Primer sueño de Rasqa

Rasqa soltó un gruñido de satisfacción al acabar, aunque no pudo evitar pensar que se habría ahorrado muchos daños si no hubiese sido tan estúpido. En aquellos momentos, el parqio caminaba a tres patas, usando una de las delanteras para sujetarse el relleno que le colgaba de la tripa. Buscaba cualquier cosa entre los restos que que le ayudara a contenerlas, pero fuera a donde fuese solo había humo y cenizas. Rasqa podía disfrutar de aquello, pero temía que la herida le hiciese mal en una escala más larga. <<¿Y si perdía contra algún dragón?>>. Lo que más le asustaba de todo aquello no era la muerte en sí, sino el desprestigio por haber tomado una decisión equivocada.

El parqio se tomó un descanso entre aquellas ruinas antes de alzar el vuelo. La herida indolora le obligaba a desplazarse con la ayuda de una pata menos y algo desequilibrado. El dragón de juguete parecía atravesar turbulencias, a pesar del cielo claro y despejado. De vez en cuando refunfuñaba a nadie en concreto y sus quejas cogieron volumen al descubrir los dos últimos círculos a los que se enfrentaba. En el penúltimo veía a la gente moverse desde las alturas y se sentía pequeño. <<Antes veía hormigas al ponerme de pie en el suelo, esto no va a ser fácil...>>. La preocupación era evidente, a pesar de su rostro de juguete.

El dragón se acercó con cautela, si podía estudiarles antes de decidir nada, estaría bien.

Observar a los del penúltimo ciclo solo hizo las cosas más difíciles para Rasqa. El parqio sentía la urgencia de crecer, lo necesitaba para lidiar con dragones tanto como lo ansiaba a nivel personal. Pero las construcciones eran de piedra, el fuego no sería muy útil, y su tamaño no era suficiente como para que un ataque directo saliera bien. Las nuevas criaturas que veía eran reales de nuevo, a pesar de no saber a qué especie pertenecían, pero aquello no le suponía un problema real. Lo que se planteaba no tenía que ver con herirles o no, sino con gastar (malgastar) o no su fuego.

La herida que había sufrido, además, le preocupaba. No sabía hasta qué punto su cuerpo de juguete compartía funcionamiento con su antiguo cuerpo real. Pero si perder las entrañas era mínimamente parecido a perder el relleno, no le gustaba el estado en el que se encontraba. Además le daría muchos problemas para volar, o tan siquiera caminar balanceado. Rasqa rugió de pura frustración, aquello no estaba yendo bien.

El parqio volvió a las ruinas de la última ciudad que había destruído y se tumbó bocabajo, sujetándose la tripa. Se dio cuenta de que aquellos escombros le resultaban menos ajenos al parqio que las islas en la que había pasado toda su vida. Necesitaba descansar y reposar la información antes de decidir qué hacer. El parqio se relajó, cerró los ojos y dio uvueltas a todo lo que sabía.

No supo cuanto tiempo había pasado cuando los volvió a abrir, pues por algún motivo no percibía el paso del tiempo de forma regular, pero sí supo qué quería hacer. El parqio cogió carrera y alzó el vuelo, volvió hacia el penúltimo círculo de población sin prisa ninguna. En cuanto divisó una de las ciudades con castillos de piedra, el parqio aceleró en el aire.

Iba a probarles. Su intención era lanzar una llamarada contra las murallas exteriores para comprobar cómo respondían, si el parqio veía que su vida peligraba, echaría una carrera y se dirigiría directamente al círculo interno. Puede que no fuera el dragón más grande, pero ¿y si era el más listo?

El parqio la examinó con una curiosidad traviesa. A no ser que tuvieran magia, a esa bola de pelos podía freirla de un solo palancazo. Pero ya había visto lo que hacían los repobladores y no quería provocar a la mala suerte, así que tan solo escuchó con atención. De las dos cosas que verdaderamente le ofrecían, Rasqa tenía claro qué quería. La sabiduría podía adquirirla por sí mismo e incluso gracias a sí mismo, debido a su nuevo cuerpo; pero aquella herida no sanaba.

—Quiero las costuras —anunció en un tono de voz que el propio parqio habría descrito como terriblemente serio.

Rasqa aceptó la invitación al interior, ignorando al pasar a la multitud que le observaba. No reconocería que le inquietaba, pero la falta de vida en sus miradas le hizo pensar en cómo debía de verse él con aquel cuerpo para ellos. No se fió de la palabra de aquel mocho de fregona con placas metálicas hasta que no sintió como le recomponían las tripa de peluche. Entonces, una sensación de alivio le recorrió el cuerpo sano a la vez que le embargaba una suerte de nerviosismo. <<Estoy entero pero no he crecido...>>. Esperaba no estar equivocándose, su instinto le decía que había tomado la decisión correcta.


—No volveré por aquí —le respondió con seriedad. <<No volveré si me matan>>, confirmó para sí mismo. No les dio las gracias porque el benefício había sido mutuo y a cambio de su nueva tripa, ellos permanecían vivos y enteros dentro de su ciudad de piedras.

Con la esperanza de que aquel intercambio le sirviera en su propósito, Rasqa desplegó sus alas rígidas y echó a volar. Le esperaba el último círculo, con sus murallas blancas, pero antes tenía un par de círculos anteriores al que le reparó para minimizar la diferencia de altura con su posible rival.

Por algún motivo, Rasqa esperaba encontrarse con dragones en aquel ultimo punto y la decepción que se llevó fue grande. Los habitantes del lugar eran siniestros, mediojuguetes medio reales, y verles caminando le despertó algo en las tripas, por muy de mentira que fueran. El morbo por descubrir cómo se sentiría al partir con la boca a una de esas personas se peleaba con aquella sensación de desagrado. <<¿A lo mejor es el lugar?>>. Era una ciudad como no había visto ninguna otra nunca, pero tanta magnificiencia no la hacía agradable. Ni el tacto del suelo contra sus pies lo era.

—¿Y el resto de dragones? —preguntó directamente a aquel humano que se le apareció. Le recordaba a Devoss por su aspecto.

Lo que fuera o no a hacer Rasqa no estaría influenciado por las palabras de aquel mocoso. El dragón ya había comprobado lo que él le señalaba con tanto orgullo y no quería suicidarse. No así.

Rasqa no se lo podía creer. ¿No había más dragones? ¡Debía de haberlos! <<Las frases...>>. ¿De qué hablaban las frases? ¿Eran todo mentira? Rasqa estaba disgustado con aquel lugar. Después de todo su esfuerzo... Rasqa escupió frente al niñato, ya le habían comentado en alguna ocasión que era de mala educación y, en aquellos momentos, quería ser maleducado. <<Panda de desgraciados>> supo enseguida <<se han reído de mí>>. Sin embargo, no tuvo tiempo de descalificarles como las circunstancias requerían.

En cuanto oyó mencionada su cabeza, el parqio echó a volar tan rápido como sabía. La sensación de una amenaza tan real sobre su cabeza provocó que esbozara una sonrisa, enmarcada por un gesto de la más profunda repugnancia. Debía abandonar aquella ciudad pronto o su cabeza acabaría tan lejos de su cuerpo que no podría ni lamentarlo.

Rasqa había vuelto al circulo de la caballera peluda. Para su sorpresa, pudo sembrar el caos a base de llamas y golpes, así como disfrutarlo gratamente y sin demasiados contratiempos. El parqio no había olvidado por qué estaba allí, pero no evitó que se regodeara en el hecho de que acababa de aniquilar a quienes le habían curado el cuerpo. Había crecido gracias a ellos y eso era lo que más le importaba.

Aprovechando que estaba en territorio seguro, el dragón hizo memoria de todo lo que había descubierto hasta ahora bajo los edificios de la ciudad, esperando que alguna idea le sobreviniera. Sabía que necesitaba el fuego para romper la mayor ciudad, sabía que si se agotaba moriría. Pero ¿qué significaba el hecho de que solo un dragón pudiera con otro? <<No hay más dragones...>>.  Solo se le ocurría una cosa.

El parqio suspiró y alzó el vuelo de nuevo, esta vez a gran altura. En cuanto su sombra cruzara la frontera de la última ciudad, la rocíaría con fuego. Probablemente se estaba suicidando, pero prefería morir llevandose al rey insolente por delante que vivir el resto de su vida aburrido entre viejos escombros.