Faro (Archivo I)

Mónica se rio cuando doña Plumitas bromeó con ella al respecto de su baile de la victoria, momento en que aprovechó para hacer un poco más el tonto y volver a bailotear.

—¿Algún problema con mis maravillosas habilidades de baile, señorita? ¿Tienes envidia? ¿Eh? ¿Eh? —comentó mientras hacía un círculo a su alrededor y daba una palmada al aire.

Se sentía bien bromear. Tras un rato de camino los ojos se desvanecieron y Mónica suspiró, relajada. Siguió caminando en silencio, olisqueando el aire cuando la sorprendió el olor a mar, pero sin decir nada. Comenzaba a tener algo de hambre, así que metió la mano en la mochila, sacó un par de las bolitas que había hecho con fruta y frutos secos y les ofreció a sus compañeros. —¿Queréis? Están ricas.

Finalmente se encontraron frente a un edificio. Un faro. No había posibilidad de error.

—¿Por qué habrá aquí un faro? ¿Necesitan prevenir a los barcos? ¿Habéis visto barcos? —preguntó, desconcertada, más bien para ella que para los demás—. ¿Entramos? —Mon se asomó con mucha precaución a la puerta y susurró— Calimero, Picasso, ¿estáis ahí dentro?

Los motes:

Faro. ¿Faro? No sabía qué era eso. Cuando pensaba que sus mundos no podían ser más avanzados que el suyo, descubría algo nuevo. Un edificio raro con función desconocida que nunca había existido en su hogar. Mónica sin embargo le dio algunas pistas: ¿servía para advertir a los barcos...?

—Hum. Estamos en un acantilado y abajo solo hay restos de embarcaciones... No parece que sirva para eso.

Se acercó a la puerta con la chica. A su pregunta, se encogió de hombros ignorando los nombres y llamó un par de veces.

—¡Eorlir! ¡Inna!

No hubo más respuesta que el crujido de la madera y las olas al otro lado del acantilado así que empujó hacia dentro. Llevaba el escudo preparado... aunque estaban vendidos si alguien del interior no quería intrusos.

—¿Hola? ¡Estaba abierto! —pero nada ni nadie respondió.

Acababa de recordar la desgraciada idea que tuvieron hacía ya tiempo de entrar en casa ajena... Ese "faro" parecía habitado, aunque ahora estuviese desocupado. Ya daba igual que fuera verdad o mentira que estuviera abierta la puerta. Habían entrado. Bueno, ella al menos. Aquel sitio era muy raro. Había imaginado que estuviera hueco o lleno de luz, pero ni lo uno ni lo otro. Había una escalera en espiral, eso sí, pegada a la pared. <<Irá alrededor de toda la estructura y hacia arriba... ¿Tendrá más habitaciones?>>

—¿Qué creéis, se habrían instalado aquí si está realmente desabitado? Podríamos explorar, a lo mejor encontramos algo de ellos...

Mónica miró a doña Plumitas, asombrada, y después a sus otros dos compañeros, tratando de compartir su asombro pero sin fijarse mucho en sus reacciones. ¡No parecía saber lo que era un faro! «Claro, no somos del mismo mundo» se recordó después.

—Un faro… bueno, esto es un faro. Se pone cerca del mar, tiene luz en la parte de arriba y ayuda a guiar a los barcos por las noches, para que no se estrellen contra las rocas —una vez dijo eso, las palabras de la roquense, que no había escuchado bien al principio, le dieron un nuevo prisma al asunto—. Claro que… estamos aquí —se mordisqueó el labio y miró a Íñigo Montoya con la duda en los ojos—. A lo mejor aquí la función es atraer los barcos hacia las rocas para que encallen…

Se adentró en el edificio con cautela, tras la roquense, acordándose sin querer de un virote, unos ojos muertos y el peso de la sangre de una niña sobre sus manos. Mónica se estremeció y se rascó las manos con las uñas de forma inconsciente, acercándose más a doña Plumitas, hasta casi poder rozarla, y haciendo señas a Íñigo Montoya y a Rapunzel para que no se alejaran de ellos. Juntos estaban más protegidos.

—Parece estar deshabitado. Pero también parecía estarlo el otro sitio. Donde Nad —dijo con voz vacía—. Es mejor que no estemos muy separados. Pasó cuando nos alejamos.

Los motes:

Aun cuando la criatura pareció retirarse, el diestro no calmabase. No solo por que las sensaciones permanecieron largo tendido, sino por que carcomiale el no saber que habia acontecido pra aquella bestia decidiese atormertarles tal cuando, si temiales, debia no hacerse notar y huir o esconderse. Sentia el español, que aquello tenia algo más que ver con una caracteristica mucho más humana. Y eso, era insondable.

Fue que a medida se alejasen, las sensaciones retrogradaron en orden inverso, como si fuese un aura maligna que les pesaba y, poco a poco, se descubrian las diferentes capas. Non dejaba de perturbarle en la mente, aun a pesar que ya estuviese en la lejania. El Diestro sabia que dormiria aun menos que de costumbre.

Y asi se fueron abriendo paso en las calles. El grupo, visiblemente afectado por el encuentro, pero algo aliviado y divisaron en un saliente lo que parecia una terrazuela natural, una pendiente que daba a una playa y a un mar revuelto. Santiguose el diestro. Aquello, distinguio, bien podria ser el océano más triste y feo que habia visto en la su vida. Asociolo instantaneamente a la tormentera del mar del norte, pero, debido a su siniestra apariencia, dictaminó que, posiblemente, fuese más dado al clima propicio para ingleses.
—Y sin embargo ninguno en la playa.—dictaminó el diestro con una sonrisa hosca pra si.

En lo alto de la pendiente, un chirimbolo de edificio alzábase. Un faro, obviamente. Sin embargo algo hospiciable si que parecia. Miró a Mónica con ojos enternecidos por el dolor compartido y accedió.
—Manteneos juntos. Si dividimosnos ahora, quien sabe lo que podria pasar.— brotó tras cruzar el umbral de la puerta. La imagen de Nad ensangrentada dejó su mente en aquel momento. Debia estar concentrado. Debia de estar alerta. Por todos.
—Voto a lo mejor que seria examinar cuarto por cuarto en grupo y luego decidir si valdrianos o no.—

Y no fue mucho que dijo esto que una retaca dio acto de presencia. Baja, gordita. Piel rara, cetrina. Aquello era una cosa nerviosa. Su postura delataba pobre entrenamiento y, el arma que portaba, poca amenaza. Al menos para él. No dejaria averiguar si los demás, sin embargo, si que serian amenaza.
—Andamos armados tambien, rapaza grisacea. Y somos muchos más que tú, obviamente.— informola, Lorenzo.— Non dígooslo como amenaza o pra que os desarmeis, pero antes de contestar ninguna pregunta, gustariame- gustarianos—corrigióse.—Que no hubiera hostiliadades. Hablemos con calma y sin apuntar pinchos los unos a la otra, ¿entendeis?-

Non se fiaba, sin embargo. Aquella nena, viviendo sola. Mala espina le daba. No habia desenfundado el arma, ni habiase puesto en guardia. Pero si que se habia puesto en cabeza, interponiendose entre su grupo y ella haciendo de barrera y, entonces, pasó a contestar su pregunta.
—Yo soy Don Santiago Lorenzo Recio. Estas son mis compañeras Doña Sinceridad, la Señorita Mónica y la Señorita F-... Farlan.—vaciló entonces. Aun a día de hoy resbalabasele el nombre de la color lavanda y se habia sentido muy apurado de preguntarle de nuevo, por no abrir la caja de pandora que parecia.— Venimos en paz si vos la traeis tambien, pues estamos buscando a otros dos nenos que perdieronse de nuestro grupo principal y, por el momento, buscabamos un lugar donde hacer de base futuras salidas con el objetivo de encontrarlos.—

Y de repente, una chica de piel gris, al igual que los nublinos de Maciel, apareció por las escaleras. Pillada por sorpresa, no pudo evitar dar un salto hacia atrás y desenfundar el cuchillo como acto reflejo, aunque lo bajó casi en seguida, confiada.

—¿Y quién eres tú? —replicó Mónica, veloz como el rayo.

Escuchó a Íñigo conteniendo las ganas de poner los ojos en blanco por su dramatismo. La niña no parecía ser peligrosa en absoluto, a pesar de la lanza. Saludó con la mano en cuanto el madrileño dijo su nombre, y le sonrió moviendo la cabeza de lado a lado, como para hacerle saber que no se lo tomara muy en serio. Cuando mencionó a los sinhadres, Mónica se asomó.

—Uno tiene el pelo azul y es pintor, y la otra es bajita y tiene el pelo rosa. Así, con cortes de pelo súper modernos. Ella es muy tímida. Y creo que los dos llevan cadenas en plan adorno. Grunge. ¿Los has visto por aquí? —preguntó con cierto tono de ansiedad. Después, la curiosidad se impuso—. ¿Eres de Nubla? ¿Vives aquí?

Los motes:

Intentó ignorar las palabras de Mónica sobre Nad, pero no pudo. Ahora había sido ella la primera en entrar, en adentrarse en un edificio. No solo les estaba poniendo en peligro sino que podía ser la primera en caer. Al menos, pensó, les daría tiempo a correr si le ocurría algo...

Pero de entre todas las cosas que esperaba, no contaba con aquello. Alguien apareció, armado, y les preguntó. Se fijó en su lanza y en su aspecto, pero sobre todo cayó en que les había preguntado, no atacado al momento. Sus compañeros reaccionaron de forma distinta a ella, que ni se movió del sitio ni llegó a rozar sus armas. Pero como se le adelantaron en hablar, les dejó mientras no quitaba ojo a la nublina. Esperaba que no tomara nada de sus palabras como peligroso... pero nadie podría tomarse en serio a Lorenzo, al menos.

—No sabíamos que estaba ocupado este sitio, perdona que hayamos entrado así.

No se le ocurría qué más decir así que intentó aparentar lo menos hostil posible. Podían ir descartando que sus compañeros hubieran estado allí... ¿a no ser que los hubiera matado? ¿Pero ella sola? ¿O habría más gente arriba, esperando en silencio? Que no tuviese las manos cerca de las armas no significaba que bajase la guardia, pero si resultaba ser alguien pacífico y lo fastidiaban por desconfianzas entre unos y otros... <<Mejor esperar a ver qué dice... o hace>>

Vale, iban bien. No parecía que fuese a haber violencia... y ni rastro de sus compañeros todavía, pero a cambio... La forma en que había dicho lo último le sorprendió. Odiaba esa expresión, pero... ¿qué si no iban a ser? Cualquier ciudadano de los que se habían encontrado hasta ahora lo había dado por hecho.

—Conocemos a otros nublinos, sí. Y somos cosechados, sí... ¿Tú también? Nunca nos lo habían preguntado así que...

¿Habría más? ¿Habrían despertado los del lugar donde se conocieron? ¿Podría algo de su sueño con otra cosechada ser cierto, por muy remoto que fuera? ¿Y cómo habría sobrevivido ella sola? <<¿Estás sola? ¿Cuánto tiempo llevas despierta?>>

—No hagas caso a… Lorenzo —dijo Mónica con desparpajo, conteniéndose para no soltar el mote del español a la desconocida—. Nos hemos cruzado con un monstruo muy raro y asqueroso de camino a este sitio y nos ha dejado algo de mal cuerpo. Además, las cosas aquí son un tanto amenazadoras, así que…

A la madrileña se le pusieron ojos tristes cuando la chica comentó que no había visto a los sinhadres, aunque se lo esperaba. No podía haber sido fácil, claro. Estaban en ese mundo horrible. «Tendré que poner más carteles» se dijo. «Si tengo que empapelar este lugar, lo haré».

Sonrió cuando Lebra preguntó por otros nublinos, y decidió añadir una acotación a la explicación de Doña Plumitas.

—¿Alguien sabe el porqué de la palabra «cosechados»? Qué nombre más rarito. ¿Tú eres de los… dormidos que hay en las mazmorras? —inquirió con verdadera curiosidad—. Y respecto a los nublinos que conocemos… deja que piense… se llaman Barael y Eriel —comentó, omitiendo que ella no los había llamado así desde que los había conocido—. No sé si eso te servirá de algo.

Los motes:

Lorenzo

El español asintió a medida que la conversación avanzaba. Se alegraba que esta nena al menos, fuera algo cuerda. Non violenta tambien, pues pronto descansó con el palitroque. Tanto Sinceridad como Mónica explicáronle la situación más allá de lo que ya habia hecho el diestro y pronto pusieronse en la misma línea. Ya tenia nombre la chica y, así pues, podian establecer algo más de conversación.
Siguio el español callado a medida que esta proseguia, pero Mónica planteó una pregunta a la cual non pudo resistirse a contestar.
—Quizás porque nos recolectan a todos, de sitios tan variados y lejanos, porque tenemos algo de valor... O quizás, porque nos necesitan para vivir y perdurar en un invierno infertil.—razonó.— Espero que no como comida, claro. Su "invierno" será curioso supongo, pero non tengo planes de quedarme a verlo.—

Dicho esto, saltó a la siguiente pregunta, dirigida a la niña de nombre Lebra.
—Rapaza, ¿y dices que vives aquí?—cuestionola.—¿Qué haces para comida y agua? ¿Pescas en el mar tu sola?—