Faro (Archivo I)

Recuerdo del primer mensaje :

Mónica se rio cuando doña Plumitas bromeó con ella al respecto de su baile de la victoria, momento en que aprovechó para hacer un poco más el tonto y volver a bailotear.

—¿Algún problema con mis maravillosas habilidades de baile, señorita? ¿Tienes envidia? ¿Eh? ¿Eh? —comentó mientras hacía un círculo a su alrededor y daba una palmada al aire.

Se sentía bien bromear. Tras un rato de camino los ojos se desvanecieron y Mónica suspiró, relajada. Siguió caminando en silencio, olisqueando el aire cuando la sorprendió el olor a mar, pero sin decir nada. Comenzaba a tener algo de hambre, así que metió la mano en la mochila, sacó un par de las bolitas que había hecho con fruta y frutos secos y les ofreció a sus compañeros. —¿Queréis? Están ricas.

Finalmente se encontraron frente a un edificio. Un faro. No había posibilidad de error.

—¿Por qué habrá aquí un faro? ¿Necesitan prevenir a los barcos? ¿Habéis visto barcos? —preguntó, desconcertada, más bien para ella que para los demás—. ¿Entramos? —Mon se asomó con mucha precaución a la puerta y susurró— Calimero, Picasso, ¿estáis ahí dentro?

Los motes:

La roquense agradeció sinceramente sus palabras, pero no lo dijo. El asunto de la comida era más acuciante. O, quizá, el asunto de impedir que Mónica limpiara todo el faro antes de comer lo era.

—No es nada escrupulosa... Si por ella fuera, bañaría la ciudad entera con jabón. Cada día —bromeó—. Podemos sacar provisiones de las nuestras, que para eso están. Y mientras comemos nos ponemos al día y tal.

No fue un mero ofrecimiento. Nada más decirlo, volvió a bajar a por sus bolsas. De vuelta arriba, empezó a sacar fruta y lo que hubiera en su bolsa.

—Si tienes algún mueble libre, podemos almacenar ahí... —buscó y dio con uno ella misma—. Este mismo. ¿Puedo? —preguntó. Vale que fuesen a quedarse, pero seguía siendo su refugio mientras que ellos acababan de llegar.

—No soy escrupulosa —replicó con las manos ya llenas de espuma—. Me gusta que las cosas estén limpias, y eso en Rocavarancolia es todo un reto. ¿No sabéis todo lo que se puede pillar si se toca o come algo que está sucio? —le sacó la lengua a la roquense con cariño.

«Magia o no magia, ya veremos si yo puedo o no quitar esas manchas» se dijo, tozuda. No se iba a rendir.

—Yo he traído unas bolitas que he hecho con fruta y nueces. ¿Querríais alguna para picar mientras? Están realmente ricas, saben un poco como a chuche —ofreció mientras embadurnaba de jabón una mesa y frotaba con ahínco—. Por cierto, Lebra, ¿los hechizos de parálisis y cura son muy difíciles? —preguntó, buscando entablar conversación—. ¿El de cura también serviría para los ojos?

A la chiquilla no se le había olvidado todavía lo del color de sus ojos, que le preocupaba más de lo que quería dejar entrever. Seguía sin notar más molestia que la que ella misma se ocasionaba al examinarlos tan a menudo, pero…

Los motes:

Mónica titubeó mientras frotaba otra superficie y la llenaba de jabón.

—N… no… no lo sé… —miró a Sinceridad dudando, y luego se acercó a la nublina con aire de conspiración y goteando espuma—. ¿Ves mis ojos? —le preguntó abriéndolos mucho—. No los he tenido tan claros en mi vida. Mis ojos son marrones, no de este color raro. Me preocupa, ¿y si es una infección? ¿O cataratas? No veo mal, pero me da miedo. Este no es un buen lugar para tener problemas de vista, ¿sabes?

Mónica seguiría el día entero limpiando el faro, así como los siguientes días, intentando dejarlo todo lo limpio posible, ordenando y acostumbrándose al nuevo lugar, por lo que no había salido todavía a la calle, ocupada como estaba en desinfectar prácticamente cada rincón. Todavía no tenía ningún mote para Lebra (el único que se le ocurría era «Cenicienta» y no le parecía espectacularmente original, primero, porque Cenicienta sería ella teniendo en cuenta lo mucho que limpiaba, y segundo, porque ya existía un Cenizo), pero había decidido que le caía bien.
Mejor que Rapunzel, la verdad, con la que no había vuelto a hablar mucho y que todavía le daba un poco de mala espina. «Es el pelo» decidió.

Su sueño no había mejorado mucho, seguía teniendo pesadillas, pero había decidido intentar dormir. Despertaba al borde de las lágrimas y ojerosa, pero al menos dejó de estar al borde del colapso narcoléptico y rebajó un poco su nivel de estrés, altísimo antes por la falta de sueño. Sus compañeros podrían verla en sus momentos de descanso enroscada sobre cojines, mirando cada vez más a menudo el contenido de su bolsito, en particular su DNI, que guardaría rápidamente si alguno le dirigía la palabra, mirándose los ojos en su espejito o pintando nuevos carteles de búsqueda.

No volvió a ver un caracol.

Los motes:

La roquense se encogió de hombros cuando Mónica le miró dudosa. Si se habían metido en la cueva de algún monstruo ya daba igual cuánto más adentro fueran, pero Lebra no parecía ningún monstruo. No creía que sus hechizos pudieran curar lo de los ojos, sin embargo, pues se le antojaba algo mucho más complejo. Quizá el anillo pudiese, pero si no le dificultaba la vista, ¿merecía la pena tanto sufrimiento?


Ese día, Sinceridad se dedicó a intentar conocer mejor a su anfitriona-futura compañera de refugio, y a ayudar en lo que pudiera. Guardaron las provisiones que trajeron así como las armas y la ropa, prepararon y dividieron por habitaciones, comieron, cenaron... En los días siguientes, la convivencia se hizo más llevadera, menos desconfiada, y, en opinión de la roquense, las salidas de búsqueda y para aprovisionarse ayudaban ya que Lebra solía apuntarse, como a la primera que hicieron juntas para enseñarle la torre Apestosa.

Como Mónica, tampoco volvió a ver ningún caracol, lo cual fue una mejoría. ¿Ver comida tan cerca y no poder darse un festín por miedo a represalias? Aburrido. Mejor no verlos.

Y como cada mañana, Sinceridad amaneció temprano. En su camino a lo alto del Faro para observar la ciudad y trazar un nuevo recorrido para buscar a los sinhadres, terminó de desperezarse y de limpiarse los ojos. No entendía por qué tenía tantas lagañas últimamente, pero no le dio mucha importancia <<quizá sea el ambiente del faro>>, pensó. Desde aquella altura podía ver las calles y avenidas y trazar un mapa, bien en su cabeza, bien en los papeles que habían encontrado en una de las habitaciones. No había día en que no insistiera en salir a explorar, pues para eso se habían ido del torreón, y aquel día no sería diferente.

Después, bajó a desayunar y a esperar que los demás fueran despertando.

La convivencia parecía ser sencilla. Sin dramas enormes, sin amenazas. Tranquila. Mónica despertó ese día tras un sueño particularmente agitado (donde moría estampada contra el suelo, una y otra y otra vez) y, perezosa, se enroscó todavía más sobre sí misma y sacó su espejito. Enfrentarse al día tras esos sueños requería de un momento para sí misma.

«Cada vez están peor» pensó, preocupada, examinándose los ojos. El marrón chocolate había desaparecido hace mucho, transformado en una especie de color desvaído que a la chavala le daba mal rollo… y no parecía que fuese a parar de decolorarse. Mónica abrió todavía más los ojos, ayudándose del dedo. «Pero no duele. Veo bien. No me escuece… no lo entiendo. Mierda. Y eso es un grano».

Tras un rato escrutándose atentamente se levantó, arreglando la cama de forma inconsciente, y tras lavarse y limpiar el baño para dejarlo seco tras las posibles salpicaduras que hubiera hecho, bajó a desayunar. En ese mismo proceso fue donde se encontró a Sinceridad.

—Buenos días —saludó, todavía algo mohína, mientras agarraba una manzana y un vaso de leche—. ¿Qué tal amaneces? ¿Qué vamos a explorar hoy? ¿Sabes? Como que echo un poco de menos a los demás. Falta drama en nuestras vidas ahora —rió.

Los motes:

Mónica fue la primera en llegar. Sinceridad le saludó con un gesto y una media sonrisa mientras terminaba de masticar y después se disculpó.

—Perdona, buenos días. Pues bien, descans... —un bostezo la interrumpió y se rió—. Descansada, o eso creía. Explorar... Podríamos ir por los acantilados hacia el norte, quizá haya más edificios como este donde hayan podido refugiarse —no quería que se notase que estaba igual de perdida que sus compañeros, y menos aún cuando habló de los demás—. Yo no sé... Echo más de menos mi grupo en Tierra Bruja que a los demás, pero imagino que es normal.

Y era cierto. Allí en esa ciudad en ruinas no tenía amistades propiamente dichas, ni se sentía en casa en el torreón. Había establecido lazos con los demás, más o menos fuertes con según quien, pero no se había sentido aún en familia. En todo caso, "familia de refugiados forzosos". Cuando todo acabase y pudieran salir de allí, cada cual volvería a su mundo y se olvidaría de los demás o, en el mejor de los casos, se verían de año en año. O eso creía la roquense.

No quería hablar de su lugar de origen así que cambió de tema.
—Y bueno, Lebra es una buena desplumada, les caerá bien cuando volvamos, espero. Aunque los nublinos... Quizá sea mala idea con el fanatismo de algunos —remató con los ojos en blanco, más de broma que en serio.

—Ya te veo, se te nota súper descansada. ¿Tú tampoco duermes bien estos días? —replicó con una sonrisa.

La chica se frotó el mentón mientras se bebía la leche y escuchaba los planes de la roquense. —Me parece bien. Total, hay montones de ciudad por donde buscar… me llevaré uno de los carteles para dejar en algún lugar. Por si esta vez hay suerte.

Cuando doña Plumitas mencionó a su grupo original, el de su mundo, Mon sintió una punzada de nostalgia. Ella también echaba de menos demasiado a su familia. —Yo intento no pensar mucho en ellos, aunque es muy difícil. Les echo tanto de menos que me duele —comentó en voz baja—. Me da miedo olvidarme de sus caras.

Ensimismada como estaba en esos momentos, no se fijó o no le dio demasiada importancia al cambio de tema de la roquense. —¿Te imaginas? —respondió riendo débilmente al pensar en el posible encuentro—. Qué incómodo.

«¿Estarán bien?».

Los motes:

Mónica se sobresaltó mientras mordía su manzana. No había oído acercarse a la nublina, que se aproximaba con una sonrisa dibujada en el rostro. Le dio los buenos días con la boca llena.

—… No, insufribles no, pero están demasiado convencidos de sus creencias. Creen de verdad que son dioses. Que esta ciudad es sagrada. Pf. Creo que uno de ellos empieza a dudar después de todo lo que hemos visto aquí y desde que una de nuestras compañeras… bueno… —la chica bajó la cabeza y después se resolvió a continuar sin más— … aunque cualquiera sabe. Las creencias religiosas pueden ser algo raras.

Se terminó lo que quedaba de su fruta y su vaso de leche en un silencio agradable y se estaba levantando para limpiar un poco las encimeras cuando Lebra les pidió alguna anécdota.

—¿Anécdota? ¿De esos dos? —se volvió para mirarla con despiste—. Pues ahora mismo no te sabría decir… digamos que cuando se ponían a predicar yo dejaba de escuchar —le dedicó una sonrisa torcida—. Por lo demás no son mala gente. Son peculiares. Como todos, supongo.

Los motes:

No pudo responder. Lebra habló entonces y la primera reacción de la roquense fue un resoplido. Por suerte para ella, Mónica se adelantó en responderle. Se mantuvo aparte hasta la última broma de Lebra.

—Yo hacía igual, oídos sordos, que bastantes fanáticos tenemos en mi mundo. Tenéis razón en que la familia y el sitio donde vives influye, pero mira tú. Eres de allí y no te tragas todo lo que os contaban. Y no, no son mala gente. Todo nuestro grupo es agradable, más o menos, y hay tanta variedad de mundos que alucinarías.

Toda su conversación y el punto de "ser buena gente" le recordaba a ella misma. ¿Fanáticos? El coro. ¿Rebelarse contra su dictadura? Tierra Bruja. ¿Hablar del tema abiertamente? Tendría que decir la verdad y desmontar la mentira que contó los primeros días. ¿Le considerarían fiable entonces, le entenderían? Al menos Lebra y Fah no sabían nada de aquello, <<podría hablarlo con Mónica y Lorenzo a solas...>>

—Por ejemplo, los más raros somos Sak y yo, mientras que los otros son parecidos a Mónica y los demás. A mis ojos, los raritos sois vosotros, ¿a quién se le ocurre venir a esta ciudad sin alas? —bromeó.

>>Y ya que estamos, ¿os apuntáis a la salida de hoy? Podríamos ir por la costa, a lo mejor hay edificios como este donde se puedan haber refugiado o seguir por la ciudad.

—Hemos discutido un par de veces, pero son todos agradables —dijo refiriéndose al grupo en general.

Se entretuvo ordenando un poco, y fue cuando Sinceridad comentó lo de sus rarezas cuando comenzó a reír. —La verdad es que tener alas habría sido una ventaja interesante en unas cuantas ocasiones, ¿verdad? Y yo claro que me apunto. La costa me suena bien.

Los motes:

Habian llegado a aquel faro haria ya algún tiempo.
Era diferente del torreon, tanto en el exterior como en el espacio por dentro y, sin embargo, tan raro como el anterior. Tenia un ambiente un tanto rústico, con todos sus muebles tan diferentes entre ellos, rotos algunos e incluso de uso irreconocible. Le recordó a Fahran de la sábana con la que se acostaba de pequeña, llena de diferentes patrones y remiendos desiguales.

Aquel lugar, aun faltandole la parte de la limpieza y su diseño tan extraño, se sentía más cálido y habitable a ojos de la ulterana. Los cajones vacios, los armarios también. Algo le llamaba en aquel lugar. Un deseo de ser llenado y de darle un sentido a aquel vacio, y de asi hacerlo seria con sus propias manos. Casi como una áspera piedra esperando a ser pulida.

-Inspirador.- habia declarado una vez se hubieran asentado. -Increiblemente glorioso.-

En su alma ardia una llama como hacia algún tiempo y, sin embargo, seguia siendo tan arisca y antisocial como habia sido desde el principio.
Continuaba en mostrarse poco hacia los demás, soltando ácido si fuera necesario. No se habia olvidado de su proposito. Más bien, parecia que su objetivo se hubiera olvidado ya de ella. Habia estado todo muy silencioso desde la última vez que habia hablado con aquella persona, llenandole de una sensación desagradable y desvelandola por las noches.

-Oh destino cruel.- se lamentaba mientras se bañaba con el jabón que le habia sido regalado.- ¿No he sido buena y obediente? ¿No he hecho todo lo que se ha pedido de mí?-

Todos los días se mantenia impulcra, llevando acabo rigurosos baños y limpiezas, mientras deseaba deshacerse de sentimientos tan incómodos y, sobretodo, de esa necesidad y predisposición de querer satisfacer a aquella terrible persona.
Sentia como si algo la estuviera devorando desde adentro. Lenta pero rigurosamente.
Y asi que pasó más tiempo sin darse a la vista.

-Te detesto.- se decia a sí misma mientras se peinaba el mojado pelo lavanda. -Te detesto tanto. Todo lo que eres, has sido y serás. Todo de tí.-
Un burbujeo rojizo brotaba de los pelos maltratados, siendo quebrados y arrancados del vicio y la ira de la xolnita, quien se peinaba casi parecia más que se torturaba, lentamente goteando rojo sobre el blanco de su vestido.

Y entonces se percató. Mirando el asqueroso resultado en su peine, pareció no darle mucha importancia al burbujeo entonces, para tan solo volver a su ritual de odio.
-Las cosas estarian mucho mejor sin tí.- murmuró entonces. -Si no fuera por tí...-

Para mantener las tijeras de un artesano afiladas muy amenudo habia que afilarlas con una piedra.

Aquellas fueron las palabras de su profesor y resonaban por aquel entonces en su cabeza.

Podrás separar la más fina de las sedas con un buen filo. O incluso cuero animal, si lo prefieres.

La tijera pesaba en su mano, junto con el dolor de sus emociones. Le temblaban las manos, entrecerradas entorno los mechones de pelo enredados. Cuando lo que parecia una eternidad, Fahran aguantó una arcada, a medida que la tensión de la situación explotó. Jadeaba.
-No lloraré. Juré que nunca volveria a hacerlo.-




-Tu nombre era... Lorenzo ¿verdad?-
Una voz fría y calmada se acercó al hombre mirando por la ventana. Y, a medida que se giró, pudo ver que provenia de una mujer con el pelo lavanda, postrada ante él, cubierta con una sábana de pies a cabeza.
-Me gusta este lugar.-dijo a continuación.- Mucho más seguro, aunque algo más frío que el torreón.- se explicó, señalando la sábana que cubria su cabeza a modo de cofia con lo que habia sido la sombra de una pequeña y amable sonrisa.

Anduvo hacia el marco de la ventana, cercando al hombre a su lado con una expresión un tanto distante.
-¿Te preocupa esta gente, Lorenzo?- le preguntó entonces. Apesar de mencionar su nombre, parecia que estuviera hablando a otra persona.

O puede que tan solo fuera que le gustaba el sonido de su propia voz.
-¿Que se siente, al mirarles desde aquí arriba mientras estas tan solo?- Una pequeña risilla más propia de una niña pequeña se escapó de sus labios.-¿Te sientes solo, puede?-

Pudieron huir, no ilesas, pero lo consiguieron. La roquense se llevó bastantes más picotazos pero intentaba no quejarse o que no se le contrajera la cara por cada punzada de escozor. No se inspeccionó a fondo hasta que no hubieron cubierto una buena distancia del maldito nido de piedra de aquellos pajarracos. No estaba malherida, pero tenía mucho trabajo por delante. Tanto que le tentaba zambullirse en el agua y que la sal le limpiase, pero eso sí que sería una muerte segura.

No supo qué decir ante las palabras de Mónica. Ella había pensado similar: no tenían por qué haber muerto si se habían refugiado allí ya que a ellas les atacaron antes de poder acercarse a la estructura. Al final solo repitió lo mismo que ella, pero tenía sus razones y las dio:

—No estaban allí, fíjate que a nosotros nos atacaron antes de llegar. Habrían huido. Y les encontraremos.

<<Además, los bichos esos no estaban manchados de sangre ni había restos por la piedra...>> pensó para sus adentros, pero no lo dijo.

Se permitió bajar el ritmo cuando el faro apareció ante sus ojos, aunque lejano. Tenían muchos picotazos que limpiar pero al menos había más manos que gente herida. Manos cuyos dueños entrevió en lo alto del edificio.

—¡Eh! ¡Abridnos, anda!

Doña Plumitas estuvo de acuerdo con ella en que los sinhadres no podían estar allí, y con razones más firmes de lo que ella había dado, lo que le deshizo el nudo de tensión. Mónica alargó la mano y le dio un suave apretón a la roquense, agradecida, antes de soltarla y seguir caminando.

Por fin divisaron el torreón, y la chica dio un suspiro de alivio. Mirando a sus compañeras de excursión se dio cuenta de una cosa: estaban todas hechas un cromo. La adrenalina que había impedido que se derrumbara antes había comenzado a esfumarse, y sin darse cuenta, comenzó a temblar suavemente, pero no de miedo. De risa.

—Ha sido tan absurdo —comenzó a carcajearse, ligeramente histérica—. Parecía un fotomontaje cutre de la película de Hitchcock. Y nosotras —rio algo más fuerte mientras se limpiaba el sudor y la sangre de la cara— intentando atraerlos como tontas para después plantarles un «Petrificus totalus» como una catedral…

Su risa no creció en intensidad, sin embargo. Al cabo de un rato se fue acallando, con risitas más apagadas y distanciadas en el tiempo, mientras esperaban a que sus compañeros les abrieran.

—Qué absurdo —repitió en voz baja mientras, por fin, entraban al refugio. Luego elevó la voz.

—¿Sabéis? Mataría por una buena ducha.

Los motes: