Primer sueño de Sox

Se restregó ahora los labios con la mano para quitarse de una vez por todas aquel asqueroso sabor dulzón. Estaba imaginándoselo, estaba seguro.

Los primeros escalones los bajó con cautela, pero en cuanto comprobó que ninguna mina iba a volarle las piernas aceleró el paso. El anuncio les había dicho que se dieran prisa. Si conseguía llegar al piso bajo lo antes posible...

El muchacho encaminaría sus pasos a cualquier bifurcación que le permitiese alejarse de la fuente del humo. Si algo se estaba quemando ahí dentro Sox no quería tener nada que ver con ello. Necesitaba las siguientes escaleras.

Escondió el puñal, y también procuraría mantenerse apartado de las dos figuras en movimiento más allá. Desconfiaba ya del resto de participantes en aquella prueba después de lo niño azul, y no quería problemas.

Empezaba a sentirse cada vez peor. Sox intentó comprobar si era náusea, pero el humo y la quemazón en la garganta no le permitían sacar nada en claro. Siguió avanzando en busca de las siguientes escaleras, pensando en que habría matado por un vaso de agua y esperando que no se tratase de nada peor.

Los rasgos de los dos chicos que le llamaban le eran familiares, aunque hacía tiempo que Eorlir e Inna se habían perdido. Sox vaciló un momento, el tiempo justo para que alguien chocara con él y se le viniera encima en aquella fracción de segundo un aterrador aluvión de recuerdos que apenas tenían minutos de edad, recuerdos de ser apuñalado de improviso.

Por fortuna solo le habían enviado contra la pared. El sudor frío se convirtió en furia, pero la imprecación que envió tras aquel anormal se quedó a medias en cuanto reconoció a la figura que había chocado con él y que ahora corría pasillo abajo.

La decisión ocupó apenas una fracción de segundo. Con Rad podía comunicarse, con los otros dos no. Era claro de dónde podía obtener respuestas sobre aquel lugar. Persiguió al carabés, intentando darle alcance a la carrera y pedirle explicaciones.

Aquella vez había tenido la bendición de desmayarse antes de que el dolor fuese a más. Sox despertó sobre el camastro más frustrado y cabreado que temblando como la primera vez. Había estado a punto de llegar, apenas le quedaban unos metros. Había fallado la misma prueba que Rad había superado sin problemas. Vio la anotación que había junto a su foto y se dio un puñetazo en la pierna antes de levantarse de un tirón. Era a la vez una descarga de rabia y un castigo por haber sido tan lerdo.

Tenía que darse prisa. Tenían que haberle envenenado: seguro que en aquella fuente estaba el antídoto. Intentaría encontrar la misma ruta por donde le había conducido Rad, para beber lo antes posible: maldijo no haber prestado atención en su momento. Cuando se tenía prisa, todos los pasillos parecían iguales.

Por fortuna Sox perdió la conciencia poco después de que le volaran las piernas. Por desgracia aún recordaba vívidamente la experiencia cuando el examen le obligó a volver a recuperarla.

Sentado sobre la cama el carabés enterró la cabeza entre las rodillas y se agarró del pelo de pura frustración. Ahogó un segundo grito, uno de rabia, en ellas.


Esta vez sus pasos seguían siendo decididos, su determinación esta vez cargada de un deje furibundo, pero mantenían un cuidado metódico. Sortearía la trampa de las escaleras con precaución y seguiría adelante con su plan original, pero aún si tenía éxito el recuerdo de aquella muerte estúpida, y la anotación sobre él que parecía corroborarlo, le abrasaba por dentro.

Apretó los dientes al oír el grito del daeliciano y estuvo a punto de parar sin darse cuenta. Se obligó a seguir adelante en cuanto lo advirtió, repitiéndose que el daño estaba hecho, pero el conocimiento de que sabía lo que iba a pasar y no lo había detenido enlenteció su caminar. El remordimiento hacía sus pasos más pesados.

Le miraban fijamente. A aquellas alturas apenas lo registró al llegar, pero sí lo hizo al pararse. Se moría de sed, se estaba quemando por dentro. El camino desde el encuentro con Rad hasta la fuente se le había hecho eterno.
—¿Qué? —espetó. Sólo hablar le abrasaba la garganta y ya se arrepentía de no haber bebido directamente, pero todavía recordaba la puñalada en el costado.

Sox bebió hasta que notó pesado el estómago, notando cómo el agua de la fuente extinguía las brasas que hasta entonces parecía haber tenido alojadas en la garganta. Cerró los ojos un momento para serenarse, decidiendo que ya era suficiente, y sus oídos se acostumbraron a las conversaciones de la plaza mientras tanto.

No dijo nada inmediatamente, reflexionando con intensidad mientras retrasaba el momento de incorporarse al grupo.
"Las instrucciones ya están dadas." ¿Dónde? Recordaba lo mismo, repetido de forma machacona en forma de anuncios. "Las instrucciones de la prueba están claramente expuestas durante la misma."

El orgullo antiguo se le atascó en la garganta y no se dejó tragar. No había una gota de aquel ambiente que no rezumase competitividad, y le apetecía tanto preguntar como tragar cristal. En su lugar esperó a ver qué más decían los demás, mientras intentaba desentrañar por su cuenta aquel misterio de las instrucciones.

Nadie se movía, pero nadie parecía perdido tampoco. Sox esperó un poco más, devolviéndole las miradas ceñudas a Rad a la espera de captar algo, pero según pasaba el tiempo se daba cuenta de que era el único que no había captado las reglas. La última vez que había sentido aquella clase de sudor frío, de puro nervio y ansiedad de examen condensados, había sido cuando era un criajo. Y aún así no era la misma sensación: ya estudiaba como un condenado de crío, obsesionado por impresionar. Se sabía las respuestas, aunque en aquellos minutos previos creyese que no.
Aquel pulso acelerado, la mente en blanco y el pánico a sentirse estúpido eran sensaciones nuevas y horribles. El carabés intentó mantenerlas a raya de su expresión lo mejor que pudo.

Intentó pensar, con menos resultado conforme crecía el malestar. Era como hacer chocar repetidamente bloques sin lograr encajarlos. Las instrucciones. Expuestas durante la prueba. Las instrucciones de la prueba estaban expuestas claramente durante la misma. En alguna parte. Claramente. ¿Dónde? ¿Por dónde había pasado? ¿Qué había leído? Su expediente. Las señalizaciones. Tal vez debería regresar sobre sus pasos. Podría haberse perdido una nota, un anuncio, una pantalla en el techo o en el centro del edificio del que había salido.

Finalmente la gente empezó a moverse, lo que le hizo sentir todavía peor en su indecisión. Tay se perdió por una calle aleatoria; Sox iba de camino a imitar su ejemplo y separarse del grupo en busca de más pistas cuando una chica le paró. El tono y sus palabras le hicieron olvidar momentáneamente su tesitura, sustituidos por molestia. El carabés frunció el entrecejo de la forma automática de a quien la duda ofende.
—Pues claro —la encaró—. ¿Qué quieres?
Sus brazos cruzados guardaban menos resolución que de costumbre, conforme regresó a su memoria la apremiante noción de que era el único que no sabía qué hacer, que estaba retrasado, que estaba siendo el más estúpido del grupo.

El tono de las palabras la chica le inflamó el temperamento, y la forma en que Rad hablaba de él con tanta disciplencia terminó de avivar la llama. No iba a quedarse allí a que le menospreciaran y le dieran órdenes.
-Ni hablar -terció con hosquedad-. Ahí os quedáis.

Había caras familiares desperdigadas por la plaza, y Sox procuró suprimir la vaga aprensión que le producía el saber que el grupo que conocía estaba a punto de separarse en direcciones distintas. La respuesta correcta se le escapaba de nuevo entre los dedos, a contrarreloj.

Eriel estaba solo, y aquello fue lo que inclinó la balanza a su favor. Los nublinos habían tenido una idea correcta, aunque distorsionada, de cómo funcionaban las cosas allí. En aquella ocasión podía estar sucediendo lo mismo.
-Eriel -le llamó al acercarse, olvidando que su compañero no tenía por qué acordarse de él ni de que sabía su nombre-. ¿Tienes alguna idea? ¿Dónde está tu hermano?

Sox fue a responder enseguida pero se detuvo a tiempo. Se frotó un momento el entrecejo; notaba el cuerpo entero tenso como la cuerda de un arco.
—Sé quien es tu hermano, pero no creo que me conozca —fue lo que terminó por decir. Todo aquello era confuso e irritante. Lo último en lo que debería estar distrayéndose era en cuidar si desvelaba información antes de tiempo, pero así estaban las cosas—. ¿Adónde pensáis ir cuando estéis juntos?