Primer sueño de Hyun-su

El coreano parpadeo una, dos y tres veces, asegurando que veía bien en una oscuridad que le impedía distinguir si tenía los ojos abiertos de cerrados. Su primera conclusión fue que se despertaba, pero el duro suelo sobre el que se encontraba tumbado le demostraba que eso no era el torreón. Las irregularidades de la madera se le clavaban en la espalda. Un fuerte sentimiento de pánico le invadió cada uno de sus nervios, y de forma rápida y desesperada empezó a mover su cuerpo tratando de incorporarse en balde; solo para conseguir una imagen más clara de donde se encontraba, era un ataúd. El techo y las paredes se aseguraban de que sus movimientos fueran los minimos posibles. En poco rato seguir pensando sobre cualquier cosa se hizó imposible ante la creciente sensación de asfixia. Desesperado el chico empezó a golpear el techo y paredes como si fuera a conseguir por algún milagro salir, le importándole poco el daño que sienta. Siempre con una sensación de mareo y asfixia pero sin llegar a desmayarse del todo en ningún momento. Sus ojos poco a poco se iban acostumbrando más a la oscuridad, y con ello el mensaje escrito en la tapadera se hacía más visible. Cuando alcanzó a poder leerlo la garganta se le hizo un nudo. Hyun a partir de ese momento solo empezaría a golpear con más fuerza, gritando sin parar en busca de alguien que lo escuchase, solo parando al atragantarse con sus propias lágrimas; que sin que apenas se diera cuenta habían empezado a caer de sus ojos. Éstas se mezclaban con el sudor y más tarde sus mocos, acariciando mejillas, nariz, labios, con una extraña calidez. El coreano no pararía hasta que el dolor de sus manos se lo impidiera y no le quedara voz con la que gritar.

Hyun tardaría en poder escuchar lo que decían las voces, en un principio acelerando sus golpes por miedo. Primero se planteó si serían quienes le han enterrado, pero por como hablaban parecían estar también enterrados ¿Podían haberlos enterrado en masa? «¿Estarán aquí mis compañeros?». El coreano solo cesó en su empeño de golpear y salió de sus pensamientos al llegar de refilón a sus oidos la palabra "cavar". Y con esa pequeña idea, su mente contra toda lógica se encendió en una esperanza fugaz. Tratando de ser escuchado por encima de los demás.

- ¡¿Quién cava?!¿Podrá escucharnos?¿Podrá sacarme?- En su tono se podía oir clara la desesperación. Y según pasaban los segundos su esperanza desaparecía y su mente se repetía una y otra vez «voy a morir aquí>>. Y entonces oyó una voz cercana que parecía corregirle, invitándolo a aceptar la situación.

- ¡Yo no he muerto!- No podía, no quería. Pero entonces se dio cuenta. Aunque se hubiera estado asegurando a si mismo que en cualquier momento desfallecería, el tiempo le había demostrado que no era así. «No debería seguir consciente» Una vez más se le hizo un vacío en el estómago, quizás su corazón había terminado de pararse. Con la mano temblorosa el coreano se acerco a su cuello intentando palparse el pulso. De nuevo un alivio momentáneo, antes de recordar que aún así ese futuro sería inevitable si si seguía allí.

- Nadie me ha matado, sigo vivo. Por favor no quiero morir aquí. Ayudadme.- Los lloros del chico se hicieron más fuertes y sus últimas palabras estaban ya quebradas por su tristeza, no sabía qué hacer «No quiero morir»

Desesperación, cabreo, ansiedad, el chico daba vueltas pasando por todos. Bañándose en una piscina de malos sentimientos. Las risas de los muertos se le clavaban como punzadas, alimentaban su soledad, su autocompasión. Los golpes del niño eran ya poco más que caricias desganadas. La rabia nacida de su impotencia sin embargo se mantuvo un poco más de tiempo, al fondo «lo último que recordare». Con la burla del muro justo sobre él; había perdido una vez más en su vida, otra cosa que no había hecho bien. No tenía fuerzas para hacer nada. Lo último que dijo uno de los muertos ya tuvo poco impacto en él, que por fin se resignaba a morir, allí solo, con los ojos cerrados tratando de que se le pasará rápido. «Así que Eitne y los otros niños nos han matado a todos» abrió los ojos por lo que creía una última vez para volver a leer la burla, se iba otra vez con un fracaso a sus espaldas. Culpando a sus compañeros por no escucharle, a los niños por creer al muro, a doce punto por traerle allí. Y una y otra vez se preguntaba «porque a mi».

Pasaban los minutos lentamente pero constantes. El coreano apretaba cada cierto tiempo los ojos, como si esperara algo. No sabía cómo era la muerte, pero podía estar seguro de que no debería seguir respirando. Con una pequeña esperanza, ya dada por perdida, examino el ataúd en busca de algún sitio por el que pudiera estar entrando ese aire que le mantenía vivo y antes de desistir trato de hacer fuerza una última vez sin ningún resultado. Suspiró desesperado, las lágrimas ya estaban secas, dejando la sal y tierras incrustadas como recuerdo en su piel. El coreano se había rendido hasta de llorar para cuando volvió a escuchar las voces de los muertos. Abrió durante unos segundos los ojos solo para volver a cerrarlos, dejó pasar puede que unos minutos más antes de responder, quizás todavía no había aceptado que siguiera vivo.

- ¿Cuánto lleváis aquí?- La voz del coreano salía triste y con poca fuerza, resignado. Sabía que no le gustaría la respuesta, pero ya solo le quedaba preguntar. Le gustaba engañarse con que de algún modo podían no ser lo que hasta ese momento la conversación le había dado a entender que eran; y que le presentaba aun más problemas sobre cómo acabaría él.

-¿Sabéis si hay otros chicos de mi edad enterrados? - Pensó fugazmente en sus compañeros, pero al poco rato descartó la posibilidad.

- Tiene que haber alguien a quien hayan buscado aquí, alguien que haya salido.- Ya solo hablaba consigo mismo, como si decirlo en alto lo hiciera más posible.

Las voces de los muertos resonaban como ecos; de unas cosas saltaban a otras y se perdían en temas que ni se habían empezado. Al principio llegó a resultar molesto. Pero más molesto resultó que el muro opinara cómo él. En cuanto a la pregunta sobre sus compañeros, tampoco obtuvo la respuesta que buscaba. Y la última, la que más temía, le confirmaba sus temores, de ahí no saldría. Sus compañeros estaban ya muertos por lo que había contado su vecino de ataud, y aunque no lo estuvieran sabía que no les importaba suficiente.

- Yo...no puedo.- respondió a los muertos que le animaban a salir, se había resignado, no tenía sentido. Cerro los ojos de nuevo y dejo pasar más tiempo, pero el tiempo pasaba lento y pesado; y en el fondo seguía la ira, nacida de una primera impotencia, que se incendiaba de nuevo al mirar la escritura del muro en el techo y en el centro de "patético" empezaría a golpear de nuevo con fuerza, acompañándolo de un grito entre dientes. No podía morir allí, tenía que salir.

Las gotas de sangre de sus manos se derramaban sobre su cara, metiéndose por los ojos, no paró. Una vez hubo cierto espació, empezó a meter desesperado la mano tirando hacia él de las tablas de madera. Las astillas más pequeñas caían con la sangre de las manos, las más grandes salían disparadas sin control golpeando su cara y metiéndosele por el cuello. Pero le daba igual, ahora solo sentía euforia, una euforia que le asfixiaba más que la estancia en aquel ataúd; y una vez hizo un hueco suficientemente grande por el que entrar, se paró. El chico tuvo que darse unos momentos antes de continuar; tenía que analizar bien la situación, por algún tipo de milagro la tierra permanecía quieta sobre él como una segunda tapadera al ataúd. Se dio unos instantes para celebrar aunque rápidamente se recordo que todavía podía quedar mucho hasta la superficie.

- Esto no desde luego.- respondió al muerto y al mismo tiempo reafirmandose sobre lo que iba a hacer. Sin darse más tiempo a pensarlo metió su mano en la tierra y empezó a cavar no sin coger una última bocanada de aire. Tenía que salir de ahí.