Bosque Fantasma

Marsi no podía evitar estremecerse cada vez que Alice la abrazaba, incluso después de un tiempo saliendo. Cárabo se dejó caer sobre las copas de los árboles y aterrizó suavemente en un claro.

-<< Bueno, me hablaron de él, pero todavía no lo había visto.>>- explicó, saltando de su montura.- << Tal y como lo imaginé pensé que te gustaría, y veo que he acertado.>>

Rió algo cohibida. No tenía mucha idea de sitios para citas y muchas veces temía meter la pata por culpa de su inexperiencia. Tomó las manos de Alice y acarició la palma con los pulgares, antes de entrelazar los dedos y tirar de ella para adentrarse en el bosque. Cárabo las seguía a cierta distancia, alejándose para explorar y regresando rápidamente.

La bruja se rió cuando tiró de su mano y le siguió. Las onyces se desentendieron bastante de las dos (y Alice de ellas) y fueron a sus anchas, aunque algunas rondaban cerca de Cárabo sin más intención que curiosear.

—<<Creo que va a ser de mis sitios favoritos de la ciudad>> —le respondió mientras miraba a su alrededor—<<La próxima me toca a mí. ¿Preguntarte tus sitios favoritos sería hacer trampa?>> —bromeó.

Le maravillaba que pareciese tan real. Sabía que algunos árboles eran parte de una ilusión pues algunas onyces lo habían descubierto al ir a sentarse en las ramas sin éxito y habían corrido la voz. También sabía que no estaban del todo solas allí, pero mientras nada se acercase... Aun así, dirigió sus pasos un momento hacia uno de los árboles para tocarlo. ¿Una ilusión que engañase a los sentidos más allá de la vista? ¿Un sitio entero hecho de eso? Quería ese poder.

—<<Algún día podré hacer magia así, tan real al tacto...>> —dijo, algo ambiciosa. Cerró los ojos pero los abrió de nuevo a la vez que le acariciaba los dedos—<<Pero no más real que esto, que nosotras>>

Volvió a caminar sin rumbo fijo, solo pasear. Quería hablar pero no quería sonar aburrida ni sonar torpe o cursi, aunque a veces le salían cosas así y luego se maldecía por ello... Pero al menos sabía que a Marsi no le importaría y que solo eran paranoias suyas.

—<<¿Cómo te va con la taberna y en la Sede? ¿Alguna noticia del ejército?>>

Pensó en una respuesta convincente, pero lo único que se le venía a la mente eran comentarios patéticos tipo ''Mi sitio favorito es cualquiera en el que estés tú'' que enterró rápidamente en un hoyo para nunca ser encontrados. Al final se limitó a contestar con:

-<< No sé... prefiero que sea una sorpresa. >>

El lugar era impresionante, aun así. No podía creer lo reales que parecían los árboles, incluso podía oler la resina de sus troncos. Quienquiera que lo hubiese hecho debía ser un mago muy habilidoso.

-<<Seguro que lo consigues.>>- dijo- << Eres poderosa. El violinista me contó que la última bruja que hubo como tú en la ciudad llegó a Señora de los Asesinos.>>

Aprovechó el momento en que Alice cerró los ojos para clavar la mirada en sus pestañas, y estudiar su rostro sin que ella lo percibiera. Fue solo un segundo, pero más que suficiente. Continuaron paseando, y llegado un momento Marsi rodeó la cintura de su compañera.

-<< Hice las pruebas para el ejército hace poco. No te lo dije porque solo con hablar de ello me entraban ganas de vomitar, solo Sura lo sabía, y porque ella llevaba mi programa de entrenamiento. Me darán los resultados pronto, espero que me cojan.>>

Le habían repetido hasta la saciedad que era imposible que no la cogieran, que incluso si fallaba las pruebas el ejército se mataría por tener un dullahan en sus filas, pero Marsi quería hacerlo bien, quería estar a la altura de lo que parecían esperar de su transformación.

No fue nada bueno para su ego que Marsi dijera aquello. Las onyces lo hacían a menudo y la bruja se esforzaba para que alguna vez fuera cierto. Si la varmana opinaba igual... Quizá si que era bueno para su ego. No es que lo tuviera por las nubes ni por los suelos, pero sí que tenía sus delirios de grandeza de vez en cuando en su habitación de Serpentaria o cuando salía por la ciudad acompañada solo de sus sombras.

—Señora de los Asesinos... —susurró. <<Una onycemante que fue Señora de los Asesinos... Muy, muy tentador>>

Cuando Marsi la cogió por la cintura, la bruja hizo lo mismo y se pegó a ella. Gracias al contacto con su amiga, pudo volver a poner los pies en el suelo, porque llegar a poder ser así de poderosa, tanto que ese era un puesto en el Consejo, era demasiado y normalmente la mandaba a otra dimensión. Le hacía gracia pero a veces le recordaba a los sith, aunque siempre se decía que no cometería el error del bobo de Anakin. También tuvo la lucidez suficiente para frenar a las onyces que intentaron acercarse para darle la razón a la varmana, de forma que ni siquiera llegaron a alejarse de Cárabo. Y siguió caminando y escuchando a Marsi mientras disfrutaba de la sensación de ir tan juntas.

—<<Pues señorita, usted también es poderosa y muy, muy hábil. Si esos zopencos no saben apreciarlo, quemaremos el castillo y conquistaremos la ciudad para que lo vean>> —respondió, muy seria.

No tardó mucho en acabar sonriendo. Se paró para mirarle cara a cara y le puso las manos en la cintura.

—<<En serio. Eres una dullahan y si ya eras buena antes de la Luna, creo que puedes aprender mucho y dar la talla, pero sin presiones, a tu ritmo. Si tienes que demostrarle algo a alguien es solo a ti misma, a nadie más. >>

Se pegó más a ella según hablaba y al final le dio un beso en el humo, sin fijarse dónde pero cerca del cuello. La sensación era rara, muy curiosa pero le gustaba. Y esperaba que sirviera para reforzar lo que le había dicho, aunque realmente el gesto le había salido solo, de repente. Cuando se separó, le sonrió, le dio un apretón cariñoso y se separó un momento. Abrió la mochila, sacó el termo, lo calentó y se lo ofreció:

—<<Es puré de verduras. Está calentito y se puede beber bien. Verduras poderosas para las novias más monas y poderosas de Rocavarancolia>> —bromeó y volvió a dale la mano.

Marsi no pudo evitar reirse por las ocurrencias de la bruja. No se veía capaz de conquistar nada, ni siquiera en broma. El beso le resultó... curioso. Era una sensación especial, un beso para un dullahan, pues se perciben todas las sensaciones posibles emanando de un mismo punto, durante un segundo, como una pequeña explosión. Los labios de Alice sabían dulces, eran suaves. De forma inconsciente alzó una mano para acariciarlos con las puntas de los dedos.

Siguieron andando, pegadas, y aunque resultaba agradable sentía un vacío en el pecho. En varmania muchas muestras de afecto se expresaban con la cabeza, y no solo los besos. Topetazos con la frente, frotar una cabeza con otra, o las mejillas, eran formas mucho más comunes en su cultura que un abrazo. No le molestaba haber pasado a formar parte de la ciudad, pero le dolía haber tenido que desprenderse de algo tan básico de su mundo y de forma tan brusca, pues en situaciones que debían ser fluidas y naturales se sentía torpe, incapaz de expresarse correctamente.

Agradeció el termo, estallando de nuevo en carcajadas.

-<< Cursi>>- acusó a Alice, dándole un pequeño empujón para indicarle que se sentase. Ella lo hizo, a los pies de un árbol de tronco oscuro y retorcido.

El puré estaba bueno. Bebió a sorbos pequeños, acunando la taza metálica del termo entre las manos.

Se sentaron mientras las risas de la bruja se sumaban a las de su amiga. <<Cursi a mucha honra, ¡jum!>> pensó, divertida, aunque podía imaginar a las onyces diciendo "ninguna emperatriz del Mal es cursi". <<Bah>> Sacó otra taza para echarse ella un poco y luego apoyó la cabeza sobre el hombro de Marsi.

—<<Si lo quieres calentar más o tienes frío, dilo. Y hablando de calor y frío... ¡Varmania! ¿Tienes algo pensado? O podemos ir sin planes, a la aventura >> —rió—. <<¡Ah, ah!>> —exclamó—. <<Importante: tienes que ayudarme... bueno, ayudarnos, con la ropa. ¿Qué me pondrías típico de allí? Esto es emocionante, viajar a tu mundo todos vestidos como varmanos... Ay, tenemos que buscar camuflaje... Bueno, creo que Dhelian, Ozz si se apunta y yo podemos arreglar eso. Si hubiera serpientes gigantes nos ahorraríamos el camuflaje de Sura >> —bromeó.

En esa pausa aprovechó para callar un momento y beber el puré. Si volvía a abrir la boca para hablar, no pararía. Habría tantas cosas que ver y hacer en Varmania... Y en los mundos siguientes. ¡Y tenía que pensar a dónde llevarles en la Tierra! Al menos contaba con ventaja: su mundo sería de los últimos en visitar así que podía pensar en cómo sorprenderles después de haber visto los otros. Lo que no sabía es qué pasaría con las onyces... ¿Le acompañarían? ¿Se quedarían? <<Siempre puedo camuflarlas como si fueran insectos... y quedarme sin magia para un año. ¿Habrá mariposas en Varmania? Hehe>>

Marsi se trabó. Casi había olvidado la idea de la incursión, o más bien, la había tenido como algo tan lejano que no le había prestado demasiado tiempo a los preparativos. Se le habían cruzado demasiadas cosas que requerían su atención, pero ya no, todo estaba solucionado, y Alice parecía tan ilusionada.

-<< No se me da muy bien la ropa ni nada por el estilo, pero os puedo ayudar con otras cosas; aspecto, origen, costumbres. Algunas difieren mucho de una ciudad a otra así que no habrá problema con esas, si decimos que somos extrangeros nos lo pasarán casi todo.>>

Marsi solo usaba ropa de trabajo, y en Rrocavarancolia usaba más ropa de otros mundos que del suyo propio. Pensó en los conjuntos que usaba Oriana, sus vestidos carísimos y los complementos y los zapatos... y decidió que a Alice no le pegaba ni un poco nada de eso. Todo lo que usaba Oriana era demasiado colorido, tendrian que pensar otro tipo de ropa que no desentonara en su ciudad pero que pegara con su estilo.

-<< Sí que hay serpientes bastante grandes en Varmania, pero no están en las ciudades>>- comentó entre risas- << Y no vamos a dejar a la pobre Sura fuera de los locales>>

El camuflaje de Sura le preocupaba. Sabía que querría conservar su melena roja pero no tenía tan claro que estuviera por la labor de llevar la piel de un granta.

La bruja se dio una suave palmada contra la frente al oír "costumbres". Menos mal que lo hizo con la diestra o se habría echado la taza por encima. Ni se le había pasado por la cabeza. No es que fuera una inconsciente, ¡claro que sabía que tendrían formas distintas! Pero simplemente se le había olvidado ese detalle que era tan o más importante como llevar ropas de la zona. <<No sirvo de espía>> pensó en broma, aunque parte de su ego le diría en voz baja que sí servía.

—<<Se me había olvidado lo de las costumbres... Creo que esta va a ser la tercera vez en mi vida que viaje. Solo salí de mi ciudad dos veces, bueno, del país, que en la isla sí que viajábamos; una vez porque salí en una peli y la otra para venir aquí. Y es verdad, si decimos que somos turistas podemos ser un poco cutres. Como los que venían a donde trabajaban mis padres...>> —bromeó.

Se imaginó la escena y le hizo aún más gracia, pero a la vez, al recordar a los turistas que se apañaban con su idioma de bolsillo, se le ocurrió algo: no tenían eso mismo, el idioma. Ni ellos ni, obviamente, Marsi. Ellos quizá podrían aprenderlo, ¿pero cómo haría su amiga para comunicarse allí? No tenía ni idea de lo primero ni lo segundo, y la mera posibilidad de que eso aguase la excursión le quitó las ganas de reír y le nubló el rostro. Se ocultó detrás de la taza mientras su amiga decía lo de Sura y le sonrió. Ya arreglarían los problemas en otro momento. Ahora estaba con ella y no iba a dejar que aquello le arruinara la noche. Ya se pondría a trabajar mañana.

—<<En mi mundo teníamos un lema: nadie se queda atrás. Y teníamos otro: a las doce en casa o tu ropa se convertirá en ratones>> —volvió a reír—<<. Propondría quedarnos a dormir aquí y ver las estrellas perooo creo que es el mundo equivocado. ¿Te parece si volvemos ya?>>

Se separó de Marsi, recogió el termo, y después de levantarse le tendió ambas manos para que se pusiera de pie... Y abrazarle y besarle por sorpresa. Un beso de buenas noches en toda regla, todo lo intenso que el humo permitiera, mientras la estrechaba entre sus brazos.

—<<Esto por si se acaba el mundo en el camino de vuelta>> —bromeó. Le gustaba poder hablar mientras se besaban, pero sin abusar.

Algo alejadas, las onyces notaron que estaban a punto de volver y seguramente se lo dijeran a Cárabo para ir a por la pareja y salir de allí. No se acercarían demasiado, eso sí.

-<< ¿Saliste en una película?>>- preguntó con curiosidad. Alice y otros humanos le habían explicado a grandes rasgos qué era el cine y cómo funcionaba, pero la bruja nunca le había contado esa anécdota. Quedaría pendiente.

Se echó a reir con los dichos terrícolas, o más bien por el segundo, al imaginarse la escena de forma literal. Sí que era una pena no poder ver las estrellas en Rocavarancolia, pero ya podrían hacerlo en otros mundos. De hecho, le prometió que lo harían en Varmania.

El beso le pilló por sorpresa y casi no reaccionó a tiempo para devolverlo. Seguía siendo torpe en ese tipo de cosas. Le correspondió con un abrazo, frotando el cuello y el hombro contra su compañera en un intento de imitación de un gesto de su tierra.

-<< Sí, volvamos.>>

Un pensamiento en forma de silbido trajo a Cárabo a su lado, que le picoteó la ropa feliz por tener de nuevo la atención de su ama.

-<< Te llevo a casa.>>- ofreció, saltando al lomo del grifo y ofreciéndole la mano a Alice para ayudarla a subir.

Volarían juntas de vuelta a Serpentaria. A Marsi le gustaba sentir el abrazo de la bruja en su cintura, y el recuerdo de esa sensación le acompañaba todas las noches que se encontraban y parte del día siguiente. No podía esperar a ir a Varmania con ella.

El extraño bosque que acababa de aparecer de la nada indicaba que se habían perdido. Debían haberse equivocado en algún giro y el irrense se responsabilizaba de ello, pues había estado caminando con la cabeza en otra parte.
—Tenemos que dar la vuelta —dijo en voz alta. Su tono no parecía firme, sin embargo, y la extraña luz que surgía de la foresta había atrapado su mirada—. Creo que no es por aquí... —añadió, extendiendo la mano derecha hacía uno de aquellos árboles.

El tacto era rugoso, como el de cualquier tronco, y a pesar de su firmeza parecía frágil como el cristal. Las puntas de las botas del norteño estaban a unos centímetros de la alfombra de helechos que cubría el suelo, igual de translúcidos que sus primos de mayor tamaño.
—¿De donde sale esto? —murmuró para si, escudriñando el interior del bosque con expresión ausente.

La atmósfera irreal le producía escalofríos, pero al mismo tiempo le atraía como la luz de una llama a una polilla. Había visto vegetación en la superficie de su mundo, enormes extensiones de árboles cubiertos de nieve y hielo, pero no se parecía en nada a aquello. Los sonidos ambientales que surgían de la espesura invitaban a la meditación, pero el hacker sacudió la cabeza y se obligo a recordar la razón que los había conducido hasta allí.
«Rox os necesita, capullo. Deja de pensar en gilipolleces» se recriminó, apartando la mano del tronco y limpiándosela con el pantalón en un gesto inconsciente.

Como siempre, Nime iba alerta por la calle, tratando de memorizar el camino para hacer la vuelta lo más sencilla posible. Sin embargo, ni se le daba muy bien ni le preocupaba que los mayores pudiesen equivocarse. Aunque nunca lo admitiese en voz alta, se fiaba de sus decisiones como lo habría hecho de sus padres. Más o menos.

Sin embargo, cuando el falso bosque empezó a aparecer delante de ellos a Nime empezaron a paralizársele las piernas del miedo que daba aquel lugar. ¿Desde cuándo había un bosque cerca del torreón? O, lo que era peor, ¿por qué parecía un bosque fantasma? Podía ver a través de los troncos de los árboles, y el ambiente era tenebroso. «Es como si hubiésemos cambiado de mundo de repente» pensó.
—Vámonos ya de aquí, no me gusta este sitio. No… no se ve nada con tantas plantas, ¿y si hubiese algún monstruo escondido?
No quería ser la cobarde de turno, por lo que necesitaba justificarse con algo suficientemente serio. Estaban buscando casas, ¿cómo iban a encontrar hechizos allí? No quería perder más tiempo en aquel lugar si ya sabían que se habían extraviado.

Los primeros pasos fueron lentos, inseguros. No sabía que esperar de aquellas calles que tanto miedo le producían. Miraba a todos lo lados con miedo de ver algo efectivamente. Respiraba profundamente y se recordaba tranquilizarse. Se preguntaba porqué habría salido, se arrepentía a cada rato. En su imaginación se planteaba como moriría y como ello le afectaría, que significaría para él. En el fondo no tenía ninguna esperanza de poder salvar a Rox; era imposible que unos niños encontraran nada útil ¿Como iban a distinguirlo? En el fondo solo quería salvar su situación, recuperar un poco su dignidad, ganarse el más mínimo aprecio de sus compañeros, asustado, pues si moría Rox estaría verdaderamente solo.

La calle dejó de ser calle y ahora el principio de un bosque la invadía. Al coreano no le gustaba un pelo, y según iban pasando los segundos, esperaba más nervioso que se movieran. Por suerte fue Nime la que habló primero, y Hyun lo vió la escusa perfecta para intervenir.

- Nime tiene razón.- Aunque el coreano en su mente añadió <<plantas o setas venenosas, trampas de caza, cualquier hechizo, perdernos...>> a la lista de amenazas, a parte de monstruos. - Este sitio dudo que tenga nada que nos sirva. Y lo mejor sea probablemente registrar sitios que sepamos que ya son, al menos, un poco seguros. Y debemos hacerlo rápido.-

"¿Por qué?" Poco más podía haber pensado mientras se debatía, luchando contra sus piernas, por entrar tras Milo o quedarse atrás. Y es que, aunque hubiera tardado mucho en decidirse, no podía salir de esa pregunta. ¿Por qué entraba el irrense? ¿Por qué entraban el resto tras él? El coreano se giro un par de veces más a la calle, miró los edificios, valoró la seguridad de quedarse atrás. Un fuerte nudo en su garganta impedía salir a sus palabras y con ello también al grito que reprimía desde haber salido del torreón. <<No debí venir>> se dijo antes de adentrarse. Con unas zancadas alcanzó al grupo, intentando no quedarse el último, aunque todavía muy atrás. Al principio apoyándose en los árboles y ramas, y separando las manos al pensar en los bichos, hongos, ortigas o venenos que pudiera tener. Rocavarancolia le había hecho más cobarde, pensaba, más patético. Ahora tenía miedo hasta de los bos...

Eitne se había preparado para salir en cuanto Milo les comunicó la gravedad de la situación de Rox. El niño se vistió con unas deportivas viejas, unos pantalones grises y una camisa de cuadros que le llegaba por las rodillas. Se dobló las mangas para que no le cubriesen las manos y se enganchó en cada brazo uno de sus escudos. En la superficie de cada uno había un ojo pintado en negro, de manera esquemática: una pupila contenida en un círculo y un óvalo con los extremos puntiagudos.

Con el mismo ungüento, el niño se dibujó una línea en horizontal en la frente. Era un ojo cerrado, claramente. El niño se ató los cordones y salió con el grueso del grupo. Eitne haría todo lo posible por ocupar el hueco que el Huésped ni pudo ni supo. Iba a protegerlos a todos.

Durante la salida, lo que más le sorprendió fue la presencia de Hyun. Se preguntaba qué habría soñado para querer salir con tantas ganas. ¿Tal vez la verdad? Los sueños a veces lo hacían, te mostraban el peor resultado posible: lo más aterrador que podía pasarte en tus circunstancias actuales. El niño seguía pensando en lo que había pasado esa mañana, hacer el pepino de mar no había logrado borrar lo mucho que le preocupaba haber contribuido al malestar de Hyun.

Con ese malestar en mente, el grupo llegó al bosque (o el bosque llegó al grupo), y todo se oscureció. Eitne jamás había visto árboles más feos y aterradores que esos: apenas tenían color. Por no ser, no eran ni opacos. Su tonalidad poco saturada los hacía parecer falsos y de verdad a la vez. Eitne se preguntó si así era como el demiurgo les veía a ellos, antes de que sus almas trascendieran. El niño temblaba y no lo escondía.

Eitne apoyó a Nime, y a Hyun, y a Zobriel: quería irse de allí. Sin embargo, entre los ruidos y las capas de vegetación superpuestas, el caos nació rápido. Eitne trataba de acercarse a Hyun, cuando sonó el crujir de una rama cualquiera. Le había estado pisando los talones durante todo el viaje con la intención de hablarle para pedirle disculpas y, de repente, no había Hyun. El coreano se desvaneció frente a su cara como si nunca hubiera estado ahí, como si hubiera sido tan poco real como los troncos translúcidos.

—¡Hyun! —logró gritar, sin tartamudeo alguno—. Ha de-de- —hizo una pausa obligada llena de nervios y miedo y ganas de vomitar. Con los ojos abiertos de par en par, Eitne miró a un lado y a otro. Buscó en el suelo y en el techo natural que formaban los árboles con sus copas frondosas: buscó alguna prueba de que se equivocaba, algo que le impidiera decir lo que acabó diciendo—. ¡Ha desaparecido! Hyun ha de-desaparecido…

Los ojos se le humedecieron al instante. Miró a sus compañeros y buscó a Milo con la mirada. ¿Había dicho algo? El niño no podía estar seguro por culpa de sus propios gritos. ¿Había desaparecido también? El niño no fue capaz de articular más palabras, por mucho que lo intentó.

En su cerebro solo quedaban dos ideas cíclicas que se realimentaban: Por un lado, Eitne era demasiado pequeño como para arreglar lo que hubiera pasado. Por otro, lo que había pasado… el niño lo sentía semejante a lo que había oído de sus compañeros tras la muerte de Ain y Drake.

¿Volverían a ser menos en el torreón? ¿Podrían llegar al torreón, siquiera?

Nime se alegró de no ser la única en querer irse. Quería decir que tenía razón, que no era simple cobardía. Sin embargo, todo se torció cuando Milo decidió adentrarse por su cuenta en el bosque.
—¡Espera, Milo! ¡Aquí no hay nada!

La niña echó a andar detrás de él, esperando que el grupo no se separase. Escuchaba pasos a su espalda, y pensó que todos irían detrás del irrense, hasta que la detuvo el grito de Eitne. Nime frenó en seco y se volvió.
—¿Como que ha desapare…? ¿Se ha perdido? —No veía a Hyun por ningún lado, solo el nerviosismo del daeliciano, pero ni por asomo entendió a qué se había referido exactamente. Aun así, se preocupó y miró alrededor gritando el nombre del coreano—. ¡Hyuuuuuuun!

Entonces se percató del segundo problema: también había perdido de vista a Milo. «No no no no…». Sus temores se estaban haciendo realidad y el grupo se estaba separando.
—¿Por dónde se han ido? ¿Alguno lo ha visto? —empezó a prácticamente chillar, histérica.