Bosque Fantasma

"¿Por qué?" Poco más podía haber pensado mientras se debatía, luchando contra sus piernas, por entrar tras Milo o quedarse atrás. Y es que, aunque hubiera tardado mucho en decidirse, no podía salir de esa pregunta. ¿Por qué entraba el irrense? ¿Por qué entraban el resto tras él? El coreano se giro un par de veces más a la calle, miró los edificios, valoró la seguridad de quedarse atrás. Un fuerte nudo en su garganta impedía salir a sus palabras y con ello también al grito que reprimía desde haber salido del torreón. <<No debí venir>> se dijo antes de adentrarse. Con unas zancadas alcanzó al grupo, intentando no quedarse el último, aunque todavía muy atrás. Al principio apoyándose en los árboles y ramas, y separando las manos al pensar en los bichos, hongos, ortigas o venenos que pudiera tener. Rocavarancolia le había hecho más cobarde, pensaba, más patético. Ahora tenía miedo hasta de los bos...

Eitne se había preparado para salir en cuanto Milo les comunicó la gravedad de la situación de Rox. El niño se vistió con unas deportivas viejas, unos pantalones grises y una camisa de cuadros que le llegaba por las rodillas. Se dobló las mangas para que no le cubriesen las manos y se enganchó en cada brazo uno de sus escudos. En la superficie de cada uno había un ojo pintado en negro, de manera esquemática: una pupila contenida en un círculo y un óvalo con los extremos puntiagudos.

Con el mismo ungüento, el niño se dibujó una línea en horizontal en la frente. Era un ojo cerrado, claramente. El niño se ató los cordones y salió con el grueso del grupo. Eitne haría todo lo posible por ocupar el hueco que el Huésped ni pudo ni supo. Iba a protegerlos a todos.

Durante la salida, lo que más le sorprendió fue la presencia de Hyun. Se preguntaba qué habría soñado para querer salir con tantas ganas. ¿Tal vez la verdad? Los sueños a veces lo hacían, te mostraban el peor resultado posible: lo más aterrador que podía pasarte en tus circunstancias actuales. El niño seguía pensando en lo que había pasado esa mañana, hacer el pepino de mar no había logrado borrar lo mucho que le preocupaba haber contribuido al malestar de Hyun.

Con ese malestar en mente, el grupo llegó al bosque (o el bosque llegó al grupo), y todo se oscureció. Eitne jamás había visto árboles más feos y aterradores que esos: apenas tenían color. Por no ser, no eran ni opacos. Su tonalidad poco saturada los hacía parecer falsos y de verdad a la vez. Eitne se preguntó si así era como el demiurgo les veía a ellos, antes de que sus almas trascendieran. El niño temblaba y no lo escondía.

Eitne apoyó a Nime, y a Hyun, y a Zobriel: quería irse de allí. Sin embargo, entre los ruidos y las capas de vegetación superpuestas, el caos nació rápido. Eitne trataba de acercarse a Hyun, cuando sonó el crujir de una rama cualquiera. Le había estado pisando los talones durante todo el viaje con la intención de hablarle para pedirle disculpas y, de repente, no había Hyun. El coreano se desvaneció frente a su cara como si nunca hubiera estado ahí, como si hubiera sido tan poco real como los troncos translúcidos.

—¡Hyun! —logró gritar, sin tartamudeo alguno—. Ha de-de- —hizo una pausa obligada llena de nervios y miedo y ganas de vomitar. Con los ojos abiertos de par en par, Eitne miró a un lado y a otro. Buscó en el suelo y en el techo natural que formaban los árboles con sus copas frondosas: buscó alguna prueba de que se equivocaba, algo que le impidiera decir lo que acabó diciendo—. ¡Ha desaparecido! Hyun ha de-desaparecido…

Los ojos se le humedecieron al instante. Miró a sus compañeros y buscó a Milo con la mirada. ¿Había dicho algo? El niño no podía estar seguro por culpa de sus propios gritos. ¿Había desaparecido también? El niño no fue capaz de articular más palabras, por mucho que lo intentó.

En su cerebro solo quedaban dos ideas cíclicas que se realimentaban: Por un lado, Eitne era demasiado pequeño como para arreglar lo que hubiera pasado. Por otro, lo que había pasado… el niño lo sentía semejante a lo que había oído de sus compañeros tras la muerte de Ain y Drake.

¿Volverían a ser menos en el torreón? ¿Podrían llegar al torreón, siquiera?

Nime se alegró de no ser la única en querer irse. Quería decir que tenía razón, que no era simple cobardía. Sin embargo, todo se torció cuando Milo decidió adentrarse por su cuenta en el bosque.
—¡Espera, Milo! ¡Aquí no hay nada!

La niña echó a andar detrás de él, esperando que el grupo no se separase. Escuchaba pasos a su espalda, y pensó que todos irían detrás del irrense, hasta que la detuvo el grito de Eitne. Nime frenó en seco y se volvió.
—¿Como que ha desapare…? ¿Se ha perdido? —No veía a Hyun por ningún lado, solo el nerviosismo del daeliciano, pero ni por asomo entendió a qué se había referido exactamente. Aun así, se preocupó y miró alrededor gritando el nombre del coreano—. ¡Hyuuuuuuun!

Entonces se percató del segundo problema: también había perdido de vista a Milo. «No no no no…». Sus temores se estaban haciendo realidad y el grupo se estaba separando.
—¿Por dónde se han ido? ¿Alguno lo ha visto? —empezó a prácticamente chillar, histérica.

Milo estaba a punto de volverse hacia sus compañeros para darles la razón cuando un destello entre la vegetación semitransparente captó su atención. En cualquier otro momento el irrense habría buscado durante un par de segundos el origen del mismo antes de olvidarse del asunto, pero en aquella ocasión se demoró mas tiempo y entrecerró los ojos completamente concentrado.
—Hay algo ahí delante. —comentó convencido, avanzando hacia la espesura con decisión sin pararse a reflexionar en sus acciones e ignorando las voces de sus amigos.

Solo tuvo que recorrer unos metros para confirmar que lo que había visto no tenía nada que ver con las fugaces luciérnagas que de vez en cuando atravesaban las copas de los árboles. Una potente luz enmascaraba la silueta de algo más adelante y el norteño desapareció en el interior del bosque sin mirar atrás dispuesto a averiguar de que se trataba. No esperaba encontrarse con una rudimentaria estructura de madera, pero aún menos toparse con un hombre bajito con un cuerno color perla en la frente.

El nublino estaba plantado delante de la puerta de la caseta, impidiendo que atisbara el interior de la misma, y fumaba de una pipa que expulsaba un humo azulado. La escena en conjunto resultaba un tanto absurda, pero la voz del hombre le devolvió rápidamente a la realidad.
—Intento ayudar a un amigo —respondió sin darse cuenta, llevándose la mano a la boca cuando le sobrevino un ataque de tos—. No importa —le disculpó negando con la cabeza—. ¿Quién eres tu? —preguntó cuando logró serensarse.

Si algo no se lo impide no tardara en percatarse de que ha perdido de vista a sus compañeros.

Los nervios se esparcieron con el aire. Eitne intentó gritar, como estaba haciendo Nime, pero el tartamudeo lo frenaba, lo cortaba a media frase. A medio nombre. Habian desaparecido dos adultos en un parpadeo y ahora no se veía nada entre la maleza translúcida. Eitne lloraba en silencio y miraba asustado a un lado y a otro. Zobriel se le acercó entonces y le dijo algo clave. El niño asintió y trató de respirar hondo.

—Va-va-va —Vale, eso era lo que quería decir.

Sin embargo, el mismo Zobriel que le había calmado se puso a gritar. Volvieron los nervios, la respiración cortada y las lágrimas no dejaron de caer. Entonces sonó su voz por el aire. Y la de Zobriel. Y la de Nime. Y un aleteo misterioso. Al miedo a perder a dos personas se le sumó el miedo a morir.  Eitne buscó sin éxito la fuente de la voz e hizo lo único que se sentía capaz de hacer.

—¡Ca-ca-cállate! —rogó.

Como él no podía con la amenaza, pidió a la propia amenaza que cesara.

Zob no consiguió calmarla exactamente. Se calló, porque tenía razón en parte, pero no podían encontrar a los demás tampoco si no alzaban la voz. Se quedó quieta sin saber qué hacer, como si hubiese perdido las energías para llamarlos siquiera. Quiso responder que no estaba llorando, pero antes de abrir la boca decidió que era mejor ir al grano. Motivos para llorar empezaba a haberlos, de todos modos.
—¿Por dónde se han ido? Tenéis que haber visto algo. Yo iba siguiendo a Milo… y… y… luego me giré. No vi nada. Nada.

Se acercó a Eitne y se aferró a su muñeca, tal vez para hacerlo sentirse más seguro o para sentirse más segura ella misma. Si iban de la mano no podrían perder a nadie más, por lo que también le tendió la mano a Mike y se dejó arrastrar por Zob en dirección opuesta. Nadie parecía saber responder su pregunta. ¿Tan rápido había sucedido todo? Aquel bosque estaba tan maldito como aparentaba, y Nime no pensaba separarse ni un centímetro de los demás.

Estaba tan alterada que no sabía si hacer callar a Zob o dejarlo continuar cuando se puso a llamar a Milo. Tanto gritar como no hacerlo eran malas opciones. Solo añadió, aún confusa:
—Pero… ¿y Hyun?

Después comenzó el parloteo. Había algo en aquel bosque diciendo lo mismo que ellos, algo que no se estaba dejando ver. La libense se tensó y se aferró con más fuerza aún a sus compañeros.
—¿Q… quién anda ahí? ¿Qué…? —murmuró con voz temblorosa.

Eitne siguió las indicaciones del mayor del grupo sin poner objeciones. ¿Quién era él para saber qué tenían que hacer para salir vivos de allí? Solo era un niño y se dedicó a caminar con las manos agarradas a sus compañeros sin poner pegas.

—Hyun de-desapareció sin más —respondió a Nime—. Pi-pisó una rama y ya no estaba. No se ha perdido caminando... ¿Milo también?

Agachó la cabeza y continuó andando tras Zobriel, hasta que apareció la fuente de tantas palabras repetidas. Del  susto, Eitne soltó las manos y subió los escudos hasta la altura del cuello. Por un lado, no podía taparse con ellos la cabeza mucho tiempo, porque le pesaban mucho; por otro, tenía curiosidad por contemplar mejor aquel animal extraño. Era como un pajarito con gorro, pero muy grande. Y estaba gordo como él. Si no estuvieran perdidos en un bosque translúcido en mitad de una calle de una ciudad de monstruos, Eitne lo habria encontrado super simpático.

—¿Hola? —esta vez fue él quien, sin querer, repitió las palabras del pájaro.

Nime empezaba a temer por su vida, de forma irracional. Acababan de separarse de dos del grupo, de perderlos como ya se había perdido Ain una vez, desapareciendo sin más. Fuera lo que fuera lo que estaba pasando, Nime ya se ponía en lo peor, por lo que cuando apareció el pájaro, la niña ladeó la cabeza con incredulidad. No les estaba atacando, y por su parte no tenía pensado darle motivos para hacerlo. «Pero… ¿puede hablar? ¿Entendernos?» se preguntó.
—De… deberíamos seguir buscando a Milo y a Hyun —dijo, sin alzar apenas la voz—. Tal vez no hayan ido a parar muy lejos, o… o… hay que averiguar lo que ha pasado. Deberíamos irnos de aquí.
Cuando dijo eso miró al pájaro intentando discernir si les escuchaba y comprendía lo que decían. Le parecía más bien bobalicón, pero les había saludado. ¿O no?

Milo entorna la cabeza al escuchar el nombre de su interlocutor, preguntándose de donde se ha sacado semejante apelativo. Su pregunta, sin embargo, hace que recuerde el motivo de la salida y durante unos segundos busca a su alrededor alguna señal de sus compañeros. «¿Cuando los he perdido de vista?».
—Le ataco un nublino al que algún tipo de trampa mágica había deformado. Le mordió en el hombro hace una semana, más o menos, y aunque la herida esta sanando bien su cuerpo ha dejado de responderle —explicó con fluidez—. Creo que su corazón esta a punto de fallar... —supuso, reprimiendo un nuevo ataque de tos.

El humo de la pipa del unicornio había apagado las señales de alarma que a cualquiera con dos dedos de frente se le dispararían en una situación semejante, por eso su oferta le resulto tan tentadora.
—¿Qué es lo que buscas tu? —inquirió, cambiando el peso de una pierna a otra—. Yo soy Milo, por cierto. —se presentó apresuradamente al percatarse de que no le había proporcionado aquel dato.