Primer sueño de Rasqa

La destrucción de aquella ciudad le supo a éxito a Rasqa, que ahora se sentía como un verdadero dragón. El parqio saboreó su victoria a través del olor a quemado y el silencio que había quedado tras poner fin a los gritos de aquellos diminutos. Se sintió crecer y se hinchó de orgullo por aquella masacre que había provocado. Las ruinas no eran más que piedrecillas junto a sus pies.

El parqio voló para poder leer el mensaje que había logrado descifrar, solo para confundirse a sí mismo. <<¿A qué morros se refiere?>>. Si significaba que tendría que enfrentarse a otro dragón, Rasqa lo estaba deseando. Se sentía poderoso en aquel momento, poderoso y totalmente capaz de hacerle frente y salir victorioso.

Nuevos gritos le guiaron a nuevas ciudades y Rasqa disfrutó de la destrucción que dejaba a su paso en cada una. El parqio se alimentaba de escucharles gritar al verle, pero lo realmente divertido para él era mojarse: atravesar la ciudad con su cuerpo gigante para dejar ruinas e incendios a su paso. Destruyó varias ciudades y siempre lo hizo con la misma ilusión, porque nunca eran la misma y nunca caían de a misma manera. Rasqa improvisaba, cambiaba el orden en el que se rompían las cosas, la gente a la que mataba primero. Solo el mensaje se repetía, además de su crecimiento al final de cada una.

Finalmente llegó a la primera ciudad que podría suponerle un reto, toda ella de manera y lo suficientemente grande como para que el parqio se preocupara de lo que pudiera pasarle. La satisfacción que había sentido con las anteriores le impedía plantearse el dejarla intacta, pero Rasqa intuyó que necesitaría más ingenio.

El parqio saltó y desplegó las alas, dispuesto a sobrevolar la ciudad y rociarla con su aliento desde una distancia prudente. Ahora que los gritos se hacían más entendibles, a Rasqa le inundaba una curiosidad morbosa.

Al escucharle hablar, los ojos se le iluminaron al dragón. Aquellos humanos le daban igual, pero acababan de decirle que sabían sobre dragones. El parqio decidió aterrizar de nuevo junto a la ciudad, acercándose a la balconada con cuidado, dispuesto a lanzarles una llamarada si intentaban cualquier cosa.

—¿Qué es lo que sabéis de los nuestros? —preguntó esbozando una sonrisa mezquina para ocultar que su interés era real. Él solo se había leído un libro con dibujitos y su vida como dragón auténtico era de tan solo un puñado de pueblos diminutos—. Puede que me vaya si me agradais —mintió.

Fuera como fuese, crecer le estaba gustando. Y destruír poblados también.

Rasqa escuchó atentamente.

—Yo no quiero enfrentarme a ningún dragón —mintió a medias. No quería de momento, era demasiado pequeño todavía. Una ciudad tan grande ya le intimidaba, pero la sensación de peligro no hacía sino animarle a cometer una imprudencia—. Juro que dejaré vuestra aldea intacta —mintió del todo esta vez.

Acto seguido, el dragoncillo abrió fuego contra el portavoz. Si quería enfrentarse contra los más fuertes, Rasqa aún debía crecer.

Rasqa gruñó al notar los pinchazos y los golpes, que esta vez sí hacían mella en su cuerpo imposible. Sin embargo, el dolor no fue comparable al orgullo que sintió de sí mismo al acabar con aquella ciudad. La sensación de crecer tan rápido era reconfortante, así como el placer de saberse creador de aquellas ruinas. De alguna manera el parqio se henchía al observarlas. La devastación era suya, llevaba su marca.

El parqio leyó el mensaje desde las alturas y luego se armó con toda la paciencia del mundo para no dejar ni un solo poblado en pie. Y fue así mientras atravesaba los dos primeros círculos, hasta que llegó a la ciudad de los repobladores.

El dragón de juguete titubeó. Ya no parecían muñecos, tenían sus patas y sus pelos y sus flores y su piel. Eran reales, pero rasqa no se negaba del todo a la idea de hacerles daño, solo dudaba. La barajaba y la contemplaba mientras se preguntaba si de verdad era tan malo disfrutar de aquello. ¿Qué diferencia había? No eran de madera, pero seguían siendo pequeños e insignificantes. No les conocía. ¿Pero de verdad era ese el motivo para que no le importara? Rasqa había vivido toda su vida rodeado de ganado, conocía a sus animales, y aún así no había sentido ningún remordimiento al partirles el cuello para comérselos.

Rasqa les dedicó un rugido para que recordaran que debían temerle.

—Está bien, leédmelo y saldréis ilesos —mintió.

Rasqa le escuchó con atención, sintiéndose honrado al ver que le etiquetaban como gran dragón. La frase que le habían dado, sin embargo, no le gustó nada. Le parecía demasiada coincidencia por venir de aquellos matojos diminutos con miedo al fuego y, de forma inconsciente, también le asustaba que fuera real. <<¿Y si mi fuego es finito y lo he malgastado para llegar hasta aquí?>> se preocupaba.

Viéndose rodeado como estaba, el dragón no necesitaba de su instinto para saber que si trataba de hacer algo le atacarían. Y esta vez eran reales, no sabía cuánto daño le podrían causar. Pero, ¿cómo podría asegurarse de que el mensaje era cierto? Rasqa no acababa de fiarse.

—¿Y cómo puedo asegurarme de que no me mientes? —preguntó con socarronería.

Acto seguido, Rasqa giró sobre sí mismo para golpear con su cola a los repobladores que se congregaban en torno a él y descargó después varias dentelladas y zarpazos contra ellos. Por si acaso, guardaría el fuego para casos de extrema necesidad. Solo tenía que asegurarse de que el mensaje era cierto para saber cómo actuar en las ciudades posteriores.

Rasqa soltó un rugido exasperado al comprobar que había tomado una decisión errónea. Sintió los dardos clavándose en su cuerpo y en cuanto vio las enredaderas y los zarzales moviendose le sobrevino el miedo. <<¿Tienen magia?>>, ¿por qué no se le había ocurrido pensar en eso? <<No soy pequeño>> contestó mentalmente al repoblador. <<Y os váis a arrepentir de haberme hecho esto>>. Rasqa estaba decidido a crecer sobre sus huesos.

El desgarro en la barriga fue lo que más aterrorizó al dragón. No le dolía, pero de alguna manera sentía que al mirar el mullido contemplaba sus tripas.  Además se sentía vacío y el peso de su cabeza se volvía más problemático sin el relleno que acababa de perder. Rasqa cerró los ojos, contuvo el aliento y decidió que aquella era una situación perfecta para cometer una excepción.

Con el coraje avivado por el peligro que corría, el parqio se agitó con furia y buscó la palanca, para pulsarla apuntando a la marabunta de plantas y repobladores que le atacaban. La visión del fuego fue como un regalo para sus ojos.

Si conseguía deshacerse de aquel nudo verde, el dragón cargaría con fiereza contra todo lo que tuviera por delante.

Rasqa soltó un gruñido de satisfacción al acabar, aunque no pudo evitar pensar que se habría ahorrado muchos daños si no hubiese sido tan estúpido. En aquellos momentos, el parqio caminaba a tres patas, usando una de las delanteras para sujetarse el relleno que le colgaba de la tripa. Buscaba cualquier cosa entre los restos que que le ayudara a contenerlas, pero fuera a donde fuese solo había humo y cenizas. Rasqa podía disfrutar de aquello, pero temía que la herida le hiciese mal en una escala más larga. <<¿Y si perdía contra algún dragón?>>. Lo que más le asustaba de todo aquello no era la muerte en sí, sino el desprestigio por haber tomado una decisión equivocada.

El parqio se tomó un descanso entre aquellas ruinas antes de alzar el vuelo. La herida indolora le obligaba a desplazarse con la ayuda de una pata menos y algo desequilibrado. El dragón de juguete parecía atravesar turbulencias, a pesar del cielo claro y despejado. De vez en cuando refunfuñaba a nadie en concreto y sus quejas cogieron volumen al descubrir los dos últimos círculos a los que se enfrentaba. En el penúltimo veía a la gente moverse desde las alturas y se sentía pequeño. <<Antes veía hormigas al ponerme de pie en el suelo, esto no va a ser fácil...>>. La preocupación era evidente, a pesar de su rostro de juguete.

El dragón se acercó con cautela, si podía estudiarles antes de decidir nada, estaría bien.

Observar a los del penúltimo ciclo solo hizo las cosas más difíciles para Rasqa. El parqio sentía la urgencia de crecer, lo necesitaba para lidiar con dragones tanto como lo ansiaba a nivel personal. Pero las construcciones eran de piedra, el fuego no sería muy útil, y su tamaño no era suficiente como para que un ataque directo saliera bien. Las nuevas criaturas que veía eran reales de nuevo, a pesar de no saber a qué especie pertenecían, pero aquello no le suponía un problema real. Lo que se planteaba no tenía que ver con herirles o no, sino con gastar (malgastar) o no su fuego.

La herida que había sufrido, además, le preocupaba. No sabía hasta qué punto su cuerpo de juguete compartía funcionamiento con su antiguo cuerpo real. Pero si perder las entrañas era mínimamente parecido a perder el relleno, no le gustaba el estado en el que se encontraba. Además le daría muchos problemas para volar, o tan siquiera caminar balanceado. Rasqa rugió de pura frustración, aquello no estaba yendo bien.

El parqio volvió a las ruinas de la última ciudad que había destruído y se tumbó bocabajo, sujetándose la tripa. Se dio cuenta de que aquellos escombros le resultaban menos ajenos al parqio que las islas en la que había pasado toda su vida. Necesitaba descansar y reposar la información antes de decidir qué hacer. El parqio se relajó, cerró los ojos y dio uvueltas a todo lo que sabía.

No supo cuanto tiempo había pasado cuando los volvió a abrir, pues por algún motivo no percibía el paso del tiempo de forma regular, pero sí supo qué quería hacer. El parqio cogió carrera y alzó el vuelo, volvió hacia el penúltimo círculo de población sin prisa ninguna. En cuanto divisó una de las ciudades con castillos de piedra, el parqio aceleró en el aire.

Iba a probarles. Su intención era lanzar una llamarada contra las murallas exteriores para comprobar cómo respondían, si el parqio veía que su vida peligraba, echaría una carrera y se dirigiría directamente al círculo interno. Puede que no fuera el dragón más grande, pero ¿y si era el más listo?

El parqio la examinó con una curiosidad traviesa. A no ser que tuvieran magia, a esa bola de pelos podía freirla de un solo palancazo. Pero ya había visto lo que hacían los repobladores y no quería provocar a la mala suerte, así que tan solo escuchó con atención. De las dos cosas que verdaderamente le ofrecían, Rasqa tenía claro qué quería. La sabiduría podía adquirirla por sí mismo e incluso gracias a sí mismo, debido a su nuevo cuerpo; pero aquella herida no sanaba.

—Quiero las costuras —anunció en un tono de voz que el propio parqio habría descrito como terriblemente serio.