Primer sueño de RR

RR estaba a mitad del rutinario ejercicio matutino para incorporarse de su lecho y comenzar a despotricar contra el objetivo de turno cuando todas las extrañas circunstancias le asaltaron. ¿Qué hacía en su antiguo hogar? Porque ciertamente lo era. Recordaba sus paredes mal pintadas, el frío, los muelles duros cómo riscos, y el olor. Ciertamente, el aroma de su antigua morada era característico e inconfundible. De hecho, de haber sido más contundente, le habría pegado un puñetazo en la mandíbula y el impacto habría dado como resultado una ortodoncia radical. Entonces, ¿todo había sido un sueño? Porque había sido uno raro de cojones, desde luego, y muy lúcido. En aquel preciso instante, comenzó a plantearse la posibilidad de consumir menos estupefacientes y comer un poquito más.

Pero aquella promesa se vio interrumpida taxativamente por una perturbadora visión; cosa que por otra parte, no importaba mucho, porque de haberla terminado no la habría cumplido igual. Su vientre. Su hinchado, palpitante y peligrosamente vivo vientre.

En un principio no comprendió el significado de tal alteración de su aspecto físico. Luego recordó a los auros, y la analogía comenzó a preocuparle.

-Espera espera espera… No, esto no va así. Definitivamente no iba así. Se supone… se supone que para esto…- se quedó meditando durante unos instantes más. Hasta dónde él sabía, a parte de ser completa y normalmente estéril, RR no poseía lo que debía poseer alguien que… en fin, pudiera tener un…

Sacudió la cabeza y se llevó las manos a las sienes, sentándose al borde de la cama, y miró a los lados. Y ahí estaba, esperándole junto a su mochila.

-Oh…- comenzó a decir con voz temblorosa, mientras una lágrima de pura emoción escapaba de su párpado y se resbalaba por su mejilla de camino al vacío. Tendió los brazos vacilantes hacia ella y la asió con fuerza, atrayéndola hacia si y abrazándola efusivamente cómo nunca había abrazado a nadie en la vida.

-No te imaginas cuanto, cuanto… CUANTÍSIMO te he echado de menos. –farfulló claramente emocionado, olvidando todos sus problemas durante ese perfecto instante de luz y de esperanza entre toda la mugre y la miseria.

Y, cómo única respuesta, el frío metal de la escopeta M.R.G.M del 20 acarició su blanca piel en silencio, cómo solía hacerlo siempre.

Grind era parca en palabras.

Entre tanto, volvió a la inmunda y gris realidad, y miró fijamente su extraño bulto palpitante. Corrió al pequeño y cochambroso baño y se miró al espejo del lavabo bajo la titilante luz que parpadeaba y zumbaba encima de este. En aquella perturbadora imagen, sólo su estómago se movía, con golpes arrítmicos y ligeros, cómo patadas y puñetazos. Bueno, su estómago y la gotera de al lado del retrete, que llevaba un par de ciclos pensando en arreglar, llegando automáticamente a la conclusión de que eso requería de un dinero que no poseía y que probablemente, si lo tuviera lo gastaría en algo más entretenido que hacer obra.

Abrió el armario del espejo y accedió al botiquín, dónde rápidamente echó mano de la botella de Skaj y de un vaso, y comenzó a servirse un buen lingotazo. Siempre cabía la posibilidad de que fuera un parásito que le hubiera trepado por la uretra y se lo estuviera comiendo por dentro, y quizá aquello fuera más adecuado, pero… Joder, que extraño era todo.

RR se quedó pensando muy seriamente un buen puñado de temas de capital importancia mientras contemplaba su vómito flotando en el fondo de su muy familiar retrete. ¿Por qué estaba embarazado? ¿Por qué tenía ese antojo tan extraño? ¿Por qué volvía a estar en casa? Y, lo más importante… ¿Cómo cojones podía tener las cañerías tan sucias? ¿Qué puto cerdo había estado usando su tigre*? ¿Una blatta con almorranas y sobrepeso?

Se incorporó como pudo y se enjuagó la boca en un intento de quitarse el regusto a bilis que le empañaba el paladar, y pensó en un plan de acción. Tenía que ir a buscar aquella mierda. Por alguna razón, aquel tumor indeseable del bajo abdomen lo establecía como una necesidad imperante. Pero no podía salir a la calle. No así.

Durante unos instantes, sopesó la posibilidad de retirárselo él mismo. Coger a Grind, cargarla, apuntar con cuidado y en un par de segundos, despedirse del problema.

-¿Qué te parece la idea, eh?- inquirió, lanzándole una mirada expectante al arma, que desde su esquina le lanzó un silencio lleno de significado.

-Ah, comprendo. No lo había visto desde esa perspectiva.-dijo en tono tranquilo y cariñoso.

Tomó la escopeta con cierto mimo, y la cargó no con menos cuidado, como quien acaricia a una amante. Se echó un buen puñado de cartuchos al bolsillo y abrió la pequeña escotilla del suelo, camuflada bajo una caja de madera que nada pintaba allí, en la esquina junto al lavabo. Con cierto cuidado y apuro, descendió por la escalerilla, sin separarse de su arma, en el alcantarillado.

La idea era simple: Pasar por los sistemas secundarios hacia los niveles negros, encontrar una entrada directa a un bar y pedir la mercancía. El cómo disimular aquel bulto poco corriente y molesto, se debería decidir por el camino.

Y sin más tardanza, se puso en camino.




*: Traducción libre del término foner, muy común de su argot, que literalmente significa “Ser que arranca culos a mordiscos/ dentelladas”, haciendo referencia a una poco amigable integrante de la flora de F.O.N.E.R.A. Así mismo, esta “transliteración tampoco es correcta, pues en nuestras lengua quedaría terriblemente sobre adjetivada con términos malsonantes sin equivalencia directa.

RR miró a todos los presentes con un rostro que demostraba incredulidad y vergüenza a partes iguales. El hecho de que todo aquello fuera tremendamente surrealista no lo hacía menos denigrante.

Se acercó a la barra, dónde no hizo falta mucho esfuerzo por su parte para llamar la atención del camarero, que clavaba la mirada indisimuladamente en su indeseable protuberancia. Le pidió claramente lo que quería con un claro deje de mosqueo en la voz. No tenía muchas ganas e perder el tiempo en volver a repetirle lo que quería a aquel tipo. De hecho, no tenía ganas de hacer nada que no fuera largarse de allí o coser a tiros a todo el mundo. Buscó el reconfortante tacto metálico de Grind, aferrando su empuñadura y acariciando el gatillo. En lugares como aquel era mejor pasar desapercibido, y no le estaba yendo muy bien. Mejor estar preparados.

RR observó con absoluto horror aquel espectáculo dantesco. No intentó comprenderlo ni encontrarle sentido, sino que contempló como aquellos pequeños engendros surgían de su vientre mientras su mente destilaba un miedo puro y descarnado, carente de toda clase de envoltorio consciente.

No se paró a meditar por qué sus heridas se cerraban y por qué el dolor punzante cesaba. Algo más acuciante lo movía: Acabar con aquellos vomitivos seres que habían brotado de su interior.

Se abalanzó sobre la barra, saltándola y acudiendo a los estantes que se extendían sobre la pared tras el anonadado camarero, en busca de una de aquellas tan bien conocidas botellas de Skaj. Aquel licor, mezclada con ácido rojo, era perfecto para sus propósitos.

Destapó el recipiente y derramó su contenido sobre aquella asquerosa placenta verduzca. Cuando lo hubo vaciado al completo, le arrebató un pañuelo al camarero y, tomando su mechero, incendió uno de los extremos, para luego lanzarlo hacia el abominable fruto de sus entrañas.

-¡Arded, cabronazos!

RR yacía en el suelo, horrorizado y temblando de puro miedo. ¿Qué demonios se suponía que tenía que hacer? Pensó en tomar la escopeta y cargarse aquella cosa. Buscó con la mirada su arma, que quedaba un poco demasiado lejos, convirtiendo el reto de asirla antes de que la bestia se interpusiera. Además, de conseguir alcanzarla, ¿a dónde demonios se suponía que tenía que dispararle? Puede que lo más lógico fuera volarle la cabeza, pero basándose en su fisonomía semi insectoide, podía llegar a pensarse que tuviera un sistema nervioso descentralizado. Y no tenía muchas ganas de enfadar a aquel ser inmenso.

Por otra parte, podía complacerla. Aunque aquella idea pudiera resultar repulsiva (que lo era) en un principio, al analizarla más sosegadamente se presentaban ciertas ventajas a ojos de un observador imparcial. Vale, era cierto, tenía muchas patas; demasiadas a su gusto. Pero por otra parte… de cintura para arriba era de buen parecer, y tenía también bastantes pechos. Y para RR, nunca había demasiados pechos. Además, bien mirados, aquellos tentáculos situados en el orificio clave parecían tener alguna función entretenida… ¡Qué demonios!, ¿por qué no? ¿Por qué arriesgarse a morir de forma horrible para rechazar un polvo? Además, en tiempo de guerra, todo agujero es trinchera.

El foner se acurrucó contra la barra e intentó concentrarse en las partes benignas de aquella figura… las superiores, para ser exactos.

-Trátame… con cariño…-susurró en tono lastimero y agudo. Esperaba que no fuera nada horrible.