Primer sueño de Lethe

Por todos los escualos del universo, ¿qué demonios estaba ocurriendo allá afuera? Sujetaba con fuerza el candil que no sabía de donde había salido, rebuscando entre la oscuridad sin entender muy bien por qué. Temblaba y no sabía el motivo, no hacía frío esa noche, pero algo le decía que estaba a punto de descubrirlo. Ese algo eran las figuras que vislumbró entre la penumbra.

Dejó caer el candil de inmediato en cuanto reconoció los restos que conformaban la figura tirada en el suelo. Clavó su mirada en el cuerpo de Kradko, y siguió el reguero de fluidos que emanaban de este. Por primera vez en bastante tiempo Lethe no tenía palabras. No es que no quisiese o eligiese no pronunciarlas, simplemente no las tenía. Echó la cabeza hacia atrás y alzó lentamente la mirada hacia la figura a la que no había prestado atención hasta que habló, todavía paralizada sin poder reaccionar como era debido. Aunque, ¿cómo sería eso? ¿Qué se suponía que…?

Pronto supo la respuesta: lo que tenía que hacer era hacérselo pagar a aquella mamífera. Sus palabras lo habían dejado claro: ella había asesinado a Kradko. Sintió la ira creciendo en su interior, una sensación poco familiar. No se trataba de que no se enfadase nunca, si no que jamás había tenido un motivo para encolerizarse de aquella manera.
—¿¿De qué lucios estás hablando?? ¡Vuelve aquí maldita asesina! ¿Quién eres? ¿¿Qué es eso de un due…??
Gritos a su espalda le hicieron girarse bruscamente en la dirección que provenían. De todas formas la mamífero psicópata había desaparecido sin más. Tuvo que cubrirse los ojos al verse de pronto cegada por la luz del amanecer, que parecía haber llegado de pronto y sin previo aviso. Rápidamente escaló el muro para descender hasta el patio y entrar al torreón.

Al entrar la enderth pasa su vista de uno a otro: sus expresiones aterrorizadas dejan claro que hubo algo más que la muerte de Kradko. Le hablan y no comprende. ¿Qué estaba ocurriendo allí? Lethe se estaba mareando. La sensación se intensificó más cuando se dio cuenta de lo que significaba el silencio absoluto que reinaba cuando ninguno de los presentes hablaba. Se dejó caer en un sillón y se llevó las manos a los ojos, frotándoselos con cansancio.
—Disculpad, yo… La visión del cadáver de Kradko me ha afectado mucho más de lo que hubiera imaginado. Me siento… confusa ahora mismo. Creo que me ayudaría que me resumieseis la situación para poder analizarla.
Si decía que no se acordaba de nada no sabía cómo podían reaccionar. Desde creer que se había vuelto loca hasta que estaba eludiendo sus responsabilidades todo era posible.

No salió como esperaba. No sonsacó información nueva acerca de lo sucedido, se limitaron a responderle por los sucesos más recientes y parecía que incluso así la empezaban a tomar por loca. Se planteó si adoptar otra estrategia, pero llegó a la conclusión de que era mejor seguirles el juego primero a ver qué pasaba.

Magia, decían. La enderth suspiró fuertemente, recordando lo poco que sabían sobre ella: que podía dejar paralizada a una persona sin apenas esfuerzo. ¿Cómo iban a enfrentarse a eso?
—No podemos fiarnos de las palabras de una asesina —le respondió a Qirra—. Vamos a… No lo sé, intentar bloquear los accesos con muebles o lo que sea. A lo mejor no sirve de nada contra la magia, pero es la única opción que tenemos. Voy a buscar mi arco por si puedo intentar disparar desde la azotea…
Sabía que no podía pedirles a ninguno de los que quedaban con vida que la ayudasen porque no tenían el más mínimo entrenamiento. Ojalá Reina estuviese viva. O incluso Kolja.

Aguardó pertrechada contra el muro de la parte superior del torreón, en completo silencio y arrebujada en una capa. De vez en cuando asomaba el arco y la parte superior de su cabeza en busca de un posible blanco que nunca llegó. Lo que si llegaron fueron los gritos.
—Mierda, mierda, mierda…
La enderth se irguió de un salto al escuchar el grito de Chromsa, preparándose para descender de la azotea. Algo la detuvo al escuchar también los gritos de Luci y Qirra. Un pensamiento. Un repentino momento de claridad. ¿Qué estaba haciendo? Aquellos tipos podían hacer magia o no hubiesen sido capaces de entrar en absoluto silencio a través de las medidas que habían adoptado. Encima ella no era ninguna guerrera, como había reiterado en incontables ocasiones a sus compañeros. ¿Por qué le habían asignado de pronto un papel como aquel? ¿Qué lucios había ocurrido allí de todas formas? ¿Quiénes eran los que los atacaban y por qué?

Daba igual, ya no iba a obtener respuestas porque todos sus compañeros estaban muertos. Lethe no tenía ninguna duda de que ese era el destino inevitable de Luci y Qirra. No, su única opción era huir. Se subió al muro y se lanzó, abriendo las alas para planear. Aquella era una altura tremenda y era muy arriesgado lo que estaba haciendo, pero era su única opción.

No sufrió daños durante el descenso, pero supo enseguida que ahí era donde finalizaba su suerte: un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Los pasos de la asesina. No quería detenerse para mirar, pero cometió el error de girar la cabeza mientras se recomponía tras el planeo. No era aquella tal Maila la que salía en ese momento del torreón. Era alguien, probablemente, mucho peor. La enderth no tuvo que ver el color de la sangre para saber a quiénes pertenecía la que manchaba sus garras, ni tampoco necesitaba preguntar para conocer las intenciones del reptil inmundo. Echó a correr en la dirección opuesta, buscando perderse entre las calles de la ciudad y tratar de despistarlo.

Sin aliento y sin entender por qué sus pasos la habían llevado hasta allí la enderth acabó en el lugar de la cita. Estaba segura de que no había corrido en dirección a aquel lugar maldito, pero el hecho era que allí se encontraba. Allí estaba aquella humana asesina. ¿O quizás había sido el reptil quien los había matado a todos? No importaba: eran todos un grupo de psicópatas. Si no, ¿cómo se habían aliado con aquel al que habían visto provocar una masacre allí mismo?

Lethe mira a un lado y a otro como le cortan cualquier huida posible. O eso creen ellos. La chica que parece ser su líder o algo por el estilo le habla. Sus palabras vuelven a no tener ningún sentido.
—La responsabilidad es vuestra que sois quiénes los habéis matado —le dice sin ceder ni un milímetro—. Yo ni siquiera sé qué está pasando aquí, ni quiénes sois. Lo único que tengo claro es que sois unos asesinos.
Ya no consideró prudente hacer más tiempo para recuperar el aliento, por lo que echó a correr otra vez. Saltaría a la fachada del edificio más cercano y comenzaría a escalar. Si no podía seguir huyendo por el suelo tendría que hacerlo desde las alturas.