Bosque Fantasma

—Siempre he sido muy reflexivo y pensativo —bueno, era cierto: más bien instintivo en las reacciones, pero muy analítico en cuanto a conocimientos y situaciones—. En una serie yo cumpliría con el estereotipo de deportista espinoso que también saca notas muy buenas y está obviamente destinado a la grandeza.

Remató su discurso con una ladeada sonrisa de suficiencia que empezó a borrársele pronto. Sí, siempre había sido así (más desde la salida de la Luna Roja, claro), pero… ¿Era eso su esencia dormida afectando desde el principio a su personalidad? Maldita sea, ¿había alguna parte de su ser que fuera él mismo por completo y no tuviera relación con su esencia, la Luna Roja o Rocavarancolia? ¿Era algo realmente diferente a las personalidades de los habitantes de los mundos vinculados? ¿Importaba acaso?

—Es verdad que soy más así desde la Luna Roja… y desde antes, incluso. Esta parte de mi personalidad se ha ido agudizando desde que llegué a Rocavarancolia... —admitió a media voz—. Y sí, tengo más cosas —intentó imprimir más energía a su voz. Importaba cómo era y qué decidía, no quién o qué lo había hecho así—. Además de poder desviar hechizos de proyectil también tengo mucha más fuerza, agilidad, velocidad y todo lo demás —una pequeña sonrisa traviesa se formó en su cara—. Ahora siempre te ganaré en una carrera.

-Ey, menos mal que lo de espinoso te lo dices tú mismo -volvió a bromear, él cumpliría el estereotipo del chico aventurero al que al final todo le salía mal, conectado con los espíritus y su novia siendo uno. Era la ironía en persona, los espectadores de cualquier serie se troncharían de él. Aunque por supuesto, no comentó nada de aquello en presencia del astrario.

El nuevo lémur escuchó con atención y curiosidad a su amigo, así que su personalidad se había agudizado... él se veía así mismo como siempre, un poco alocado e idiota. Pero algo de razón tenía, es como si su yo más profundo hubiera salido para vivir en armonía con su yo de antes. No era el mismo de siempre, pero tampoco había cambiado. Las paradojas mentales nunca le habían gustado así que intentó no pensar demasiado en cómo la Luna les había cambiado mentalmente y pasó a descubrir con qué habilidades contaba ahora Rad.
-¡¿Desviar proyectiles?! Osea que no tienes magia pero puedes combatirla más directamente, que puta chorra -se quejó con una media sonrisa, sonrisa que se ensanchó con las últimas palabras del carabés al percibir el cosquilleo familiar en el estómago cada vez que podía surgir un nuevo reto- ¿ganarme en una carrera? tu no me ganas ni con velocidad sobrehumana y yo sin piernas, coño, como si tengo que correr con los codos y despellejarme vivo -luego reflexionó, algo más pensativo. Ojalá no le preguntara qué podía hacer él, aunque conociéndole era probable que hubiera investigado sobre las transformaciones de todos.  Sobre su naturaleza solo había hablado con Obel, curiosamente no le daba tanto respeto lo que pudiera pensar la gárgola al respecto. Pero en este caso era distinto y Tayron lo sabía.

—Ser de difícil acceso viene muy bien para separar el grano de la paja —los ojos le brillaban por su broma. No era realmente por eso: simplemente tenía poca paciencia. Ese factor podía haber mejorado sustancialmente tras ver lo injusto de la rigidez del mundo en el que nació, pero seguía pensando que una cosa era ser justamente comprensivo y otra muy distinta serlo tanto que tiraras tu tiempo a la basura.

Las palabras de Tayron hizo que mirara a su alrededor. Sin magia… no, no podía crear algo como aquel bosque o, mejor aún, el Palacete. Si Rocavarancolia iba a ser su hogar (y, por toda la dentera que le daba pensar eso, ya lo había aceptado: aquella ciudad violenta, asesina, demencial, oscura y perversa era donde quería pasar el resto de su maldita vida, aunque no pudiera comprender por qué) le gustaría contribuir a ella, aportar su grano para que dejara de ser un montón de ruinas abandonadas. El problema era: ¿cómo? Lo único que se le ocurría que él pudiera hacer para eso era unirse al ejército… y no, gracias pero no, gracias. Esclavizar inocentes no era la forma en la que quería aportar a aquel lugar.

—¿De verdad crees que puedes ganarme?

Había un tono travieso en su voz, pero Rad se aseguró de darle la espalda para que Tay no viera la expresión a medias triste, a medias inquieta, de su cara. Oh, sí, el lémur podía ganarle en una carrera. Con magia. Y el astrario sabía muy bien qué debía hacer Tayron para conseguir su magia.

Por un momento quiso volverse y suplicarle que nunca lo hiciera, que jamás se nutriera de los fantasmas, pero no tuvo la fuerza para ello. Tay no era Sox, no tenía nada más de su transformación que usar. E incluso si lo tuviera… ¿Sería realmente justo ir pedirles que renunciaran para siempre a una parte de lo que eran, a uno de los dones que poseían?

Rádar no creía poder aceptar que sus amigos cumplieran sus precios. Lo que sí sabía, con una absoluta convicción nacida de sus propias entrañas, era que no podía condenarles si lo hacían. No del todo, al menos.

No sabía qué despertaba más en él aquel hecho: repulsión o resignación.

—Entonces debo ser el grano para ti, vaya, me siento halagado de entrar en tu selecto círculo —era más que cierto, de haber acabado quizá en otro grupo Tayron sabía que tanto Rad como Sox se les antojaría algo inaccesibles. Pero por suerte para su amistad enrarecida no era así, a pesar de ciertas cosas... eran parte de su familia— ¿por qué no te dejas ver más? El día de la Luna Roja... —al decirlo no saboreó en absoluto la denominación del astro como sí hacían muchos otros ciudadanos, para él no solo fue el día de la revelación, fue cuando descubrió que Dafne de alguna manera había evitado la muerte y cuando se les cayó el torreón encima— ...acordamos que pasaríamos esto juntos y no en las celdas, pero no sirve de nada si bueno... después cada uno va por su lado —se sintió un poco estúpido al decir aquello, el mismo lémur sabía que había cosas por las que debían pasar en soledad. Ya que... ¿hasta qué punto podían comprenderle? ¿Podían entender de qué manera estaba conectado con aquellas personas situadas en aquella especie de limbo? A veces se lo preguntaba, por qué él de entre todos, si en la Tierra nunca había tenido una experiencia paranormal.

—Claro que lo creo —añadió algo más taciturno de lo esperado, su mirada se posó en los árboles translúcidos— sabes que pocas cosas se me resisten, incluida la magia.

La pregunta temida. Rad no sabía cómo contestarla sin derramarse a sí mismo y los problemas que tenía con sus amistades en el proceso. Por un momento tuvo la tentación de fingir que no le había oído, pero deshechó la idea con desdén. Recordó el apoyo de Tay en las discusiones con Barael, cómo salvaron juntos a Hyun, las confidencias que habían compartido la noche antes a la Emisaria…

Callarse ahora no solo sería una traición a sí mismo, sino un insulto a lo que había sucedido en la criba.

—Ya, pero es… difícil —admitió, sin saber muy bien cómo epxlicarse—. Me he pasado meses odiando esta ciudad y ahora… ya no lo hago, aunque debería. No puedo aceptar que haya gente aquí que coma gente, mate o torture para tener magia y, sin embargo… ¿Qué derecho tengo a sentir repulsión por eso? ¿Cómo puedo osar a exigirle a nadie que renuncie a una parte de sí mismo para sentirme más cómodo? ¿Cómo puedo considerarme mínimamente moral y hacerme esta clase de preguntas?

»Debería sentir asco por los rocavarancoleses, pero no lo siento. Y debería odiar Rocavarancolia, pero no puedo hacerlo. Y tampoco puedo aceptarlo porque eso significaría traicionar a todo lo que he pensado siempre, a todo lo que he sido siempre —soltó una risita amargada, pensando, no por primera vez, que aquella ciudad era más paradójica de lo que debería—. Así que eso. No puedo rechazar a estos monstruos porque eso sería hipócrita y colocarme sobre un pedestal brillante desde el que juzgar a quienes no tienen mi suerte, pero no puedo aceptarlos porque eso sería completamente antiético —una ladeada sonrisa cínica se pinto en su rostro. El astrario se preguntó si el motivo de que ahora fuera incapaz de captar la línea entre bueno y malo, héroe y villano, era porque se veía forzado a estar en el papel del malvado el resto de su vida, quisiera él o no—. Maldita sea, Rocavarancolia tiene más grises de los que merece. Pero bueno, lo cierto es que hasta que no solucione esta mierda no me siento muy cómodo en torno a la gente de aquí.

Tayron contempló la dificultad con la que Rádar intentaba explicarse, de alguna manera su propia pregunta tenía más implicaciones de las deseadas y se maldijo un poco por poner en aprietos al astrario. Aunque por otra parte necesitaba saber qué pasaba por la cabeza de su amigo y el por qué de ese pequeño distanciamiento.

Cuando el carabés acabó lo comprendió todo de otra forma, así que era eso lo que le ocurría. Vivir en la ciudad con aquellos monstruos y tener que lidiar con sus actos, en la mayoría de los casos sin poder hacer nada al respecto. El nuevo lémur se quedó pensativo por unos segundos, sin saber muy bien qué decir o sentir. Logró hablar con voz ronca.
—Ni siquiera he tenido mucho tiempo para plantearlo así —admitió— he tenido muchas otras... cosas en las que pensar primero... —y era cierto, su nueva naturaleza y el estado de Dafne había eclipsado por completo mirar un poco más lejos de sí mismo, en otras circunstancias tenía muy claro que habría sido más consciente y sin duda se alineaba moralmente con su amigo en aquella cuestión— pero tienes razón, y yo tampoco puedo odiarlos.

Volvió a guardar silencio, aquello no era del todo cierto. Sí que odiaba, pero solo a los que se lo merecían, y puede que ese fuera el punto a resaltar.
—Y no puedo porque no todos son ni somos así, queda gente buena y amable en este lugar, es la parte de los milagros a la que se referían supongo —sus amigos eran de fiar, y comenzaba a creer que algunos de los veteranos también, en realidad formaban la única razón por la que su presencia en la ciudad era amena y soportable. Pero Tay no podía quitarse de la cabeza las últimas palabras del astrario, la de que no podía rechazar a los que habían tenido menor suerte que la suya pero tampoco aceptarlos. Entendía que no se sintiera cómodo con esa gente, pero eso no explicaba por qué también con sus amigos— ¿entramos nosotros en esa escala de grises? —preguntó directamente con tono neutral y clavando sus ojos amarillos en la lejanía, cualquiera que le conociera sabía qué podía esperarse de él y que no le gustaban los rodeos.

Rad se mordió el labio, pensativo. ¿Eran parte de los grises de Rocavarancolia? ¿Había grises en Rocavarancolia? ¿Era un mundo donde el concepto de ética y moral de los mundos vinculados tuviera el más mínimo sentido, ya puestos? ¿Se podía realmente disfrutar de la grandiosa escala que tenía todo en aquella ciudad minúscula sin renunciar a la visión vital que habían obtenido en mundos que no podían ni soñar con las cosas absolutamente increíbles que habían visto, y verían en el futuro? El astrario se frotó los ojos, sin saber las respuestas a estas preguntas.

—No lo sé. Creo que en el fondo todos en esta ciudad tendemos a ser más bien oscuros. Solo que algunos lo escondemos mejor que otros —todavía recordaba con cierta aprensión su amenaza de muerte a Barael (ahora Arcan). Quizás lo peor fuera que, por todo lo que le gustaría que no fuera así, estaba bastante seguro de que en una situación idéntica su propia respuesta sería la misma—. O quizás sea que otros pierden menos tiempo en filosofar sobre la justicia. Yo qué sé —soltó una risita, todavía sin poder creer del todo que un simple astro hubiera puesto toda su percepción del mundo del revés—. ¿Puedes creerte que ahora entiendo mucho mejor a Tuétano, de todas las personas? Quiero decir, ni en broma haría lo que ella nos hizo, o al menos eso quiero creer, pero… después de ver todo esto —señaló la ciudad, hizo un gesto vago al cielo y, sobre todo, se señaló a ellos mismos—, después de ver y sentir todo lo que podemos hacer, de comprender que nos hemos convertido en algo con capacidades infinitamente superiores a las que pensábamos que podríamos tener nunca… Joder, vaya si me entrarían ganas de gritar hasta quedarme ronco y matar hasta quedarme solo si una persona a la que amo es asesinada por un puñado de cosechados escuálidos. Incluso si hubiera sido por accidente —se quedó callado apenas un segundo antes de comprender que sus últimas palabras no eran del todo ciertas—. Bien pensado creo que me sentiría así especialmente si esos criajos la hubieran matado por accidente.

No sabía si aquel absurdamente largo “No lo sé” contestaba a la pregunta de Tay. Sí tenía la sensación de que aquella comprensión de la quebrantahuesos debería ayudarle a solucionar sus propias dudas pero, por algún motivo, eso no era así.

—Todos más bien oscuros ¿eh? —repitió no muy convencido al principio. Pero cuánto más lo pensaba, más calaban las palabras de Rádar en él. No se consideraba mala persona pero... ¿no era cierto que la cosecha había ensombrecido su visión sobre la vida? Y sobre lo que habría que hacer si dañaban a sus seres queridos, probablemente ahora tenía el poder para matar a alguien. Y sus instintos más bajos y vengativos le surraban que era más que capaz de pagar ojo por ojo.

Miró al carabés más detenidamente, reparando en las marcas que en contraposición a lo hermoso de su piel cruzaban su rostro. Desvió la mirada cuando Tuétano salió a la luz. No quería hablar de ella, ni de Dana, porque solo le traían recuerdos horribles y si cerraba los ojos todavía podía ver el muñón ensangrentado y despedazo de Arcan.
—Entiendo lo que es perder a alguien que amas —su voz sonaba sombría en ese punto, aunque no muy comprensiva como decían sus palabras— pero nada justifica tener aterrorizados y muertos de miedo a unos chavales que trataban de salvar sus vidas, y aun así... la cabrona no nos mató —seguía teniendo sentimientos encontrados al respecto con la Quebrantahuesos, les salvó la vida, pero estuvo a nada de segarlos a todos — por eso creo que aún viviendo aquí y con las nuevas habilidades que tenemos aún hay un pequeño espacio de salvación personal, ¿no? —sonrió con sutileza— coño, que bien me ha quedado.

—Supongo que depende de cómo definas oscuro, pero sí —contestó, con voz magra—. Te juro que antes de venir aquí yo nunca habría dicho una amenaza de muerte.

Rad se encogió de hombros antes las siguientes palabras del lémur. Él ya había dado su opinión. Podía no justificarse el terror, pero entender y justificar no eran lo mismo, solo un niño confundiría ambos. Después de todo lo que había pasado él no era ningún niño.

A veces se preguntaba si esa visión complicada de la vida, ese “has sido horrible pero entiendo por qué”, era característica de la adultez en los mundos vinculados o solo en Rocavarncolia.

—Al final te vamos a convertir en filósofo y todo —rio—. Para una esperanza a la rocavarancolesa, sí, quizás. Simplemente algo me dice que incluso la versión de esperanza que tiene esta ciudad es algo oscuro y retorcido en nuestros lugares de origen —calló durante un momento, rumiando sus siguientes palabras—. Por otra parte realmente debería intentar ser indiferente a eso. Al fin y al cabo nuestros lugares de origen no pueden hacerse ni la más remota idea de qué hemos vivido. No pueden comprender nada de esto. Ni lo malo, ni lo bueno.

—Ni yo tampoco no te jodes —recordaba las amenazas de muerte a Arcan y viceversa, malos recuerdos— ni habría despejado una zona ruinosa de hienas con una lanza y un par de arcos pero lo hicimos, la verdad es que no sé en qué coño estábamos pensando —el astrario podría ver una media sonrisa nostálgica en el rostro del lémur, a pesar de todo aquello sí merecía la pena recordarlo, aún con heridas fue uno de sus primeros triunfos como grupo.

Tayron rió por las palabras de Rádar.
—Tengo suficiente con lo que la Luna me ha cambiado, transformarme en filósofo sería demasiado —admitió, sospesando después qué pasaría si su mundo se enterara de la existencia de la ciudad— no sé qué decirte, aunque es verdad que Rocavarancolia es lo más hostil que he vivido nunca en la Tierra hay lugares bastante feos y guerras, la peña que más mala suerte está teniendo allí darían lo que fuera por poner un pie aquí, supongo.

—Pensábamos en ganar. Y eso es lo que hicimos —el astrario sonreía al recordar aquel momento. Fue la primera vez que gritaron a Rocavarancolia que estaban allí y, si tenían que irse, no lo harían en silencio. En cierto sentido aquello también podía definirse como la primera vez que habían hecho algo rocavarancolés.

Escuchó atentamente a su amigo, teniendo la sensación de que se había perdido algo por el camino. Lo cual… bueno, quizás él podía permitirse guardar menos rencor a la Luna Roja. Al fin y al cabo le había revelado que era un campo antimagia andante, no un esclavista de fantasmas.

En muchos sentidos era un alivio que Tayron no pareciera entusiasmado con los dones que ahora tenía. En otros muchos sentidos era una pena. Y en algún punto intermedio se preguntó cómo es que su empatía se había extendido para tener en cuenta no solo a las víctimas, sino también a los victimarios.

—Sí, tengo entendido que tu mundo es jodido. El mío también, aunque de otras formas —recordaba las noticias periódicas de infartos, ictus y toda una plétora de enfermedades en aquellos de los puestos más altos. Quizás no se pudiera comparar con las dificultades del hambre, la guerra y las epidemias, pero… En muchos sentidos Rocavarancolia, para él, también había sido una liberación. Era increíble que hasta ahora no lo hubiera pensado por completo: no solo que no quería volver, sino que no querría no haber venido—. Pero… no solo hablo de eso. La Luna Roja, el Palacete, las dragoneras, los dragones, este bosque… ni los mejores de tu mundo ni del mío verán nunca nada como esto.

—Sí, así es —respondería algo más taciturno a la sonrisa del carabés, gracias a su capacidad para percibir presencias sobrenaturales solía dar la impresión de estar abstraído y alerta, en esa ocasión se encontraba extrañado por no notar nada en el bosque cuyo nombre era... el “bosque fantasma”— aunque no siempre ganamos.

El lémur alzó la barbilla con la mención a la peligrosidad de Carabás, el tiempo que había convivido con el astrario y Sox le había servido para entender que efectivamente era un sitio jodido, Tay no podía comprender el sistema tan númerico y frío en el que se basaba, solo sabiendo esto pudo comprender mejor ciertos aspectos de sus amigos.

—Cualquiera que te escuchara diría que Rocavarancolia es una isla paradisíaca —se rió un poco mientras le daba una palmada suave en el hombre al chico, reparó en la extraordinariedad de la piel de Rad antes de volver a hablar— siendo sincero... tienes razón en eso, pero creo que me cuesta mucho más que a ti ver la belleza en todo esto, resulta muy complicado a la vez que no lo es para nada disfrutar de las cosas de esta ciudad —se llevó los dedos negros a la boca como pensativo, reflexionar tanto le agotaba— coño... quiero decir, las dragoneras están guapas y todo eso pero no me puedo quitar de la cabeza qué pasará con los siguientes chicos que lleguen a la ciudad, muchos de ellos morirán como lo hicimos nosotros —se saltó la parte a posta de que quizá su transformación requiriera que estuviera presente en ese momento justo, los libros que hablaban de su don decían que poseía más poder sobre alguien a quien había visto morir. ¿Pero quería ese poder?— joder, incluso podrían perderse por donde estamos caminando ahora y morir de hambre o algo.

Rad frunció el ceño ante las primeras palabras de Tayron, aunque permaneció en silencio. Luego escuchó el resto de sus palabras. No había querido pensar en los futuros cosechados, por una vez en su vida había escogido el camino fácil. Darse cuenta de eso le llenó de vergüenza. ¿Cómo podía evitar semejante dilema?

La creencia de que nadie podía hacer nada por los cosechados era absurda, ridícula y conformista. Claro que se podía. Podías probar suerte con el Trono Sagrado. Podías intentar hacerte con el gobierno de la ciudad. Podías intentar reformar Rocavarancolia. O podías aceptar su brutalidad.

El astrario cerró los ojos. Sabía cuál sería su camino. Podía sentir compasión, pero muy por encima de eso estaba su terror primario e instintivo a morir.

—Hay alguna que otra cosa que puedes hacer por los cosechados, ¿lo sabes, verdad? Aunque todas son en extremo peligrosas —iba a tardar meses en aceptar la decisión que acababa de tomar, lo sentía en los huesos—. ¿Seguirías alguno de esos caminos, Tay?

El peso del diálogo que estaban tomando comenzaba a afectar al belga, que aún así creía necesaria una conversación de ese calibre. Después de tanto tiempo peleando por sobrevivir con uñas y dientes como criaturas recién nacidas en la selva más peligrosa del mundo lo habían conseguido, dejando una ristra de cadáveres a su paso que se le hacía difícil rememorar, a veces cuando cerraba los ojos casi no recordaba los rasgos de Nad, en su lugar tenía grabado a fuego su cabeza desparramada por el suelo. Y cada vez estaban más cerca de la siguiente horda de niños asustados, Tayron se sentía más parte de ellos que de cualquier veterano en la ciudad, y eso era difícil para alguien que ahora poseía los privilegios de un ciudadano de pleno derecho, fueran los que fueran.

Miró a su amigo fijamente, como si intentara comprender si de verdad le habría preguntado eso pero sin perderse en su piel azul oscura ni sus pecas. Claro que conocía todas las maneras que tenía de protegerles, pero eran las mismas que acabar condenado. Ahora comprendía mucho a mejor a las personas con las que se había cruzado como cosechado pero de todas maneras enfrentarse a algo así era imposible, y menos aún con su destreza, todavía no era el gran hechicero que quería ser.
—No —respondió tajante—y espero que tú tampoco ¿verdad? —sin embargo... ¿cuál sería su reacción a niños siendo devorados ante sus ojos? Esperaba no tener que cruzarse con el dilema. El lémur agachó la mirada antes de continuar caminando con voz sombría— me temo que solo podré ayudarles después de muertos.

El astrario sonrió ante la advertencia de su amigo. Aquella, suponía, era una decisión que todos debían tomar antes o después. Y, una vez tomada, lo único que quedaba era vivir con las consecuencias, hasta el final. Fuera lo difícil que fuera.

—No, no voy a hacer nada que vaya en contra de la criba —suspiró—. Y si no vamos a hacer nada por los cosechados lo único que nos queda es… aceptar su sufrimiento —se daba cuenta de la hipocresía y cobardía que estaba exhibiendo, pero después de tanto tiempo había aprendido que a veces se es incoherente, y que valoraba más la belleza de su existencia que ser firme hasta el final—, por difícil y cobarde que sea aceptar semejante horror. La única alternativa que se me ocurre es consumir nuestras vidas en culpabilidad y dudas. Y yo, al menos, me niego a hacer eso.

Le miró con interés, y un pequeño poso de incomodidad, ante sus últimas palabras. ¿Ayudarles tras la muerte? ¿Un lémur? ¿Había forma de usar sus poderes para el bien?

Esperaba que sí.

—¿Tú puedes… ayudar a los… fantasmas?

Tayron suspiró aliviado con la declaración del astrario, sabía que las imprudencias no eran propias de él pero se alegraba de asegurarse que no iba a ponerse en peligro. Por otra parte aquello lo ponía triste igualmente.
—Parece que nos tienen cogidos por los huevos... ¿eh? —luego asintió, él también se negaba a consumir su vida pensando en la de los demás cuando no podía hacer nada por ellos, pero no era tan fácil como ignorar a las personas en guerra y desfavorecidas de su mundo.

La siguiente pregunta le pilló algo desprevenido aunque no debía, la mayoría de sus amigos no habían mostrado interés por su transformación, al menos en su cara y de manera directa. Su mirada pareció distante unos segundos, incapaz de hablar sin balbucear y encontrar las palabras adecuadas. ¿Era capaz de ayudarles?.
—No lo sé —al final fue sincero— quiero creer que sí. Quizá no solo pero si se diera el caso... Dafne y yo podríamos intentar ayudar tras... el recibimiento de la persona a cargo del consejo, claro. Ella es las que más puede entender la situación y yo... puedo evitar con mi poder... que hagan locuras sin saberlo, como quedar atrapados en la habitación infinita —chasqueó la lengua, sentía más compromiso de actuar e involucrarse con alguien que había regresado de la muerte que con los propios cosechados en sí que sobrevivieran a la criba, ya que su condición como lémur le hacía estar conectado a la muerte de una manera muy diferente— es una puta mierda, pero si no hiciera eso con mi don ¿qué otra cosa puedo hacer? —bufó— no me gustan el resto de alternativas.

—Desde cierto punto de vista es nuestro propio miedo a morir el que nos tiene pillados —soltó una risita, rascándose la nuca—. Al fin y a cabo como poder se podría conseguir, simplemente lo más probable, con mucha diferencia, es morir.

Escuchó con atención su explicación ante su don. Por una parte le aliviaba saber que su amigo no quería lanzarse a esclavizar no-muertos, que buscase alguna forma más o menos ética de usar sus capacidades. Por otra parte… ¿Seguro que eso era una forma correcta de gobernar fantasmas, y no simplemente una racionalización de la misma esclavitud que quería evitar? Gobernar al esclavo por el propio bien del esclavo era una forma común de justificar la propia esclavitud.

Por otra parte, en Rocavarancolia, quizás lo mejor a lo que se podía aspirar era a racionalizar.

—No sé qué puedes hacer, lo admito. No creo tampoco tener la autoridad moral para censurar el camino que sea que elijas —lo cual no significaba que no fuera a incomodarle. Tenía la sensación de que ya había dicho aquello, quizás con otras palabras, o peor explicado—. Aun así… me alegra que busques alternativas sin renunciar a lo que eres.