- InvitadoInvitado
Recuerdos de casa.
27/10/15, 09:06 pm
Incursión de Cain a la Tierra. Samhein, séptima cosecha.
No había hablado a nadie de su viaje, tan solo había informado a los del burdel que se ausentaría en Samhein. Había planeado la excursión para el año anterior, pero se enteró de que Vacuum y los cuchitrileros, además de otra gente, irían a la Tierra, y temía encontrarse con alguno de ellos. Ya no podía seguir retrasándolo. Le daba vergüenza pensar en la cantidad de años que había dejado pasar, la cantidad de veces que había visto a los cuervos de Doce llenar el cielo de la ciudad y pensar ''Podría ir a verle hoy...'' y no lo había hecho.
Ese año era el definitivo, su fecha límite. Habia dejado todo bien atado para que no hubiera problemas en su ausencia. Tenía todos los preparativos a punto, y llevados con tal discreción que se sentía orgulloso de sí mismo. << Soy un maestro ninja>> pensó divertido antes de salir.
Había pasado horas buscando qué ponerse, decidiendo qué llevar. ¿Debería pasar desapercibido y vestirse de turista? ¿Llevar algo parecido a lo que trajo cuando lo cosecharon a modo de guiño? ¿Intentar aparentar ser un hombre de éxito allí como lo era en Rocavarancolia? Al final dejó que su sentido común decidiese por él y cogió ropa cómoda para patear ciudad y acorde al tiempo que iba a hacer: Vaqueros, botas de cuero, camiseta negra con una cabeza de carnero, una bufanda y una chaqueta de cuero por si refrescaba. Su equipaje consistía en un pasaporte falso, material de dibujo, una cartera que ya llenaría cuando llegase y un monedero sin fondo, por si las moscas. Todo metido en una mochila negra con símbolos ''mágicos'' que había visto mejores tiempos. Se había librado de sus greñas de rocavarancolés bohemio, arreglado las uñas para que tuvieran un aspecto masculino según los estándares sicilianos aunque las había mantenido de color negro, y rebajado su maquillaje. Mucho para su gusto, pero qué le iba a hacer. El círculo de Vepar estaba activo en su antebrazo, y ella se encargaría de mantener la ilusión de que tenía ambos ojos sanos. Como útimo toque, un demonio con forma de diminuta serpiente metálica, enroscado en su oreja.
Salió antes que los pájaros de Doce, bastante antes, para aprovechar el día. Al otro lado del portal, quedó suspendido sobre el cielo terrestre, mirando el paisaje que se extendía ante sus ojos. Era extraño sentir añoranza por algo que en realidad nunca habías llegado a ver (Caín no había salido de Italia en su vida) Sin embargo tenía la impresión de que el aire olía distinto, sabía distinto. Sintió un cosquilleo en el estómago. << Ya no puedes escaquearte.>>
Esta vez tiró de su propio dominio para ahorrar energía, y un par de enormes alas traslúcidas aparecieron en su espalda. Cain pudo sentir como le atravesaban la piel, aunque no dejasen ninguna herida.
-Sienta bien volver a casa, ¿no?- siseó Estigma.
-Esto ya no es nuestra casa.- respondió Cain.
Sobrevolaron Europa hasta la isla de Sicilia, protegidos por las ilusiones de Vepar, y pasaron por Palermo para robar carteras en un barrio adinerado. A Cain le sorprendió la cantidad de efectivo que llevaban algunos encima, y al mismo tiempo lo agradeció enormemente. No se quedó más de lo necesario ni dejó que nadie lo viese, y en una hora ya estaba sobrevolando Catania. Aterrizó en la piazza del Duomo, pegado a la fachada trasera de la iglesia donde casi no había gente, y en seguida buscó alguna cafetería donde desayunar. Estaba contento de no tener que preocuparse de lo mucho que le iban a sangrar por un café. Pidió ademas tostadas y cannoli, y casi se echó a llorar por lo mucho que había añorado el sabor de estos.
En un principio, se limitó a ver a la gente pasar, analizando sus caras, su ropa, sus gestos. Era una sensación extraña, como si estuviera viéndolo todo a través de uno de sus espejos encantados, como si realmente no estuviera allí, y al mismo tiempo, sentía que nunca se había ido, que nada había cambiado. Pero todo había cambiado, ya casi no quedaba nada del adolescente taciturno e inseguro que Doce se había llevado. Sacó su cuaderno e hizo algunos bocetos rápidos de gente que le llamaba la atención, de la perspectiva que veía desde su sitio, de una farola curiosa... Cuando acabó y pagó la cuenta decidió seguir dibujando. Había retratado esa piazza decenas de veces, pero quería volver a hacerlo desde sus nuevos ojos, con su nueva experiencia. Había mejorado muchísimo dibujando, pues era una afición que no había querido abandonar, y para la que sacaba tiempo incluso con la cantidad de trabajo que tenía todos los días. Claro que llevaba años sin dibujar edificios del natural. Le subió el color a las mejillas pensando en la cantidad de preciosos monumentos que tenía en Rocavarancolia y el poco partido que les había sacado. << Estúpido Caín estúpido.>> se reprendió mentalmente.
Acabando una de las fachadas laterales del Duomo pensó en algo; Nunca había entrado en esa iglesia. Su madre le había prohibido explícitamente entrar en los edificios sagrados por considerarlo impuro, y el temor de las consecuencias si lo hacía le había perseguido mucho después de que le quitasen su custodia. Con el corazón encogido en una mezcla de morbo y temor infantil, se levantó y fue a la entrada. Respiró hondo antes de entrar, pareciendo, segun su propio juicio, un idiota, y escondió el anticristo bajo la camisa. No sabía qué esperaba encontrar en el interior, tal vez se sentía un poco decepcionado por no haber ardido en llamas, o porque los iconos no llorasen sangre con su presencia. Igualmente, era un lugar precioso. Su relación con el cristianismo terrícola a lo largo de su vida había pasado del odio, a la burla condescendiente y a la admiración y el interés que se siente por una religión que te es completamente ajena. Le gustaban los templos, le gustaba la imaginería, y tenía la sensación de que solo había podido disfrutarlas realmente al desvincularse de su propia cultura de origen, al escapar lejos de las garras de la fe. Paseó por el duomo parándose en los altares que le llamaban la atención, haciendo bocetos más o menos detallados. << ¿Debería hacer fotos?>> se preguntó. Había llevado una pequeña cámara magica, y aun no había hecho una sola foto. No era mal momento para empezar. El espíritu de Vivia debía estar vigilandolo, porque en el momento en que hizo la primera entró en un pequeño frenesí fotográfico y acabó haciendo fotos hasta a los bancos. Muchos de los del burdel nunca habían visto una iglesia, tenía que mostrárselo cuando volviese.
Se le fue la mañana metido en su papel de turista low cost. Ya era la hora de comer de los ingleses, así que fue a comprarse un trozo de pizza en un puesto diminuto para matar el gusanillo, y se preparó mentalmente para lo que venía a continuación: Tenía que ir a su antigua casa.
Antes de ser cosechado, no vivía precisamente en el mejor barrio de la ciudad, pero tampoco en el peor. Parecía que a su bloque le habían dado una mano de pintura hacía poco, y parecía un poco menos cutre de lo que lo recordaba. Se quedó plantado con la espalda apoyada en una farola, mirando el portal fijamente. ¿Y ahora qué? No podía simplemente llamar a la puerta y decirle ''Hola, no me conoces, pero somos parientes''. Colarse era una opción, pero tendría que esperar a que saliese de casa. Posiblemente apenas llevaría un par de horas despierto.
<< Ahí está>>
Estaba bastante cambiado, pero podría reconocerlo a kilómetros. Se había decolorado el pelo, por lo que no quedaba rastro de su violeta característico, además lo llevaba más corto. Llevaba botas de tacón, un jersey de punto dos tallas más grande y... (aguardó a que se girara) sí, su cargadísimo maquillaje en los ojos que le hacía parecer un lemur. Caín sonrió, tenía buen aspecto. Se abrazó a sí mismo, sintiendo como le recorría la tristeza. Lo había echado de menos, y no se había dado cuenta de cuanto hasta que no lo había vuelto a ver. Había sido todo para él, gracias a él estaba ahí, y lo había abandonado, se había ido a hacer fortuna, se había vuelto rico y poderoso, y había tardado casi siete años en volver. << Soy lo peor.>> Se armó de valor para ir a hablarle, teniendo que correr pues ya se había alejado bastante. Por suerte no había nadie más en la calle y su acercamiento no quedaba raro.
-Disculpe.- llamó. Crixo se giró, y unos ojos del mismo dorado que el suyo le miraron extrañados. A Caín se le encogió el corazón.- Eh.. creo que me he perdido, ¿podría decirme donde está esta dirección?
Le señaló en un mapa una iglesia cercana, escogida un poco al azar. Sería por iglesias.
-Oh, está super cerca. Mira, giras esa calle y sigues todo recto hasta que llegas a una mercería y... ¿Tengo monos en la cara?- preguntó frunciendo el ceño.
Caín se había quedado mirándole como un gilipollas en lugar de atender a sus indicaciones. No podía evitarlo, había cambiado tanto, quería memorizar de nuevo todas sus facciones, la nueva madurez de sus rasgos, ese pequeño lunar al final del ojo izquierdo que antes no tenía...
-Lo siento, es que...- << Piensa una excusa rápida, piensa una excusa rápida>>- Me ha llamado mucho la atención tu estilo, este lugar siempre ha sido muy clásico- Crixo lo miró con suspicacia, como si estuviese esperando un insulto, por lo que Caín se apresuró a añadir- Y me encanta. Perdona si te he parecido creepy- Era una persona vanidosa, lo sabía, de la misma forma que lo era él. El truco funcionó y Crixo relajó la expresión, cambiando a una sonrisa coqueta.
-Vaya, gracias. Y sí, la gente de aquí suele ser bastante rancia. ¿Ya conocías esto de antes?
-Sí, viví aquí de niño pero nos mudamos. Ahora estoy trabajando fuera y vine a de visita, pero parece que no me acuerdo de tanto como pensaba.- rió.
-Oh, ¿dónde estas trabajando?- preguntó Crixo con curiosidad. Cain sudó frío pensando una historia.
-Londres. Realmente vivo en las afueras, pero trabajo en Londres.- Caín en su vida había pisado Reino Unido, y esperaba que Crixo tampoco.
-Nunca he estado allí, pero tiene que ser impresionante.
<< Toma ya. >>
-La verdad es que sí.
Crixo comprobó su móvil un momento, posiblemente miraba la hora y cuando volvió a guardarlo le dedicó una mirada que hizo que Caín se sintiese un poco incómodo.
-Ahora iba a ir a comer. ¿Te gustaría venir y luego te hago un tour por la ciudad? Ya que no te acuerdas bien.
Cain no podía creer su suerte, aunque bien pensado era un tío guapo y no homófobo, así que tampoco era mucha sorpresa que su primo le hubiese invitado a comer.
Fueron a un restaurante pequeñito y acogedor justo al lado de la iglesia por la que Caín había preguntado, y a la que hizo algunas fotos porque si no no tendría sentido que hubiese pedido indicaciones para llegar. El olor a comida recién hecha le golpeó la cara al entrar, y eso fue suficiente para que su estómago se quejase escandalosamente. Pidieron vino, y el brujo miró la carta ansioso. Había demasiados platos que quería volver a saborear y solamente tenía un día. Optó por la pasta alla Norma, por recomendación de Crixo. ''Seguro que en Londres no encuentras comida tan buena'' le había dicho.
Caín no paraba de reír, era todo tan surrealista. Pudo ponerse al día en la vida de su primo y comprobó con alivio que había dejado la prostitución y que ahora daba clases de baile. Escuchó ensimismado como le hablaba de sus primeras actuaciones, de la gente que había conocido, de que se había apuntado también a teatro. Él tuvo que inventarse toda su historia, algo que le dolía, pero no podía levantar sospechas. Agradeció mentalmente a Wen y todo lo que les había contado de su ciudad, pues le fue realmente útil. Le contó que había estudiado bellas artes y luego diseño, habló de sus compañeros de criba como si fueran compañeros de piso, y que después de graduarse habían montado un negocio juntos y les iba bastante bien. El burdel se convirtió en un pub alternativo que ofrecía actuaciones, que él había decorado casi por completo. Pidieron tiramisú de postre.
Crixo cumplió su promesa de mostrarle la ciudad, o al menos la parte a la que podían llegar a pie. Vieron el centro, parándose para que Cain pudiese dibujar. Crixo se deshacía en alabanzas, lo cual le ponía nervioso y le gustaba. Vieron muchas tiendas, sobretodo de recuerdos, y llegaron hasta el puerto, donde Caín compró ingentes cantidades de marisco y pescado ''Para comer mañana en casa de mis tíos''. Entraron en un hotel cualquiera antes de la merienda para que Cain dejase las compras en su habitación, o más bien para fingir que lo hacía y guardarlo todo en su monedero sin fondo.
-Si tienes familia aquí, ¿cómo que no te quedas con ellos?
-Vine de sorpresa y no me pareció bien meterme en su casa sin avisar. Además prefiero ir a mi aire.
-Que envidia que te lleves bien con tu familia.
Caín notó la tristeza en su voz, que se le contagió. Sintió el impulso de cogerle la mano, pero no lo hizo, habría sido raro.
-Con muy pocos. De hecho nos mudamos por problemas familiares- No era del todo mentira.
Volvieron a la piazza del Duomo, donde Crixo le contó la historia de los testículos del Liotru, el elefante símbolo de la ciudad, y comieron helado sentados en un banco.
-Esta noche es Halloween- dijo Crixo- Va a haber una fiesta en un local que llevan unos amigos y... bueno yo bailaré. ¿Te gustaría venir?
-No tengo disfraz.- respondió Cain. No era buena idea, tenía que irse temprano, no podía arriesgarse a que se le cerrase el portal.- Y mañana voy a comer a casa de mis tíos, no debería trasnochar.
-Venga.- insistió- Solo un ratito, una copa y te vuelves, no vas a pasar Halloween solo en ese hotel cutre, ¿verdad? Sería muy triste.
Era tentador. Y nunca había ido a una fiesta de Halloween. Acabó aceptando, quedando en cenar cada uno por su lado y en verse después. Cain aprovechó para buscar un disfraz. Una parte de sí mismo quería lucirse, pedirle a Vepar una ilusión impresionante, pero también quería probar algo más sencillo. Se compró unos cuernos a rayas blancas y negras que alteraría con magia para que fueran un pelín menos cutres y algo de maquillaje.
Volviendo a su ''hotel'' pasó por delante de una tienda de animales que tenía crias de conejo en el escaparate. Se quedó mirándolos un rato, concretamente a uno que parecía pasar olímpicamente de él y se lavaba la cara con las patitas. Era la cosa más adorable que Caín había visto en mucho tiempo. Entró a comprarlo, no para él, sino para otra persona. Llevaba tiempo queriendo hacerle un regalo así, pero las mascotas que ofrecía la ciudad tenían la costumbre de querer matar a todo el mundo, y no creía que una mascota genemágica le hiciese mucha gracia. Se llevó todo lo necesario: jaula, comida, serrín, bebedero, chuches. El animalito era tan pequeño que le cabía en la palma de la mano. Se lo llevó al hotel donde usó a sus demonios para convencer al recepcionista de que tenía una habitación allí, y de que no llevaba ningún conejo.
Pasó el resto de la tarde tumbado en la cama viendo corretear al conejito, saliendo solo a la pizzería de la esquina a por su cena. Puso la tele un rato. Se le hacía tan extraño hacer cosas tan humanamente normales y hacerlas con tanta naturalidad. La habitación olía a muebles viejos y a limpiapolvo, la ventana estaba abierta y entraba todo el sonido de la calle. Cain permanecía tumbado boca arriba, con la caja de pizza ya vacía a un lado, mirando las manchas de humedad del techo. En unas horas iría a una fiesta de Halloween, vería bailar a Crixo, bebería rodeado de jóvenes humanos que jamás habían visto morir, que jamás habían matado, que no habían hecho pedazos su alma. Se haría pasar por uno de ellos. De pronto todo el plan de la noche le dio vertigo ¿Acaso no sería mejor irse en ese mismo momento? ¿Olvidarse de la fiesta? Pero no podía. Ya había abandonado a Crixo una vez, no podía dejarlo plantado.
No había traído muda y por suerte se había dado cuenta con el tiempo suficiente para hacerse con una. No cambió mucho si atuendo salvo por una camisa limpia, los cuernos y el maquillaje. Esta vez se dejó el parche a la vista como añadido a su disfraz y usó algo de magia para hacerse colmillos. El conejo se quedaría en su jaula, a salvo, y él volvería en un par de horas a recogerlo, junto con su mochila.
La fiesta era en un local escondido en alguna callejuela del centro, que si Crixo no le hubiese dibujado un mapa probablemente no habría encontrado ni aunque llevase toda la vida viviendo en Catania. Nada más entrar, adivinó que la música la había elegido Crixo. Lo vio en el escenario, bailando, tan metido en su actuación que ni siquiera reparó en él al principio, hasta que el rubio estuvo casi pegado al escenario. Le hizo un guiño como seña de que lo había visto y continuó. Iba maquillado como un espectro, con sombrero de copa, y a Cain le hizo gracia lo similar que era a una anima.
Cuando acabó, Cain aplaudió con ganas, y fue al encuentro de Crixo que bajaba del escenario para dejar a los siguientes que iban a actuar.
-¡Has venido!- dijo su primo, gritando practicamente pues casi estaban pegados a un altavoz.
-Sí, me pareció feo dejarte plantado, y tenía curiosidad por verte.- respondió Cain. Crixo le sonrió.
Fueron a la barra a pedir una copa. Cain se sintió perdido ante tantas marcas nuevas y bebidas diferentes, pues se había acostumbrado más al alcohol importado de otros mundos que al de la Tierra, mucho más dificil de conseguir. Acabó pidiendo lo mismo que Crixo, un cóctel cuyo color iba en degradado del negro al rojo, adornado con un cerebro de gominola empalado en un palillo. Estaba dulce y fuerte, y le encantó. Se sentaron a hablar un poco apartados, en un lado de la barra.
Crixo aún tuvo que salir un par de veces más al escenario. El invocador le esperó en el sitio, aplaudiendo y silbando con el resto del local, pidiéndole una copa cada vez que volvía. Ni siquiera recordó de qué hablaron, solo que humo risas, muchas risas y mucho alcohol. Si Vacuum o Jack le viesen con las mejillas enrojecidas y hablando atropelladamente se burlarían de él hasta el fin de sus días. Por suerte no estaban allí.
-Espera... ¿qué hora es?- preguntó de pronto.
-¿Qué pasa Cenicienta, tienes que irte ya?- Crixo le enseñó el móvil. Frunció el ceño.
-Sí, ya te dije que no podía quedarme mucho. Bueno, ha sido un placer, lo he pasado genial, de verdad.
Cain no tenía muy claro cómo tenía que despedirse. Pronunció un hechizo reconstituyente para al menos tener la mente lúcida a la hora de decidirlo, y pudo fijarse mejor en la expresión de Crixo. Se le partió el alma en pedazos.
-¿De verdad te tienes que ir? Pensé que podría convencerte en que te quedases, ¿o al menos en que me acompañases un rato?
No había que ser un genio para entender lo que le estaba pidiendo. Cain sintió un nudo en la garganta.
-Crixo... Lo siento, no puedo, entiendeme.- respondió.
-Ya, lo había imaginado. ¿Demasiado guapo para estar soltero?- Crixo parecía decepcionado, pero se lo tomaba con humor. Le hizo un gesto para hacerle ver que lo entendía, que no pasaba nada.
Cain se mordió el labio. Llevaba siete años sin verle, sin saber nada de él, y antes de irse había sido la persona a la que más había querido en el mundo. No podía decirle quien era, no quedaba nada de lo que había sido para él, del vínculo que los había unido. Posiblemente después de esa noche no volvería a verle más. ¿Sería capaz de volver otro año? ¿Y si cuando se decide le pierde la pista y no puede volver a dar con él? ¿Y si cierran repentinamente el portal a la Tierra como ocurrió con FONERA? Con el pecho a punto de estallar, llevó una mano temblorosa a la cara de Crixo, pasando el pulgar suavemente por la línea de su mandíbula.
-Dos minutos.- susurró.
Aún iba bien de tiempo cuando salió del local, confuso, incómodo y extrañamente feliz. << Muy bien Cain, te has liado con tu primo, viva la depravación y el incesto.>> pensó, estallando finalmente en una carcajada. Tampoco importaba, era lo que Crixo quería, había hecho que su día fuera especial, y aunque no recordase todos los años que había pasado Cain, todo lo que había hecho por él, en su mente al menos habría un rubio con parche y una noche de Halloween que había pasado con él.
Recogió sus cosas del hotel y se marchó sin pasar siquiera por recepción. No se fue inmediatamente, antes pasó por un escaparate que le había llamado la atención saliendo del bar de la fiesta. La alarma no sonó, pero al día siguiente los dependientes verían que les faltaba una guitarra.
No había hablado a nadie de su viaje, tan solo había informado a los del burdel que se ausentaría en Samhein. Había planeado la excursión para el año anterior, pero se enteró de que Vacuum y los cuchitrileros, además de otra gente, irían a la Tierra, y temía encontrarse con alguno de ellos. Ya no podía seguir retrasándolo. Le daba vergüenza pensar en la cantidad de años que había dejado pasar, la cantidad de veces que había visto a los cuervos de Doce llenar el cielo de la ciudad y pensar ''Podría ir a verle hoy...'' y no lo había hecho.
Ese año era el definitivo, su fecha límite. Habia dejado todo bien atado para que no hubiera problemas en su ausencia. Tenía todos los preparativos a punto, y llevados con tal discreción que se sentía orgulloso de sí mismo. << Soy un maestro ninja>> pensó divertido antes de salir.
Había pasado horas buscando qué ponerse, decidiendo qué llevar. ¿Debería pasar desapercibido y vestirse de turista? ¿Llevar algo parecido a lo que trajo cuando lo cosecharon a modo de guiño? ¿Intentar aparentar ser un hombre de éxito allí como lo era en Rocavarancolia? Al final dejó que su sentido común decidiese por él y cogió ropa cómoda para patear ciudad y acorde al tiempo que iba a hacer: Vaqueros, botas de cuero, camiseta negra con una cabeza de carnero, una bufanda y una chaqueta de cuero por si refrescaba. Su equipaje consistía en un pasaporte falso, material de dibujo, una cartera que ya llenaría cuando llegase y un monedero sin fondo, por si las moscas. Todo metido en una mochila negra con símbolos ''mágicos'' que había visto mejores tiempos. Se había librado de sus greñas de rocavarancolés bohemio, arreglado las uñas para que tuvieran un aspecto masculino según los estándares sicilianos aunque las había mantenido de color negro, y rebajado su maquillaje. Mucho para su gusto, pero qué le iba a hacer. El círculo de Vepar estaba activo en su antebrazo, y ella se encargaría de mantener la ilusión de que tenía ambos ojos sanos. Como útimo toque, un demonio con forma de diminuta serpiente metálica, enroscado en su oreja.
Salió antes que los pájaros de Doce, bastante antes, para aprovechar el día. Al otro lado del portal, quedó suspendido sobre el cielo terrestre, mirando el paisaje que se extendía ante sus ojos. Era extraño sentir añoranza por algo que en realidad nunca habías llegado a ver (Caín no había salido de Italia en su vida) Sin embargo tenía la impresión de que el aire olía distinto, sabía distinto. Sintió un cosquilleo en el estómago. << Ya no puedes escaquearte.>>
Esta vez tiró de su propio dominio para ahorrar energía, y un par de enormes alas traslúcidas aparecieron en su espalda. Cain pudo sentir como le atravesaban la piel, aunque no dejasen ninguna herida.
-Sienta bien volver a casa, ¿no?- siseó Estigma.
-Esto ya no es nuestra casa.- respondió Cain.
Sobrevolaron Europa hasta la isla de Sicilia, protegidos por las ilusiones de Vepar, y pasaron por Palermo para robar carteras en un barrio adinerado. A Cain le sorprendió la cantidad de efectivo que llevaban algunos encima, y al mismo tiempo lo agradeció enormemente. No se quedó más de lo necesario ni dejó que nadie lo viese, y en una hora ya estaba sobrevolando Catania. Aterrizó en la piazza del Duomo, pegado a la fachada trasera de la iglesia donde casi no había gente, y en seguida buscó alguna cafetería donde desayunar. Estaba contento de no tener que preocuparse de lo mucho que le iban a sangrar por un café. Pidió ademas tostadas y cannoli, y casi se echó a llorar por lo mucho que había añorado el sabor de estos.
En un principio, se limitó a ver a la gente pasar, analizando sus caras, su ropa, sus gestos. Era una sensación extraña, como si estuviera viéndolo todo a través de uno de sus espejos encantados, como si realmente no estuviera allí, y al mismo tiempo, sentía que nunca se había ido, que nada había cambiado. Pero todo había cambiado, ya casi no quedaba nada del adolescente taciturno e inseguro que Doce se había llevado. Sacó su cuaderno e hizo algunos bocetos rápidos de gente que le llamaba la atención, de la perspectiva que veía desde su sitio, de una farola curiosa... Cuando acabó y pagó la cuenta decidió seguir dibujando. Había retratado esa piazza decenas de veces, pero quería volver a hacerlo desde sus nuevos ojos, con su nueva experiencia. Había mejorado muchísimo dibujando, pues era una afición que no había querido abandonar, y para la que sacaba tiempo incluso con la cantidad de trabajo que tenía todos los días. Claro que llevaba años sin dibujar edificios del natural. Le subió el color a las mejillas pensando en la cantidad de preciosos monumentos que tenía en Rocavarancolia y el poco partido que les había sacado. << Estúpido Caín estúpido.>> se reprendió mentalmente.
Acabando una de las fachadas laterales del Duomo pensó en algo; Nunca había entrado en esa iglesia. Su madre le había prohibido explícitamente entrar en los edificios sagrados por considerarlo impuro, y el temor de las consecuencias si lo hacía le había perseguido mucho después de que le quitasen su custodia. Con el corazón encogido en una mezcla de morbo y temor infantil, se levantó y fue a la entrada. Respiró hondo antes de entrar, pareciendo, segun su propio juicio, un idiota, y escondió el anticristo bajo la camisa. No sabía qué esperaba encontrar en el interior, tal vez se sentía un poco decepcionado por no haber ardido en llamas, o porque los iconos no llorasen sangre con su presencia. Igualmente, era un lugar precioso. Su relación con el cristianismo terrícola a lo largo de su vida había pasado del odio, a la burla condescendiente y a la admiración y el interés que se siente por una religión que te es completamente ajena. Le gustaban los templos, le gustaba la imaginería, y tenía la sensación de que solo había podido disfrutarlas realmente al desvincularse de su propia cultura de origen, al escapar lejos de las garras de la fe. Paseó por el duomo parándose en los altares que le llamaban la atención, haciendo bocetos más o menos detallados. << ¿Debería hacer fotos?>> se preguntó. Había llevado una pequeña cámara magica, y aun no había hecho una sola foto. No era mal momento para empezar. El espíritu de Vivia debía estar vigilandolo, porque en el momento en que hizo la primera entró en un pequeño frenesí fotográfico y acabó haciendo fotos hasta a los bancos. Muchos de los del burdel nunca habían visto una iglesia, tenía que mostrárselo cuando volviese.
Se le fue la mañana metido en su papel de turista low cost. Ya era la hora de comer de los ingleses, así que fue a comprarse un trozo de pizza en un puesto diminuto para matar el gusanillo, y se preparó mentalmente para lo que venía a continuación: Tenía que ir a su antigua casa.
Antes de ser cosechado, no vivía precisamente en el mejor barrio de la ciudad, pero tampoco en el peor. Parecía que a su bloque le habían dado una mano de pintura hacía poco, y parecía un poco menos cutre de lo que lo recordaba. Se quedó plantado con la espalda apoyada en una farola, mirando el portal fijamente. ¿Y ahora qué? No podía simplemente llamar a la puerta y decirle ''Hola, no me conoces, pero somos parientes''. Colarse era una opción, pero tendría que esperar a que saliese de casa. Posiblemente apenas llevaría un par de horas despierto.
<< Ahí está>>
Estaba bastante cambiado, pero podría reconocerlo a kilómetros. Se había decolorado el pelo, por lo que no quedaba rastro de su violeta característico, además lo llevaba más corto. Llevaba botas de tacón, un jersey de punto dos tallas más grande y... (aguardó a que se girara) sí, su cargadísimo maquillaje en los ojos que le hacía parecer un lemur. Caín sonrió, tenía buen aspecto. Se abrazó a sí mismo, sintiendo como le recorría la tristeza. Lo había echado de menos, y no se había dado cuenta de cuanto hasta que no lo había vuelto a ver. Había sido todo para él, gracias a él estaba ahí, y lo había abandonado, se había ido a hacer fortuna, se había vuelto rico y poderoso, y había tardado casi siete años en volver. << Soy lo peor.>> Se armó de valor para ir a hablarle, teniendo que correr pues ya se había alejado bastante. Por suerte no había nadie más en la calle y su acercamiento no quedaba raro.
-Disculpe.- llamó. Crixo se giró, y unos ojos del mismo dorado que el suyo le miraron extrañados. A Caín se le encogió el corazón.- Eh.. creo que me he perdido, ¿podría decirme donde está esta dirección?
Le señaló en un mapa una iglesia cercana, escogida un poco al azar. Sería por iglesias.
-Oh, está super cerca. Mira, giras esa calle y sigues todo recto hasta que llegas a una mercería y... ¿Tengo monos en la cara?- preguntó frunciendo el ceño.
Caín se había quedado mirándole como un gilipollas en lugar de atender a sus indicaciones. No podía evitarlo, había cambiado tanto, quería memorizar de nuevo todas sus facciones, la nueva madurez de sus rasgos, ese pequeño lunar al final del ojo izquierdo que antes no tenía...
-Lo siento, es que...- << Piensa una excusa rápida, piensa una excusa rápida>>- Me ha llamado mucho la atención tu estilo, este lugar siempre ha sido muy clásico- Crixo lo miró con suspicacia, como si estuviese esperando un insulto, por lo que Caín se apresuró a añadir- Y me encanta. Perdona si te he parecido creepy- Era una persona vanidosa, lo sabía, de la misma forma que lo era él. El truco funcionó y Crixo relajó la expresión, cambiando a una sonrisa coqueta.
-Vaya, gracias. Y sí, la gente de aquí suele ser bastante rancia. ¿Ya conocías esto de antes?
-Sí, viví aquí de niño pero nos mudamos. Ahora estoy trabajando fuera y vine a de visita, pero parece que no me acuerdo de tanto como pensaba.- rió.
-Oh, ¿dónde estas trabajando?- preguntó Crixo con curiosidad. Cain sudó frío pensando una historia.
-Londres. Realmente vivo en las afueras, pero trabajo en Londres.- Caín en su vida había pisado Reino Unido, y esperaba que Crixo tampoco.
-Nunca he estado allí, pero tiene que ser impresionante.
<< Toma ya. >>
-La verdad es que sí.
Crixo comprobó su móvil un momento, posiblemente miraba la hora y cuando volvió a guardarlo le dedicó una mirada que hizo que Caín se sintiese un poco incómodo.
-Ahora iba a ir a comer. ¿Te gustaría venir y luego te hago un tour por la ciudad? Ya que no te acuerdas bien.
Cain no podía creer su suerte, aunque bien pensado era un tío guapo y no homófobo, así que tampoco era mucha sorpresa que su primo le hubiese invitado a comer.
Fueron a un restaurante pequeñito y acogedor justo al lado de la iglesia por la que Caín había preguntado, y a la que hizo algunas fotos porque si no no tendría sentido que hubiese pedido indicaciones para llegar. El olor a comida recién hecha le golpeó la cara al entrar, y eso fue suficiente para que su estómago se quejase escandalosamente. Pidieron vino, y el brujo miró la carta ansioso. Había demasiados platos que quería volver a saborear y solamente tenía un día. Optó por la pasta alla Norma, por recomendación de Crixo. ''Seguro que en Londres no encuentras comida tan buena'' le había dicho.
Caín no paraba de reír, era todo tan surrealista. Pudo ponerse al día en la vida de su primo y comprobó con alivio que había dejado la prostitución y que ahora daba clases de baile. Escuchó ensimismado como le hablaba de sus primeras actuaciones, de la gente que había conocido, de que se había apuntado también a teatro. Él tuvo que inventarse toda su historia, algo que le dolía, pero no podía levantar sospechas. Agradeció mentalmente a Wen y todo lo que les había contado de su ciudad, pues le fue realmente útil. Le contó que había estudiado bellas artes y luego diseño, habló de sus compañeros de criba como si fueran compañeros de piso, y que después de graduarse habían montado un negocio juntos y les iba bastante bien. El burdel se convirtió en un pub alternativo que ofrecía actuaciones, que él había decorado casi por completo. Pidieron tiramisú de postre.
Crixo cumplió su promesa de mostrarle la ciudad, o al menos la parte a la que podían llegar a pie. Vieron el centro, parándose para que Cain pudiese dibujar. Crixo se deshacía en alabanzas, lo cual le ponía nervioso y le gustaba. Vieron muchas tiendas, sobretodo de recuerdos, y llegaron hasta el puerto, donde Caín compró ingentes cantidades de marisco y pescado ''Para comer mañana en casa de mis tíos''. Entraron en un hotel cualquiera antes de la merienda para que Cain dejase las compras en su habitación, o más bien para fingir que lo hacía y guardarlo todo en su monedero sin fondo.
-Si tienes familia aquí, ¿cómo que no te quedas con ellos?
-Vine de sorpresa y no me pareció bien meterme en su casa sin avisar. Además prefiero ir a mi aire.
-Que envidia que te lleves bien con tu familia.
Caín notó la tristeza en su voz, que se le contagió. Sintió el impulso de cogerle la mano, pero no lo hizo, habría sido raro.
-Con muy pocos. De hecho nos mudamos por problemas familiares- No era del todo mentira.
Volvieron a la piazza del Duomo, donde Crixo le contó la historia de los testículos del Liotru, el elefante símbolo de la ciudad, y comieron helado sentados en un banco.
-Esta noche es Halloween- dijo Crixo- Va a haber una fiesta en un local que llevan unos amigos y... bueno yo bailaré. ¿Te gustaría venir?
-No tengo disfraz.- respondió Cain. No era buena idea, tenía que irse temprano, no podía arriesgarse a que se le cerrase el portal.- Y mañana voy a comer a casa de mis tíos, no debería trasnochar.
-Venga.- insistió- Solo un ratito, una copa y te vuelves, no vas a pasar Halloween solo en ese hotel cutre, ¿verdad? Sería muy triste.
Era tentador. Y nunca había ido a una fiesta de Halloween. Acabó aceptando, quedando en cenar cada uno por su lado y en verse después. Cain aprovechó para buscar un disfraz. Una parte de sí mismo quería lucirse, pedirle a Vepar una ilusión impresionante, pero también quería probar algo más sencillo. Se compró unos cuernos a rayas blancas y negras que alteraría con magia para que fueran un pelín menos cutres y algo de maquillaje.
Volviendo a su ''hotel'' pasó por delante de una tienda de animales que tenía crias de conejo en el escaparate. Se quedó mirándolos un rato, concretamente a uno que parecía pasar olímpicamente de él y se lavaba la cara con las patitas. Era la cosa más adorable que Caín había visto en mucho tiempo. Entró a comprarlo, no para él, sino para otra persona. Llevaba tiempo queriendo hacerle un regalo así, pero las mascotas que ofrecía la ciudad tenían la costumbre de querer matar a todo el mundo, y no creía que una mascota genemágica le hiciese mucha gracia. Se llevó todo lo necesario: jaula, comida, serrín, bebedero, chuches. El animalito era tan pequeño que le cabía en la palma de la mano. Se lo llevó al hotel donde usó a sus demonios para convencer al recepcionista de que tenía una habitación allí, y de que no llevaba ningún conejo.
Pasó el resto de la tarde tumbado en la cama viendo corretear al conejito, saliendo solo a la pizzería de la esquina a por su cena. Puso la tele un rato. Se le hacía tan extraño hacer cosas tan humanamente normales y hacerlas con tanta naturalidad. La habitación olía a muebles viejos y a limpiapolvo, la ventana estaba abierta y entraba todo el sonido de la calle. Cain permanecía tumbado boca arriba, con la caja de pizza ya vacía a un lado, mirando las manchas de humedad del techo. En unas horas iría a una fiesta de Halloween, vería bailar a Crixo, bebería rodeado de jóvenes humanos que jamás habían visto morir, que jamás habían matado, que no habían hecho pedazos su alma. Se haría pasar por uno de ellos. De pronto todo el plan de la noche le dio vertigo ¿Acaso no sería mejor irse en ese mismo momento? ¿Olvidarse de la fiesta? Pero no podía. Ya había abandonado a Crixo una vez, no podía dejarlo plantado.
No había traído muda y por suerte se había dado cuenta con el tiempo suficiente para hacerse con una. No cambió mucho si atuendo salvo por una camisa limpia, los cuernos y el maquillaje. Esta vez se dejó el parche a la vista como añadido a su disfraz y usó algo de magia para hacerse colmillos. El conejo se quedaría en su jaula, a salvo, y él volvería en un par de horas a recogerlo, junto con su mochila.
La fiesta era en un local escondido en alguna callejuela del centro, que si Crixo no le hubiese dibujado un mapa probablemente no habría encontrado ni aunque llevase toda la vida viviendo en Catania. Nada más entrar, adivinó que la música la había elegido Crixo. Lo vio en el escenario, bailando, tan metido en su actuación que ni siquiera reparó en él al principio, hasta que el rubio estuvo casi pegado al escenario. Le hizo un guiño como seña de que lo había visto y continuó. Iba maquillado como un espectro, con sombrero de copa, y a Cain le hizo gracia lo similar que era a una anima.
Cuando acabó, Cain aplaudió con ganas, y fue al encuentro de Crixo que bajaba del escenario para dejar a los siguientes que iban a actuar.
-¡Has venido!- dijo su primo, gritando practicamente pues casi estaban pegados a un altavoz.
-Sí, me pareció feo dejarte plantado, y tenía curiosidad por verte.- respondió Cain. Crixo le sonrió.
Fueron a la barra a pedir una copa. Cain se sintió perdido ante tantas marcas nuevas y bebidas diferentes, pues se había acostumbrado más al alcohol importado de otros mundos que al de la Tierra, mucho más dificil de conseguir. Acabó pidiendo lo mismo que Crixo, un cóctel cuyo color iba en degradado del negro al rojo, adornado con un cerebro de gominola empalado en un palillo. Estaba dulce y fuerte, y le encantó. Se sentaron a hablar un poco apartados, en un lado de la barra.
Crixo aún tuvo que salir un par de veces más al escenario. El invocador le esperó en el sitio, aplaudiendo y silbando con el resto del local, pidiéndole una copa cada vez que volvía. Ni siquiera recordó de qué hablaron, solo que humo risas, muchas risas y mucho alcohol. Si Vacuum o Jack le viesen con las mejillas enrojecidas y hablando atropelladamente se burlarían de él hasta el fin de sus días. Por suerte no estaban allí.
-Espera... ¿qué hora es?- preguntó de pronto.
-¿Qué pasa Cenicienta, tienes que irte ya?- Crixo le enseñó el móvil. Frunció el ceño.
-Sí, ya te dije que no podía quedarme mucho. Bueno, ha sido un placer, lo he pasado genial, de verdad.
Cain no tenía muy claro cómo tenía que despedirse. Pronunció un hechizo reconstituyente para al menos tener la mente lúcida a la hora de decidirlo, y pudo fijarse mejor en la expresión de Crixo. Se le partió el alma en pedazos.
-¿De verdad te tienes que ir? Pensé que podría convencerte en que te quedases, ¿o al menos en que me acompañases un rato?
No había que ser un genio para entender lo que le estaba pidiendo. Cain sintió un nudo en la garganta.
-Crixo... Lo siento, no puedo, entiendeme.- respondió.
-Ya, lo había imaginado. ¿Demasiado guapo para estar soltero?- Crixo parecía decepcionado, pero se lo tomaba con humor. Le hizo un gesto para hacerle ver que lo entendía, que no pasaba nada.
Cain se mordió el labio. Llevaba siete años sin verle, sin saber nada de él, y antes de irse había sido la persona a la que más había querido en el mundo. No podía decirle quien era, no quedaba nada de lo que había sido para él, del vínculo que los había unido. Posiblemente después de esa noche no volvería a verle más. ¿Sería capaz de volver otro año? ¿Y si cuando se decide le pierde la pista y no puede volver a dar con él? ¿Y si cierran repentinamente el portal a la Tierra como ocurrió con FONERA? Con el pecho a punto de estallar, llevó una mano temblorosa a la cara de Crixo, pasando el pulgar suavemente por la línea de su mandíbula.
-Dos minutos.- susurró.
Aún iba bien de tiempo cuando salió del local, confuso, incómodo y extrañamente feliz. << Muy bien Cain, te has liado con tu primo, viva la depravación y el incesto.>> pensó, estallando finalmente en una carcajada. Tampoco importaba, era lo que Crixo quería, había hecho que su día fuera especial, y aunque no recordase todos los años que había pasado Cain, todo lo que había hecho por él, en su mente al menos habría un rubio con parche y una noche de Halloween que había pasado con él.
Recogió sus cosas del hotel y se marchó sin pasar siquiera por recepción. No se fue inmediatamente, antes pasó por un escaparate que le había llamado la atención saliendo del bar de la fiesta. La alarma no sonó, pero al día siguiente los dependientes verían que les faltaba una guitarra.
- InvitadoInvitado
Re: Recuerdos de casa.
08/09/16, 12:55 am
Ya en Rocavarancolia
No fue a verle inmediatamente después de volver de la Tierra, antes quería dormir un par de horas, por lo menos. Entró por la balconada de su planta para evitar que lo vieran, aun así, se encontró a Mephis dormida en el sofá de la terraza.
-¿Qué haces aquí?- preguntó Cain, llamando a un diablillo para que llevara su bolsa y sus regalos al dormitorio.
-Sabes que odio esta noche, no quería estar sola. ¿Y esas pintas, de dónde vienes?
-De una fiesta.- Cain suspiró- Podrías haberte ido con Zedrig, sabías que estaría fuera esta noche...
Se llevó a la cambiante en brazos hasta la cama, y cuando la dejó sobre el colchón le pidió por favor que tomase una forma adulta << Ya he escupido sobre la moral terrícola lo suficiente por una noche>> Mephis obedeció y cambió al cuerpo de una joven de cabello larguísimo y rizado, esponjoso como nubes de azúcar.
-¿Vas a contarme tu viaje?- preguntó abrazándose las rodillas.
-Por la mañana. He hecho fotos y todo, y traigo productos de mi tierra, podríamos hacer una mariscada.
Cain se desvistió y se quitó el maquillaje. Se metió en la cama y Mephis se acurrucó rápidamente en sus brazos. No era la noche más tranquila, ni la más silenciosa, por el balcón entraban sonidos de bestias festejando la llegada de nueva carne de cañón, mezclándose con truenos y la lluvia golpeando los cristales. Permanecieron abrazados en silencio, sin llegar a dormirse, hasta que Cain habló:
-A lo mejor no he pecado lo bastante esta noche.
Le pasó una imagen mental a Mephis por telepatía, un recuerdo vívido de algo que acababa de ocurrir. Mephis mutó y de pronto fue Crixo al que Ccain abrazaba bajo las sábanas.
-Gracias. Buenas noches.- susurró el invocador dándole un beso en la frente.
-Buenas noches- respondió Mephis, imitando a la perfección la voz de Crixo.
-----
Se levantó temprano, no había dormido mucho pero quería entregar los regalos lo antes posible. Aprovechó que Vacuum no estaba en su cuarto para dejar la guitarra sobre su cama y que se la encontrase cuando volviera. Una cosa menos.
Luego fue a la habitación de Vanyme, que seguramente ya estaría despierto. El chico no dormía mucho, y le gustaba ver amanecer. Lo encontró en una butaca con una infusión caliente y un libro en el regazo, uno con ilustraciones de plantas carnívoras.
-Toc, toc- saludó Cain entrando por la puerta.- Te traigo una cosita de mi mundo.
Llevaba el conejo envuelto en una manta, de forma que no se podía ver qué era. Vanyme se estiró un poco en su asiento intentando descifrar qué traía el brujo en brazos, y al no lograrlo frunció el ceño, desconfiado.
-¿Qué es?
Cain sonrió. Vanyme había sido el más difícil de seducir de todos sus empleados, y el único que tenía el burdel como primera experiencia en Rocavarancolia. Debido a su etnia y a cómo era la población ulterana de la ciudad se sentía solo y extraño, y el brujo lo sabía. No evitaba socializar con el resto como había hecho Zedrig al principio, ni se mostraba hostil, pero sí que era más retraído y solía pasar bastante tiempo solo. Los libros eran un buen entretenimiento, pero no tenía por qué ser el único.
-Compañía.
Descubrió al diminuto conejo y se lo acercó al terra, que lo miró con los ojos como platos. Cain estalló en una carcajada; nunca había visto una expresión así su rostro, parecía un niño en Navidad. Vanyme cogió al animalito con sumo cuidado, incluso se asustó cuando este se revolvió en la manta. Había animales parecidos en su tierra, los conocía. Fue amor a primera vista.
-Tienes todo lo necesario para cuidar de él: comida, bebedero, una jaula para tenerlo guardadito y que no se te pierda por el cuarto...
Todo lo que mencionaba iba pasando por la puerta, levitando. Lo dejó todo en el suelo.
-Si necesitas saber algo sobre sus cuidados me preguntas y busco información. Ahora os dejo para que os conozcáis mejor.
Vanyme parecía que había escuchado a medias. Se había sentado en la alfombra y había dejado suelto al conejo para que corretease un poco. Lo miraba embelesado mientras daba pequeños saltitos y lo olisqueaba todo. Antes de que Cain cerrase la puerta el terra volvió en sí y se dió cuenta de que se marchaba.
-¡Cain!- llamó, el brujo se dio la vuelta.- Gracias. Me encanta.
Cain le guió un ojo y cruzó el pasillo hacia las escaleras.
No fue a verle inmediatamente después de volver de la Tierra, antes quería dormir un par de horas, por lo menos. Entró por la balconada de su planta para evitar que lo vieran, aun así, se encontró a Mephis dormida en el sofá de la terraza.
-¿Qué haces aquí?- preguntó Cain, llamando a un diablillo para que llevara su bolsa y sus regalos al dormitorio.
-Sabes que odio esta noche, no quería estar sola. ¿Y esas pintas, de dónde vienes?
-De una fiesta.- Cain suspiró- Podrías haberte ido con Zedrig, sabías que estaría fuera esta noche...
Se llevó a la cambiante en brazos hasta la cama, y cuando la dejó sobre el colchón le pidió por favor que tomase una forma adulta << Ya he escupido sobre la moral terrícola lo suficiente por una noche>> Mephis obedeció y cambió al cuerpo de una joven de cabello larguísimo y rizado, esponjoso como nubes de azúcar.
-¿Vas a contarme tu viaje?- preguntó abrazándose las rodillas.
-Por la mañana. He hecho fotos y todo, y traigo productos de mi tierra, podríamos hacer una mariscada.
Cain se desvistió y se quitó el maquillaje. Se metió en la cama y Mephis se acurrucó rápidamente en sus brazos. No era la noche más tranquila, ni la más silenciosa, por el balcón entraban sonidos de bestias festejando la llegada de nueva carne de cañón, mezclándose con truenos y la lluvia golpeando los cristales. Permanecieron abrazados en silencio, sin llegar a dormirse, hasta que Cain habló:
-A lo mejor no he pecado lo bastante esta noche.
Le pasó una imagen mental a Mephis por telepatía, un recuerdo vívido de algo que acababa de ocurrir. Mephis mutó y de pronto fue Crixo al que Ccain abrazaba bajo las sábanas.
-Gracias. Buenas noches.- susurró el invocador dándole un beso en la frente.
-Buenas noches- respondió Mephis, imitando a la perfección la voz de Crixo.
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Se levantó temprano, no había dormido mucho pero quería entregar los regalos lo antes posible. Aprovechó que Vacuum no estaba en su cuarto para dejar la guitarra sobre su cama y que se la encontrase cuando volviera. Una cosa menos.
Luego fue a la habitación de Vanyme, que seguramente ya estaría despierto. El chico no dormía mucho, y le gustaba ver amanecer. Lo encontró en una butaca con una infusión caliente y un libro en el regazo, uno con ilustraciones de plantas carnívoras.
-Toc, toc- saludó Cain entrando por la puerta.- Te traigo una cosita de mi mundo.
Llevaba el conejo envuelto en una manta, de forma que no se podía ver qué era. Vanyme se estiró un poco en su asiento intentando descifrar qué traía el brujo en brazos, y al no lograrlo frunció el ceño, desconfiado.
-¿Qué es?
Cain sonrió. Vanyme había sido el más difícil de seducir de todos sus empleados, y el único que tenía el burdel como primera experiencia en Rocavarancolia. Debido a su etnia y a cómo era la población ulterana de la ciudad se sentía solo y extraño, y el brujo lo sabía. No evitaba socializar con el resto como había hecho Zedrig al principio, ni se mostraba hostil, pero sí que era más retraído y solía pasar bastante tiempo solo. Los libros eran un buen entretenimiento, pero no tenía por qué ser el único.
-Compañía.
Descubrió al diminuto conejo y se lo acercó al terra, que lo miró con los ojos como platos. Cain estalló en una carcajada; nunca había visto una expresión así su rostro, parecía un niño en Navidad. Vanyme cogió al animalito con sumo cuidado, incluso se asustó cuando este se revolvió en la manta. Había animales parecidos en su tierra, los conocía. Fue amor a primera vista.
-Tienes todo lo necesario para cuidar de él: comida, bebedero, una jaula para tenerlo guardadito y que no se te pierda por el cuarto...
Todo lo que mencionaba iba pasando por la puerta, levitando. Lo dejó todo en el suelo.
-Si necesitas saber algo sobre sus cuidados me preguntas y busco información. Ahora os dejo para que os conozcáis mejor.
Vanyme parecía que había escuchado a medias. Se había sentado en la alfombra y había dejado suelto al conejo para que corretease un poco. Lo miraba embelesado mientras daba pequeños saltitos y lo olisqueaba todo. Antes de que Cain cerrase la puerta el terra volvió en sí y se dió cuenta de que se marchaba.
-¡Cain!- llamó, el brujo se dio la vuelta.- Gracias. Me encanta.
Cain le guió un ojo y cruzó el pasillo hacia las escaleras.
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