Primer sueño de Álvaro

No disimulé al mirar, a medio camino camino entre la extrañeza y la curiosidad, la forma en la que se iba desarrollando los sucesos. Viendo que ninguno del grupo veía nada raro decidí ignorar la forma tan rara en la que se presentaba el día y disfrutar. Mientras nadie intentase sacarme las tripas a la rocavarancoliana manera no creía que fuese a pasar nada. Aun así no pude evitar preguntarme si habría pasado algo de lo que no me había enterado. ¿Habría estado en coma?

—Tenemos una definición un tanto distinta de lo que es estar guapo —comenté con el ceño fruncido ante las palabras de Sura.

Aquella zona comenzaba a sonarme algo más, aunque el recuerdo exacto de aquello me rehuía. Cuando vi aparecer a mi tía mi cara se convirtió en un poema y comencé a maldecir a todos los antepasados del diseñador de aquel ridículo traje, de mis compañeros y de la rata nazi.

—Hola tía —la saludé con un par de besos sintiendo la cara hirviendo de lo colorado que me había puesto—. ¿Qué tal? ¿Llevas mucho tiempo esperando? —pregunté, comenzando a poner una sonrisa de disculpa por si era así. Al recordarlos señalé a los letarguinos con la cabeza—. Estos son unos amigos.

—¿Qué? ¡No! —respondí rápidamente. Estaba empezando a pensar si no estaba teniendo algunas alucinaciones, porque si a nadie le preocupaban los monstruos, ni nadie se daba cuenta de aquella horterada ni nada... «Lo mismo debería visitar a un loquero» pensé, algo preocupado. Últimamente sucedían cosas muy raras, eso estaba claro.

—Mi- —comencé, medio interrogante, antes de cortarme. «Sigue la corriente, ya veremos por dónde salir, y... Joder, de loquero nada, creo que voy a acabar necesitando apstillas o algo»—. Difícil, pero nada imposible ni insoportable hasta el momento —aseguré. Alcancé una mano hacia los montaditos, que acababan de llegar, y le respondí antes de darle el primer mordisco—. Claro que como bien. La comida es buena, especialmente gracias a las cocineras.

Sus siguientes palabras me dejaron más serio, aunque me confirmaron que ella sabía bien lo que pasaba. Definitivamente había algo allí rematadamente mal. Sólo podía percibir el recuerdo del olor a sangre y vísceras, la sensación de que había sentido un enorme horror, de que se había cometido un error, pero el recuerdo concreto se escapaba de cualquier intento de concretarlo. Estaba masticando mucho más lento que antes, perdiéndome en mis intentos de recordar lo que se escapaba. El hambre se me había pasada, y la boca se me había secado de pronto. El ambiente comenzaría a asfixiarme pronto.

—Alguna... Cosa ha habido —dije tajantemente, sin ganas de explayarme. Intentando suavizar el aire que comenzaba a sentir demasiado viciado para mi gusto, así que comencé a interrogarla con un "¿Y qué tal estáis?", a lo que siguieron extensas preguntas sobre cómo iba la vida y cómo estaban todos, en un intento de sacar la atención de mí.

Mis intentos no sirvieron de nada porque Kora me cortó en cuanto pudo. «Maldita pija niña fruta» pensé mentalmente al recordar el apropiado mote que Marsi le había puesto. Sus palabras provocaron por fin que algo hiciera clic en mi cerebro y recordase aquel fatídico día. Tuve que dejar de comer al volver a sentir el horror de aquel momento.

—Al margen de lo importante que fuese, no es agradable ver a una compañera desmembrada y destripada ensartada en pinchos gigantes —musité. No pude nada más porque justo entonces apareció la persona que menos quería ver. Me quedé con las manos cerradas fuertemente sobre las piernas, casi haciéndome daño, sintiendo surgir la rabia que había sentido hasta entonces. Creo que sólo la actitud tan amistosa de mi tía con aquel secuestrador me disuadía de sacarle a rastras de allí y gritarle hasta quedarme afónico.

—Oh, no la he olvidado —espeté con los dientes apretados y más tenso de lo que había estado nunca. Me forcé a relajarme y volvi a hablar intentando sonreírle amistosamente, aunque imaginándome en realidad que era él y no Neith el que acababa ensartado—. Pero, ¿sabe? Precisamente tenía un par de dudas. ¿podríamos hablar? En privado —aclaré de forma tajante. Comenzaba a tener idea de las cosas que quería decirle (y preguntarle), y prefería que estuviésemos solos.

«No creo que el resto apruebe que te dé una paliza. Y dudo que mis dudas entren en el temario, capullo de mierda» pensé con cinismo, aunque procuré morderme la lengua y dejar que Dhelian hable. No paraba de repetirme mentalmente que tenía que haber un modo de hablar en privado con Doce Punto, pero el nivel de surrealismo que podía aguantar había llegado a un tope y mi cerebro se negaba a funcionar.

Por supuesto, el que había llegado a su tope significaba que lo siguiente iba a dejarme congelado, con mis sesos escapándose y dejando un encantador aviso de "Nos hemos ido de vacaciones por tiempo indefinido ante el estrés al que se nos ha sometido, ya volveremos" en mi cabeza. No sabía que era más absurdo, si ver a una... ¿Frivy? como si fuese un chino, que aquello no parecía extrañarle a nadie (aunque qué demonios, si allí nada extrañaba a nadie, «lo mismo debería directamente lanzarme y meterme un derechazo, a ver si tampoco nadie se extraña»), el hecho de que se hubiese colado, que estuviese casi totalmente desnuda sin importarle a nadie... «Eso sí, vaya si está buena. Quizás debería ligármela y mandar al carajo todo esto y fingir...» Negué con la cabeza, medio intentando reorientarme, medio decepcionado, cuando mi tía la echó.

—Eh... Voy un momento a la barra —anuncié, levantándome, antes de girarme hacia mi tutor—. ¿Me acompaña? —pregunté con una expresión de inocencia que era, quizás, demasiado convincente.

La escena, por una vez, era casi normal, si se exceptuaba lo de la sangre. Eché una mirada de desagrado al líquido rojo, preguntándome si por casualidad los rocavarancoleses compartían algún vínculo familiar con Quentin Tarantino, para señalar una zona tras la caseta donde estaba seguro de que no nos molestaría nadie. En cuanto estuvimos solos pude, por fin, descargar toda mi frustración y agarrarlo por el cuello de la camisa. O, al menos, intentarlo, porque mis manos lo atravesaron limpiamente. Me sonrió con algo peligrosamente parecido a la condescendencia, pero lo único que hice fue fulminarlo con la mirada, soñando con que aquello pudiese freírlo.

—Borra esa estúpida sonrisa —espeté, intentando pegarle un puñetazo, con el mismo resultado. Ante su pregunta dudé entre decirle la verdad o rogarle que se quitase la intangibilidad. Al final opté, en contra de lo que me pedía cada fibra de mi ser, por lo primero—. ¿Qué cojones está pasando? —siseé, intentando mantener un tono suficientemente bajo como para no atraer a nadie—. La última vez que miré a mi alrededor vivía en una ciudad terrorífica, a un universo de distancia de mi tía, de la feria y de todo esto, sin poder hablar contigo de ninguna manera —«y deseando poder darte una paliza, mamón» pensé mordazmente—, sin nada ni remotamente parecido a exámenes, y, desde luego, tú no eras precisamente el mejor de los tutores. De hecho, nos tenías un poco abandonados. ¿Me puedes decir cómo todo eso se ha convertido en esto? —hice un gesto claro, intentando abarcar la totalidad de... Bueno, de todo.

—¿Que estamos a prueba? Oh, creo que jamás podría haberlo imaginado —comenté con un tono de sorpresa tan exagerado que era, evidentemente, falso—. Pero, ¿sabes? Creo que todo sería mucho más fácil si dijeseis qué puto premio otorga la ciudad, además de no matarte de mil maneras horrible a la vez, quiero decir —comenté con acidez, para acabar dando un profundo suspiro de frustración. Distraído, me pasé la mano por el pelo, despeinándolo—. Demonios, ni siquiera me acuerdo de qué me prometiste. Y llevo mejor los descansos cuando me avisan con antelación de que va a comenzar uno, en vez de plantarme en medio de una... Por cierto, ¿cómo habéis traído sevilla a este lug-?

El grito me heló la sangre, y sólo pude lanzar una mirada de odio hacia Doce antes de precipitarme al interior de la caseta, rogando para que fuese un grito histérico por ver un insecto horrible o algo así y no algo peor.

La escena, por lo menos en principio, parecía completamente normal. Moví la cabeza alternativamente de un lado a otro, pero las palabras de las chicas me tranquilizaron. Sentí como mi pulso bajaba vertiginosamente en menos de un segundo, y me entró tal alivio que por un momento creí que mis piernas iba a ceder. Después fulminé a Alice con la mirada.

—Una broma muy graciosa. Pero la próxima vez, por favor, por favor, por favor, intentad no provocarme un infarto.

Las palabras de Marsi se quedaron flotando un segundo en el aire antes de que mi entrasen por mi oído. Después pasó otro segundo más en el que mi cerebro se negó tajantemente a pensar exactamente en qué significada esa retahíla de sonidos pegados que, juntos, formaban una frase tan absurda que era imposible que significase algo. Fue entonces cuando miré al lugar donde estaba (había estado) mi tía. Y esta vez mis piernas sí que cedieron.

Caí de rodillas con la cara completamente desencajada, intentando encontrar un sentido a aquella escena. Era absurdo, imposible, y cada fibra de mi cuerpo griataba que aquello no podía ser. Recordé todas las ocasiones que me había reñido, las veces que había cedido a algún capricho mío, los chantajes emocionales que nos habíamos hecho mutuamente. Esta mujer había sido una madre para mí, mucho más que cualquier otra persona del mundo, y... Un enorme y viscoso vacío empezó a crecer en mi pecho, ocupando un lugar que no le correspondía y entumeciendo mis sentidos. Con algo de dificultad me apoyé en una silla y, después, me dejé caer sin cuidado sobre ella.

—¿Qu- qué ha pasado? ¿Cómo ha...? —pregunté, con la voz estrangulada. Todavía no había derramado una sola lágrima: aquella situación era demasiado dolorosa como para poder llorar.

- Es la clase de cosas que suceden en Rocavarancolia.- dijo Sura, con un tono ligeramente desaprobador. Ninguna parecía conmovida por su sufrimiento, si acaso, Dhelian, pero desde luego estaban preocupadas por su reacción.
Lo que hiciera Ri mientras Álvaro no miraba, no se supo, pero el cadaver ya no estaba, y la mesa estaba bien limpia. Sus antebrazos, sin embargo, continuaban bañados en sangre. Olía a hierro y a sal.
- Yo querría algodón de azucar.

Otras chicas asintieron. Alice, estaba ayudando a levantarse al sevillano, mientras opinaba:
- Cacharritos. Una no puede ir a la feria sin montarse en el topgun.- Alice se volvió con suavidad hacia él- Tienes que dejarlo atrás. No vamos a volver. Es parte de esto. Te prometo que aprovecharemos el día, y después saldremos de esto.

—Eso no me responde nada —escupí ante las palabras de Sura. Pestañeé varias veces, pero las lágrimas ya habían comenzado a salir de los ojos. Me tapé la cara con las manos, comenzando a soltar un buen río de lágrimas y sintiendo el enorme vacío que tenía dentro crecer por momentos, ahogándome por completo y susurrándome la soledad en la que iba a estar sumido a partir de entonces.

—No estoy de humor para eso —sorbí por la nariz, dándome de repente cuenta de que el cuerpo había desaparecido y mirando frenéticamente hacia los lados. No podía haberse esfumado, los cadáveres no andaban—. i-id vo-sotros. Yo tengo que d-despedirme —mi susurro fue interrumpido varias veces por más lágrimas y una respiración más agitada. No podía creer que mis amigos fuesen tan fríos, tan inhumanos sobre el tema, pero si en realidad se parecían tanto a los monstruos de la ciudad los prefería lo más lejos posibles de mí, al menos ese momento—. ¿D-dónde está? —pregunté dirrectamente a Ri, sabiendo que el cuerpo no podía andar muy lejos. Mi tía se merecía, al menos, una despedida. «Oh, mierda... ¿Cómo se lo voy a decir a su familia?». La perspectiva de enfrentarme a mis primos y mi tío sólo empeoró la situación.

—¿Me estás diciendo que el cuerpo simplemente se ha volatilizado?

La pregunta vino acompañada del comienzo de una carcajada histérica, aunque la corté pronto cuando noté que con facilidad podía convertirse en un llanto aún mayor. Volví a apoyar la cabeza en las manos, sin entender nada aquella escena ni aquel día. Había sido un suceso imposible detrás de otro, y de todos uno destacaba con una claridad muy dolorosa. «No». Tuve que reprimir un gemido ahogado, sabiendo que nada mejoraría la sensación que tenía de que alguien estaba agarrando y retorciendo con saña mi corazón.

Se me desencajó la cara, otra vez, al ver lo que Kora había provocado en el joven daeliciano. Aquello había ocurrido tan de sorpresa que ni tiempo tuve de aceptar el nuevo horror que Rocavarancolia ponía en el camino antes de que me forzasen a abandonar la tienda.

—Puedo caminar solo —el llanto de una viuda probablemente habría sonado alegre al lado de mi frase. No entendía qué había sido eso, pero mirar a Kora me provocaba tantas ganas de lanzarme contra ella y matarla con mis manos que debía clavarme fuerte las uñas para resistir la tentación—. Me preguntaba cuándo aparecería otra rata en la tripulación. Tengo que decir que ha tardado más de lo que esperaba —el tono de esta frase, sin embargo, probablemente era más venenoso que el cianuro.