Casa Gamides

Wen había tenido tantas ganas de salir que ni siquiera se había dado cuenta de que Nasher se había quedado atrás. La morena mantuvo abierta la puerta hasta que el lagarto apareció y, cuando fue a emprender el camino, se dio cuenta de que Kestel todavía no había cruzado el umbral. “Adora a las mujeres, no me extraña que no quiera salir.”

- Vamos, Kestel. - le insistió, pero a pesar de que ya era una chica de nuevo, él no hizo caso.- Ya sé que ser chica es mejor que ser chico, pero no puedes quedarte eternamente ahí dentro. - intentó convencerle, pero el libense no pareció por la labor.

Entre Nasher y Wen intentaron convencer al albino con todo tipo de argumentos, pero ni se movió ni habló. Wen, con hambre y harta de esperar, entró de nuevo a la casa, cogió al niño como si de un saco de patatas se tratara y, con los gritos del pequeño de fondo, salió de la casa rumbo al torreón.


Sigue en la Cicatriz de Arax.

El único lugar seguro que conocía, el único sitio donde sabía que le dejarían tranquilo. << Y si no, que prueben a encontrarme...>> Entro por la puerta que tuvo más cerca y se topó de lleno con una reja, y otra, y otra... Ninguna estaba cerrada con llaves, por lo que se limitó a abrirlas, una tras otra, hasta que llegó a un jardín de flores de papel. Nasher no había visto muchas flores, así que se tomó un tiempo admirándolas antes de continuar.

Fue pasando de sala en sala, andando despacio pues aún le chocaba su nueva altura. Llegó a una habitación circular, llena de espejos. Incluso el techo estaba cubierto. Los reflejos de sus escamas hacían daño a los ojos de Nasher, pero no tenía elección. << A practicar>>


A pesar de las pistas que había leído en la biblioteca, se le hizo un mundo tratar de controlar los cambios de su piel. Había logrado parar los destellos y las luces a voluntad, pero los colores seguían cambiando sin control. Aun tardaría en manejarse bien, pero el poder verse en todo momento ayudaba... Se arrastró como pudo a un dormitorio que, aunque él no lo supiera, era el mismo en el que habían estado Matt y Wen meses antes, y se dejó caer en la mullida cama, abandonándose al sueño y despidiéndose de sus migrañas por un tiempo.

Nia y Taro

La niña sin rumbo habia aterrizado ante aquellas puertas sin saber muy bien porque. Quizás porque le traia nostalgia, quizás porque le daban una nueva identidad de la que evadirse del mundo. No lo sabia, pero cuando las puertas se cerraron tras ella, suspiró, mucho más relajada. En silencio todo, ya que ni sus pasos se oian, se acercó a un espejo roto, a comprobar su reflejo. ¿Seria igual de desesperada su nueva cara? Parpadeó varias veces cuando se dio cuenta que el reflejo de aquel niño, Taro, era idéntico al de Nia. Pero Nia y Taro eran diferentes personas. No solo les separaba el sexo. Taro siempre habia pensado de otra forma durante toda su vida. Le habian gustado otras cosas, habia tenido amigos.
Nia no lo sabia, pero poco compartia con Taro salvo la apariencia. Se desvistio el yukata, dejando la parte del pecho al aire. Habia cambiado, toda pronunciacion que tuviera la niña habia acabado en un llano desde de su cuello hasta su omblog. Suspiró. Aquello estaba bien tambien.
Se acordó de Harm que, al ver recuperada su masculinidad, dio saltos y palmas en el aire. Recordar a su mejor amigo, ahora presuntamente muerto, solo hizo que su corazón le doliera aún más. Harm nunca descubrio lo mismo que ella, no pudo ver la belleza del mar, no estuvo para apoyarla, no estuvo para estar orgullosa de ella. Y todo fue su culpa. Discutieron, y por su culpa, él se marchó.
Se posó al lado del espejo, abrazando su falda y dibujando formas, palabas y personas en los trozos más grandes del espejo. Cantandose a si mismo, Taro descubrio que su voz, bastante diferente, requeria de otro tipo de afinamiento y, obviamente, otro tipo de letra. Aquella era bastante vergonzosa para que la cantara un chico. Pero no habia nadie cerca, asi que siguio cantando solo, mientras las tiliteantes luces brillaban de color azulado los pasillos con un brillo lánguido y triste hasta que la voz de Taro rompio en llanto.

Nasher había pasado muchos días encerrado en Gamides, saliendo solo para buscar provisiones donde podía, generalmente en áreas donde encontraba pequeños carroñeros. A veces se valía de ellos para practicar con feromonas, y había logrado grandes progresos en ese aspecto. Podía decir que se había aprendido Gamides de memoria después de las interminables horas que había dedicado a recorrerlo, pero sería mentira; al parecer, la casa estaba en continuo cambio, pero mantenía las salas familiares a cada usuario de forma que fuesen fáciles de encontrar << Las salas que recorres la primera vez que entras>> Era un lugar curioso que Nasher nunca se cansaba de explorar.

Se encontraba en la sala de las alfombras donde vivía la mayor parte del tiempo, royendo unos huesecillos de animal. Llevaba un colgante hecho con trozos de espejo, astillas e hilo que mantenía su forma femenina fuera de Gamides, pues se negaba a ser Nasher de nuevo hasta que lograse concluir su entrenamiento. << Será pronto, muy pronto...>> Se puso en pie, lanzando los huesos a un saco que sacaría a la puerta cuando cayese la noche y se puso a hacer estiramientos. Un olor desconocido le abordó. Salió al pasillo y la brisa que a veces se paseaba por Gamides le trajo una cancioncilla. Olía a mar, un olor que le desagradaba por recordarle el día en que dejaron a Enna en los acantilados. Pensó en ella por un instante y gruñó... Por suerte esa voz no se parecía en nada a la de Enna... Era una voz de chico.

Siguió el rastro camuflándose con el medio con una naturalidad adquirida tras días de práctica y se hizo invisible para situarse a espaldas del chico. Un blandito rubio de ojos azules con una masa transparente, viscosa y llena de tentáculos en lugar de piernas. Flotaba un poco por encima del suelo, dándo la impresión de un ser que habían arrancado de su medio para ponerlo allí de mala manera.

-¿Qué te trae por estos lares?- preguntó, sin hacerse visible, cuando se aburrió por fin de inspeccionar al chico.

Taro
El joven ulterano se puso en guardia cuando, de pronto, a su espalda, una voz sonó, preguntando a que había ido a aquella casa de propiedades curiosas. Le pilló tan desprevenido que soltó el fragmento del espejo que tenia en las manos y, al caer, se quebró en más trozos. Detrás de él no había nadie. ¿O si? Quizás estuviera usando alguna ilusión, pared falsa o invisibilidad, pero no parecía hostil solo...curioso. Se limpio las lágrimas de los ojos y miró hacia todos lados, pegándose contra la pared, sin saber si quiera si era más de uno.
-Este sitio me trae recuerdos...-dijo con una voz muy apagada. Normalmente el orgullo del chico le impediría ser intimidado de alguien que se esconde, pero ahora mismo, el niño estaba sentimentalmente vulnerable y tampoco es que quisiera problemas. Tragó saliva antes de volver a hablar.
-¿Y tú?-preguntó, tirando de todas sus fuerzas.-¿Que ser se haría invisible para entrar precisamente a este lugar?-le preguntó a la oscuridad mientras encendía su bioluz con fuerza, intentando localizar la fuente de la voz de aquel ser.-¿Estás escondiendote de alguien?-continuó preguntando, mientras cerraba su yukata de nuevo, más por costumbre que por verguenza.

Nasher dio un par de vueltas alrededor del niño, cambiando de postura y moviéndose lo suficientemente rápido como para que el chico no pudiese adivinar su posición, y lo bastante lento para no levantar brisa alguna.

-Recuerdos... ¿Recuerdos de qué? ¿Hace cuantas Lunas que estás aquí? ¿Por qué no estas en el mar? Hueles a mar. Apestas a mar.- rió

El niño rubio estaba visiblemente asustado... No le pegaba un transformado con tanto miedo, además era tan pequeño... Más joven que Nasher. De pronto empezó a brillar, y el lagarto no pudo sino aplaudir emocionado.

-¡Brillas! Yo también sé brillar

Despidió varios destellos de colores siguiendo patrones que no dejaban adivinar su figura ni su tamaño, deteniéndolos momentaneamente para cambiar de posición. Luego volvió a ser invisible por completo.

-Eh... Espera... Te recuerdo... Tu estabas en el río aquel día. Con los otros mostrencos escandalosos...- dijo ladeando la cabeza. No había caído con el cambio de sexo, y el dolor de cabeza que había sufrido durante su transformación no le había dejado recordar a mucha gente, pero aquella niña rubia tenía una pinta lo bastante llamativa... - A ver si adivinas quién soy yo...

Taro

El niño procuraba predecir por el origen de su voz donde estaba el ser invisible, pero una pregunta le descolocó algo. Fruncio el ceño, mientras acercaba la pequeña nariz al cuello de su yukata, intentando averiguar porque le olia tan mal. Sonrojado, su voz perdio algo de la calma que traia antes.
-P-Pues ¡Lo siento!-dijo, haciendo un puchero y luego murmurando por lo bajo.-Yo no huelo mal...-
Se cruzó de brazos mientras el desfile de destellos y luces se desplegó delante de él. Tenian un patrón aleatorio, y no podia deducir nada por ellos sin que se moviera. El baile de colores llegó a su fin cuando, finalmente, el ser parecio acordarse de quien era él. Sus ojos se abrieron con sorpresa, atando cabos y finalmente llegando a una conclusión lógica.
-¡T-tú eres aquel chico arseniano que no podia controlar sus luces!-dijo, apuntando hacia el lugar que creia que estaba. Se aclaró la voz, e intentó serenar su tono agudo.
-Veo que has aprendido a manejar bien tu nuevo cuerpo. Me alegro por ti.-dijo sinceramente mientras sonreia. La sonrisa permanecio, más disimulada, cuando a continuación, siguio hablando.-Aún no me has dicho que estas haciendo aquí... Tus amigos seguro que te echan de menos...-dijo mientras los ojos color oceano rodaron por la sala, buscando su figura, un pequeño fallo en su cuerpo o entrenamiento, que desvelara su posición. No por atacarle, sino porque se sentia algo incómodo de hablarle a alguien y no ser capaz de mirarle a la cara.

Un patrón de luces de colores acompañaron una risa animada y el aplauso del lagarto.

-¡Premio! Y no ha sido fácil controlarse, pero ya ves... - dijo. La inseguridad del chico le hacía gracia.- Y llevo aquí desde la Luna. No me escondo, tan solo no me gusta mostrarme a cualquiera, es divertido lo nerviosa que se pone mucha gente cuando no sabe a qué o a quién están hablando. Además, me hice la promesa de que no volvería a ser Nasher hasta que mereciera ser Nasher... Incluso pensé en buscarme un nuevo nombre, pero no se me ocurre ninguno...

Se quedó meditando en silencio unos segundos, como pensando en posibles nombres que pudiesen valerle, pero al parecer los descartó todos, pues recuperó el hilo de la conversación.

-Pero la verdad es que ya llevo aquí mucho tiempo, y sí que me vendría bien ir a buscar a mis amigos, a ver qué hacen. Hagamos una cosa; salimos a la vez, y cuando estemos fuera ves mi verdadera forma y no la que me da Gamides.- propuso.- Si no te fías de que te siga, puedo hablar todo el camino. Llevo mucho tiempo sin hablar con nadie, y la verdad es que esto está un poco aburrido sin nada de conversación...

Taro

El chico sonrió, viendo que había acertado. No pudo evitar reír algo por lo bajo cuando comentó lo de asustar a la gente haciéndose invisible. Poseedor de esa habilidad, Taro no dudaba en hacer esa broma de vez en cuando a sus amigos y compañeros, aunque seguramente no llegase a ser tan refinado como el camuflaje del arseniano si entrenaba en el futuro.

-Aun no se tu nombre.-comentó, mientras se alzó en el aire, los tentáculos cayendo suspendidos de nuevo.-Tu nombre que tuviste en tu vida fuera de Rocavarancolia, claro.-tomó aire, como meditando unos instantes, reparando en el hecho de que pocos en la ciudad le conocían como Dama Urticaria... ¿o en el caso de Taro debía ser otro nombre?. Se llevó la mano a la barbilla, ensimismado, pensando en que nombre le gustaría para hacerlo oficial y mientras aún estuviese dentro de la casa. De pronto, se dio cuenta de que le estaba esperando el chico, o en este caso, chica y decidió asentir con la cabeza, al estar de acuerdo con él.
-Está bien, no pareces una persona mentirosa así que haremos eso.-se estiró y se acercó a lo que recordaba que era la salida.
-Leviatán suena bien...-murmuró para sí mismo.

Nasher le estuvo hablando todo el camino. De su estancia en Gamides, de sus entrenamientos y algo de su cosecha, aunque omitió la parte de Enna y sus asesinatos.

-No fue una criba muy feliz- dijo algo apenado cuando ya alcanzaban la salida.- Pero al menos logramos sobrevivir la mitad, y la Luna nos recompensó.

Su humor había mejorado mucho desde la salida de la Luna Roja, hasta casi igualar al que había traído de Asrena, pero su ingenuidad había desaparecido casi por completo, junto a muchos de sus escrúpulos. Él había vivido cómodamente la mayor parte de su vida, pero en zonas extremas, y Rocavarancolia le había devuelto su instinto natural de supervivencia. Las pérdidas eran tristes, pero la satisfacción de lograr tus objetivos y salir airoso de situaciones peligrosas las compensaba con creces. Pero no le dijo nada de esto al niño rubio.

Cuando llegaron fuera, Nasher usó un sencillo hechizo de adherencia para pegarse al marco y quedar cabeza abajo, pegado a Nia. Y así se hizo visible, tomando los colores con los que había llegado a la ciudad, los mismos tonos rojizos y anaranjados.

-Hola. Ahora sí soy Nasher. Un placer- sonrió.

Taro

El niño echó la cabeza hacia atrás, como recordando más del pasado, ante la mención de la criba, la luz de sus ojos desaparecio.
-Ninguna criba lo es. Siempre mueren seres queridos, otros cambian tanto que ya no les reconoces... Esta ciudad es cruel.-dijo, más para si mismo que para otra cosa. Miraba a su alrededor, en aquellas salas iluminadas por la tenue luz de su piel, escuchó con atención a la historia del chico. Sin embargo, parecia guardarse algo, cosa en la que Taro no insisitio, pues sabia que habia memorias dolorosas que no se querian recordar. Finalmente, llegaron a la salida y Taro cambió.

Nia

Con una gran sonrisa, se giró hacia el arsenano.
-Yo soy Nia. Encantada de conocerte, Nasher.-dijo, sujetando parte de su falda en una pequeña y amistosa reverencia.
-Bien, dices que quieres ver a tus amigos, pero lo que probablemente no sepas es que están divididos en dos torreones.-dijo Nia, alzando el índice a la vez que explicaba al chico lo que no habia llegado a conocer por su huida aquel día.-La Sede de los Taumaturgos y la Torre Serpentaria. En la primera, van los aguerridos guerreros, dedicados a entrenar su cuerpo en pos de sus habilidades en la batalla. En la Torrre, se dedican al estudio y la comprensión de la magia en todos sus niveles, formas y ramas.-dijo, quizás con demasiado acto en cada una de sus descripciones.-¡Ah! Y se me olvidaba... Luego hay... otra opción, que no se si habrá ido alguno ahí... El Burdeos de Dama Espasmo. Es un lugar muy cómodo donde viven unos viejos y buenos amigos mios, probablemente den cobijo a cualquiera que lo necesite (y que cumpla ciertas condiciones de educacion, higiene y habilidades)-dijo, torciendo el labio.-Mejor olvidalo, lo más probable es que estén en uno de los dos que te he dicho antes...-
Se apartó un poco estirandose, mientras levitaba en el aire. Se dio cuenta de que los arsenianos eran aún una raza que no habia estudiado en profundidad y se hizo una nota mental de ello para otro momento.
-Bueno, ¿a cuál te apetece ir primero?-le dijo con una sonrisa.

Nasher se cruzó de brazos, pensativo. Mientras meditaba sus escamas se movían formando ilusuiones de puntos suspensivos. Apenas sabía de las transformaciones de sus compañeros. Las había visto, pero no tenía mucha idea de hacia qué rama se había ido cada uno.

-Oh, ya sé- dijo recordando algo de pronto.- Tsu se pasaba horas y horas estudiando libros de hechizos, seguramente habrá ido a Serpentaria. Cuando lo encuentre ya me dirá él donde están los demás

Nasher esperaba que Tsusu supiera donde estaban los demás, sino lo llevaba claro. << Tendría que rastrearlos...>> E iba a tardar un montón porque no tenía muy fresco el olor de sus compañeros.

-Bueno, vamos a Serpentaria y ya veremos lo que hacemos.

Aunque en realidad, era la Sede la que había llamado su atención. Sería su segunda parada...

Sigue en la Torre Serpentaria.

Andamos, volamos y hacemos el tonto por las calles de Rocavarancolia. Desde luego, no sería yo la que iba a imaginar la posibilidad de estar de fiesta en una ciudad como esta. Algunos de los que componen el grupo bien nutrido que sale de la taberna están... digamos que exageradamente alegres –por suerte, no tenemos que arrastrar a ninguno por las calles–. Me pregunto adónde vamos, así que alzo el vuelo –un tanto errático, por cierto– y observo un edificio conocido por mí aunque no visitado un poco más adelante. ¡Qué interesante!

—¡Chicos! ¿Os hace una visitita a Gamides? –Les digo emocionada cuando desciendo a su lado. Al ver que la propuesta es apoyada, me giro hacia la calle por la que llegar a la casa y señalo hacia allí mientras grito–. ¡Adelante, mis valientes! ¡Vayamos cantando, como buenos piratas con ron hasta la coronilla! ¡Repetid conmigo!

La canción suena cuanto menos curiosa en el lenguaje de Rocavarancolia, pero consigo salir más o menos airosa del cambio de lengua.


Cuando llegamos al edificio, no dudo y abro la puerta de golpe. Pasamos todos y lo primero que hago es probar mi nueva voz.

—Qué lugar tan interesante. ¡Ups! ¿Y esta es mi voz como hombre? ¡Quiero verme! –Al llegar al espejo, a la impresión por mi voz más grave se le suma la visón de un ángel negro con el pelo bien corto, delgado y musculado, aunque no en exceso. No quiero pecar de narcisista, pero sería lo que definirían muchas chicas como un “tío bueno”. ¡Qué gracioso!

Al instante, me giro hacia el resto de transformados por la casa. Todos son reconocibles y, a la vez, los resultados son muy curiosos.

Vagamos por las calles de Rocavarancolia formando un ruidoso y considerablemente numeroso grupo. Observo sorprendido como aparece un dragón de humo al lado de Elliot y ella se monta en él. Sabía que como Dulahan tenía a una criatura así, pero era la primera vez que lo veía. Riéndome alzo el vuelo e intento seguirlos por el aire pero pronto deshecho la idea al ver que la risa y el estado de embriaguez no me permiten volar con normalidad. Vuelvo al suelo y sigo caminando con el resto.

Después de un rato recorriendo la ciudad sin rumbo, Adara alza el vuelo para ver dónde estamos y cuando aterriza propone una visita a un lugar cuyo nombre me suena pero no logro relacionar en estos momentos.
-¡Por mí como si buceamos en la Cicatriz, Maestra! –digo estúpidamente con una amplia sonrisa.
Me río de lo que dice Adara a continuación y cuando comienza a cantar intento seguirla como puedo, pues no conozco la canción en cuestión. El resultado es desastroso, lo cual provoca una vez más que me entre la risa floja mientras entramos al edificio circular.

Adara va delante y la sigo. Me voy fijando en la sala que nos rodea, que está llena de puertas y vacía salvo por unos cuantos espejos. Una voz desconocida hace que me vuelva hacia su dueño. Al ver a un Ángel Negro con el color de pelo de Adara caigo en la cuenta. << ¡La casa donde cambias de sexo! >>, recuerdo de pronto. Adara ahora era un hombre musculoso y con el pelo corto.
-¿Maestra…? –empiezo a decir con tono jocoso.
Tan pronto pronuncio la palabra abro mucho los ojos y me callo de pronto. Mi voz había sonado como la de una chica. Por supuesto sabía que yo también tenía que haber cambiado pero no puedo evitar sorprenderme aún así.
-Esto es extraño –digo entre risas con mi nueva voz.
Miro por primera vez hacia abajo y lo primero que noto son los pechos.
-¡Tengo tetas! –exclamo sin poder evitarlo para posteriormente echarme a reír de nuevo.
Lo primero que se me pasa por la cabeza es tocarlas pero consigo contenerme para acercarme a un espejo.

Mi cuerpo había cambiado por completo al de una mujer. En el reflejo una chica con, curiosamente, el pelo ligeramente más corto que yo que me devuelve la mirada. Ahora soy unos cuantos centímetros más bajo y mi cuerpo es más pequeño, aunque sigo teniendo la espalda algo ancha y conservo la buena forma física obtenida en los entrenamientos. Los pechos no eran demasiado grandes pero tampoco muy pequeños. Llevo un vestido negro que llega más o menos hasta las rodillas y que tiene dibujos de calaveras y otros motivos similares. Seguía llevando botas altas aunque eran más finas y de aspecto distinto. Los trozos de armadura que llevaba no están, tan sólo quedan los brazales que son un poco más cortos. Y encima de todo ello una chaqueta de cuero muy parecida a la que traje de la Tierra.
-Pues estoy bastante buena –digo para posteriormente echarme a reír mientras sigo contemplando mi reflejo.
Cuando la curiosidad por mis propios cambios me lo permite, me doy la vuelta para ver cómo ha afectado la Casa Gamides a los demás.

-¡Marchando a Gamides! –respondo alegremente a Adara mientras avanzo imitando una marcha militar. Sin embargo ella me hace cambiar el chip al mencionar a los piratas, y cuando empieza a cantar acabo dando vueltas alrededor de ella. ¡Reconozco la canción! La única cosa que le podría agradecer a mis primos pequeños era aquello mismo. No paraban de poner una y otra vez aquellos dibujos infantiles mortales de necesidad, pero aquella estúpida canción se me había pegado bestialmente años atrás. Todavía la recuerdo. Intenté seguir la traducción de Adara y canté con ella como pude, jodidamente motivado.

Al llegar a la entrada del edificio me vienen recuerdos de las pocas visitas que habíamos hecho al lugar. Era demasiado extraño, pero a la vez muy divertido, no sé por qué no he vuelto por aquí desde que me he transformado. La última vez que había estado allí me había convertido en una chiquilla a la que seguro que en el colegio le tiraban de las coletas… me pregunto cómo seré hoy en día. Me intento adelantar para entrar casi dando empujones a los demás y bruscamente aprecio ciertos cambios. La sala tiene espejos y veo que nadie pierde detalle de lo que ve en ellos, ni yo tampoco. Antes de poder fijarme en los demás mi propia mirada me atrapa, porque no puedo quitarle los ojos de encima. Para empezar… es clavada a mí. Quiero decir, apenas cambia. Tengo el pelo diferente, largo y con un recogido bajo. Me lo toco para asegurarme de que es real mientras me aproximo para ver mi cara más de cerca. Me fijo en que llevo unos pantalones ni cortos ni largos, holgados, y una camiseta que me cae un poco por el hombro, todo tan gastado como la ropa que llevaba antes de entrar, y de los mismos colores. Con el fuego los rasgos no se apreciaban bien, pero ya de cerca sí noto pequeñas diferencias en mi cara. Más… redonda y… no sé, pero claramente de chica. Entonces me llevo las manos a los pechos sin pensar y los palpo decepcionado.
-Pero sí… ¡si estoy plano! Estoy casi igual que antes –lloriqueo.
Al darme cuenta de esto pierdo el interés en mí mismo y me vuelvo hacia los demás.
-Pero qué… guapas y guapos que estáis, joder –digo con guasa, apoyando las manos en las caderas. Eso hace que me dé cuenta de otra cosa-. Hostia, casi ni caderas tengo. Soy tipo tabla de planchar.
Posiblemente no estoy siendo lo más educado del mundo, pero tengo la lengua más suelta que de costumbre y casi ni me doy cuenta.

Toima

El discurso del ulterano pasó de largo como una chachara incomprensible de borracho. Hipó una vez. Le dolia la cabeza de pensar que se lo tendria que repetir y por tres veces a algunos. Se llevó los dedos a la boca. En efecto, tenia cinco dientes partidos por la corona. No le servian de nada asi y no se iban a reparar solos. Tirando con fuerza, se los arrancó uno a uno hasta que la primera hilera frontal quedó casi desnuda. Por casualidad, de esa forma los colmillos de los lados que habian sobrevivido se realzaba, dandole un aspecto vampirico. Se rió al ver el reflejo que rebotaba su imagen detrás de la barra.

Nia

Le costó entender lo que decia Toima, pero lo que habia entendido de ello le hizo fruncir el ceño. ¿Porque habia mencionado algo tan pesimista como era la guerra cuando se lo estaban pasando tan bien? Dejó ese tema debajo de la alfombra tan pronto cuando decidieron ir a Gamides, la sonrisa volvio a ella. Aquello iba a ser divertido, porque hacia mucho que no iba un grupo tan grande a la casa de gamides.

Cantaron una canción de piratas y ron, cosa que Nia no sabia que era ni uno ni lo otro, pero pudo deducir que el ron era alcohol y que los piratas eran unos especie de fiesteros al margen de la ley, pero cantó de todas formas. Por su parte, el albino intentó cantar tambien. Intentó, mientras se apoyaba en la nublina al andar.

Cruzaron el umbral de la casa, Adara por delante y enseguida todos notaron el cambio. Los pelos, ropa, cuerpos, voces e incluso habla cambiaban y ante aquella estancia, rodeados de gente extraña, Taro, Niafaratra y un chico nublino de pelo oscuro se hallaban en el lugar en que Nia, Toima y Tania estaban segundos antes. La ulterana hipó y a continuación el pequeño ulterano que apenas habia cambiado rio por lo bajo.

Taro

-Te queda muy bien esa voz para tu nuevo cuerpo, Toima.-comentó, con una voz menos aguda que la de Nia.-Tu y yo tampoco es que cambiemos mucho...-
Se giró a los demás, riendo.
-Son estos los raros que cambian radicalmente.-se fijó en como todos se fijaban en el aspecto físico y no sabia porque lo encontraba extraño, que cambiaran tanto de uno a otro. Taro fruncio las cejas y apoyó las manos en la cintura, mirando con una mirada de reprovacion pero tambien divertida.
-Tambien vosotros, chicos...chicas-se corrigió.-... ¿es que no pensais nada más que en el pecho?-dijo mientras una sonrisa se formaba lentamente.- Ahora tambien teneis el pelo mucho más bonito.-

Niafaratra

La ulterana gruñó. No tenia ni idea que su cuerpo habia cambiado, y por ello su voz le era extraña. Cuando el pequeño Taro hizo su comentario, no comprendio a que se referia pues no veia cambios en el chico, pues aun creia que era una chica. Arqueó una ceja y miró a su alrededor, algo confusa. Todos parecian las mismas personas pero sin embargo, algo cambiaba en ellas. Algunos eran más altos, otros más bajos, diferente peinado, silueta corporal. Ladeó la cabeza sin entenderlo, en parte porque estaba como una cuba y se acercó a quien creia que era Adara. Miró al espejo y no reconoció a su reflejo.
-¡Me cago en...! ¿¡Qué hace una watahré aquí!?-dijo, dando un salto hacia atrás mientras buscaba un cuchillo en su pechera, que ahora habia cambiado, adoptandose a la forma de su nuevo pecho. Le costó encontrar el cuchillo asi que desistio y blandio uno que estaba escondido en su pelo, ahora mucho más liso, pero igual de desigual y desordenado.
-¡No intentes imitarme! ¡Baja el arma y contesta! ¿¡Para quien trabajas!? ¿¡Quien te envia!? ¿¡Porque me imitas!?-gritó enfurecida y ebria. Cuando estuvo apunto de lanzarse contra el espejo, una mano en su hombro la detuvo. Quien la paró, era un chico nublino que bien podia tener la misma edad que Tania. Su cara estaba colorada a más no poder y de no ser por su voz habria sospechado quien era.
-¿Tú quien cojones eres?-bramó, alzando un cuchillo en señal de amenaza mientras se apartaba de él.
El nublino miró a los lados, nervioso o molesto antes de hablar.
-Amo Toima... Soy yo... Tania...-
La ulterana sacudio la cabeza exageradamente.
-No. No puede ser. No eres Tania. Tania es una chica y tiene voz de chica y cuerpo de chica. ¡Y yo me llamo Niafaratra!-
-No lo entiende. Es la casa, amo Toima, cambia a todos. ¡Mire por usted mismo!-dijo señalando a los presentes.
La ulterana dejó los ojos vagar en la sala, parandose en cada uno de los presentes. Estando de acuerdo con el nublino, pero demasiado orgullosa para reconocerselo tan solo soltó unas palabras.
-No es Toima. Es Niafaratra.-
Se hizo el silencio entre los dos y de pronto la ulterana dio un respingo.
-¡Entonces eso significa que...!-soltó antes de agarrarse los senos.-Wow...son blanditos...-dijo riendo por lo bajo mientras el nublino se torcia de verguenza y le era imposible pedirle que parase de hacer algo tan vergonzoso en publico.