Torre Serpentaria

Kirés:

Aunque se había tranquilizado bastante, la pregunta de la mujer con marsupio le hizo volver a sentirse avergonzado e incómodo. Era consciente de que su reacción al problema había sido ridícula, y contestar implicaba ponerse en evidencia delante de todo el mundo.
–Una pluma –respondió desviando la mirada. –Sé lo que estáis pensando y… tenéis razón. En vuestro lugar pensaría lo mismo.
Intentó acelerar lo de reparar el muro. En estos momentos lo que más quería kirés era irse de ahí, de las miradas que lo juzgaban. Quería irse a algún lugar con menos gente y más tranquilo donde pudiera meditar un rato para estabilizar su mente. Probablemente la biblioteca de la propia torre serviría.

Twix iba a poner las manos sobre los hombros de Kirés pero se reprimió, y en su lugar se cruzó de brazos.

-No digas eso pichón, te tocó sin consentimiento y es normal que reaccionases por impulso.

Le dejó espacio al paladín, mirando al resto de reojo con ligera preocupación. Cogió una silla y se sentó con los brazos sobre el respaldo.

-No le des más vueltas.- le advirtió. A estas alturas sabía como su compañero se comía la cabeza.

Saria Omen sonrió a la respuesta de Kirés, pero por dentro el paladín había hecho saltar la alarma y la mala sombra tendría bastante cuidado en el futuro de no compartir demasiado tiempo con él. La respuesta de Twix la decepcionó un poco, pero le sirvió para disipar cualquier duda sobre sí misma.

—Twix tiene razón, no le des más vueltas. Además ya dije, Xalk iba cargado de un mal fario impresionante cuando pasó. Si no hubiera sido Kirés, algún otro lo habría acabado empotrando contra otra pared —mintió. Claramente el porcentaje que le acompañaba iba directamente ligado a las intenciones del bicho y Kirés era la clave de aquel número desproporcionado, pero no necesitaban saberlo—. Ya que estamos aquí, ¿os apetecen unas palomitas?

Si lograba contar con la privacidad suficiente a la salida de Kirés, ataría al paladín un ligero mal de ojo a sus pies. Tal vez no se caería, pero no le venía mal tropezarse consigo mismo.

Antes de que pudiera reaccionar, Xalkoth realizó una huida que parecía sacada de alguna tira cómica, dejando a la lacustre con cara de circunstancias, aunque contagiada por la diversión de Saria Omen. En realidad había sido una situación bastante graciosa, pero la preocupación por Kirés suponía una barrera para tomársela simplemente como tal. Cuando por fin se resolvió el misterio, la idrina no sabía muy bien qué decir. Estaba claro que para el paladín se trataba de algo importante, además ella sí coincidía con Twixy’s completamente en que tenía derecho a no querer que alguien le arrancase algo que pertenecía a su propio cuerpo, ni que le tocasen… Ella lo comprendía perfectamente. Pero también consideraba que la reacción había sido desproporcionada y que si quería darle un escarmiento al clinger podría haber empleado un método menos… brutal. Al menos el “ladrón” parecía tener una coraza muy dura y se le veía en perfectas condiciones cuando emprendió la huida.
—Ten un poco más de cuidado la próxima vez, aunque entiendo que ir por ahí diciendo que no te gusta que te arranquen las plumas suena muy obvio… A los demás tampoco nos gusta que nos arranquen el pelo por las buenas. —Optó por ser todo lo conciliadora posible. Hizo un gesto de negación educada ante el ofrecimiento de la ordesa—. Gracias, pero tengo que ir a un sitio y creo que ya voy algo tarde. Nos vemos.
Kimbra sin duda estaría esperando por ella en su cuarto tal y como habían acordado, debía darse prisa.

Sigue en el Cuchitril.

Alice

(En el presente)

La bruja cada vez tenía un mejor manejo con la magia y con sus onyces. Más hechizos a su disposición y también tenía más y más onyces tanto a su alrededor como fuera de la torre, ocupando casas cercanas. Había conseguido que no molestasen a los habitantes de la torre ni cuando iban y venían, pero no podía controlar a las que salieran de su área de influencia. De vez en cuando, dada la naturaleza de la ciudad, se encontraba y se hacía con más sombras. Siempre venían contando en tono jocoso qué les había llamado la atención. Por ejemplo, las más nuevas le habían contado entre risas lo que le había pasado a un grupo de cosechados. No le importó qué destino habrían corrido, no preguntó si habían sobrevivido. En su lugar, el suceso le recordó otro agujero inmundo al que habían ido a parar sus compañeros de cosecha y ella misma. Parecía como si hiciera una eternidad, pero tampoco hacía tanto. ¿En qué momento se había olvidado del juramento que se hizo de destruir aquel sitio? ¿Cuándo había olvidado lo que les pasó allí abajo y cómo perdieron a gente en esa y otras trampas? Ya no lo recordaba. Ni siquiera lo recordaba ya como lo que fue. Fue fácil recordar lo que le hizo sentir, como quien recuerda haber tenido una sensación importante, pero ya no la sentía como tal. Solo curiosidad...

Pero días después, un deseo que volvía a crepitar en su interior: quería destruirlo, borrarlo para poder olvidar. Lo había odiado y seguía odiándolo como si fuera una costumbre. Pero no era del todo así, no era ese el motivo real. Pensaba que había dejado atrás el terror que pasó allí abajo, que se había endurecido, pero no, tan solo había enterrado el recuerdo en algún profundo rincón de su ser. Ahora que lo había recordado... ¿Por qué no recordar también su juramento, sus intenciones, sus miedos, las pérdidas, el sufrimiento? Quería destruirlo. Primero tendría que localizarlo. ¿Seguiría todo como lo dejaron? ¿Habría caído alguien más? Enviaría un grupo de onyces. Sabía que estaba en algún lugar de los subterráneos bajo los Jardines, así que empezarían a buscar por allí. Y ya que estaban, intentarían hacer un mapa de los túneles: las onyces irían en fila y esta tomaría la forma del recorrido que hicieran. Formas que posteriormente la bruja pasaría a papel. Quizá podría vender copias o incluso encontrar otro tipo de secretos ahí abajo.

Como esta tarea exigía mucho tiempo y onyces (algunas se extraviaban o desaparecían sin dejar rastro), tardaron en dar con el circo de los horrores, pero al fin lo encontraron.

Los entrenamientos con Kin, Dhelian y Skarog estaban siendo muy útiles. Aprendían hechizos nuevos, conseguían identificarlos mientras eran conjurados así como qué hacer o conjurar para contrarrestarlos... Añadiendo, además, la ayuda de sus criaturas. Dhelian podía valerse de sus estirges y dotarlas de complementos con runas o hechizos mientras que la bruja hacía lo suyo con sus onyces. Era más difícil por lo inconsistentes que eran en comparación, pero se podía remediar cuando se unían en formas compactas. Ya ni recordaba sus dudas de recién transformada sobre su utilidad.

¿Lo hablaría con ellos? Con Kin seguramente no, no quería que se arriesgara. No era un picnic en el campo precisamente, aquí la hierba te sacaría los ojos. Su amigo Dhelian seguramente se apuntaría o incluso el helión, o Sura y Marsi, pero... Lo cierto era que quería ir sola, enfrentarse a algo por su cuenta, pero también quería sobrevivir. Por el momento se calló. El brugho podía sospechar algo con tanto ir y venir de onyces o ella misma, pero Alice respondería con evasivas o verdades a medias. Ahora que sabía dónde estaba, las onyces podrían hacer incursiones, tentativas, pruebas en el circo y los túneles mientras ella mejoraba en los entrenamientos. No le apetecía mucho sumergirse en los túneles de la ciudad, mucho menos a ciegas, por lo que pretendía tener muy, muy claro qué podía haber allí abajo antes de ir. No se confiaría. Skarog ya les había hablado en alguna ocasión de los peligros que había allí abajo y ella misma había entrado alguna vez, sin profundizar demasiado, y lo había visto con sus propios ojos multiplicados por cien o más ojillos de todos los tamaños.

(Continuará)

Krono Rádem

Un golpeteo en la ventana le hizo alzar la cabeza que se hallaba sumergida en un libro, para variar. En otro tiempo el kairós probablemente ni siquiera hubiera oído aquel sonido, completamente centrado en el estudio. Pero las características del precio de su transformación, entre otras cosas, habían hecho que su eterno desinterés por todo aquello que estuviese fuera de sus pasiones intelectuales se atenuase considerablemente y es por ello que arrugó el hocico y miró hacia el vano. Apenas fue un instante, el humo que había avistado fugazmente desapareció tan rápido como entró en su campo de visión. Había reconocido el tipo de humo: probablemente Marsi se encontrase en las inmediaciones de la torre. No consideró que fuese necesario profundizar más en la leve perturbación de la rutina y regresó a las páginas del denso tratado sobre magia.


Irianna

Aquella mañana Kimbra había llamado a su puerta para hacerle una pregunta cuanto menos curiosa. Al parecer la krabelinense quería saber su opinión acerca de una extraña criatura que había visto a través de su ventana. Concretamente si creía que podría ser comestible. La descripción de la demonio rakshasa la había desconcertado bastante, y la lacustre estaba bastante segura de que no ocuparía el plato de la próxima cena de la hija de lunas, pero no tuvo oportunidad de comprobarlo con sus propios ojos. Cuando acompañó a Kimbra de vuelta al cuarto, esta ya con el arco en mano dispuesta a iniciar una cacería si era menester, el ser había desaparecido.

Ya había dejado de pensar en aquel curioso suceso y durante la tarde se encontraba de vuelta en su cuarto escribiendo un rato cuando lo oyó. Un sonido de cristal siendo golpeando le indicó que algo había impactado contra su ventana. Dirigió su mirada rápidamente hacia allí y lo que vio fue una maraña de humo. ¿Sería algún fenómeno meteorológico extraño, como alguna clase de nube errante mágica, y Kimbra lo había confundido con un ser? Se levantó de la silla y dirigió sus pasos a la ventana, mientras lo hacía dándose cuenta de que aquel humo le resultaba familiar.
—¡Ah! —Exclamó sobresaltándose en cuanto que se encontró a dos palmos de la ventana.
El humo se había movido de repente, y la cara de un ave había sustituido a la masa informe de lo que había tomado por alguna clase de nube. La extraña criatura de humo parecía escudriñar en el interior de su cuarto y durante unos instantes la lacustre permaneció inmóvil, observándola.

Poco después Irianna salió apresuradamente de su cuarto, dirigiéndose hacia la habitación de Jace a paso ligero. Una voz conocida le hizo detenerse a medio camino: Sekkeh parecía estar hablando con alguien en su cuarto. La falta de respuesta ante lo que parecía una conversación del berserker consigo mismo, le hicieron suponer a la idrina lo que sucedía, así que llamó a la puerta del ulterano.
—Soy Irianna… Sekkeh, ¿está Jace contigo? —Dijo inmediatamente después.

En los meses posteriores a la Luna el carácter de Sekk se fue relajando y, a medida que aprendía a controlar la rabia que bullía en su interior, su calidad de vida y la de los que le rodeaban fue mejorando. Gracias a la meditación ya apenas estallaba por nimiedades, algo bastante sorprendente dado su historial, y cuando amenazaba con hacerlo los ejercicios de respiración solían calmarlo. A veces no eran suficiente, sin embargo, pero el amuleto de Krono Rádem salvaba la situación en esas ocasiones, demostrando una y otra vez su enorme utilidad. El ulterano apenas veía al kairos, pues este pasaba la mayor parte de su tiempo en la biblioteca de la torre, un lugar inaccesible para alguien como él, pero siempre que tenía oportunidad intentaba iniciar una conversación para conocerle mejor. La mayoría de las veces el intara era incapaz de seguir el hilo de sus diatribas, pero lo cierto es que el irrense le caía bien, y aunque no habría sabido decir porque, aquellas charlas tan técnicas le divertían bastante.

Durante aquellas semanas el rubio también experimento un cambio de imagen, pues se dejó crecer el pelo y le empezó a salir barba. A este último detalle no le dio la misma importancia que le habría dado un ulterano corriente, pues le importaba más bien poco si era descendiente de algún Emperador o no, pero se aseguraba de llevarla siempre bien cuidada. En conjunto sus nuevas pintas le daban un aspecto asalvajado acorde con su transformación, y cuando el berserker se miraba en el espejo no podía evitar pensar en piratas y tipos peores.
—Eres un plasta, Jace —le dijo al dullhan por enésima vez, apartando la mirada de su reflejo mientras se recogía el pelo en un moño descuidado. El americano estaba espatarrado en su cama y sus quejas empezaban a tocarle la moral—. Cargar sacos es un curro honrado, así que deja de buscarle pegas, ¿quieres? Sabes de sobra que necesitamos dinero y por el momento nuestras opciones laborales son bastante limitadas.

Los dos amigos habían llegado a la conclusión de que necesitaban dinero de una vez por todas, pues aunque el Consejo les mantenía mientras vivían en Serpentaria, sus obligaciones no iban más allá de un techo bajo el que dormir, sustento alimenticio y algo de ropa para vestirse. Si querían comprarse cosas o irse de bares iban a tener que apañárselas como todo el mundo, y el Granero era una buena forma de empezar a ganar un sueldo.
—Cuando Twix se entere de lo llorica que eres fijo que pasa de cenar contigo —comentó con una sonrisa burlona tratando de picarle, pero unos golpes en la puerta y la voz de la idrina cortaron la respuesta del neoyorquino—. Si, Irianna, el parguelas sin cabeza esta aquí —contestó en voz alta justo antes de abrir, haciéndose a un lado para franquearle el paso a la nebulomante—. Todo tuyo.

Después de tanto tiempo, Jace había vuelto a ser quien era en esencia antes de su cosecha: un casi-adulto sin una excesiva motivación en la vida y demasiado vago como para hacer nada de provecho, esta vez con el extra sin cabeza. Si algo le había desesperado en los últimos meses había sido la repentina falta de movimiento, pero poco a poco había vuelto a acostumbrarse a vivir así. Aprender todo sobre su transformación estaba resultando, no complicado, mas sí tedioso; el manejo de las armas vinculadas poco podía practicarlo en Serpentaria, su montura no se pronunciaba y en cuanto a la magia... las clases con Irianna estaban bien, pero la parte de cortar cabezas aún no estaba en su lista de "quehaceres urgentes". Cuanto más progresaba Sekk con sus problemas de ira, más cercano veía el momento de largarse de ahí (porque su perezoso culo le impedía marcharse por su cuenta y su concepto de apañárselas solo era inexistente), pero cuanto más lo pensaba... menos ganas tenía de irse. Vivir de gorra estaba bien. Y compartir casa con Twix, mejor. Trabajar de burro de carga sonaba nefasto comparado con todo eso.

«Plasta tu abuela.» —el neoyorquino se dio la vuelta y tapó con la almohada donde debería estar su cabeza de ir pegada a su cuello—.«No puede haber un trabajo puto peor que ese. Para ti será fácil, te vas a quedar petado y se te dará bien. Fijo que si dejo de recoger sacos ni te enteras.»
El comentario sobre la frivy bastó para hacer que el dullahan se incorporara, almohada en ristre. Iba a lanzársela con todas sus fuerzas, mas la voz de la idrina le impidió hacerlo.

«Sí, aquí est- eh, ¿a quién coño llamas parguelas, vagabundo?» —dijo para finalmente lanzarle la almohada sin ganas. Se sacudió las manos como si hubiera hecho bien su trabajo y se puso en pie, atendiendo a la joven—. «¿Pasa algo? Pensé que hoy no...»

No le dio tiempo a terminar la frase. No podía explicar como, pero supo casi al instante de que se trataba. Jace no necesitó girarse para ver qué había asomado en la ventana. La masa de humo que se había arremolinado ahí no era niebla de la nebulomante, tampoco era Cárabo. Los ojos de lo que parecía un ave de presa con perilla miraban de forma inquisitiva el interior de la habitación, escrutando a los tres allí presentes. Al fijar la vista en Jace, abrió el pico, ladeó la cabeza y tocó la ventana con la fuerza justa para no romperla. Parecía contento por lo que por fin había encontrado.
«... ¿Irianna?» —sus pensamientos iban despacio, tan despacio como sus gestos corporales. Había un claro deje de emoción en su voz—. «¿Era esto lo que...?» —el pájaro, impacientado, erizó las plumas del cuello y tocó con más ímpetu—.«La madre que me trajo.»

El berserker estaba hablando con Jace, quien respondía directamente a la cabeza del ulterano y por eso no le había resultado difícil suponer que el humano se encontraba allí en calidad de “interlocutor silencioso”. Irianna dejó escapar un leve suspiro divertido ante el intercambio de mofas entre los dos chicos y se giró hacia Jace en cuanto Sekkeh le hubo abierto la puerta con la intención de responderle a su pregunta a medias.
—No, no se trata de… Oh.
La lacustre cortó la frase por el mismo motivo que el dullahan: había notado la presencia en la ventana. Volvió a mirar hacia el humano cuando dijo su nombre, dando unos pasos para adentrarse en el cuarto mientras tanto, y después volvió a prestar atención al extraño ave hecho de humo.
>>Así es —respondió entonces a su nueva pregunta a medias—. Kimbra ya lo había visto esta mañana y parecía interesada en saber si sería comestible —explicó sonriendo divertida—. Para cuando la acompañé a su cuarto, ya se había ido. Con su descripción no caí en la cuenta de qué podía ser, pero hace escasos momentos me dio un buen susto a mí también apareciendo en mi propia ventana. —Había cruzado un brazo sobre el pecho y dejaba descansar el otro bajo su barbilla, relatando los sucesos con calma y una expresión que mostraba una leve sonrisa—. Venía a avisarte de que parecían estar buscándote, pero ya te han encontrado.

El intara, ignorando la última pulla de su compañero, prestó atención a la idrina para saber que necesitaba del humano. No llegó a decirlo en voz alta, sin embargo, pues el motivo de su visita no tardó en asomarse a su ventana desde el exterior. Jace llevaba mucho tiempo esperando a que apareciera su montura, pero el ulterano no había imaginado que pudiera ser un pájaro. La criatura en cuestión parecía estar hecha del mismo humo que surgía del cuello del americano, como el grifo de Dama Estribo, pero era tan solida como las armas que el dullahan se sacaba del gaznate.
—Deberías abrir la ventana antes de que la rompa, Jace —comentó el berserker cuando la nebulomante concluyó su relato—. Aunque sería mejor salir afuera, no quiero que un pollo sobrehormonado me destroce la habitación. —añadió riendo.
Sekk se alegraba por su amigo, pues hacía ya un tiempo que le notaba hastiado y era probable que su montura le devolviera los ánimos, pero estaba claro que necesitaban más espacio para el primer encuentro. No sabía si aquello iba a llamar la atención del resto de habitantes de la torre y en cierto modo esperaba que no fuera asía, pues no quería que su habitación empezara a estar muy concurrida.
>>¿Qué hacemos entonces? —preguntó al final, observando al quebrantahuesos con una media sonrisa.

[Tiempo paralelo respecto a los posts anteriores. Aproximadamente un mes tras la salida de la Luna Roja. Faltan cinco días para que esta abandone el cielo]

Durante el camino a Serpentaria las dudas asaltaron a Hal. ¿Y si la última frase del brujo había sido una mentira y realmente había optado por no llevarle? ¿y si no aparecía? ¿Y si en realidad todo había sido una burla? Reprimió estos pensamientos e ideas cuando aparecieron. «¡No! ¡No hay razón para creer eso! ¡Para!». Su ánimo estaba más alicaído para cuando llegó a su hogar, pero intentó recomponerse. Si al final no iba a Ormivas podría hacerlo en unos pocos meses, y lo que avanzara ahora bien avanzado estaría.

Encontró a Twix en el salón y se dirigió directamente hacia ella, intentando fingir más aplomo del que realmente sentía. De repente sufrió un acceso de vergüenza, y no solo por la transformación de la veela: prácticamente se había pasado el último mes ignorando a sus compañeros de criba. Estaba teniendo bastante cara al pedirle esto, o así lo veía él. Pero también era necesario.

—Hmm, Twix... ¿Puedes enseñarme a coser? ¿Especialmente botones?

Estaba francamente dubitativo en cuanto a qué exactamente quería aprender, y eso se notaba. Intentó no ser maleducado: ni rehuir claramente la vista de ella ni dejarse cegar por su transformación, ni... Se "sonrojó". Ahora que lo pensaba quizás no era tan fácil o sutil sus intentos de no molestarla. Quizás tampoco era evidente que lo que quería era, de hecho, no molestarla.

Twixy's había cambiado un poco su horario de tarde para dedicarlo a un libro de historia rocavarancolesa. Sabía que era importante saber todo lo posible sobre la ciudad en la que iba a vivir el resto de su vida (suponía) pero la verdad es que era todo tan desagradable que no podía esperar a terminarlo para quitárselo de encima, o que tal vez algún ángel salvador (¿era así como lo llamaban sus amigos de la Tierra?) fuera a rescatarla de esa tortura como un plan maestro en viernes por la noche.

Ese ángel fue Hal, su pequeño muñequito gris al que no había visto el pelo en mucho tiempo desde que se mudaron a Serpentaria. Al no entender los cambios que la Luna había hecho en muchos de sus compañeros no había forzados los encuentros, por miedo a incomodarlos o a descubrir algo que cambiase sus sentimientos hacia ellos. Por esa misma razón no había investigado sobre ninguna transformación salvo la suya, a no ser que alguien le hablase de ella por voluntado propia o le pidiese ayuda. Recibió al demiurgo con una sonrisa recatada, tratando de no apabullarlo con su aura.

-Claro que si, cielo, lo que tú quieras -respondió.- Los botones son realmente fáciles, seguro que aprendes en un periquete.

Era un chico listo, algo que se empañaba por su excesiva timidez. Twix era de las que creían que si hacías algo bien debías enseñárselo a todo el mundo con orgullo. Parecía que fuera de su mundo no era lo normal.

-¿Tienes materiales? Puedo subir a por mi costurero en un segundo si no.

Hal sonrió ante el asentimiento de la frivy. No estaba tan seguro de su habilidad para aprender a coser, pero esperaba que su amiga tuviera razón.

—Hmm, no, no tengo nada para coser —se pateó mentalmente al darse cuenta de aquello, ¿cómo no había recordado que coser no era algo que se hacía con el dedo? Y ni siquiera sabía dónde comprar materiales, por no hablar de que no tenía ni pizca de dinero. Tendría que intentar apañarse con magia hasta poder comprar algo. Mientras tanto usaría la caja de Twix, pero tenía claro que abusaría de ello lo menos posible.

Twix alzó el dedo índice, indicándole a Hal que esperara. Dejó el horrible libro a un lado y subió rápidamente a su dormitorio. Volvió unos segundos después con su costurero y algunos retales de diferentes telas. Se sentó en el sofá, cruzando las piernas y dio unos toquecitos con la palma de la mano en el hueco a su lado para que el demiurgo se sentase a su lado.

-No sé si lo sabes pero Saria y yo nos reunimos algunas tardes para coser aquí con quien quiera unirse. Lo digo porque esto no es algo que se aprenda en una tarde y es mejor practicar con gente que sepa, así puedes preguntar dudas en el momento.

No sabía si Hal no se había enterado de sus reuniones por haber estado desaparecido o las había evitado a propósito. Como fuera era su deber informarle.

-Bueno, vamos con lo básico, tipos de puntadas. A mi me pedían muestrarios cuando empezé, a lo mejor te viene bien hacerte el tuyo.

Sacó dos dedales, enseñandole a Hal donde ponérselo y enhebró una aguja. Le fue enseñando los tipos de puntada y como quedaban, para qué se usaba cada una y cómo podía reforzarlas para que la costura fuese más fuerte. También dejó caer algunos hechizos que ella usaba para coser y que le podrían venir bien.

-Elegir el tipo de hilo y la aguja también es importante, si usas una aguja muy fina con una tela fuerte te puedes cargar la aguja, pero creo que eso es sentido común... ¿Con qué materiales tienes pensado trabajar exactamente?

El demiurgo asintió a la veela, agradeciendo el dato sobre las sesiones de costura. Lo cierto es que no andaba seguro de qué haría, pues su timidez le dificultaba aquello, pero la opción le atraía. Tenía que dominar tantas posibles formas de crear criaturas como pudiera, eso lo tenía claro.

Atendió con todos sus sentidos a las instrucciones de Twix, sin escapar detalle. Estuvo tan concentrado en sus manos y en las de Twix que, por una vez, no tuvo el tiempo de sentir como crecían dudas acerca de su trabajo conforme lo hacía.

—Pues... no estoy muy seguro —admitió a su compañera de torreón—. Creo que quiero algo donde pueda usar colores. Elegidos por mí... O sea, que yo pueda pintar. Quizás predominancia del metal... Tampoco quiero encasillarme. Para las alas necesitaré algo como tela, y ahora mismo los ojos me saldrán más fácilmente con botones que con nada más.

Twixy's revisaba el trabajo de Hal con la aguja. No era algo muy complicado, solo laborioso, y podía resultar aburrido en un principio pero era necesario. Le señalaba fallos si cometía alguno, haciéndole deshacer la puntada y volver a empezar. Primero las bases; si no lo haces bien a la primera tienes que deshacer y empezar de nuevo. Luego ya le enseñaría el conjuro para corregir puntadas.

-¿En ese caso debería enseñarte cómo coser lentejuelas además de botones?- comentó, riendo- Si vas a usar metal a lo mejor necesitas pintura plástica o un aerógrafo. Yo traigo todos mis materiales de Frivo, puedo traerte cosas que a lo mejor en otros mundos no usan, como pegamento. Algunas cosas a lo mejor te sale más a cuenta pegarlas que ir cosiéndolas.

No pensaba dedicarse al contrabando de materiales frivys pero si era para un amigo no le importaba traer cosas distintas a ropa o cosméticos aprovechando sus viajes.

La oferta de su amiga le halagó, aunque también le dejó un poco azorado. Sus movimientos se hicieron una pizca más nerviosos, aunque intentó seguir atento a sus costuras.

—No hace falta que te molestes, en serio —se apresuró a aclarar, no sabiendo muy bien si era por no ser una molestia o por querer conseguirlo todo con su propio trabajo. Quizás ambas—. De todas formas voy a tardar en hacer algo realmente serio... La transformación da la capacidad de hacer criaturas vivas, pero no el automático dominio de las manualidades —aquella broma había sonado mejor en su cabeza, y por un momento frunció los labios, algo frustrado. Luego volvió a hablar, con una voz más serena—. ¿Y tú, qué planes tienes? No sé muy bien cómo os va o qué queréis el resto.

Su tono estaba teñido de arrepentimiento por el mes encerrado. Se sentía avergonzaod por su aislamiento, y decidido a no continuar así.