Torre Serpentaria

Adam
Aldhias (PNJ)
Alyssa
Amira
Baste 12 (PNJ)
Chromsa
Fiuxy's (PNJ)
Fleur
Granta (PNJ)
Heraldo Rocuo
Jace
Khalo
Kradko
Kirés
Lethe
Lulú (PNJ)
Maila
Onyx
Pefka
Saria Omen
Toni
Ulmara
Yttria

El grupito se fue un buen rato a la Taberna. Alice gastó parte de lo ganado en las dragoneras (¡por fin tenía dinero bien merecido!), cantó y bailó tanto sola como con quien le acompañase de sus amigos o conocidos que estuvieran en el local. También danzó con sus monstruitos de sombras y aunque más de una vez estuvo tentada de moldear el cuerpo de la dullahan a partir de ellas, consiguió resistirse.

La noche avanzó y la bruja se despidió de su grupo. Se montó en su escorpión de sombras y dejó que estas la llevasen por la ciudad. Buscaban a sus paisanas que visitaban la ciudad atraídas por los disturbios, pero principalmente buscaban meterse ellas mismas en algún altercado. Al final entraron en tropel al desierto como una marea negra de colmillos, garras y un sinfín de formas diseñadas para matar. La bruja participó en la matanza a base de hechizos y lanzazos con su arma desde su terrible montura, que cercenaba y aguijoneaba lo que asomase de la arena.

Viraron hacia las montañas y escalaron sin dejar de gritar y matar. Una vez en lo alto, jirones negros manchados de rojo, se detuvieron. Onyx, empapada de sudor y restos, observaba el Castillo a un lado y la ciudad a sus pies. No era difícil imaginar el caos que podía desatar sobre la ciudad alguien con un dominio como el suyo, y la bruja y sus onyces lo sabían. Solo tenía que dar una orden muy sencilla y ese mismo gesto traería hordas y hordas de onyces a sus filas según se desarrollase la batalla. La ciudad estaba en ruinas, ¿cuánto tardarían en reducirla a polvo? ¿Cuánto tardaría en vengar la muerte de sus seres queridos?

Mientras, las onyces habían dado forma a sus pensamientos. Se habían armado hasta los dientes y las más grandes portaban armas y armaduras hechas de más onyces, o habían adoptado la forma de inmensas bolas de demolición. A su bruja la vistieron para la ocasión y de los rincones oscuros de su armadura salían alas, piezas de protección extra o tentáculos rematados en cuchillas y colmillos. El escorpión incluso había aumentado de tamaño.

Solo restaba una cosa para la escena, pensaba Onyx, y una voz se apresuró a hacerlo efectivo.
—Los de abajo van a descansar en paz por fin si los machacamos.

Malo. La onyce recibió una colleja de sus compañeras más cercanas y callaron sus quejas con su parloteo.
—¡Qué antierótico y anticlimatico, chalada! ¡Has roto el momento!
—Ya podías haber dicho "los vamos a destrozar" o algo así.
—¿"Descansar en paz"? ¿"Si los machacamos"? ¡¿De dónde ha salido esta?! ¿De la Tierra?

Y tanto que había roto el momento. La bruja se echó a reír y las huestes a su espalda se relajaron.

Pero Alice seguía observando y pensando. Y es que también podía servir a la ciudad con ese mismo ímpetu. Arrasar no le devolvería la vida a nadie. No. Podía ayudar a que la ciudad recuperase parte de su esplendor, en cambio. Quizá la odiaría menos. Además, no era difícil tampoco pensar aquello: vivía y viviría allí, y nunca había entendido la manía destructiva de los villanos.

Pensar eso le hizo reír otro poco. No se veía ni en el trono de hierro ni mucho menos en un trono sobre cenizas y ruinas, como los del Consejo y muchos villanos de pacotilla. Además, ya había comprobado la utilidad de las onyces en las dragoneras, solo necesitaba encontrar a gente dispuesta a colaborar y sobre todo gente capacitada.
—¿Habrá arquitectos dispuestos? Han levantado edificios nuevos en estos años... Se ahorrarán un montón en magia y mano de obra...

No tardaron en contrariarle. Descendieron como arañas de las nubes sobre sus hombros y a su alrededor.
—Construir es un rollo, ¡es mejor destruir!
—¡Más fácil!
—Lo haréis. Lo que no sirva como cimiento habrá que tirarlo, imagino. Y si alguien sabotea las obras, lo despedazamos.

Se hizo el silencio. La bruja esperaba otra respuesta, pero en su lugar un millar de sonrisas oscuras se dibujó a su alrededor, y no dijeron nada más. Antaño le daban escalofríos cuando se comportaban esa forma. Cómo no temerlas, si podían aplastar edificios o criaturas con sus cuerpecillos. Pero le gustaban. Eran demoledoras, odiosas y súper útiles.
—Volvamos, que ya hemos aterrorizado bastante a quien nos haya visto subir.

No quería que el Consejo les vigilase más de la cuenta o que incluso les enviaran a alguien por si acaso, pero no les culparía. Se había formado un maldito ejército de onyces despiadadas en lo alto de las malditas montañas. ¡Como para no desconfiar! Por ello, desbandó, desarmó y redujo el tamaño de sus "soldados" antes de iniciar el camino de vuelta. Una cosa era ir de caza de esa guisa y otra entrar en la ciudad así. Solo se desvió para comprarse una botella de licor y se propuso terminar la fiesta tranquilamente en su habitación de Serpentaria, a la que invitó a sus amistades.

Y soñó, claro que soñó. Revivió la noche en que mataron a Marsi y los hechos se entremezclaron tanto con las escenas del sueño de la batalla para liberarla como con las ideas de las onyces para conquistar la ciudad. Mientras no supieran quién había sido, tanto Rocavarancolia como la propia Luna Roja serían culpables, decían las sombras de su sueño una y otra y otra y otra vez. Al final, el sueño se convirtió en un caos de batallas aquí y allá, torrentes de onyces y el mantra de la venganza y las culpables repetido hasta la saciedad.