Faro (Archivo I)

Recuerdo del primer mensaje :

Mónica se rio cuando doña Plumitas bromeó con ella al respecto de su baile de la victoria, momento en que aprovechó para hacer un poco más el tonto y volver a bailotear.

—¿Algún problema con mis maravillosas habilidades de baile, señorita? ¿Tienes envidia? ¿Eh? ¿Eh? —comentó mientras hacía un círculo a su alrededor y daba una palmada al aire.

Se sentía bien bromear. Tras un rato de camino los ojos se desvanecieron y Mónica suspiró, relajada. Siguió caminando en silencio, olisqueando el aire cuando la sorprendió el olor a mar, pero sin decir nada. Comenzaba a tener algo de hambre, así que metió la mano en la mochila, sacó un par de las bolitas que había hecho con fruta y frutos secos y les ofreció a sus compañeros. —¿Queréis? Están ricas.

Finalmente se encontraron frente a un edificio. Un faro. No había posibilidad de error.

—¿Por qué habrá aquí un faro? ¿Necesitan prevenir a los barcos? ¿Habéis visto barcos? —preguntó, desconcertada, más bien para ella que para los demás—. ¿Entramos? —Mon se asomó con mucha precaución a la puerta y susurró— Calimero, Picasso, ¿estáis ahí dentro?

Los motes:

Vale, iban bien. No parecía que fuese a haber violencia... y ni rastro de sus compañeros todavía, pero a cambio... La forma en que había dicho lo último le sorprendió. Odiaba esa expresión, pero... ¿qué si no iban a ser? Cualquier ciudadano de los que se habían encontrado hasta ahora lo había dado por hecho.

—Conocemos a otros nublinos, sí. Y somos cosechados, sí... ¿Tú también? Nunca nos lo habían preguntado así que...

¿Habría más? ¿Habrían despertado los del lugar donde se conocieron? ¿Podría algo de su sueño con otra cosechada ser cierto, por muy remoto que fuera? ¿Y cómo habría sobrevivido ella sola? <<¿Estás sola? ¿Cuánto tiempo llevas despierta?>>

—No hagas caso a… Lorenzo —dijo Mónica con desparpajo, conteniéndose para no soltar el mote del español a la desconocida—. Nos hemos cruzado con un monstruo muy raro y asqueroso de camino a este sitio y nos ha dejado algo de mal cuerpo. Además, las cosas aquí son un tanto amenazadoras, así que…

A la madrileña se le pusieron ojos tristes cuando la chica comentó que no había visto a los sinhadres, aunque se lo esperaba. No podía haber sido fácil, claro. Estaban en ese mundo horrible. «Tendré que poner más carteles» se dijo. «Si tengo que empapelar este lugar, lo haré».

Sonrió cuando Lebra preguntó por otros nublinos, y decidió añadir una acotación a la explicación de Doña Plumitas.

—¿Alguien sabe el porqué de la palabra «cosechados»? Qué nombre más rarito. ¿Tú eres de los… dormidos que hay en las mazmorras? —inquirió con verdadera curiosidad—. Y respecto a los nublinos que conocemos… deja que piense… se llaman Barael y Eriel —comentó, omitiendo que ella no los había llamado así desde que los había conocido—. No sé si eso te servirá de algo.

Los motes:

Lorenzo

El español asintió a medida que la conversación avanzaba. Se alegraba que esta nena al menos, fuera algo cuerda. Non violenta tambien, pues pronto descansó con el palitroque. Tanto Sinceridad como Mónica explicáronle la situación más allá de lo que ya habia hecho el diestro y pronto pusieronse en la misma línea. Ya tenia nombre la chica y, así pues, podian establecer algo más de conversación.
Siguio el español callado a medida que esta proseguia, pero Mónica planteó una pregunta a la cual non pudo resistirse a contestar.
—Quizás porque nos recolectan a todos, de sitios tan variados y lejanos, porque tenemos algo de valor... O quizás, porque nos necesitan para vivir y perdurar en un invierno infertil.—razonó.— Espero que no como comida, claro. Su "invierno" será curioso supongo, pero non tengo planes de quedarme a verlo.—

Dicho esto, saltó a la siguiente pregunta, dirigida a la niña de nombre Lebra.
—Rapaza, ¿y dices que vives aquí?—cuestionola.—¿Qué haces para comida y agua? ¿Pescas en el mar tu sola?—

La roquense no se lo creía. Una más como ellos. Sola, si le creían. Nublina, pero nada que ver con sus compañeros del torreón... Y no les cerraba la puerta a compartir refugio. Sinceridad se centró en lo importante, ya había oído mucho sobre Rocavarancolia. Demasiado. No hacía falta que dijera nada pues tampoco sabía tanto. Rumores. Habladurías.

Había cosas más importantes que sí podía compartir. <<Si no sabe de las cestas... ¿Quizá lleve poco despierta o ha explorado poco?>> Dio un par de pasos adelante y a un lado, para no estar todos apelotonados en la entrada. No es que se fiase del todo, pero... Quería confiar en que la buena fe de que hacía gala era sincera. Y lo parecía, bastante.

—Nosotros cogíamos provisiones de unas cestas que venían volando... —y se interrumpió para comentar algo aparte—. Creo que la magia es lo único cierto de la visión de Rocavarancolia que hay en vuestro mundo.

>>La ciudad tiene un río, podríamos coger agua de allí, pero pescar en una ciudad de monstruos... no lo recomendaría. Nosotros traemos armas y cosas como ves —dijo y mostró su bolsa—. Podríamos ayudarnos mutuamente, total... Mejor que por libre, ¿no? Si a todos os parece bien, claro —y miró tanto a sus compañeros como a Lebra. Si se quedaban, tendría que decidir si mantenerle el nombre o qué... <<Odio esta ciudad>>

Estaba deseosa de poder bajar la guardia, de soltar las armas y sentarse de una vez. No le gustaba desconfiar tanto y tan a menudo, y menos después del encuentro con aquella bestia.

Mon se frotó la barbilla mientras miraba a las apabardas pensando en lo que había dicho Íñigo Montoya acerca de los cosechados, lo que hizo que se perdiera parte de la conversación. «Interesante. Somos como manzanas. Manzanas en un árbol que estos señores mutantes quieren recoger… qué asco. Bueno, Doce Punto puede recogerme cuando quiera. Tendré que informarle del cambio de residencia» reflexionó, todavía con la mirada perdida. Siguió dándole vueltas al tema hasta que escuchó la palabra «comida», momento en que su estómago decidió hacer acto de presencia con un sonoro gorgoteo.

—Ups —sonrió con gesto de disculpa y se palmeó la tripa—. Oír hablar de comida me da hambre.

Mónica no dio crédito a sus oídos cuando Lebra continuó hablando: ¡les ofrecía que se quedaran con ella en el faro! Y encima era maja, y no parecía ser peligrosa. «Tiene que haber gato encerrado» pensó, mirando algo recelosa. Sin embargo, nada de lo que vio allí parecía ser malo. El sitio incluso era bonito. Necesitaba una limpieza, sí. Pero era bonito. Y no estaba muy lejos del torreón, así que podrían ir a visitar a los compañeros… O ir a por más jabón.

—Yo… querría quedarme. Descasar un poco… y después seguir buscando a Picasso y Calimero. Sé que están vivos —terminó con tono desafiante.

Los motes:

Los demás hablaron. Decidido, todos a favor. Se quedaban, nadie quería vagar sin rumbo ni techo mientras buscaban a los sinhadres. Otro refugio, aquel "faro". Le hacía gracia ocupar semejante edificio para buscar a sus compañeros ya que aquella edificación parecía guiar a los navíos a la perdición. <<Espero que no tengamos el mismo destino>>

—De acuerdo, nos quedamos. Gracias por acogernos.

Relajada ya por fin, pudo dejar las cosas en el suelo y se acercó a Lebra para presentarse.

—Yo me llamo Sinceridad. Espero que no te demos muchos problemas —dijo con una sonrisa—. Vaya, sobrevivir en grupo parece más fácil que por libre. Te enseñaremos el río, el sitio donde cogíamos cestas y todo lo que hayamos descubierto de la ciudad. Ah, y algunos de mis compañeros pueden hacer hasta magia..., quizá te puedan enseñar, ¿no? —y les miró de vuelta.

Aún le fastidiaba no ser capaz de hacer hechizos como en su sueño, pero no podía hacer nada al respecto y no se iba a meter en el callejón sin salida de quejarse y envidiarles.

¡Vaya con la magia! Le sorprendió bastante que Lebra también pudiera, pero le sentó bien porque no la había usado en su contra ni amenazado con usarla. Ganaba más puntos en fiarse de ella, y aún más cuando les enseñó el interior. Le gustó el sitio. Si hubieran sido más, habrían estado apretados, pero cabrían bien. Tenía muy buena vista tanto desde lo alto como desde las distintas ventanas y si montaban guardia podrían apañarse bien.

>>Sí que es acogedor, pero si vieras de dónde venimos... No estaba mal, pero queda lejos.

Echaba en falta el portón y el foso del torreón, medidas defensivas impecables, pero importaba poco: si había monstruos capaces de usar magia, ¿qué más daba?

—Traemos provisiones, sí, pero habrá que ir a reponer pasado mañana seguramente. Y... yo no entiendo de magia, solo soñé que podía hacer hechizos pero nunca lo he conseguido, así que os dejo ese tema a vosotros.

No solo compartirían refugio y provisiones sino también los conjuros de que disponían. Aquello iba cada vez mejor, pero le daba miedo que todo fuera una trampa, una ilusión, una mentira. ¿Pero qué iba a hacer? Solo podía seguir adelante y reaccionar lo mejor posible si estaba en lo cierto, o disculparse en el futuro con la chica por cualquier gesto de recelo.

—¿Te ayudo con la comida? —se ofreció, y a continuación añadió—: A unos compañeros. Sinhadres, de otro mundo. Se parecen a ti, o sea, a vosotros. Vaya, que no son como yo —extendió un poco las alas y se rió—. Tienen pelos de colorines, más colmillos que los humanos y no tienen orejas. En una expedición les perdimos de vista en el camino de vuelta y no hay ni rastro desde entonces. Así que... unos cuantos decidimos ampliar la búsqueda mientras los demás se quedaron en el torreón —y suspiró. Ahora se arrepentía de la broma que acababa de hacer. ¿Y si estaban muertos y se acababa de reír? Volvió a suspirar.

Mónica no se acercó de inmediato a la nublina, sino que curioseó sin alejarse mucho del grupo por la sala mientras guardaba su cuchillo en la mochila.

«Cuando acabe de limpiar esto va a quedar como los chorros del oro» sonrió. Sabía que no debería confiarse, pero el nuevo sitio le parecía bastante seguro y por fin pudo relajar los hombros y respirar hondo.

—¿Qué hechizos? —preguntó acercándose a Doña Plumitas mientras subían las escaleras tras Lebra para explorar—. Yo puedo hacer levitar cosas y calentar agua. Para bañarse es maravilloso. Ah, yo soy Mónica, por cierto. Que antes no me he presentado bien.

Frunció el ceño suavemente observando la sala de estar, haciendo un gesto con la mano para hacerle saber a su nueva compañera de piso que no estaba cansada.

—¿Escrupulosa? ¿Yo? —rio nerviosamente al comentar Lebra eso—. ¡Para nada! Pero voy a limpiar la cocina. ¡Y yo cocino!

«Por ahora no me fío de su capacidad de limpieza. Hasta que no vea que ni un solo germen puede llegar a los alimentos, YO LO HAGO» pensó con un brillo algo fanático en los ojos.

Dirigiéndose a la cocina y tras sacarlo todo, si nadie la detiene a tiempo, enarbolará (una de) su(s) amada(s) pastilla(s) de jabón y dejará la habitación (y todo lo que haya dentro de ella) tan limpia que comer en el suelo, rebozándose sobre él, no sería peligroso en absoluto.

Los motes:

La roquense agradeció sinceramente sus palabras, pero no lo dijo. El asunto de la comida era más acuciante. O, quizá, el asunto de impedir que Mónica limpiara todo el faro antes de comer lo era.

—No es nada escrupulosa... Si por ella fuera, bañaría la ciudad entera con jabón. Cada día —bromeó—. Podemos sacar provisiones de las nuestras, que para eso están. Y mientras comemos nos ponemos al día y tal.

No fue un mero ofrecimiento. Nada más decirlo, volvió a bajar a por sus bolsas. De vuelta arriba, empezó a sacar fruta y lo que hubiera en su bolsa.

—Si tienes algún mueble libre, podemos almacenar ahí... —buscó y dio con uno ella misma—. Este mismo. ¿Puedo? —preguntó. Vale que fuesen a quedarse, pero seguía siendo su refugio mientras que ellos acababan de llegar.

—No soy escrupulosa —replicó con las manos ya llenas de espuma—. Me gusta que las cosas estén limpias, y eso en Rocavarancolia es todo un reto. ¿No sabéis todo lo que se puede pillar si se toca o come algo que está sucio? —le sacó la lengua a la roquense con cariño.

«Magia o no magia, ya veremos si yo puedo o no quitar esas manchas» se dijo, tozuda. No se iba a rendir.

—Yo he traído unas bolitas que he hecho con fruta y nueces. ¿Querríais alguna para picar mientras? Están realmente ricas, saben un poco como a chuche —ofreció mientras embadurnaba de jabón una mesa y frotaba con ahínco—. Por cierto, Lebra, ¿los hechizos de parálisis y cura son muy difíciles? —preguntó, buscando entablar conversación—. ¿El de cura también serviría para los ojos?

A la chiquilla no se le había olvidado todavía lo del color de sus ojos, que le preocupaba más de lo que quería dejar entrever. Seguía sin notar más molestia que la que ella misma se ocasionaba al examinarlos tan a menudo, pero…

Los motes:

Mónica titubeó mientras frotaba otra superficie y la llenaba de jabón.

—N… no… no lo sé… —miró a Sinceridad dudando, y luego se acercó a la nublina con aire de conspiración y goteando espuma—. ¿Ves mis ojos? —le preguntó abriéndolos mucho—. No los he tenido tan claros en mi vida. Mis ojos son marrones, no de este color raro. Me preocupa, ¿y si es una infección? ¿O cataratas? No veo mal, pero me da miedo. Este no es un buen lugar para tener problemas de vista, ¿sabes?

Mónica seguiría el día entero limpiando el faro, así como los siguientes días, intentando dejarlo todo lo limpio posible, ordenando y acostumbrándose al nuevo lugar, por lo que no había salido todavía a la calle, ocupada como estaba en desinfectar prácticamente cada rincón. Todavía no tenía ningún mote para Lebra (el único que se le ocurría era «Cenicienta» y no le parecía espectacularmente original, primero, porque Cenicienta sería ella teniendo en cuenta lo mucho que limpiaba, y segundo, porque ya existía un Cenizo), pero había decidido que le caía bien.
Mejor que Rapunzel, la verdad, con la que no había vuelto a hablar mucho y que todavía le daba un poco de mala espina. «Es el pelo» decidió.

Su sueño no había mejorado mucho, seguía teniendo pesadillas, pero había decidido intentar dormir. Despertaba al borde de las lágrimas y ojerosa, pero al menos dejó de estar al borde del colapso narcoléptico y rebajó un poco su nivel de estrés, altísimo antes por la falta de sueño. Sus compañeros podrían verla en sus momentos de descanso enroscada sobre cojines, mirando cada vez más a menudo el contenido de su bolsito, en particular su DNI, que guardaría rápidamente si alguno le dirigía la palabra, mirándose los ojos en su espejito o pintando nuevos carteles de búsqueda.

No volvió a ver un caracol.

Los motes:

La roquense se encogió de hombros cuando Mónica le miró dudosa. Si se habían metido en la cueva de algún monstruo ya daba igual cuánto más adentro fueran, pero Lebra no parecía ningún monstruo. No creía que sus hechizos pudieran curar lo de los ojos, sin embargo, pues se le antojaba algo mucho más complejo. Quizá el anillo pudiese, pero si no le dificultaba la vista, ¿merecía la pena tanto sufrimiento?


Ese día, Sinceridad se dedicó a intentar conocer mejor a su anfitriona-futura compañera de refugio, y a ayudar en lo que pudiera. Guardaron las provisiones que trajeron así como las armas y la ropa, prepararon y dividieron por habitaciones, comieron, cenaron... En los días siguientes, la convivencia se hizo más llevadera, menos desconfiada, y, en opinión de la roquense, las salidas de búsqueda y para aprovisionarse ayudaban ya que Lebra solía apuntarse, como a la primera que hicieron juntas para enseñarle la torre Apestosa.

Como Mónica, tampoco volvió a ver ningún caracol, lo cual fue una mejoría. ¿Ver comida tan cerca y no poder darse un festín por miedo a represalias? Aburrido. Mejor no verlos.

Y como cada mañana, Sinceridad amaneció temprano. En su camino a lo alto del Faro para observar la ciudad y trazar un nuevo recorrido para buscar a los sinhadres, terminó de desperezarse y de limpiarse los ojos. No entendía por qué tenía tantas lagañas últimamente, pero no le dio mucha importancia <<quizá sea el ambiente del faro>>, pensó. Desde aquella altura podía ver las calles y avenidas y trazar un mapa, bien en su cabeza, bien en los papeles que habían encontrado en una de las habitaciones. No había día en que no insistiera en salir a explorar, pues para eso se habían ido del torreón, y aquel día no sería diferente.

Después, bajó a desayunar y a esperar que los demás fueran despertando.