Primer sueño de Hal

«Inteligencia no significa clarividencia » quiso contestar al fanático, pero en lugar de eso se calló. La verdad era que no se consideraba con mayor inteligencia que la media, a menos que media significara Tesón. En ese caso sí consideraba que su triunfo quedaba meridianamente claro.

Ver la cara sin pico del pájaro de Letargo le impactó. Abrió y cerró la boca varias veces sin emitir sonido alguno. Por último apretó los labios y cerró los puños, hirviendo de indignación. «¿Esto es lo que buscan?» Se preguntó. «¿Una competición entre Letargo y Maciel? ¿Y qué se lleva el que gana y el que pierde?» Estaba seguro de que no quería saberlo, si bien se preguntó por qué tenía que ser él el que estuviera allí.

—¿Sabes, Tesón? No dejas de decir que soy el culpable de esto. Cosa que niego: una cosa es saber jugar al ajedrez y otra crear una demencia de este calibre —apostilló, formando una pequeña mueca— . En fin. No dejas de decir que yo he creado esto. Y, sin embargo, el que no juega, el que da las instrucciones y el que parece estar divirtiéndose de lo lindo con esto eres tú.

La acusación se quedó flotando en el aire, junto con la taladradora mirada del carabés.

«Porque eres un pajarraco repugnante, y a ti te pega muchísimo más experimentar con nosotros» pensó el carabés, enfadado, apretando los nudillos. Frunció los labios y el entrecejo, sin poder hacer otra cosa que mirar furibundo a todo mientras la partida se jugaba sin su consentimiento.

La desintegración de Lemus hizo que soltara un grito ahogado. «No es él, no es él, no es él» tuvo que repetirse sin parar para evitar echarse a llorar. La posibilidad de que hubiera sido únicamente su cadáver no le podía reconfortar. Lemus no estaba muerto. Ninguno de allí estaba muerto. «Esto tiene que ser una pesadilla horrible o una prueba extraña de los rocavarancoleses o una macabra distracción para el psicópata de Tesón. Seguro que sí». Aceptar otra cosa sólo habría acabado con él haciéndose una bolita en el suelo y llorando a moco tendido, cosa que (claramente) no podía hacer.

—¡Que no he sido yo!

Su grito de protesta no sirvió de gran cosa. No importaba cuantas sandeces soltará Tesón, sabía que él no haría aquellas cosas a sus... amigos, sí podía llamarles así. O meros compañeros, más bien. Tanto daba. Él no podía hacer aquello. No por moral era tan baja ni su habilidad tan alta.

Tuvo que pensra rápido cuando Tesón le preguntó. Al instante deshechó la idea de arriesgar a sus compañeros, aunque sólo fuera por la rmeota posibilidad de que fueran ellos de verdad. en su lugar analizó la distancia que le separaba de Ziack, el rey enemigo. Y, con mucho cuidado, comenzó a andar hacia él.

Ignoró por completo al pájaro (sintiendo un regusto de satisfacción por ello), como era evidente, pero no hizo lo mismo con la voz de Eara. En cuanto la sinhadre mencionó la posible muerte de todos se quedó absolutamente congelado, mirando hacia donde parecía que surgía, aunque no la viera. Cuando comenzó la intermitencia en su aparición y desaparición miró consternado hacia aquella casilla y, cais por inercia, comenzó a andar hacia atrás retrocedía a trompicones, y cuando llegó a su casilla de origen terminó por caerse y quedarse sentado, con la cara deshecha por el miedo.

—P-pero —el carabés estaba respirando agitadamente y la voz no dejaba de temblarle. Era normal, suficiente esfuerzo le costaba reprimir las lágrimas que quería soltar—. Eara, po-por favor, al menos ex... explícame qué demonios está pasando —recordó las palabras que había dicho la chica. "Al menos puedes intentar salvar a alguno de los que no pueden usar magia si sigues con la partida". Cuando su llanto se hizo evidente no pudo evitar querer morirse de vergüenza, pero el terror y el desconcierto eran mucho mayor—. N-no espero a-ayuda de es-ese pajarraco, p-pero... Tengo miedo —acabó por confesar, encogiéndose más, y sin dejar de mirar a la intermitente aparición—. No-no sé qué t-tengo que hacer, ni c-cómo he acabado a-aquí ni có-cómo habéis aca-bado vosotros ni nada. ¿Qué está apsando?

Reglas, reglas, reglas. Unas que debía que cumplir sin conocerlas. A Hal aquello le parecía una locura, y reiría de no ser por lo trágico y aberrante de la situación.

Apretó los puños y los dientes al escuchar a Tesón. Estaba claro que se estaba divirtiendo de lo lindo con aquello, cosa que cabreaba sobremanera al carabés. Sus compañeros se habían convertido a cada cual en algo más grotesco, con pocas posibilidades de salvarse, y el pajarraco aquel parecía disfrutar con aquello. Hal ya sabía que no habían hecho las mejores migas, claro, pero aun así...

La voz de Samika le devolvió al mundo real. Su expresión era sombría, y seguía sin saber bien qué hacer. "Al menos puedes intentar salvar a alguno de los que no pueden usar magia si sigues con la partida". Otra vez volvió a recordar aquellas palabras. Con un nudo en la garganta decidió seguirlas.

—A-Arik... Ponte en la casilla donde está Ruth.

La voz de Tesón volvió a enfadarle, así que volvió a dirigir la mirada hacia arriba.

—¡Esto no tiene gracia de ninguna manera, maldita sea!

Había intentado sonar indignado, pero más bien parecía asustado.

El chico se tapó la mano con horror al ver la expresión y el grito mudo de la humana. Seguía sentado en su casilla, sin fuerzas para levantarse, cada vez más confundido y abatido. Sólo quería que aquella pesadilla terminara ya y poder escapar con sus compañeros. Al menos si todavía quedaba alguno con el que escapar.

La visión de Kirés le volteó el estómago, como habrían hecho las odiosas palabras del roquense si no se hubiera esperado que diría algo así.  Pero ni siquiera tuvo tiempo de pensar en lo que dijo Tesón antes de que el grito de Arik inundara la estancia. Se tapó las orejas por puro acto reflejo, arrepintiéndose de aquello. Comenzó a pensar desesperedamente en posibles soluciones, pero estaba demasiado estresado como para pensar con claridad.

Ver la casilla vacía le hizo fruncir el ceño con expresión ausente.

—¿Por qué ahí no hay ninguna pieza?

Si Tesón volvía a presionarle para que moviera a alguien haría un gesto a Armonía para que ocupara la casilla de Kirés antes de hacerse una bola tapándose fuerte los oídos y cerrando los ojos.

Por suerte no vio la desintegración de Kirés al cerrar los ojos, aunque sí escuchó su graznido. El carabés sólo podía aferrarse a que todo se solucionaría o a que aquelloe ra alguna clase de pesadilla para no ponerse a llorar a moco tendido. Sí sabía que cuando aquello terminara (y esperaba que fuera lo antes posible) se encargaría de averiguar muchas cosas. Muchísimas. A pesar de todo seguía buyendo de indignación.

Le sorprendió la jugada de Eara, y en parte lo agradeció. Parecía que al menos algunas de las piezas estaban intentando ayudar de la forma en la que podían. Era una pena que el propio Tesón, sin embargo, no fuera uno de ellos. «Da igual» se dijo, desesperado por aferrarse a cualquier clavo de esperanza. «Al menos entre el resto podremos poner fin a esta locura». Debía enfocarse en aquello. En que podrían terminar con aquello.

Intuyó el movimiento que iba a hacerse en cuanto el pájaro dijo que era la jugada más especial, única en su especie. No hizo falta ni que Eara le avisara para darse cuenta de que el otro rey podía acabar en Jaque gracias a Armonía. Aun así dudó unos momentos. No tenía ni idea de qué apsaría al poner a Ziack en jaque, pero también sabía que no había mucho más que hacer.

—Armonía, aquí —ordenó, dudando, señalando a la casilla que estaba entre él y Eara. Tenía el corazón en un puño, anhelando que no sucediera nada demasiado desagradable. Aunque estaba seguro de que su deseo no se cumpliría.

A Hal no le pasó por alto que Tesón se suobrepusiera a aquello. No le gustó nada, de hecho le inquietó. Fuera lo que fuera que estaba sucediendo no le parecía buena señal que le gustase al roquense. Lo que dijo, no obstante, le sorprendió. Realmente había llegado a pensar que era una pieza, y ahora que se enteraba de que no era así se sintió repentinamente estúpido. Incluso en la gravedad de aquella situación una parte de su mente no pudo evitar preocuparse sobre si los demás habían notado aquello, y en qué habían pensado si la respuesta era afirmativa.

El aviso de Eara le agitó, preguntándose rápidamente quién podía ser aquel peón. Saber que las hipótesis de la sinhadre estaban equivocadas no fue un golpe tan fuerte como ver el estado de Ayne. El asco y el horror de la visión no hicieron más que sobrecargar su ya de por sí espantada mente. Inmeditamente comenzó a subirle la bilis por la garganta, obligándole a ponerse a gatas para expulsarla.

Levantó la cabeza, alarmado por los repentinos gritos del fantasma. No podía escuchar ninguna otra voz, pero estaba claro que Tesón conversaba con alguien. Poco a poco su cerebro volvió a ponerse en funcionamiento. Intentando empujar el miedo (un miedo que le hacía temblar, que le provocaban deseos de acurrucarse y llorar) al fondo de su mente comenzó a idear su próximo movimiento.

Ver a Tesón en la casilla del rey le dejó tan sorprendido que todos sus cauces de pensamiento quedaron inmediatamente desbaratados. Ni siqueira tuvo tiempo de pensar en por qué no movía el pico, pues intentaba levnatarse, y para no caerse con los temblores que estaba sufriendo necesitaba de toda su energía. Miró hacia el pájaro, tragando con dificultad.

—"¿Qué estás diciendo?" ¿Con quién hablabas, Tesón? Parece que sea quien sea te ha traicionado —señaló, con un pequeño deje de burla—. ¿Merece la pena seguir encubriéndole?

Ahora levantó la vista, escrutando.

—¡O quizás debas hablar tú! ¿Quién eres? ¿Qué quieres de nosotros?

Aunque intentaba esconder sus sensaciones, en su voz eran casi dolorosamente patentes la preocupación y el terror que sufría el carabés.