Faro (Archivo I)

Recuerdo del primer mensaje :

Mónica se rio cuando doña Plumitas bromeó con ella al respecto de su baile de la victoria, momento en que aprovechó para hacer un poco más el tonto y volver a bailotear.

—¿Algún problema con mis maravillosas habilidades de baile, señorita? ¿Tienes envidia? ¿Eh? ¿Eh? —comentó mientras hacía un círculo a su alrededor y daba una palmada al aire.

Se sentía bien bromear. Tras un rato de camino los ojos se desvanecieron y Mónica suspiró, relajada. Siguió caminando en silencio, olisqueando el aire cuando la sorprendió el olor a mar, pero sin decir nada. Comenzaba a tener algo de hambre, así que metió la mano en la mochila, sacó un par de las bolitas que había hecho con fruta y frutos secos y les ofreció a sus compañeros. —¿Queréis? Están ricas.

Finalmente se encontraron frente a un edificio. Un faro. No había posibilidad de error.

—¿Por qué habrá aquí un faro? ¿Necesitan prevenir a los barcos? ¿Habéis visto barcos? —preguntó, desconcertada, más bien para ella que para los demás—. ¿Entramos? —Mon se asomó con mucha precaución a la puerta y susurró— Calimero, Picasso, ¿estáis ahí dentro?

Los motes:

Mónica había tratado de no quejarse demasiado de sus heridas (con un nivel de éxito bajo), pero mientras Sinceridad estaba en la bañera, desde la que se la oía maldecir a los pájaros, no pudo resistirse más y decidió saber qué es lo que le había pasado. Intentando hacerlo de forma disimulada, para no llamar la atención de Lebra, se puso a examinarse las heridas. Las de la cara, gracias a su espejito, las de las extremidades gracias a su capacidad de torsión. Un torrente bajo de originales maldiciones acompañó al examen al que se había sometido.

La mayor parte de las heridas se encontraban en sus manos y antebrazos, con los que se había protegido la cara, pero también tenía picotazos en el cuello y la frente, y alguna en las piernas, en las zonas en las que la ropa no había servido de protección. La mayor parte de ellas ya no sangraba, pero las más profundas todavía relucían, mojadas.

La chica cerró los ojos con fuerza. Genial, otra fuente de preocupaciones. «Como no tengo… ¡tenemos! bastante…» pensó mientras trataba de ocultar la angustia repentina que la oprimía ocultándose tras la revista.

Cuando la roquense salió del baño, hablándole, Mon dio un respingo al tiempo que apartaba el panfleto. Sus ojos, enrojecidos, delatarían su preocupación, pero evitaría hablar del tema.

—¿Sí? —respondió, en cambio, con tono ligero—. Tendré que echarles un vistazo.


El hechizo de curación funcionó, más o menos. Las heridas más profundas siguieron ahí, y aunque hablaron de coserlas, Mónica no dejó que una aguja se acercara a su piel. En cambio, se vendó las zonas heridas con tela rasgada, lo que le daba cierta apariencia de momia despistada, y se las lavaba cada poco tiempo, obligando a sus companeras a hacerlo también.

La chica estuvo tratando de mantenerse ocupada todos los días: limpiar ayudaba, cocinar también. Aunque trataba de no salir mucho, al menos hasta no estar más curada, nunca trató de escaquearse (al menos no de forma muy obvia) de las labores que la sacaran del faro. Socializaba y bromeaba con sus compañeros todo lo que podía, tratando de evitar pensar en TODO lo malo que podría pasar… y sin embargo… Mon no dejaba de preocuparse.

Para empezar, las pesadillas con Nad continuaban, y había descubierto que no podía dormir sin una luz. «Como si tuviera cinco años» pensaba, angustiada y avergonzada. Había tratado de ocultarlo, pero estaba segura casi al cien por cien que alguien se había dado cuenta. Y… no había podido evitar probar el hechizo de curación con sus ojos, aunque estos no habían sufrido más cambio más allá de estarse aclarando día a día, y cada vez que la pobre cogía su espejo, tenía ataques de pánico, pensando en el día en que sus ojos fueran completamente blancos, día que parecía acercarse inexorablemente. Y para seguir… el frío había comenzado.

Los motes:

Los hechizos funcionaron... más o menos. Lo más leve lo curó sin problemas, pero apenas tuvo efecto en los más profundos. Eso podría ser un problema si no los trataban bien, pero la obsesión de Mónica con la limpieza había hecho mella en la roquense. Antes de ir allí habría cosido sus heridas con cualquier cosa que sirviera, pero ahora que había oído hablar de infecciones y de cortes que podían empeorar por culpa de la suciedad... se lo pensaría mucho. Decidió imitarla y vendarse con esas telas.

—Si hubiera cogido alguno de esos esperpentos, ahora podría hacerme unas agujas de hueso... —se lamentó—. Menudas pintas tenemos con tanta venda —intentó reírse cuando terminó y miró a sus compañeras.

A partir de ahí, el día se le hizo breve. Cenaron, pusieron a Lorenzo y Fah al corriente de todo lo que había pasado y a dormir lo más quieta posible para evitar las molestias. Pensó en atarse a la cama con más tela, pero eso se le antojaba aún más molesto.


Decidió darse unos días de pausa en los días siguientes. Seguía saliendo a por cestas y agua, pero no ampliaría el área de búsqueda. Le molestaban las alas al volar y no quería meterse en otra refriega con las heridas abiertas aún, y se escudaba en que si habían encontrado refugio podrían dilatar la búsqueda, o que si habían muerto pues daría igual. <<No vamos a morir por ellos, eso está claro>>

Su decisión le costó noches de sueños oscuros los primeros días, pero acabaron pasando de largo. Tampoco soñaba cosas alegres, o al menos a veces se despertaba sin recordar nada. Los días, en cambio, sustos aparte en las salidas, iban bien. No se vivía tan mal al filo del acantilado a pesar de todo, y Lebra había resultado una buena casualidad. El grupo se llevaba bien. Quien no se llevaba bien con alguien eran sus ojos. Cada mañana despertaba con más legañas de lo normal y muchos días era incómodo. Y para colmo, empezaba a hacer más frío.

Aquella mañana se levantó refunfuñando y abrazándose a sí misma. No solo por los ojos sino porque tendría que empezar a vestirse como ellos si sus plumas no bastaban. ¡Y no le gustaba! La ropa era fea, poco colorida, sucia, y olía a viejo. Encima tendría que encajar las alas como pudiera. Si alguien se despertaba temprano, la vería desayunando mientras cortaba cachos de una camiseta ancha de manga larga. Las mangas, para ser exactos, ya que pensaba ajustárselas a los brazos como pudiera, al menos, mientras pensaba cómo arreglar lo de las alas.

—Menudo aspecto voy a tener... Esta ciudad me quita todo lo bonito... —masculló antes de lanzarle un bocado a una manzana, cuchillo en mano. No tenía buena cara, había pasado frío por la noche y había echado de menos sus hogueras de Tierra Bruja, y la nostalgia le pasaba factura siempre para mal, pero intentaría no pagarlo con ellos.

La luz ayudaría a la chica a dormir, pero desde luego, también la despertaba demasiado temprano por la mañana. Mónica se quedó en la cama unos momentos, intentando volver a conciliar el sueño, demasiado cansada como para preocuparse por volver a sus pesadillas, pero no lo consiguió.

«Si Jonás estuviera aquí, podría despertarle a almohadonazos para que hablara conmigo. Echo de menos hasta sus ronquidos de camionero» se dijo con tristeza. «Y podríamos ir juntos a darle la lata a papá. Y desayunar churros y chocolate. Y quedarnos en casa viendo pelis. Y…» recordar todo lo que había perdido entristeció a la chiquilla, quien no pudo evitar sollozar, con un nudo en la garganta que apenas le permitió respirar, y le hizo sentir un repentino ramalazo de rencor hacia Doce Punto, quien la había apartado de todo lo que quería, aunque lo ahogó rápidamente.

Mónica sacudió la cabeza, tratando de olvidar, y decidió levantarse de una vez. Tras ordenar su rincón haciendo un poco más de ruido de lo necesario para molestar a los que todavía estaban durmiendo (como inútil intento de venganza) y lavarse a conciencia, bajó, tiritando y enroscada en una manta, a la cocina, donde se encontró a una Doña Plumitas enfurruñada y mascullando al tiempo que hacía manualidades con una camiseta.

—Buenos días —saludó tristemente, más por costumbre que porque realmente pensara que iba a ser un buen día—. Hace frío —comentó, recalcando lo evidente.

La chica agarró un bollo y un vaso de leche y se sentó a su lado. Examinó la cara de la roquense, que cada día se le hacía más familiar y menos extraña, y frunció el ceño: ella estaría preocupada por sus ojos, pero los de Sinceridad tampoco parecían muy sanos en esos momentos.

—¿Qué tal has dormido? ¿Te molestan los ojos?

Los motes:

Le picaban los ojos. Se había frotado demasiado para limpiarse y le molestaban, así que seguramente... Sí, se notaba. Sonrió a Mónica cuando esta saludó.

—Están rojos imagino, ¿no? Buenos días... No me hables del frío, necesito abrigarme —dijo, y con la misma desgana le enseñó lo que estaba intentando hacer.

Alcanzó otra pieza de fruta y la empezó a picar con otro cuchillo.
—¿Y tú qué tal? No traes buena cara...

—Sí, se te notan irritados —Mónica se acercó más a la roquense, examinándole los ojos con gesto de concentración—. Qué pena que no tengamos manzanilla. Porque no tenemos, ¿no? Mi padre siempre me decía que si los ojos están rojos, se puede calmar el picor con manzanilla.

Lebra irrumpió en la cocina entre bostezos, distrayendo a la chica antes de que pudiera responder a la otra pregunta de Doña Plumitas. Mon le sonrió e hizo un gesto (camuflado por la manta en la que estaba envuelta) hacia la comida.

—Buenos días, bella durmiente. Sírvete. ¡Ah! Y estoy de acuerdo con lo de la cocina: se me están quedando los pies helados y no quiero resfriarme aquí. ¿Vamos? —luego volvió al tema anterior—. Respondiendo a tu pregunta, Since, duermo poco. Sigo teniendo pesadillas con Nad. Y encima la maldita luz me despierta muy temprano —hizo una mueca, descontenta, y se frotó los ojos.

Los motes:

Podrían haber pintado un bonito lienzo las tres para personificar noches de pesadilla o despertares cansados. Y si la roquense hubiera sabido lo que era pintar un cuadro, lo habría propuesto. Le hizo gracia cómo le miraban y cómo se le acercó Mónica.

—Vaya tres, vaya imagen se va a llevar la ciudad de nosotras —bromeó.

Se estaba probando las mangas y se fijó en que no había pensado en las plumas al diseñar la idea. No había diseñado nada, realmente. Improvisaba sobre un boceto. Ahora... las plumas se le atascaban, se liaban con la tela.

—¡Mirad qué brazos tengo! Ojalá los monstruos pensasen que estas aristas son púas —comentó mientras señalaba las "púas", que no eran más que algunas plumas apretadas contra la tela—. Si se os ocurre algo para poder abrigarme en las salidas, soy todo oídos. No sé qué es una manzanilla, por cierto. ¿Tenéis variedades de manzanas más pequeñas que estas?

—Una imagen divina —replicó distraída.

Mónica miró su vaso de leche, como si buscara dentro las respuestas del universo. Deberían de haber cogido ropa de abrigo del torreón antes de marcharse. Ahora era un poco tarde. Aunque podrían dejarles a sus compañeros una nota para que se enrollaran y les dejaran un par de abrigos de los arcones. Les comentó la idea a las chicas mientras se ponían delante del fuego a calentarse los huesos, aunque a ella misma se le notaba cierta desgana en la voz.

—O podemos saquear una casa. Pero ya sabemos cómo suelen acabar nuestras excursiones… —reflexionó en voz alta.

La ocurrencia de Sinceridad con lo de la manzanilla le sacó una sonrisa al tiempo que le hizo reflexionar sobre sus diferencias culturales. —No, qué va, no me refería a una manzana pequeñita… la manzanilla es una flor. Si se hierve, se hace una especie de té que es calmante.

Los motes:

Entrar en una casa en ruinas siempre era una opción, claro, pero teniendo en cuenta experiencias anteriores prefería intentar apañarse con lo que tenían más a mano. Lo peor era que si los sinhadres seguían por ahí, solos, lo podrían estar pasando incluso peor que ellas con ese frío por las noches. Pero no hablaría de esto. La explicación de Mónica la sacó de sus pensamientos por un momento.

—Podríamos tener varios cientos de esas y llenar la ciudad de ese vapor... —y de pronto empezó a reírse. Había recordado algunas sustancias alucinógenas de Tierra Bruja—. ¡Inundar la ciudad con algo alucinógeno no sería mala idea... Adiós a los monstruos!

Se acabó hartando de las mangas apretadas y se las quitó como pudo. Si no conseguía abrigarse, de momento podría ir por el Faro envuelta en una manta como Lebra y matar el frío con entrenamiento y agua caliente después. Pero si no hacían algo, la pereza y el clima podrían con ellas. Así que se levantó y recogió los restos de su desayuno mientras les decía lo siguiente:

—¿Qué os parece día de magia y de entrenar todos aquí dentro hasta que nos acostumbremos más o menos al frío y ya salimos mañana? Cuando aparezcan Fah y Lorenzo se lo decimos si queréis.

Mientras miraba a Sinceridad quitarse el jersey improvisado, Mon lamentó no haber aprendido a coser. Era una de esas cosas que en su momento le suponía una incomodidad, pero que ahora le habría venido bien.

Rio con la ocurrencia de la manzanilla, tanto la de la roquense como la de la nublina, y se arrebujó más en el calorcito de su manta. Ante la idea del entrenamiento primero frunció el ceño, dispuesta a remolonear (el día así lo pedía), pero al final la presión social pudo con ella.

—Bueeeno, de acuerdo. Pero no creo que nos vayamos a acostumbrar al frío. Me parece que tarde o temprano vamos a tenernos que hacer con ropa de verdad, de abrigo, para no ponernos enfermas, que ya lo que nos faltaba. Como este lugar no es incómodo ni nada… Así que poned «conseguir ropa de abrigo» en la lista de la compra —bromeó.

Una vez se hubo terminado el desayuno y limpiado la cocina, estuvo lista para comenzar el día.

Más o menos.

Los motes:

La roquense movió su silla cerca del fuego, se sentó y volvió a taparse con la manta que se había traído del cuarto. Después, escuchó y asintió, apesadumbrada, ante las palabras de Lebra y Mónica.

—Tenéis razón. Y visto lo visto de lo repentino de esto, podría ir a peor, así que de una forma u otra hay que prepararse. Para colmo, si dormimos mal y nos levantamos sin energía... —se acercó más al fuego y entonces ladeó la cabeza. Tuvo una idea y la sugirió—: ¿Ese hechizo vuestro de calentar el agua no podría servir para las mantas?

<<O para la ropa, o para las camas, o incluso para mis plumas>>. Agarró una esquina de su propia manta y se la mostró, como invitándoles a probar.

Mónica miró dubitativa a sus compañeras: se le ocurrían un montón de razones por las que no hacerlo, como la posibilidad de prenderle fuego a la ropa. ¿Quién sabe? En ese lugar ocurrían cosas de lo más extrañas. Incendiar la ropa no era la cosa más loca que les hubiera pasado en Rocavarancolia.

—No sé si me parece buena idea… —titubeó comunicándoles sus dudas.

Aun así, extendió las manos y se dispuso a hacer el hechizo, cerrando los ojos por si acaso cometía un fallo. ¿Para no verlo? Quién sabe. En cuanto la magia abandonó su cuerpo y se sintió algo fatigada, abrió con miedo un ojo.

Los motes:

Mirando a sus amigas, Sinceridad pensó que se acabaría hundiendo si volvían a despertar con tan poco ánimo los días venideros. Por suerte parecieron despertar un poco con el asunto de la magia y Mónica acabó probando el hechizo. La manta se calentó, en efecto, pero duraría lo mismo que el agua con que se bañaban.

—Funciona... pero no sabemos ninguna forma de extenderlo en el tiempo... Y seguramente eso os costaría más magia, ¿no?

Magia, magia... Tenía aún la espinita clavada por el hechizo de su pesadilla y por no poder realizar ella ninguno en la maldita realidad.

—¿Habéis soñado con magia antes o después de saber que podíais? Yo creo que soñé con un hechizo poco antes, pero no me sale ninguno desde entonces. Era un poco aleatorio, pero me salvó la vida.

No quería proponer intentarlo por si le acusaban de envidiosa o de estar perdiendo la cabeza. El asunto amenazaba desde hacía tiempo con obsesionarle. Por muy hábil que fuera con el arco o la espada, la magia lo superaba todo. La superaba. Cualquiera de las chicas era más útil que ella pues incluso enfermas o heridas podrían conjurar hechizos, pero ella no podría ni defenderse. ¿Y el único hechizo que le había funcionado era uno soñado? Pues menuda suerte la suya. Se negaba a creer que Mikk le había engañado por completo al hablarle de volverse poderosa. ¿Sería otro tipo de poder no mágico? ¿O a lo mejor su capacidad para la magia aparecería más tarde? Resopló. No podía saberlo y no servía de nada darle tantas vueltas, pero lo hacía más a menudo de lo deseable.

Aplaudió cuando vio que no le había prendido fuego a nada, olvidándose por un momento del cansancio.

—¡Estupendo! Vale, entonces esto es más bien como colgar la ropa de un radiador —miró a sus compañeras, acordándose de que probablemente ellas no supieran lo que era eso—. Es… una cosa que tenemos nosotros que genera calor pero no quema. Está muy bien en invierno. Quién lo tuviera ahora —sonrió señalando con la cabeza sus mantas.

Se recostó pensativa, rumiando las palabras de la roquense. —Yo no sé cómo fijar un hechizo, los únicos que conozco son los que tú sabes. Y sí, cada vez que hago magia, me canso. Supongo que Lebra igual… debe de ser como… como cuando haces ejercicio: te cansas al cabo de un tiempo.

Mónica ahogó un bostezo tapándose la cara con la manta, y con la siguiente pregunta de Sinceridad se le apagó un poco el ánimo. No podía evitarlo, hablar de los sueños le daba mal rollo.

—Yo… no. Desde que Nad murió sueño siempre lo mismo —la chica se frotó los ojos con los puños, en un gesto infantil, insegura. Aún no les había contado exactamente de qué iba su sueño recurrente, porque le daba miedo que significara algo, pero seguro que ellas ya se habían dado cuenta ya de que algo no iba bien en él—. Y antes nunca había soñado con magia, y si lo hice, no me acuerdo —sacudió la cabeza y miró con interés a Sinceridad—. ¿Has probado hacer ese hechizo? A lo mejor te sale. Después de todo…
cada día cambiamos un poco. Prueba a ver.

Los motes: