Primer sueño de Álvaro

La escena, por lo menos en principio, parecía completamente normal. Moví la cabeza alternativamente de un lado a otro, pero las palabras de las chicas me tranquilizaron. Sentí como mi pulso bajaba vertiginosamente en menos de un segundo, y me entró tal alivio que por un momento creí que mis piernas iba a ceder. Después fulminé a Alice con la mirada.

—Una broma muy graciosa. Pero la próxima vez, por favor, por favor, por favor, intentad no provocarme un infarto.

Las palabras de Marsi se quedaron flotando un segundo en el aire antes de que mi entrasen por mi oído. Después pasó otro segundo más en el que mi cerebro se negó tajantemente a pensar exactamente en qué significada esa retahíla de sonidos pegados que, juntos, formaban una frase tan absurda que era imposible que significase algo. Fue entonces cuando miré al lugar donde estaba (había estado) mi tía. Y esta vez mis piernas sí que cedieron.

Caí de rodillas con la cara completamente desencajada, intentando encontrar un sentido a aquella escena. Era absurdo, imposible, y cada fibra de mi cuerpo griataba que aquello no podía ser. Recordé todas las ocasiones que me había reñido, las veces que había cedido a algún capricho mío, los chantajes emocionales que nos habíamos hecho mutuamente. Esta mujer había sido una madre para mí, mucho más que cualquier otra persona del mundo, y... Un enorme y viscoso vacío empezó a crecer en mi pecho, ocupando un lugar que no le correspondía y entumeciendo mis sentidos. Con algo de dificultad me apoyé en una silla y, después, me dejé caer sin cuidado sobre ella.

—¿Qu- qué ha pasado? ¿Cómo ha...? —pregunté, con la voz estrangulada. Todavía no había derramado una sola lágrima: aquella situación era demasiado dolorosa como para poder llorar.

- Es la clase de cosas que suceden en Rocavarancolia.- dijo Sura, con un tono ligeramente desaprobador. Ninguna parecía conmovida por su sufrimiento, si acaso, Dhelian, pero desde luego estaban preocupadas por su reacción.
Lo que hiciera Ri mientras Álvaro no miraba, no se supo, pero el cadaver ya no estaba, y la mesa estaba bien limpia. Sus antebrazos, sin embargo, continuaban bañados en sangre. Olía a hierro y a sal.
- Yo querría algodón de azucar.

Otras chicas asintieron. Alice, estaba ayudando a levantarse al sevillano, mientras opinaba:
- Cacharritos. Una no puede ir a la feria sin montarse en el topgun.- Alice se volvió con suavidad hacia él- Tienes que dejarlo atrás. No vamos a volver. Es parte de esto. Te prometo que aprovecharemos el día, y después saldremos de esto.

—Eso no me responde nada —escupí ante las palabras de Sura. Pestañeé varias veces, pero las lágrimas ya habían comenzado a salir de los ojos. Me tapé la cara con las manos, comenzando a soltar un buen río de lágrimas y sintiendo el enorme vacío que tenía dentro crecer por momentos, ahogándome por completo y susurrándome la soledad en la que iba a estar sumido a partir de entonces.

—No estoy de humor para eso —sorbí por la nariz, dándome de repente cuenta de que el cuerpo había desaparecido y mirando frenéticamente hacia los lados. No podía haberse esfumado, los cadáveres no andaban—. i-id vo-sotros. Yo tengo que d-despedirme —mi susurro fue interrumpido varias veces por más lágrimas y una respiración más agitada. No podía creer que mis amigos fuesen tan fríos, tan inhumanos sobre el tema, pero si en realidad se parecían tanto a los monstruos de la ciudad los prefería lo más lejos posibles de mí, al menos ese momento—. ¿D-dónde está? —pregunté dirrectamente a Ri, sabiendo que el cuerpo no podía andar muy lejos. Mi tía se merecía, al menos, una despedida. «Oh, mierda... ¿Cómo se lo voy a decir a su familia?». La perspectiva de enfrentarme a mis primos y mi tío sólo empeoró la situación.

—¿Me estás diciendo que el cuerpo simplemente se ha volatilizado?

La pregunta vino acompañada del comienzo de una carcajada histérica, aunque la corté pronto cuando noté que con facilidad podía convertirse en un llanto aún mayor. Volví a apoyar la cabeza en las manos, sin entender nada aquella escena ni aquel día. Había sido un suceso imposible detrás de otro, y de todos uno destacaba con una claridad muy dolorosa. «No». Tuve que reprimir un gemido ahogado, sabiendo que nada mejoraría la sensación que tenía de que alguien estaba agarrando y retorciendo con saña mi corazón.

Se me desencajó la cara, otra vez, al ver lo que Kora había provocado en el joven daeliciano. Aquello había ocurrido tan de sorpresa que ni tiempo tuve de aceptar el nuevo horror que Rocavarancolia ponía en el camino antes de que me forzasen a abandonar la tienda.

—Puedo caminar solo —el llanto de una viuda probablemente habría sonado alegre al lado de mi frase. No entendía qué había sido eso, pero mirar a Kora me provocaba tantas ganas de lanzarme contra ella y matarla con mis manos que debía clavarme fuerte las uñas para resistir la tentación—. Me preguntaba cuándo aparecería otra rata en la tripulación. Tengo que decir que ha tardado más de lo que esperaba —el tono de esta frase, sin embargo, probablemente era más venenoso que el cianuro.

Intenté mantenerme lo más alejado posible del grupo de chicas, especialmente Kora. Todavía podía ver la cara de Dhelian echando espuma por la boca, aunque la pena en sí había dejado paso a una desagradable sensación del más absoluto vacío. Mi tía, Dhelian, otras muertes que Rocavarancolia se había cobrado. Y, en realidad, a juzgar lo visto también se podría considerar muertas al resto de compañeras. No eran, para nada, como las chicas que había conocido en Letargo. Se habían convertido en otros monstruos más de la ciudad, en parte de la colección de engendros que todos eran.

Ni siquiera me dio tiempo a sorprenderme cuando Akasha fue tirada de la noria, sólo pude mirar la escena y a su asesina con un pánico que me dejó paralizado. «Estan como una cabra, están como una puta cabra». La parte de mi cabeza que decía aquello parecía soltar una risita histérica de vez en cuando. Estaba claro que aquellas cosas no era nada que nunca hubiese conocido, pero ahora no podía sentir pena, sólo miedo. Cada momento que estaba con ellas podía ser mi último segundo de vida.

El corazón martilleaba en mis oídos, pero intenté quedarme atrás, irme separando progresivamente de aquellas psicópatas de mierda. Cuando estuviesen suficientemente lejos como para dejar de oírme intentaría huir en la dirección contraria y encontrar cualquier ayuda o posible escondite. Y si se daban cuenta... Bueno, entonces intentaría huir en la dirección contraria y encontrar cualquier ayuda o posible escondite.

«Mierda». Por un momento temí que Kora fuese a matarme, pero las cosas no salieron así. Tuve que apartar la vista al ver caer a Marsi y a Alice, apenado. No obstante, tenía claro que aquello era sólo la muerte de uans cáscaras que poco tenían que ver con las Alice y Marsi que había conocido. «O quizás... ¿Y si nunca han existido?». No me gustaba nada esta idea, la posibilidad de que sólo hubiese convivido con impostores que estaban esperando el momento para matarme... «Maldito día. ¡Maldito sea este día una y mil veces!»

Sentí el cuchillo como si fuese una puñalada directa. Matar a alguien a sangre fría... Sabía que no podía hacer eso, de ninguna manera, pero tendría que disimular algo. Así pues fui hacia Sura con el cuchillo escondido, para pasar, a mitad del recorrido, a mirar a la daeliciana.

—¿De verdad crees que soy como tú, como vosotras? —pocas veces había sentido más asco por alguien, cosa que dejaba clara en mi pregunta. Después miré a Sura, mientras me alejaba con pequeños apsos de ambas, formando un triángulo—. Y sí, venga, vamos a tomarnos algo. Para que lo envenenes y nos mates, ¿verdad? Mirad, no sé a qué viene esta sed de sangre que os ha entrado, pero todavía tengo la decencia de no dejar que Rocavarancolia se meta en mi mente. Así que yo, la verdad —había ido moviendo el cuchillo hasta ponerlo en posición defensiva. Una cosa era no matar a alguien y otra muy distinta ser el gilipollas que moría por confiar en unos monstruos—, paso.

Ni siquiera había terminado de decir la última palabra cuando me di la vuelte y comencé a correr.