Torre Serpentaria

Esquivó como pudo el ataque, acompañado de un chillido. Como soñadora que podía levantar mundos con un gesto de los dedos, la magia del mundo despierto, atada por restricciones, ya nunca le había llamado la misma atención y Seon no estaba preparada para afrontar peleas serias. Tenía defensas conjuradas y talismanes, un poco por reflejo adquirido de las personas a su alrededor y por las cosas que encontraba en su trabajo, pero nunca hasta entonces práctica real. Se había agachado para evitarla y agarró el cuchillo en desesperación, intentando apuñalarle la espinilla.
- ¿Por qué haces esto?

Intentaría conjurar un hechizo de inmovilización tan rápido como le fuera posible.

El hechizo de Flanby's le dio de lleno, comiendose parte de sus defensas. Seon lanzó un hechizo de constricción, cerrando la mano con la vista puesta en la garganta de su atacante, y los ojos llenos de lágrimas por el miedo.

Seon sintió el pecho oprimido. No había terminado de esperar que surtiera efecto y no había estado del todo preparada para la elección que le obligaba a hacer. Quería oir lo que tenía que decirle, especialmente al entender que había alguien que se lo había pedido, pero también sabía que si soltaba no sabría que hacer después. No estaba preparada para seguir enfrentandose a alguien que quería asesinarla y dudaba que ahora se sentara a contarle todo con tranquilidad. Apretó un poco más, deseando hacerle perder la consciencia.
- Lo siento- susurró- Lo siento de verdad.

Pandora y Azazel por una vez le dijeron lo mismo "rompele el cuello". Seon contestó en voz alta por inercia.
- No puedo hacer eso- trató de negarse, bajando la presión en respuesta de forma inconsciente.
"Es como en un sueño". Captó un movimiento metalico con el rabillo del ojo, y pasaron varias cosas a la vez: que Brina fue la voz que le avisó, interpuesta inutilmente entre medias, y que Seon cerró el puño con fuerza y el cuello de Flanby's hizo un ruido familiar y horrible. El cuchillo se le clavó en el costado con el impulso y Seon volvió a gritar.

“No lo sé”.

Aquellas palabras se hacían eco en su cabeza cada vez que se despertaba desde aquella noche que aquel extraño la había visitado en sueños para proponerle un trato. Eran sus propias palabras, y aun así la estaban torturando. Tanto progreso que dejaba de tener significado cuando recordaba el miedo que la invadía cada vez que recordaba a Veril, la posibilidad que había planteado el desconocido en su pesadilla de que alguna vez llegase a Rocavarancolia la aterraba. Casi parecía que hubiese desandado todo lo andado de sopetón, y aquella sensación la estaba asfixiando. Se excusaba en el trabajo, tanto en el Macetero como en las reuniones con dama Diurna con que no dormía nada bien, nadie lo hacía, pero no podía seguir así. La lacustre salió de la Torre después de un almuerzo frugal, con la intención de encontrar un sitio en el que despejar su cabeza. No tenía muchas esperanzas de conseguirlo, pero sentía que necesitaba perderse un rato entre las ruinas. Estaba con Kimbra cuando tomó la decisión, y le comentó que iba a salir a dar una vuelta. Recordó algo, una de las pocas anécdotas fuera de los muros de Letargo que no habían sido sumamente desagradables, y sus pasos la encaminaron hacia el lugar de aquel particular encuentro.

Sigue en la Avenida Estatuada.

Debido a la urgencia de la situación Vac volaba sobre Feliks, pues confiaba más en la velocidad de su amigo que en la suya propia, y por eso no tardaron nada en recorrer la ciudad hasta la Torre Serpentaria.
—¡¿Hay alguien en casa?! —gritó el griego por costumbre, llamando con fuerza a la puerta tras aterrizar con brusquedad frente al edificio.

La impaciencia le comía por dentro, pero como no conocía la contraseña lo único podía hacer era esperar a que alguien le franqueara la entrada y la espera se le hizo eterna. Al final fue la amiga de la nebulomante la que se asomó a la puerta.
—Buenas tardes, Kimbra —saludó a la demonio rakshasa con un asentimiento de cabeza, incapaz de perder los modales a pesar de la urgencia de la situación—. No se si me recuerdas, pero me llamo Vac. ¿Está Irianna? —preguntó, mirando hacia el interior de la torre por encima de la krabeliense—. Siento las maneras, pero tengo razones para creer que puede estar en peligro y necesito hablar con ella cuanto antes. —aclaró, mirando a la muchacha a los ojos.

Desde que Kimbra volvió de Krabelin después de haber hecho uso del amuleto, se había dedicado a releer y reescribir todos sus apuntes, además de profundizar con sus estudios de nigromancia. Por el momento, estaba bastante confiada con sus resultados y, aunque todavía tenía algunas dudas, probablemente podría mostrarle significativos avances a Koval la próxima vez que lo viera.

Repasando mental mente algunos hechizos se encontraba cuando llamaron a la puerta de la torre. Kimbra no solía salir mucho de su habitación si no era para interactuar con sus amigos, pero en aquel momento se encontraba rumbo a la cocina buscando algún recipiente de cristal que pudiera sobrar, ya que tenía pensando ir recolectando algunos fluidos en sus viajes, por lo que en ese momento era la persona más cercana a la puerta.

- Te recuerdo- contestó a su afirmación luego de devolverle el saludo con la cabeza. La krabelinense frunció el ceño ante la inquietud que presentaba el hado por ver a su amiga, pero en seguida sus ojos se pusieron rojos en alerta cunado escuchó sus últimas palabras-. No está. Salió sola en esa dirección. Si crees que puede estar en peligro iré a por ella en este momento.

Sin perder tiempo, la demonio hizo uso del silbato que llevaba colgado del cuello y en seguida tratando con torpeza por la situación apareció atravesando una pared Ámarok, todavía poco acostumbrado a su modo intangible. En cuanto estuvieran en el exterior, Kimbra desactivaría de forma segura el hechizo grabado en el collar del kerlax que permitía a este mantenerse intangible en el interior de la torre para que no se sintiera tan agobiado por el reducido espacio.

Sigue en la Avenida Estatuada

Se hallaba distraído, caminando entre las profundidades de la biblioteca. Lanor Gris estaba especialmente melancólico ese día, debido fundamentalmente a la última pesadilla que había tenido: Emmit convirtiéndose en un árbol retorcido mientras gritaba de agonía, para después ahorcar y destripar a Arik. Todo ello con las dragoneras de fondo, de donde al final del mal sueño salían dragones que lo quemaba vivo. No, el demiurgo no había despertado contento de aquella siesta.

Llevaba ya tiempo pensando en la auténtica naturaleza de Rocavarancolia... y en Carabás, muy a su pesar. Había pensado tiempo antes que cambiarse su nombre podía ser una forma de cortar lazos con un mundo del que debía olvidarse, en especial sabiendo que jamás podría volver. Aquellos meses, sin embargo, le habían enseñado que olvidarse del pasado no era algo fácil, o quizás tan siquiera posible.

Toda la problemática llevaba a callejones sin salidas. ¿Cómo encajaba él en Rocavarancolia? ¿Cómo podía aceptar a aquella ciudad de horrores, monstruos, asesinatos, tortura y crueldad? Valoraba la vida, la Luna Roja le había otorgado una sensibilidad que parecía fuera de lugar en aquel nido de putrefacción moral. Y, aun así, amaba a Rocavarancolia. Incluso si también la temía y, de forma paradójica, la odiaba un poco.

Había intentado desliar la madeja con simpleza. Lo grandioso de Rocavarancolia era la locura que poseía. Su magia no era más sofisticada que la de Carabás, pero en su mundo de origen la obsesión por la producción, la utilidad y el pragmatismo imposibilitaban un desarrollo auténtico de la grandeza y la belleza. Rocavarancolia no estaba constreñida a esas normas, que el demiurgo ya veía como absurdas. Y eso, unido a la Luna Roja, permitía que en aquella ciudad pudieran existir maravillas que nadie podía ni soñar, ni siquiera en Carabás.

¿Era inevitable que esa libertad creativa llevara aparejado un lugar para los espantos y los engendros? ¿La aplicación ilimitada de la magia en todo lo que se pudiera idear debía tener, como consecuencia, el desove inmoral que existía en Rocavarancolia? Lanor Gris había pensado, en su momento, que no. Que lo que deseaba (una ciudad imposible donde se pensaran las cosas con un mínimo de ética) era algo que se podría conseguir. Algo que se debía conseguir.

En aquel momento, sin embargo, no lo tenía tan claro. Y no sabía dónde lo colocaba aquello.

A pesar de su dilema aquellos meses no pasaron en balde. La conjunción del mal soñar con hechizos de vela bastaba para mantenerlo algo productivo, incluso tras la terminación de las dragoneras. Sus conocimientos de arquitectura y la aplicación de la magia a aquel oficio se iban afianzando, y calculaba que si conseguía descansar más, y mejorar un poco su estudio, en poco tiempo quizás fuera incluso capaz de levantar edificios sencillos. Nada más complejo que un montón de piedras apiladas para formar una tosca torre, desde luego. Ninguna mansión, ningún bello Palacete saldría de sus manos probablemente en años, pero lo más sencillo de lo más sencillo quizás era algo a lo que podría aspirar en relativamente poco tiempo.

Y, a pesar de las dudas, no podía dejar se sentir una sensación embriagadora ante los cambios que tenían lugar en toda Rocavarancolia. Lo que un año antes le había producido pavor en aquel momento se traducía en expectación y un profundo deseo de volver a ver a la Luna Roja. Cada noche, antes de embarcarse en pesadillas, el demiurgo se asomaba a la ventana de su habitación, observando las nuevas estrellas que salían, las plantas que resucitaban, el vaho que empezaba a formarse conforme el clima se enfriaba.

Un día incluso vio a los cosechados de Maciel, que pasaban por una calle justo al lado de la suya. Al oír sus voces no pudo evitar mandar a una de sus criaturas más pequeñas a verlos, y observar el heterogéneo grupo. Suspiró al observar que había dos carabeses con ellos, y cuando escuchó que hablaban de qué habría más allá de las montañas no pudo sino sacudir un poco su cabeza. Esperaba que cuando lo descubrieran la decepción no fuera muy grande.

Y el día, por fin, llegó. Observó la salida de la Luna Roja desde lo alto de Serpentaria, con el hormigueo de puro poder recorriéndolo desde la punta de los pies hasta su coronilla. Más allá de la magia que le regaló, sin embargo, Lanor Gris se quedó embobado simplemente mirando cómo Rocavarancolia se rendía ante el astro que la gobernaba. La brutal tormenta, los sucesivos terremotos, los ocasionales derrumbes de la lejanía, el caos que sabía que se estaba produciendo en las aguas de la bahía... Todo aquello era perfectamente normal, deseable y maravilloso. Unos tributos más que otorgaba Rocavarancolia a la brutal hermosura de la Luna Roja.

Twixy's, o más bien dama Isis, abrió de par en par la ventana de su dormitorio. Estaba cubierta de sedas vaporosas, pero la mayor parte de su piel estaba expuesta. Su melena, ondulada y larga hasta el final de la espalda, se tiñó de rojo en cuanto los rayos lunares la rozaron. La Luna Roja brillaba en el cielo, el aire chisporroteaba magia. La veela respiró hondo y se llenó los pulmones del aire húmedo de la noche. La tormenta aún se oía en la distancia. Se sentía bien.

Su primer año como ciudadana de Rocavarancolia había concluído. Si se paraba a pensar en lo fácil que le había resultado adaptarse una vez tuvo a mano los recursos adecuados casi le daba vértigo. ¿Era cosa de su transformación? ¿La magia lunar le había hecho inmune a la muerte, el horror y la desgracia? << No, deben ser los milagros>> Los milagros que presenciaba diariamente y el poder que se le había concedido, su nuevo estatus era lo que le permitía ignorar las pequeñas inconveniencias que la ciudad de los horrores le mostraba. Si hacía balance, ganaba ella. Sonrió.

Se encaramó al alféizar de la ventana e invocó un hechizo de levitación. El frío de la noche no le afectaba, estaba bien protegida. Trenzó cadenas de luz mágica para cubrir sus pies descalzos y se alzó en el aire para que la luz carmesí la envolviera. El poder la embriagaba, y ya no tenía amigos rotos de los que ocuparse; sus compañeros eran fuertes, milagros de la ciudad igual que ella, también colmados por su magia. Se echó a reír como una chiquilla. Esa noche pensaba salir a divertirse.

Temporalidad anterior a la Luna, continuación desde la Avenida Estatuada.

Aquella misma noche, el idrino volvió en mitad de una de sus pesadillas para preguntarle si, finalmente, tenía una respuesta clara para él y su propuesta de trato –aunque las condiciones al parecer iban a cambiar-. La nebulomante, con seguridad en aquella ocasión y antes de que pudiera explicarle las supuestas nuevas condiciones le dijo que no hacía falta, que ya sabía la respuesta.
—Me temo que voy a rechazar tu oferta, definitivamente. No necesito ningún trato.
No mucho después de pronunciar aquellas palabras, la idrina siguió soñando sin la presencia de aquel idrino tan sospechoso como si nunca hubiera estado allí. Cuando despertase por la mañana, la nebulomante no guardaría recuerdos de ninguno de los encuentros oníricos con él y para ella sería como si nunca hubieran sucedido.

Una mañana se despertó decidida, tras haber preparado lo necesario: contaba ahora con una bolsa sin fondo que le había encargado a Giz tras enterarse gracias a dama Diurna que el genemante sabía cómo fabricarlas. Tuvo que invertir una parte de sus ahorros en hacerse con una, pero la necesitaba para lo que pretendía hacer. No sabía que ya había tachado una de las cosas de su lista o que esta hubiese contenido algo más que lo que se disponía a hacer aquella misma tarde, pero aquel era un día importante. Sabía que podía y no pensaba echarse atrás, pero aun así se encontraba bastante nerviosa. No iba a pasar mucho tiempo fuera de la ciudad, no obstante, por lo que no llevó gran cosa encima ya que realmente solo necesitaba la bolsa y su niebla. Una vez se hubo preparado, después de haber comido, se dirigió en dirección a la explanada de los portales.

Sigue en Idris.

No había transcurrido mucho tiempo desde su visita a Idris, pero la idrina contaba con una novedad importante: la habían nombrado cosechadora de La Cercanía, un mundo vinculado de reciente aparición. Se proponía visitar aquel planeta varias veces antes del próximo Samhein, y había empezado a investigar más a fondo qué clase de hechizos eran útiles para emplear con su dominio. Además de eso, tenía su violín. El que le había prestado Vac era una maravilla, pero echaba de menos el suyo propio. Por no hablar de que ya podía devolvérselo y contar con su propio instrumento siempre que quisiera. Aquella noche se sentía pletórica. La tormenta que arreciaba fuera no le hacía querer permanecer en su cuarto de Serpentaria sino todo lo contario: quería salir, expandir su niebla por todas partes y absorber nuevos y potentes bancos potenciados por la aparición del gran astro rojo. Además, tal vez aquel fuese un buen día para devolverle el violín al hado infernal, ya que no creía que trabajase en un día señalado como aquel.

Bajando las escaleras de la torre se encontró con Jace y Sekkeh en la sala de estar, a quienes saludó efusivamente.
—Voy a salir, ¿os venís? —Les ofreció—. Tengo que ir a visitar a un amigo en breve para devolverle algo, pero tal vez nos encontremos con alguien más por el camino.

Durante las últimas semanas Sekk había continuado trabajando en las dragoneras, cada vez más a gusto con como iban quedando una vez reconstruidas, pero aquel día empezaba el evento más importante del año y les habían dado vacaciones forzosas. Tenía mucho tiempo libre hasta el anochecer y el berserker lo empleó en liberar la tensión acumulada para no estallar con facilidad por cualquier tontería durante la noche, por lo que pasó las horas de espera meditando en su habitación.

Le costó bastante, pues la proximidad del astro mágico hacía que su piel hormiguease y su sangre se calentase, pero los meses de entrenamiento daban su fruto e incluso con esas distracciones logró llegar a la tarde bastante serenado. Estaba feliz, sin embargo, y así lo demostraba la enorme sonrisa que lucía el intara en el rostro cuando se reunió con Jace en el salón de Serpentaria. El dullahan estaba nervioso y hacía más el payaso que de costumbre, como demostraba la horrible camiseta que llevaba puesta, pero ni siquiera el espantoso rostro de aquel muñeco de nieve logró alterar la serenidad mental del ulterano.
—Con esa camiseta parece que te has escapado de un parvulario de tu mundo, Jace. Se te ha olvidado añadirle purpurina. —comentó con una media sonrisa, recogiéndose el pelo que ya le llegaba por los hombros en un moño alto.

La barba del rubio estaba perfectamente aseada y cuidada, pues desde que le había empezado a salir se había comprometido a no descuidarla como había hecho en el pasado con su pelo, y a raíz de aquello se había empezado a preocupar por la salud de su cabello en general, por lo que se veía mucho mas lustroso que durante la cosecha. Se la había adornado con abalorios de plata y madera rojiza, a juego con los de las trenzas que salpicaban su melena, y se había vestido con ropa cómoda pero elegante.
—¿Sabes si nos vamos a encontrar con alguien? —le preguntó, desviando la vista hacia la ventana y la cada vez más oscura ciudad. En breve se empezaría a adivinar el inconfundible brillo rojizo que precedía la llegada de la Luna Roja y el berserker estaba impaciente por salir a la calle.

La aparición de Irianna fue bastante repentina y el intara la saludó con identica efusividad.
—Pues nosotros estábamos a punto de hacerlo también, así que aceptamos el ofrecimiento. —indicó con una amplia sonrisa, acercándose a la puerta para franquearles el paso a sus amigos.

Remate de la noche de la Luna Roja:

Soñó hasta que despertó con la cabeza palpitándole de cansancio, mareo en general por el sueño y en parte por el alcohol. A tientas y con mucha calma buscó la poción que se preparó anoche antes de darle a la botella, mientras las onyces se afanaban en aislar la habitación de los ruidos y voces del exterior. Se volvió a tirar en la cama mientras el brebaje hacía efecto, y aunque lo hiciera seguiría hecha un desastre para pensar siquiera en saludar a los novatos cuando llegasen, si no habían llegado ya.

Como se moría de sueño pero su curiosidad sobre los nuevos era inmensa, su onyce-araña iría y vendría por las paredes y el techo. Le describiría lo que viera mientras aguantase despierta... Y siempre y cuando no la vieran o intentasen espantar (y seguramente los mandaría al carajo o les haría burlas antes de huir).

Sin embargo, no tardó mucho en quedarse dormida.

Eara e Irianna se encontraban terminando la última horneada y empezando a calentar el driv porque ya se acercaba la hora de que empezasen a llegar sus invitadas. Las chicas habían decidido invitar también a Samika, aparte de comentárselo a Kimbra, a aquella pequeña merienda en la que la idrina pretendía dar a conocer a sus amigas a dama Diurna y así devolverle su amabilidad. Había surgido el tema en una ocasión en la que la evaki se pasó por la torre y ya que sabía que conocía al menos a Noel la lacustre supuso que podría ser buena idea invitarla también.

La nebulomante estaba sacando la bandeja del horno y llevándola hacia la mesa de la cocina, donde se sentarían a comer y charlar. Se trataba de una docena de cupcakes, receta que había encontrado en un libro y, tras mostrársela a la sinhadre ambas decidieron que querían intentarlo porque tenían una pinta estupenda.

La idrina se quitó los guantes de cocina una vez hubo dejado la bandeja en su sitio y con la ayuda de unas pinzas fue retirando los dulces para colocarlos en una fuente en medio de los platos, vasos y tazas individuales. Una vez llevó la bandeja del horno a la encimera se quitó también el delantal. Llevaba un vestido verde de manga corta y unas medias blancas, además de sus guantes y su lazo para el cuello.
—Pues ya está, solo falta el driv… y las invitadas, claro —sonrió a la sinhadre—. De hecho, Kimbra parece que se está retrasando un poco.
No mucho después se abrió la puerta de la torre: Samika había llegado.
>>¡Hola! —La saludó con una sonrisa—. Siéntate donde quieras: eres la primera en llegar.

Aterrizó frente a la portón de Serpentaria tras terminar uno de sus turnos, ducharse y cambiarse. No quería llegar toda un asco a una invitación a merendar, un autentico momento de relajación tras extenuar un poco sus muslos.

Apenas entro en el refugio, un dulce olor llego a ella y la evaki sonrió de forma entusiasmada, guiándose facilmente por el torreón no tuvo problemas en llegar ala cocina, aunque todo sea dicho siguió el rastro de arma mas que su memoria. Eso y la voz de irianna dándole la bienvenida le confirmó.

-¡Hola a ambas!- dijo sonriendo, pues un rápido chasquido de lengua le dejo clara la presencia de Eara en la cocina, sorprendiéndole un poco el saber que era la primera pues tenía entendido que Kimbra también estaba invitada y alguien mas a quien aun no conocía- ¿En serio? Pues créeme que pensaba que seria la última, estaba en entrenando hasta hace nada y he tenido que he a ducharme y cambiarme antes de venir. El olor a sudor mezclando con el aroma a dulces y té no es una buena mezcla -aseguró la evaki con una risa, viendo la forma borrosa de los dulces ya sobre la mesa, invitando a ser comidos

-Solo el olor ya alimenta...¿lo habéis preparado juntas?- preguntó con algo de curiosidad mientras tomaba asiento en la mesa.