Primer sueño de Rox

De la primera acción de la que Rox fue consciente fue de soltar un suspiro tenso. No suspiraba por los elefantes, por las telarañas o por lo incómodo que resultaba mover los brazos o el cuello para mirar a otro lado: lo hacía por el hecho de llevar un vestido. Se había cruzado de piernas ante la inseguridad, tratando de hacer caso omiso de lo incómodo que era moverse, y siendo muy consciente de que aquel atuendo no había llegado a ella por medios propios. Notaba los pulmones pesados y el cuerpo firmemente unido al taburete a pesar de no estar haciendo presencia física real allí, aunque eso ella no lo supiera.

Su interior se removió con un escalofrío según el escenario se expandía ante su mirada y la música llegaba más clara a sus oídos. Tardó lo suyo en levantarse, lanzando largas miradas a los elefantes y al pobre perro (o lo que quedaba de él) antes de tratar de arreglarse el vestido y bajarlo un poco más. La tarea había resultado imposible, y al ver los hilos que unían su piel y la prenda quiso gritar. Lo único que consiguió fue que el corazón le diese un vuelco y le fallasen las piernas, tirando el taburete de un empujón, temiendo por que el mueble hubiese aplastado los restos del animalito con el cuchillo dentro.

—Lo... Lo siento.— se tapó las manos con la boca, pero la constante sensación de tirones la hizo arrepentirse. Trataría de gesticular lo menos posible para apartar de su mente que le habían cosido aquello al cuerpo. Con pasos lentos e inseguros, se acercó a los cinco elefantes, manteniendo distancias con el miedo a que un soplido partiera la telaraña y cayeran todos sobre ella.

Arrastró un pie en el suelo para levantar polvo, tratando de calmarse y no demostrar el claro miedo que sentía por sus espectadores. Trataba de no mirarlos, pero cuando te rodean tantos maniquíes no es tarea fácil: o eso, o mirar los pobres elefantes.
La muñeca, sin embargo, no le sorprendió. Dentro de todo lo surrealista que estaba viendo, su presencia no desentonaba, e incluso le relajaba mirarla a ella para no centrarse en otras cosas.

—Mira, tiene que haber un error.—se llevó las manos al pecho, con tono urgente y expresión preocupada. La voz le temblaba, manteniéndola baja para que el público no se enterase y armase un revuelo, por si las moscas—. Yo... Yo no soy Jessica. Mi nombre es Roxanne. Te debes de estar confundiendo.

Iba a seguir rogando por direcciones a una salida y explicaciones, disculparse por las molestias y poder descoserse la prenda del cuerpo, pero el circo no quiso que así fuese. El redoble de tambores le hizo dar un brinco, observando de forma inevitable como todos los maniquíes ahora tenían ojos. Tragó saliva de forma pesada, sabiendo que por mucho que lo pidiese, no se iba a librar.

Sabía lo que tenía que hacer, y era no defraudarles.

Hizo de tripas corazón, y como si fuese lo más normal del mundo, estiró un brazo para saludar a su público con una reverencia. Un sombrero de copa apareció en su mano, el cual puso con naturalidad sobre su cabeza. Lo cierto es que le temblaba el pulso, pero sonreía con fuerza a pesar de la situación. No se presentó. No habló. Consideró en hacer magia con el sombrero, pero dudaba que pudiera sacar un conejo de la chistera. También pensó en malabares, pero dudaba mucho que el público quisiera eso.

Miró a los elefantes, después a la muñeca. De la misma forma de la que el sombrero había aparecido, la coreana divisó una vara metálica no muy lejos suya, la cual cogió y pegó contra el cuerpo antes de subir por una escalera convenientemente situada para llegar a lo más alto de la tela. Llevaba vestido, había cinco elefantes colgados y la telaraña general apenas se sujetaba del techo. Cualquier peso extra, sumado al movimiento de los paquidermos parecía poder tirarla: ¿De verdad no se le había ocurrido nada mejor que jugar a la cuerda floja?

—¿¡Qué!? ¿¡Y me lo dices ahora!? —pegó el cuerpo a la escalera como si fuera un koala y soltó la vara sin querer, viendo como caía al vacío con un estruendo. Lo más profundo de ella deseó que la vara golpease a la muñeca, pero no tuvo tal suerte.

Habría bajado sin poner ningún tipo de queja, pero la hostilidad del lugar no se lo estaba dejando nada fácil. Un grito cortado se le escapó al ver la cantidad de bichos que subían por la tela, y al igual que la vara, el sombrero fue lo siguiente en caer.
¿Por qué de todos los insectos posibles, la muñeca había tenido que estar hecha de los que le daban asco?
Tuvo la falsa esperanza de que la telaraña funcionase como debía hacerlo y atrapase a la mayoría, pero por supuesto, no fue así. El pulso se le aceleró y comenzó a bajar con apuro, ignorando los abucheos que, por lo menos, hacían el ruido de las miles de patas menos repulsivo. Sin embargo, la nueva voz de la muñeca era algo que prefería no haber descubierto.  

La aparición de la puerta y las mariposas le hizo perder el equilibrio en un peldaño, pero en aquella altura poco le importaba ya caerse. Bajó de un salto hasta el suelo, maldiciendo entre dientes los tirones que le daba el vestido rojo. No se detuvo a besar la puerta por falta de tiempo, abalanzándose a abrirla para salir de ahí cuanto antes.

No sabía a donde llevaba, pero tenía la esperanza de que, fuera a donde fuera, siempre sería un lugar mejor que aquel.

Se ve que estaba de moda romperle las esperanzas en el momento de tensión.

Al verse en un lugar tan oscuro creyó haber entrado en algún tipo de armario, más los murmullos, gritos, temblores y el extraño olor le decían que aquello no podía ser un simple mueble. Se giró, esperando encontrar la puerta, pero lo único que obtuvo fue un flash que la dejó aturdida unos largos segundos. Se llevó la mano a los ojos, percatándose entonces de su nuevo conjunto de ropa fuera de escala, claramente no de su talla. Al menos se sentía más a gusto y segura que llevando vestido: no podía decir lo mismo del lugar.

—¿Va en serio? —su tono de reproche no iba en respuesta al hombre que se había plantado en frente, sino a la situación en general. Querer un sitio seguro, por lo visto, era demasiado pedir. No se quejó y, conducida por la claustrofobia que empezaba a sentir y el miedo a la oscuridad, procedió a caminar de forma poco segura por el primer de los túneles que pilló más a mano, esperando que aquel hombre le siguiera—. ¿E-Es por aquí? Me.. Me vendría bien algo de luz..

Después de la mala experiencia con la muñeca de trapo, optaría por obtener respuestas antes de lanzarse de cabeza.

Un vuelco al corazón casi se la lleva al otro barrio, dejándola tan impactada del susto como para darle tiempo ni de gritar. Se llevó una mano al pecho, contemplando unos instantes, paralizada, el derrumbamiento que casi la aplasta. Aún anonadada, asintió a las órdenes del desconocido, sintiéndose tonta por no haberse fijado en el camino de luces. En su mente no cabía la posibilidad de que antes no estuvieran allí.

—Sí, s-sí. Voy... —volvió a caminar hasta que su cerebro pareció funcionar de nuevo, procesando la información y deteniendo su marcha para voltearse a hablar, extrañada—. ¿Eh? ¿Contener a qu...?

El chillido respondió a su pregunta. De no haber tenido tanto miedo metido en el cuerpo se habría volteado, habría tirado de un brazo del hombre y le habría obligado a huir con ella. Fuese lo que fuese eso, no sonaba como algo amistoso, y dudaba de que aquel señor pudiera hacer algo. Sin embargo, una parte egoísta suya quiso confiar y sin más miramientos, echó a correr siguiendo las luces. Le hubiera gustado correr a toda la velocidad posible para salir de ahí cuanto antes, pero la oscuridad, el poco aire que le llegaba y la agitación hacían que tuviera que frenarse.

Lo que verdaderamente le heló el cuerpo a Rox no fue la humedad, ni la velocidad a la que corría ni la oscuridad del túnel, sino los gritos del hombre al que acababa de dejar atrás. Vaciló unos instantes, frenando su marcha para mirar atrás mientras sus propios jadeos se hacían más ruidosos en una mezcla de cansancio y pánico. Pensó en volver atrás, más cuando sus piernas temblorosas decidieron seguir corriendo hacia delante, un derrumbe le frenó el paso.

Si tenía dudas de que el karma existiese, ahora no le quedaba ninguna.

—Te lo mereces por dejarle atrás... —habló para si misma de forma apenas audible, casi sin despegar la mandíbula. Antes de intentar apartar las piedras con las manos, más luces vislumbraron otros caminos de escape. O al menos, eso quería creer la coreana. Sin cuestionarlo dos veces, se lanzó a las escaleras de la derecha: quería ascender cuanto antes, por muy mal aspecto que tuvieran. Subió en una mezcla de cautela y la prisa que lleva alguien que se ve muerto, tratando de mantener la poca vista que tenía disponible concentrada en los escalones.