Primer sueño de Hyun-su

Pasaban los minutos lentamente pero constantes. El coreano apretaba cada cierto tiempo los ojos, como si esperara algo. No sabía cómo era la muerte, pero podía estar seguro de que no debería seguir respirando. Con una pequeña esperanza, ya dada por perdida, examino el ataúd en busca de algún sitio por el que pudiera estar entrando ese aire que le mantenía vivo y antes de desistir trato de hacer fuerza una última vez sin ningún resultado. Suspiró desesperado, las lágrimas ya estaban secas, dejando la sal y tierras incrustadas como recuerdo en su piel. El coreano se había rendido hasta de llorar para cuando volvió a escuchar las voces de los muertos. Abrió durante unos segundos los ojos solo para volver a cerrarlos, dejó pasar puede que unos minutos más antes de responder, quizás todavía no había aceptado que siguiera vivo.

- ¿Cuánto lleváis aquí?- La voz del coreano salía triste y con poca fuerza, resignado. Sabía que no le gustaría la respuesta, pero ya solo le quedaba preguntar. Le gustaba engañarse con que de algún modo podían no ser lo que hasta ese momento la conversación le había dado a entender que eran; y que le presentaba aun más problemas sobre cómo acabaría él.

-¿Sabéis si hay otros chicos de mi edad enterrados? - Pensó fugazmente en sus compañeros, pero al poco rato descartó la posibilidad.

- Tiene que haber alguien a quien hayan buscado aquí, alguien que haya salido.- Ya solo hablaba consigo mismo, como si decirlo en alto lo hiciera más posible.

Las voces de los muertos resonaban como ecos; de unas cosas saltaban a otras y se perdían en temas que ni se habían empezado. Al principio llegó a resultar molesto. Pero más molesto resultó que el muro opinara cómo él. En cuanto a la pregunta sobre sus compañeros, tampoco obtuvo la respuesta que buscaba. Y la última, la que más temía, le confirmaba sus temores, de ahí no saldría. Sus compañeros estaban ya muertos por lo que había contado su vecino de ataud, y aunque no lo estuvieran sabía que no les importaba suficiente.

- Yo...no puedo.- respondió a los muertos que le animaban a salir, se había resignado, no tenía sentido. Cerro los ojos de nuevo y dejo pasar más tiempo, pero el tiempo pasaba lento y pesado; y en el fondo seguía la ira, nacida de una primera impotencia, que se incendiaba de nuevo al mirar la escritura del muro en el techo y en el centro de "patético" empezaría a golpear de nuevo con fuerza, acompañándolo de un grito entre dientes. No podía morir allí, tenía que salir.

Las gotas de sangre de sus manos se derramaban sobre su cara, metiéndose por los ojos, no paró. Una vez hubo cierto espació, empezó a meter desesperado la mano tirando hacia él de las tablas de madera. Las astillas más pequeñas caían con la sangre de las manos, las más grandes salían disparadas sin control golpeando su cara y metiéndosele por el cuello. Pero le daba igual, ahora solo sentía euforia, una euforia que le asfixiaba más que la estancia en aquel ataúd; y una vez hizo un hueco suficientemente grande por el que entrar, se paró. El chico tuvo que darse unos momentos antes de continuar; tenía que analizar bien la situación, por algún tipo de milagro la tierra permanecía quieta sobre él como una segunda tapadera al ataúd. Se dio unos instantes para celebrar aunque rápidamente se recordo que todavía podía quedar mucho hasta la superficie.

- Esto no desde luego.- respondió al muerto y al mismo tiempo reafirmandose sobre lo que iba a hacer. Sin darse más tiempo a pensarlo metió su mano en la tierra y empezó a cavar no sin coger una última bocanada de aire. Tenía que salir de ahí.

Duró tan poco la esperanza, se había dejado engañar por los muertos, quizás era lo que quería el muro. Quizás eso era la muerte, y si que había caído la tierra sobre él y ahora estaba asfixiado. Su voz ya no salía, su corazón no latía, ya no respiraba, quizás ese era su fin. Flotaba en la nada, una nada negra y triste, escuchando a los muertos durante lo que parecían días, incluso meses. Y con el tiempo se marchitaba todo, las voces de los muertos, la tristeza, la ira, la desesperación.

El coreano no daría más de tres brazadas si nada le demostraba acercarse al final. Al dar la última se rendiría, también de vivir, se dejaría flotar intentando apagarse, intentando dejar de ser pensar, existir.

Ya se daba por perdido, ya creía no haber final, podían haber pasado meses, meses de plena soledad, de voces que lo ignoraban, pero todavía había una pequeña luz. La imagen de la superficie que se proyectaba sobre él, y al mismo tiempo a todo su alrededor. La poca consciencia que le quedaba le repetía una y otra vez «tengo que llegar, no puedo morir» un eco que se repitió durante los meses que le costaría llegar. Y cuanto más cerca estaba más se perdía, menos quedaba de lo que antes era él. No quedaba concentración para los bultos de la superficie, ni tampoco para las voces del subsuelo, ya no se podía ni decir que formara parte de ninguno.

El coreano creía que ya no podía pensar nada más, que su consciencia estaba perdida del todo; pero no era del todo cierto, cada partícula de lo que antes era su mente arde en frustración, desesperación, odio. Hyun es ya solo un deseo de venganza, de sufrimiento para el que ocupa su cuerpo, sin embargo, nada puede hacer, desecho y enterrado. Contra cualquier deseo de su mente, no puede hacer nada más que unirse a los muertos y la hostilidad en la eternidad, consumirse en su odio. Ya todo estaba perdido