Primer sueño de Taro

Al principio Taro creyó que eran producto de su imaginación, pero pronto pudo ver rostros tanto conocidos como no en las ramas cercanas a aquellas en las que él circulaba. En el frenesí de la carrera registró las caras sin más, sin caer en qué era el denominador común que unía a las dos que reconocía: que estaban muertas, y que, como Renen, no deberían estar allí.

Bastó un momento de distracción para resbalar peligrosamente. Para cuando Taro pudo recuperarse del susto había perdido a su amigo de vista, y el carabés chasqueó la lengua y reanudó la carrera con más encono, buscándolo frenéticamente con la mirada. Si se le escapaba, al menos podría preguntar a todas aquellas personas cuál era la salida de aquel bosque.

Taro renunció a interactuar con las caras que le rodeaban, centrándose por completo en la carrera: no podía permitirse perder a Renen de vista otra vez. Apretó la persecución, pero éste volvió a adelantarle.

Por un instante Taro creyó que el claro era la salida. No obstante en cuanto divisó a su compañero apoyado contra un tronco se dejó caer al suelo de un salto, flexionando las rodillas para amortiguar la caída. Avanzó hacia su amigo, esquivando cuidadosamente los charcos de sangre al caminar.

-Vale, tú ganas- le interpeló, jadeando para recuperar el aliento. Se paró frente a él, mirándole fijamente, con cautela, como si fuese a evaporarse de un momento a otro si parpadeaba-. ¿Qué haces aquí? ¿Qué es este lugar?

La vaguedad de su respuesta le recordó a Nero. Se le estaba acabando la paciencia para las cosas que no comprendía.
-Todos nosotros- repitió. Extendió los brazos a los costados y los dejó caer con un resoplido exasperado-. Yo acabo de aparecerme aquí, y tres de las personas que he visto aquí están muertas- "Tú incluido", pensó, pero no se atrevió a decirlo-. ¿Qué estás intentando decirme, que he llegado por error al puto inframundo?

El llanto de la cría le petrificó al principio, no siendo capaz de creer lo que estaba viendo. Sin embargo el que éste se intensificara al morderla Renen tuvo el efecto de devolverle a la realidad, como una bofetada.
-¡¿Qué coño haces?!- la voz le salió aguda por la incredulidad, y el grito que pegó se oyó por todo el claro-. ¡¿No la estás viendo?!
Sin esperar a la respuesta trató de quitársela.

La patada le pilló desprevenido y Taro cayó de espaldas con dureza. El golpe le dejó sin aire en los pulmones, y desde el suelo contempló mudo de horror cómo su amigo se transfiguraba.

Aquél no era Renen. No podía serlo, y ninguna de las figuras que se asomaba tenebrosamente al claro tenían nada que ver con aquellos a quienes impersonaban. Taro no sabía qué clase de nigromancia estaba teniendo lugar, pero alguien había experimentado para revivir a todos aquellos muertos y le había salido mal. Espantosamente mal.

El hecho de haber visto demasiadas películas malas de muertos vivientes a las tantas de la madrugada no le ayudó ni un poco a la hora de imaginarse qué le podía pasar. Se incorporó de un salto del suelo, con la respiración prendida en la garganta, y miró frenéticamente a todos lados comprobando que estaba rodeado.

Se acercaría al árbol más cercano, retrocediendo con cautela, e intentaría partir una rama que usar para defenderse, o si veía alguna brecha, abrirse camino bosque adentro. La risa de Renen le taladraba los oídos.
-Yo no estoy muerto- le espetó a aquella mala copia de su amigo mientras empezaba a caminar. La adrenalina le bombeaba en las venas, y era más fácil ser agresivo que reconocer que estaba muerto de miedo. Si se paraba para darse cuenta sabía que se quedaría paralizado.

Taro se aferraba a la rama que había arrancado como si en ello le fuese la vida, respirando entrecortadamente.
-No os acerquéis- temblaba, y la voz no le pasaba de un susurro. Esgrimió la rama como un bate, retrocediendo mientras vigilaba los movimientos de las marionetas. Tenía los nudillos blancos. Era exactamente como una historia de miedo, sólo que aquella vez era real. Empezó a respirar cada vez más rápido, pero intentó no marearse. Iba a necesitar mantenerse concentrado para encontrar una salida.

Y no vio la figura gigante hasta que no fue demasiado tarde. Se quedó paralizado asimilándola, boquiabierto, hasta que se dio cuenta de que había perdido su oportunidad de escapar. Sus piernas se pusieron en movimiento al mismo tiempo que las marionetas se lanzaban sobre él, y durante los minutos siguientes el cerebro de Taro se desconectó por completo.

Pataleó, se retorció, dio puñetazos, golpeó con el garrote improvisado todo aquello que notaba demasiado cerca de su piel, presa del pánico. No gritaba porque su cerebro había olvidado cómo. Creyó encontrar una apertura entre aquella masa de cadáveres y se lanzó hacia ella sin pararse a comprobar si era sólo producto de su imaginación.