritos de sus compañeros no ensordecen sus oídos porque estos ya no funcionan como deben. La realidad se desdibuja a su alrededor hasta parecer un extraño bosquejo en movimiento que solo representa de forma burda y oculta tras un filtro carmesí lo que es.

La mano de Airi parece una losa pesada que amenaza con aplastarle bajo el peso de la culpabilidad, el mismo que cree que se llevará a su amigue si no se aleja de él de inmediato. Elle no sabe… No sabe que está en peligro. Quiere advertirle. A le sanaí y a todos los que reconoce sus voces, aunque apenas el significado de sus palabras. Excepto una.

La acusación de Nohlem es nítida y certera. Es lo único que tiene sentido en la cabeza del mjörní en aquel instante, a fin de cuentas. No necesita verlo para saber que está asqueado de él. Y tiene razón.

—Yo… No sé lo que ocurrió —comenzó a responder con un notable temblor en su voz y cuerpo—. Pero no había nadie… más. Connor, él… Los niños estaban… Los estaba ahogando e intenté hacer que parara, pero… No tengo recuerdos después de eso —. Su inconexa historia la acompañaba de un involuntario balanceo de la mitad superior de su cuerpo, y tenía la mirada fija en el pozo, lugar donde había despertado tras haber perdido el conocimiento—. Pero tuve… tuve que ser yo —sentenció finalmente con la voz quebrada—. ¡El Culto tenía razón! — reaccionó finalmente alejándose de Airi en un movimiento brusco con el que trató de levantarse.

Su intento se quedó a medias, estaba mareado y tenía la visión empañada por puntos negros entre el rojo.
—Tengo que alejarme… Tengo que…

No sabía en qué dirección tenía que ir. Ni estaba pensando en que para salir del torreón iba a necesitar usar el mecanismo del puente o levitar. Solo sabía que tenía que alejarse de los demás cuanto antes.

Aunque quería responder a la pregunta de Rick, no hubiese podido incluso si no le hubiesen interrumpido las opiniones del resto. Le costaba dar voz a pensamientos coherentes. O todo lo que se podía considerar como uno en aquel momento.

Lo que no llegó a decir Ethan en voz alta fue mucho más significativo que lo que sí dijo, y Rägjynn no sabía cómo sentirse al respecto. Tenía razón, por supuesto que la tenía. Era lo más probable. Alguien debería haberse enterado si hubiese entrado alguien o algo desde fuera.
Las palabras tajantes de Nohlem modificaron por completo dicha probabilidad, convirtiéndola en una realidad. Era peligroso. Y lo sabía.

Eso no impedía que tuviese miedo. Miedo a causar más daño, pero también miedo por sí mismo. Y una parte de él sentía que aquello estaba mal. No debería tener miedo a nada de lo que le pasase. Fue consciente por primera vez en ese momento del arco del varmano apuntándolo. No debería temer que le disparase, pues los que sí debían tener miedo eran ellos y Nohlem solo quería protegerlos. Y a pesar de ello, le estaba ofreciendo dejarle con vida a cambio de alejarse de ellos… Era lo justo.

La voz quebrada de Airi le volvió a paralizar en el sitio. Aunque no debía, le sanaí estaba preocupade por su bienestar. Le vio acercarse y quiso alejarse de elle de nuevo, pero no pudo en esa ocasión. Estaba paralizado y no sabía qué debía hacer.

Algo gritaba en su interior que se moviese y saliese corriendo tal y como le había ordenado Nohlem. Otra parte, una más inconsciente y que empezó a actuar por su cuenta estaba empezando a seguir a le sanaí.

—Yo… Tal vez… Yo… —tragó saliva con dificultad—. Si puedo quedarme en una celda no voy a tratar salir de ella. A lo mejor aún puedo… seros útil de alguna forma. Puedo… puedo seguir creando runas para vosotros y traspasaros mi energía mágica. No va a cambiar lo que… —tuvo que evitar mirar hacia los cadáveres a su alrededor, pues cualquier intento de seguir hablando probablemente iba a verse interrumpido en el instante en el que lo hiciera— ocurrió, pero yo… No lo sé. Tal vez sea pediros demasiado. Puedo… Puedo irme ahora mismo.

La posibilidad del encierro le hizo pensar inmediatamente en la Isla de los Sanguinarios. Se aferró a que lo que planteaba Airi se parecía más a lo que le hubiese sucedido en su mundo de origen de haberse descubierto como sanguinario. Aunque no quería pensar en qué ocurriría en aquellas circunstancias concretas, las cuales no se habían dado nunca.

En su interior había albergado la esperanza de que aceptasen su propuesta y por ello, aunque creía que era más que razonable por su parte, la sentencia del varmano cayó pesada sobre él. Empezaba a hiperventilar de nuevo viendo como Airi trataba de defenderle y como ello amenazaba con meterle en un problema con el resto.

Quiso decirle muchas cosas. Que estaba muy agradecido, que apreciaba que intentase avocar por él; pero que si la mayoría estaba de acuerdo se iría y… No pudo ni siquiera en pensar en abrir la boca, al menos no para emitir palabras coherentes. Estaba sucediendo de nuevo. Probablemente gritó. Tal vez negó varias veces, o quizás pidió ayuda. No podía pensar en nada más que en la sensación que acompañaba a una certeza. No sabía cómo, no sabía qué iba a suceder a continuación; a lo mejor incluso pidió que le disparasen. Pero sabía que de un modo u otro nada iba a terminar bien.

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Madera y metal. Esas son las primeras sensaciones del sanguinario cuando empieza a volver en sí. El rugoso tacto de la madera sabe a hierro y huele a óxido. Los sentidos se entremezclan mientras empieza a enfocar de nuevo su visión. El filtro rojo que lo empaña todo no le impide reconocer no solo el arma que tiene entre las manos, si no el cuerpo que yace cerca de él.

—No puede ser, no puede ser… —murmura de forma creciente, negando frenéticamente con la cabeza y resbalando entre el mar de sangre al intentar ponerse en pie.

No podía ser, aquello no podía estar pasando. La horrorizada expresión con la que había muerto Airi es un reflejo de la suya propia en ese instante. El mjörní quiere gritar con fuerza, pero su voz solo continúa la letanía.
—No puede ser, no puedeser, nopuede ser, nopuedeser...

Tras el velo rojo capta la flecha sobresaliendo de otro cadáver. Lo reconoce como Rick, pero su mente todavía no había sido capaz de asimilar la expresión de Airi como para analizar nada más que eso. De inmediato también descubre los cuellos cortados de Ethan y Nohlem. No sabe por qué se encuentran en aquella posición. No razona por qué tienen cortes en el cuello cuando él tiene un arco en las manos. Ni tampoco cómo había podido arrebatárselo a su anterior dueño, quien corresponde a uno de los dos cadáveres cuya vida se esfumó por la sangre que mana de su cuello. Nada tiene sentido, pero Rägjynn solo puede encontrar uno.

—¡NO PUEDE SER! —grita finalmente, levantándose y llevándose las manos a la cabeza.
No tiene capacidad para pensar en que todavía puede haber gente con vida en el torreón y se dirige al pozo, resbalando en la sangre que pertenece a todos. Sobre todo, le pertenece a él. Actúa por inercia, buscando agua.

Agua, agua, agua, agua, aguaaguaaguaaguaag… Necesita un líquido no teñido por el rojo para deshacerse de él. No sabe qué hará después de eso, ni siquiera se lo plantea. Solo busca agua desesperadamente.

Las escamas más débiles de las palmas de sus manos no le protegen de la fricción de la cuerda del pozo, sobre todo debido a la desesperación con la que se aferra a ella para que suba más rápido, cosa que no sucede. El tiempo que transcurre hasta el que el cubo emerge parece eterno, y Rägjynn no para de resollar y exhalar con fuerza mientras tanto, todavía con los pensamientos fijados en el único objetivo de conseguir agua.

En un principio no es capaz de notar que el agua también está teñida de sangre, su visión cubierta por el color rojo; pero el destello de lo que hay dentro del cubo le hace darse cuenta de que ni siquiera algo tan mundano como intentar sacar agua del pozo puede ocurrir con normalidad en aquel fatídico día. Con el cubo ya en sus manos y pudiendo ver más claramente su contenido… El mjörní lo suelta con un grito, haciendo que el agua ensangrentada se derrame a su alrededor y parcialmente sobre él. El cuchillo cae ante sus pies, el sonido metálico de su filo repiqueteando contra el suelo repetidas veces inundando sus oídos mientras su vista intenta procesar lo que está viendo.

No es capaz. No como para hacer la conexión de lo que significa. Pero eso no importa en ese instante. Solo le antoja como una nueva señal de que absolutamente todo está mal. El agua ya estaba contaminada, nota finalmente. No hay forma de escapar de la sangre ni de la violencia. Ese es su destino como sanguinario.

Incapaz de hacer otra cosa, se dobla sobre el suelo del patio y se sujeta la cabeza mientras tiembla y llora. El cuchillo que acaba de ver aparece en su mente con claridad. Tal vez debería hacer algo al respecto antes de que cause más daño.

Tal vez… no debería seguir con vida.

Aparta un brazo sin dejar de temblar para mirar en dirección al objeto filoso que ocupa sus pensamientos y su cuerpo empieza moverse en su dirección muy lentamente, con gestos torpes y casi arrastrándose. No ve más que borrones rojos ante sus ojos anegados en lágrimas.