Huir de casa

-Tras el pregón-

Rox había aprendido a convivir con la incertidumbre característica de Rocavarancolia, pero tras la muerte del rey la situación era insoportable. No es que le afligiese la pérdida de ese diablo sino quien ocupase su puesto después. Si el tal Andrés Tulas había movido un dedo por hacer la ciudad menos asquerosa o a sus cosechados menos miserables no se notaba, aunque si algo tenía claro el cambiante es que mejor cabrón conocido que hijo de puta por conocer. Se aferraba a las cosas positivas que había oído de Cicatriz, por poco que le gustase que el poder lo tuviera un militar. Dentro de sus posibilidades parecía buena opción.

Por eso cuando escuchó el pregón, tan breve como fue para aquellos lejos del castillo, quiso hacerse un nudo en la aorta. Era más viable que volver atrás en el tiempo y quitarse los oídos para no oír aquel nombre.
«Leahrrä La Sanguinaria.»

Los críos se habían ido junto Adru a ver el espectáculo. El australiano se había abstenido a decir nada, siquiera puso expresión facial alguna que delatase su opinión al respecto pues habría sido más ácido que diez limones maduros juntos. Ahora se arrepentía de no haberse opuesto un mínimo. A diferencia del castillo la Sede estaba prácticamente vacía, y en la intimidad de su cuarto se habían refugiado Milo, Rena y él, a los cuales no dejaba de dedicarles pequeñas miradas sin saber bien que decir.

«Leahrrä La Sanguinaria.»

No apretó la mano del chico a su lado. Estaba bloqueado. No sabía nada de la nueva reina, pero bastaba aquel título para hacer que sus hilos se revolvieran y se pusiera en lo peor. Tampoco era difícil dada la situación: rumores que cantaban al caos, ataques a mundos vínculados, demasiados monstruos para un solo trono… y aquel nombre no era la gota que colmaba el vaso, era un chorro entero. El cambiante abandonó el borde de la cama para correr la cortina. No esperaba más pregones. No los quería. Con la vista perdida le dio un toque a una de las plantas que adornaban su habitación, un poto que ya era tan alto como Eitne. Incluso en aquel pequeño rincón se sentía inseguro.

—Vámonos a Kankri —masculló.

Era un plan que ya habían hablado, no tanto como mudarse a una casa propia: había sido una anécdota, construir una cabaña a la que ir en días libres, un santuario. Con la muerte del rey se había convertido en una opción de emergencia, un refugio si pasaba algo. Ahora…

Rena había intentado no dejarse llevar por la tensión que cada día se hacía más palpable en la ciudad desde la muerte del rey. Pensaba que si hacía lo de siempre: centrarse en su trabajo y tirar para alante, la ansiedad no la alcanzaría, peor incluso en sus horas de trabajo no podía evitar oír comentarios y conversaciones de sus compañeros, las caras largas, las miradas nerviosas. Los más viejos parecían los menos afectados, decían que todos los años ocurría algo y que abrieran un libro de historia, que la ciudad era así. Rena no sabía si podría acostumbrarse.

Respecto a Adru y su carrera militar, se esforzaba por apoyar a su amiga, de verdad, pero tras su visita a Irraria estaba especialmente sensible y sentía miedo a todas horas. Cuando los críos se marcharon se había consolado mentalmente con lo que algunas personas le habían dicho de la tal Cicatriz, que era razonable, que dentro de los monstruos de la ciudad no era lo peor, pero el giro inesperado de los acontecimientos casi le había hecho perder pie. Sentada en el suelo del cuarto de Rox se miraba las manos con expresión ida. Prácticamente no pensó cuando respondió al cambiante:

-Sí. Vámonos.

Aparte de su trabajo en el Granero Rena había empezado a hacer trabajillos con una pequeña empresa de construcción y estaba aprendiendo a manejarse con las herramientas. Era viable, ¿no? Tenían magia, podían reunir recursos rápidamente, tenían conocimientos algo rudimentarios pero indudablemente útiles de supervivencia. Miró a sus amigos alternativamente, medio temerosa medio esperanzada.

A la noticia de la muerte del rey le siguió una época de incertidumbre que se reflejó en casi todos los ámbitos de la ciudad, desde la incertidumbre que hacía mella en los ciudadanos hasta lo amenazante que resultaban las calles ahora que la persona más importante del reino había sido asesinada. Milo intentaba racionalizar todo aquello y verlo con perspectiva, autoconvenciéndose de que los cambios de gobierno eran algo normal y en cierto modo de agradecer, pero los ánimos de sus compañeros y la responsabilidad de tener personas a su cargo iban minando poco a poco su fortaleza mental.

Los planes que habían planteado Rox, Rena y él mismo en los ratos libres nunca habían llegado a ser más que ideas al aire, sin embargo con el paso del tiempo su atractivo era innegable. El momento culmen en aquella época de tensión fue el del discurso que en teoría iba a anunciar al nuevo regente, una celebración a la que Adru se había llevado a Neil y a los más pequeños. El brujo había decidido pasar porque ese tipo de actos le ponían de los nervios, pero al oir desde la distancia la resolución deseó haber estado presente para sacar arrastras a sus amigos de allí, pues lo de la nueva reina sonaba muy peligroso. «¿La Sanguinaria?» pensó horrorizado, devanándose los sesos sin demasiado éxito para justificar que un apodo tan desafortunado no tuviera un origen igual de espantoso.

A su alrededor primero el cambiante y luego la ursántropa plantearon en voz alta la solución que parecía más obvia ante al miedo que atenazaba a los tres amigos por igual, pero ser el último en hablar le dio un poco más de tiempo para pensar. Él también se levantó de la cama y dio un par de pasos sin ningún destino claro en mente, dejando que parte del agarrotamiento que sentía se deshiciera con el movimiento, pero terminó deteniéndose ante las cortinas cerradas sin saber muy bien qué hacer.
—¿Y qué pasa con Adru? —preguntó al final, pellizcándose el puente del hocico en un gesto de impotencia.

Le habría encantado sumarse al plan sin más, coger todas sus cosas y pirarse por el portal a Kankri, pero alguien tenía que hacer las preguntas difíciles y aquella solo era la primera.

La inmediata positiva de Rena le dio fuerzas y su espalda se irguió como si acabara de soltar una mochila llena de piedras. Quizá para otro fuese precipitado, pero no quería quedarse a comprobar como era la reina. Cuando se tiene una mala impresión en Rocavarancolia es mejor no ignorarla pues no suele ser en vano. No obstante la sensación de paz se le hizo bola en la garganta cuando Milo entró en problemática más realista. Le miró con el ceño fruncido, estando entre temeroso y molesto. Quería ser egoísta y con los nervios estuvo a punto de reflejarlo en voz alta, y es que a cada segundo que pasaba más maldecía las decisiones del gamusino. Se mordió la lengua.

—No lo sé —se pinzó la nariz echando el rostro al suelo—. Me cago en todo. Me cago en-… —gruñó, alzando una mano en dirección a la ventana como si pudiera señalar a todos los que estuvieran en el castillo, no, a la totalidad de Rocavarancolia desde ahí. El gesto quedó en el aire y frustrado se apoyó en la pared a la cual le dio varias pataditas con el talón. Habló entredientes, destilando el enfado—. Vaya momento de super puta madre para estar en el ejército.

No era tan simple como dejar a Adru y posiblemente a Neil atrás (cosa ya bastante mala) en caso de que eligiera el deber, pues con esas el grupo entero se tambaleaba; conociendo a los pequeños no iban a dejar a nadie atrás. Sacarlos no sería fácil. Y si ya había sido catastrófica la vez que habían discutido por lo del ejército…

—Al menos… —sonaba abatido— podemos ir construyendo el sitio. Sea como sea no es malo tenerlo. Y yo… de verdad que necesito irme. Aunque sea unos días. Necesito salir de aquí. No me importa cruzarme una isla y galaxias enteras a portal para venir a trabajar, pero…

Estaba visto que sentirse inseguro en su propia “casa” era una sensación de la que no se iban a librar tan fácilmente.

A Rena se le hizo un nudo en el estómago cuando Milo mencionó a Adru. No contempló ni por un instante la idea de dejarla atrás, no podía, no dormiría tranquila, pero temía que tanto ella por su situación como otros miembros del grupo pondrían resistencia.

-Seguro que lo entiende -respondió, como si quisiera en parte convencerse a sí misma. -Entró al ejército porque decía que quería protegernos, ¿no? Seguro que si la cosa se pone fea entendería…

¿Si qué cosa se ponía fea? No sabían qué podía implicar la coronación de esa nueva reina, tan solo sabían su nombre, aunque eso ya de por sí era terrorífico. Respiró hondo varias veces intentando pensar de forma racional y no dejarse llevar por su impulsividad. La idea de Rox le pareció un buen comienzo.

-Sí, no creo que pase nada por ir haciendo algunos preparativos, tantear el terreno y esas cosas. Incluso si no nos vamos tendremos una casa de vacaciones, que siempre está bien -intentó bromear para aligerar un poco el ambiente.

Sí, los preparativos mantendrían sus mentes ocupadas y no había nada de malo en tener un plan B, por si algo, lo que fuera, se torcía. Al fin y aquellos que habían estado fuera de la ciudad cuando lo de la Torre de los Soñadores se libraron de las pesadillas. << Es lo más sensato >> pensó.

Aún con la mirada puesta en las cortinas Milo no necesitó voltearse para percibir las reacciones de sus amigos a su pregunta, pues él mismo se sentía igual de impotente al respecto. Pensar en sacar el tema con los demás le revolvía el estómago, además, pues aún tenía demasiado fresco el enfrentamiento que había supuesto el anuncio del gamusino.
—Dudo que dejar el ejército sea algo que se pueda hacer tan fácilmente, sobre todo si tenemos en cuenta cual es la ciudad en la que vivimos —murmuró el brujo, a medias para sí a medias para los otros dos—. No creo que un rapapolvo sea el castigo asignado a los desertores… —añadió con voz queda.

Negó con fuerza en ese momento, intentando apartar aquellos pensamientos tan sombríos de su mente mientras se aferraba a las propuestas de Rox y Rena. No quería contribuir al manto de abatimiento que empezaba a invadir la habitación, aunque era muy posible que ya lo hubiera hecho, así que se giró para mostrar su acuerdo con el plan.
—Pero es buena idea lo de ir a tantear el terreno, si —reconoció—. Podríamos ir buscando un buen sitio, ver que tipo de materiales tenemos disponibles en Kankri y pensar en que más necesitaremos si nos instalamos allí —añadió algo inquieto, apoyándose en el alféizar de la ventana al percibir las caras largas de sus compañeros—. ¿Vosotros sabéis construir una casa? —preguntó con una leve sonrisa tras la sugerencia de la ursántropa.

Siempre se podía buscar información en la biblioteca, pues si por algo era buena Rocavarancolia era por ofrecer numerosas opciones a todos sus habitantes, pero no estaba de más asegurarse primero de que ninguno de ellos sabía algo de albañilería.
—A todos nos vendrían bien unas vacaciones… —asintió en dirección al cambiante, consciente de cómo todo aquello les estaba pasando factura para mal.

Darle un estrujón a su cerebro cambiante para calmarse era tentador, pero eran justamente las pequeñas mentiras piadosas las que poco a poco quitaban importancia a sus sentimientos, a su ser, y en la ciudad había motivos de sobra para mentirse todos los días. “Está bien”, “es normal”, “estás exagerando”, “no pasa nada”… si abusaba de ellas llegaría un punto en el que nada le afectaría, para bien o para mal. Iba a calmarse, pero no engañándose a sí mismo.

La cosa estaba jodida. Punto. No solo era un nombre, había sido el asesinato de un rey, ataques terroristas en mundos vinculados, todo teniendo a una hermana en el ejército y poco después de que alguien quisiera matarlos en sueños. No eran problemas a menospreciar. Construirse una casa fuera no era un plan descabellado y no les haría ningún mal, de eso estaba seguro.

Saberse acompañado por los irrenses, no solo presencialmente, le arrancó una sonrisa y un suspiro. El plan era bueno, les había gustado e iban a hacerlo como fuese. No decía de ir ahora mismo a tantear el terreno por no hacerle el feo al resto, pero solo de imaginarse una casita de playa a orillas del mar, con el sonido de las olas entrando por la ventana de noche… le puso de mejor humor. Todo lo que fuera avanzar lo hacía.

—Ni puta idea —constestó con total sinceridad al moreno, riendo por lo bajini—. En casa veía muchos programas de reformas, ¿eso sirve? Pero oye, Arcan a lo mejor sabe —les miró al caer—. El tío monta muebles sin instrucciones.

-Si nos hace falta huir seguro que el ejército de las pesadillas tiene mejores cosas que hacer que cazar desertores. Además, cualquiera pilla a Adru.

Intentó reírse con su propia broma y solo le salió a medias. Estaba claro que no era la estrategia apropiada para afrontar la situación, así que optó por la segunda de las dos estrategias que conocía para enfrentar situaciones estresantes: ponerse manos a la obra.

-Yo… sé usar un martillo y clavos… Y una sierra -confesó, y rascándose la nuca añadió: -De hecho, no os lo dije aún, pero empecé a hacer algunos trabajos con una empresa de construcción. Sé que os quejáis de que trabajo demasiado pero en el Granero no pagan tanto y… eso.

Rena no tenía por el momento acceso a trabajos cualificados, así que se conformaba con lo que encontraba. Tampoco se quejaba, lo cierto es que estaba aprendiendo bastante tanto del Granero como de los constructores.

-Seguro que Arcan sabe algo. Además, ¿no venía de familia de nómadas? Creo que me contó una vez que montaban y desmontaban las casas como el que se hace unas tostadas.

Dudaba seriamente que Arcan quisiera huir. Se le veía a gusto en la ciudad, a pesar de todo, pero confiaba en él y sabía que no les delataría ni les perjudicaría de ninguna manera si seguían con su plan.

Se le había entumecido la espalda de estar en tensión así que se levantó e hizo algunos estiramientos. Su estómago de oso también reclamaba compensación por el estrés.

-Podríamos pillar picoteo y empezar haciendo una lista de lo que necesitaríamos, en plan documentación, provisiones, materiales, cosos mágicos y eso.

<< Así nos entretenemos>>

Aunque el ambiente era el que era la conversación ayudó un poco a que los ánimos mejoraran, pues tener algo en lo que pensar aplacaba en parte la angustia a la que el discurso les había expuesto. Rió con suavidad ante el comentario de Rox, pero la confesión de Rena le hizo fruncir ligeramente el ceño. Era verdad que trabajaba demasiado y estuvo tentado de recordarle que debía mirar más por su salud, pero descartó el impulso por estar fuera de lugar en aquel momento. «¿Quién puede preocuparse por eso ahora mismo… ?» pensó para sí, rascándose la nuca en un gesto inconsciente mientras relajaba de nuevo su expresión.
—Incluso sin vuestra experiencia o el comodín de Arcan a las malas tenemos el dominio de Neil y el mío propio —señaló optimista, tardando muy poco en verle un gran fallo a su idea—. Pero la verdad es que no tendría mucha fe en una casa de cera o de cobre en un lugar como Kankri. —comentó con un bufido divertido.

Milo asintió ante la sugerencia de la ursántropa de bajar a por algo de picar, pues al igual que el de la peliverde su estómago también había empezado a quejarse.
—Si no hay nadie en la cocina podemos hacerlo allí mismo, ¿no? —preguntó—. No creo que quede mucha gente en la Sede con todo el tema del pregón… —supuso con tono de duda, pues no estaba demasiado convencido de su afirmación. Aún no conocía bien a todos los habitantes del refugio, pero se le ocurrían unos pocos que habrían pasado de asistir a aquel evento.

—Pero… —parpadeó al saber que Rena curraba a dobles— tía, que no vamos mal de dinero…

No lo dijo ni muy alto ni con mucho énfasis; tras su primer sueldo sabía lo satisfactorio que era tener dinero propio, pero hasta cobrando bien se notaba el pellizco de las deudas. Al menos se alegró de que la coyuntura fuera a beneficiarles.

—Sí —confirmó a la irrense con ánimo. Esperaba que el rapiña tuviera hueco para ayudarles, aunque conociéndole la negativa no le preocupaba—. Hostia, y tú hiciste el sistema de poleas ese en el torreón, ¡también eres una artista! —ante la mala idea de Milo se le escapó una carcajada—. Buaaah, sí, ¡de cobre! Sería buenísimo para que cuando haya tormenta nos caiga un rayo encima. Y hacemos las paredes de cera para que se derritan cuando prenda fuego —le dio unas palmaditas en el hombro al moreno, sonriendo con sorna.

Todo el trabajo que se les venía encima les ayudaría a no pensar en la cruda realidad, y si no era tan cruda como creían les quedaría una casa de todas formas.

—Uuy, montárnoslo en la cocina, ¿eeh? —lo canturreó para añadirle fuerza al doble sentido. Se dirigió a la puerta antes de que arrugasen el morro—. Venga. Y qué más da si nos escuchan… —un breve bufido le interrumpió al pensar en lo malinterpretable—. En plan, solo nos estamos diseñando una casita. Nadie quiere vivir con baños compartidos para siempre.

-No es solo por el dinero -se defendió.

Los trabajos a los que tenía acceso por el momento eran físicos y no demasiado estimulantes, así que el cambiar o tener varios le ayudaba a no amargarse, además así podía aprender a manejarse con diferentes actividades y en ambientes diferentes. Le pillado el gusto a probar.

Rena se sonrojó por los halagos de Rox. No se sentía lo bastante buena como para considerarse ‘’artista’’ ni nada parecido.

-¿Qué dices? Si solo hago chapuzas…

La sugerencia de Milo le hizo reír, pues se estaba imaginando una casa de cera y alambre de cobre deshaciéndose bajo el sol.

-Mejor os ocupáis de la decoración -dijo entre carcajadas -Habrá menos peligro.

Todos se unieron a la idea de ir a por algo de comer, sin embargo Rena no estaba tan convencida con lo de hacer sus planes en la cocina. Puede que seguramente a nadie le importase y que la mayoría de habitantes estarían en el castillo, pero seguía sin fiarse del todo, pues había aspectos que tenían que tener en cuenta que no encajaban tan bien en lo de ‘’una simple casa de verano’’ como el plan de evacuación, las protecciones, decidir si primaba más estar cerca del portal o que no fueran fáciles de localizar…

Al final se decidieron por quedarse mejor en el cuarto. Hicieron una visita relámpago a la cocina y pillaron frutos secos, fritos y cervezas, porque Rena de verdad necesitaba una cerveza (y no pillaba algo más fuerte porque si no acabarían por no trabajar nada)

-Vale, primero, lista de movidas de documentación y planear una excursión para explorar el terreno -dijo. Se había sentado en el suelo con las piernas cruzadas y tenía un cuaderno grande delante y un cuenco ce nueces a su derecha que iba abriendo con las manos.

Milo sonrió divertido ante el doble sentido de la frase de su novio, pero se limitó a negar con la cabeza mientras lo seguía hacia la cocina. Fue una salida breve, pues al final habían decidido no exponer su plan a oídos indiscretos, y cuando volvieron a la habitación venían cargados de bebida y cosas para picar. Si hubieran tenido más tiempo el brujo habría optado por preparar algo más elaborado que llevarse a la boca, pero se conformó con aquellos aperitivos y se dejó caer sobre un cojín mullido con un leve suspiro de satisfacción.

Aunque la conversación que tenían entre manos se había iniciado debido a un motivo bastante oscuro Milo prefería tomarse la planificación con buen humor, pues dejarse llevar por el pánico no iba a servir de nada.
—¿Movidas de documentación? —le preguntó a la ursántropa, inclinándose hacia el cuaderno para empezar a apuntar—. Creo que no hace falta permiso para ir a un mundo vinculado deshabitado, ¿no? —planteó dubitativo, no muy seguro de si se estaba refiriendo a eso.

Mientras esperaba una respuesta le dio un trago a su refresco y empezó a golpear con suavidad la hoja de papel con la punta del bolígrafo. Siempre podían usar sus ordenadores personales para tomar notas, pero había algo muy satisfactorio en escribir a mano y el brujo nunca dejaba pasar la oportunidad de hacerlo.