Casa de Gar

-Soy Yoel. -se presentó con un hilo de voz.

La última pregunta del demonio le hizo ponerse blanco. Por su parte, Zmey tenía una sonrisa perversa.

-Mejor trae el trapo...

Yoel fue a salir de la sala, pero Zmey le puso una mano en el hombro y en cuanto notó el calor en su piel, supo que lo mejor sería aguantar. Sería un dolor soportable, supuso. O más bien rezó para que lo fuera.

El piromante disimuló una risilla cuando Yoel se tumbó donde le mandaron, y sin que pudiese oírle murmuró un hechizo anestesiante, del que no se percataría hasta que Quemaduras le empezase a tatuar.

—Bien, Yoel, túmbate aquí, bocabajo, y respira hondo—le aconsejó antes de ir en busca del trapo de morder.

Quemaduras reconoció los gestos de Zmey como los que se realizaban para anestesiar y sonrió divertido. <<Que majo>> pensó a medio camino de la ironía. Aquella broma consolidaba en su cabeza la idea del esclavo sexual y le dejaba sin uno de los espectáculos más divertidos. Los primeros chillidos de dolor siempre eran graciosos de escuchar, sobretodo si la persona que los emitía era un bravucón haciéndose el valiente indolente. A Yoel le salvaba eso, que en ningún momento había sido un fanfarrón.

El repoblador subió a la camilla con un trapo en la mano, lo enrolló para darle consistencia y se acercó a la cara de Yoel.

—Abre la boca, bien—le colocó con cuidado el trapo enrollado—. Aprieta fuerte, asegúrate de que no puedes cerrar del todo, así, muy bien. Jamás me he responsabilizado de los dientes rotos—explicó—, pero es una pena que te estropees la sonrisa en un intento de embellecerte el cuerpo—le hacía ilusión colaborar con la broma, aunque fuera con sinceridad.

En cuanto se aseguró de que Yoel estaba cómodo y tan relajado como podía, el demonio de fuego saltó sobre su espalda y subió la temperatura de su dedo. Con la seguridad conferida por varios años de trabajo y toda una vida de artista, Quemaduras comenzó a acariciar la espalda al sinhadre y fue dejando un surco en la piel que hacía honor a su propio nombre.

—Espero que no os moleste el olor a carne quemada—habló de manera pausada, sin perder la vista de su lienzo—. Cuéntame, Zmey, ¿qué tal se ha portado la Luna Roja contigo?—le gustaba conocer a sus clientes y que estos le dieran conversación mientras tatuaba.

Ccostó bastante que Yoel se relajase. Estaba tenso y en cuanto tuvo el trapo en la boca lo mordió con fuerza, dedicándole una mirada de odio a Zmey, que simplemente le respondió con una sonrisa inocente. Cuando Quemaduras empezó, Yoel dio un respingo de sorpresa, y la cara de incredulidad que puso hizo que el piromante estallase en carcajadas.

-Bueno, no muy mal- respondió Zmey cuando pudo dejar de reírse- Me transformó en piromante. Es un dominio complicado, casi me paso la vida entrenando, pero el subidón de poder que da usarlo hace que lo compense.

Su transformación le enorgullecía, y hablar de ella le ponía de buen humor, pero su ánimo pronto se empañó y permaneció en silencio unos segundos, pensativo.

-¿Cuánto tiempo llevas dedicándote a esto?- preguntó, intentando aligerar el ambiente.

—Vaya —sonrió al escuchar la transformación del chico—. No sabía que eras del mismo gremio que yo. El gremio de las calenturas —canturreó al tiempo que emitía una melodía agradable por la espalda. Solía llamar asi a los que tenían transformaciones relacionadas con el fuego o el calor y una de las coñas consistía en llamar Jefazo al Rey, lo cual no dejaba de ser cierto más allá de la broma—. Haces bien en practicar, muchacho. Algún día podrías ser un escupefuego de los grandes —a pesar de los términos que utilizaba, se entendía que hablaba en serio—. Si alguna vez necesitas un blanco pequeño que no se queme, podrías pasar por a buscarme por aquí. Aunque no te prometo que colabore sin incentivos —soltó una carcajada.

Mientras hablaba, había seguido quemando la piel de Yoel, paseando su dedo con un cuidado milimétrico, para segurarse de que los surcos eran correctos.

—Casi desde que nací. Soy... Bueno, más bien "era" un repoblador de una colonia del pantano y digamos que no tuve mucha suerte. Mientras la gente se divertía entrenando ranas o aprendiendo a maniobrar por el lugar, a mí me relegaron a buscar semillas. Y era un santísimo coñazo, créeme. Pasaba el día entero entre aguas cenegales, embarrado. Sin embargo, por las noches solía acudir junto al encargado de tatuar a los recién brotados y acabé aprendiendo y desarrollando el gusto por mancharme las manos de pintura. No tiene nada que ver con lo que hago ahora, la técnica que uso es distinta. Pero los resultados son más mágicos—le enseñó los dientes a Zmey en otra amplia sonrisa y, de haber podido, le habría guiñado un ojo.

Lo que sí que hizo fue chamuscar el último trazo del diseño elegido por Zmey. Con un par de sus cuatro brazos, realizó un hechizo curativo cuya variante no borraba las heridas por completo, sino que las cicatrizaba. Saltó a la camilla, junto a la cara de Yoel y le dio una palmada en el moflete.

—Ya estás redecorado —le comunicó satisfecho. Acercó el dedo que había utilizado para el dibujo y lo limpió con uno de los bordes del paño que todavía mordía el chaval—. Abre —le pidió al tiempo que tiraba de trapo—. ¿Qué, no ha dolido mucho, no? —Sostenía el paño enrollado bajo uno de sus cuatro sobacos y sus cuatro brazos en jarra— Hay un par de espejos en el cajón de abajo, por si quieres verte, Yoel —tras decir eso, se giró en dirección al piromante—. ¿Qué tal lo ves tú, Zmey? ¿Por qué no pruebas a cargarlo?—le invitó.

Zmey atendió a la historia de Quemaduras, siguiendo con interés los trazos que iba haciendo sobre la piel de Yoel, que se estaba empezando a quedar dormido. El hechizo anestesiante aun le permitía notar cierto calor.

Cuando el tatuaje estuvo terminado, Yoel se levantó y se estiró, rascándose las cicatrices. Le dedicó una mirada de reproche a Quemaduras, que estaba claro había sido cómplice en la broma pesada del piromante.

-Decidme que esto no me va a doler luego- pidió, bostezando aparatosamente.

-Están curadas. Supongo que como mucho te picarán- respondió Zmey pasándole un espejo.

Yoel se intentó mirar el tatuaje completo como buenamente pudo, mientras Zmey iba cargando las runas.

-Veamos qué tal van...

Lanzó una bola de luz contra el chico, que cayó al suelo del susto.

-¡¿Qué cojones te crees que haces?!- chilló con voz de pito, arrastrándose hasta quedar contra una pared. Estaba totalmente ileso.

-Un buen trabajo- reconoció Zmey, ignorando a Yoel- Si veo que necesita alguna más o quiero algo para mí mismo, volveré por aquí.

Para despedirse, dibujó un círculo en su pecho con el puño cerrado, luego le hizo una seña a Yoel para que se diese prisa en seguirle. Yoel llevaba manga larga, aun así, el tatuaje llegaba a las manos, por lo que podían verse algunas runas. Zmey las acarició antes de que Yoel apartase la mano violentamente. El piromante sonrió, pero era una sonrisa triste.

Quemaduras rió a carcajada limpia con el ataque sorpresa de Zmey a Yoel, pero luego se le removió la conciencia un poco.

—¡Arriba, muchacho!—trató de compensar su ataque de risa animándolo a levantarse con todo el brío que pudo. Se lanzó un hechizo de levitación y se acercó flotando al piromante mientras su compañero se incorporaba—. Estaré esperándote para...—su respuesta quedó a medias en cuanto vio el movimiento que dibujaba el puño del chico y sus ojos de carbón refulgieron de nuevo—. Espera, ¿cómo sabías desped... Bueno, ¡es igual!—le quitó importancia e imitó el gesto de Zmey, trazando un círculo sobre su pecho con un puño cerrado—. ¡Hasta la próxima, chicos!

RR observaba la partida desde las escaleras, apoyado contra la pared, contemplando a los jugadores con ojo crítico. Introdujo la mano en el interior de su chaqueta, sacando una arrugada cajetilla blanca de entre sus sucios pliegues. Golpeó con desinterés su parte trasera, para finalmente sacar un maltrecho cigarrillo, llevándoselo a los labios y encendiendolo. Al acurrucarse alrededor de la brillante y titilante llama, toda la sala que se extendía ante él se desdibujó en la penumbra, como si el contraste entre aquel fulgor y la oscuridad casi reinante borraran los detalles de todo lo que se encontraba entre ellos. Tras aquel efímero instante, extinguió el fuego con un sordo y agudo click. Dio una larga calada, acercando hacia sí el pequeño y veloz anillo de chispas, mientras reflexionaba sobre la partida que tenía lugar ante él.

Nueva mercancía. El foner gustaba de observar qué nuevo material traían a Gar durante su descanso, como el que observa los escaparates del centro comercial aun sabiendo que va pelado. Los esclavos, sin duda, eran uno de los espectáculos más interesantes. A aquellos pobres diablos los iban a repartir entre a saber cuántos desquiciados mutantes, a los que tendrían que servir con aterrorizada disciplina. A saber qué demonios harían con ellos. Quizá fuera aquello lo que más le interesara: la forma en la que aquellos desgraciados encaraban su destino. Puede que dentro de un par de horas estuvieran sirviendo copas en una mansión, arrastrando bloques de piedra o haciendo favores sexuales a bestias llenas de colmillos y tentáculos, y todos eran conscientes en mayor o menor medida de aquella situación.

Además, era curioso ver caras conocidas. La fortuna, por regla general, era una amante pérfida, pero en Rocavarancolia la metáfora más acertada sería una esquizofrénica hasta las cejas de pastillas. Nunca podías tener claro cuando te iba a asestar el próximo revés, y dónde podía aterrizar tu culo tras el golpe.

Aquel día, RR había acudido a los sótanos por algo más que un espectáculo. Allí se encontraba aquel varmano que tantas otras veces había visto por el recinto perdiendo absurdas cantidades de dinero. No le extrañaba en absoluto que hubiera acabado allí. Por otra parte, el brujo de los roedores era perfectamente consciente de los poderes de aquél chavalín. Podría haberse forrado, de no haber vivido en constante equilibrio entre la ludopatía y la simple y llana gilipollez.

Se acercó a paso tranquilo hacia la partida, sólo deteniéndose para saludar a los guardias, ofreciéndoles un par de cigarros, que aceptaron de buena gana. Mientras estos se entretenían encendiendo sus pequeños pero preciados presentes, tomó una caja y se sentó a la izquierda del varmano, aunque lo suficientemente atrás como para no interrumpir ni incomodar a los jugadores.

-Creo que es buen momento para dejar la partida, ¿no crees?-comentó en un tono suficientemente moderado como para que sus compañeros no se dieran por aludidos.- No sé a qué cojones estáis jugando, pero a juzgar por el lugar y la situación, creo que estás estancado en una mala racha... Mala de la hostia.

Hizo una pequeña pausa para dar una larga calada a su cigarro, que aprovechó para llevarse a las manos la escopeta, descolgándosela del hombro de la forma menos agresiva que pudo y colocándola sobre su regazo, limpiándola. No pretendía amenazar a ninguno de los presentes, ni mucho menos hacer uso de ella. Simplemente le mantenía las manos ocupadas, y el tener un arma de fuego entre las manos ayudaba en gran medida a que no le interrumpieran cuando hablaba.

-Si no me equivoco, te llamabas Wheem, ¿verdad? Yo soy RR, supongo que me habrás visto por aquí alguna vez.

Se tomó otro pequeño descanso para tirar la ceniza del pitillo a un lado, pensativo. Aquella conversación era artificial, incómoda y monográfica. Pero el foner no tenía costumbre de entablar conversación, y aún menos de comenzarlas él. Para colmo, no estaba amenazando de muerte a su interlocutor, cosa que, por regla general, tendía a estimular su capacidad discursiva.

-Supongo que eres consciente de que vas a encontrarte con una amplia gama de degenerados y desquiciados dispuestos a dejarse parte de su sueldo en convertirte en parte de su mobiliario. No tienes pinta de ser capaz de soportar mucho trabajo físico, así que posiblemente te usen de sirviente. Aunque claro, siempre cabe la posibilidad de que te prostituyan. Es un negocio en alza, ¿sabes? en esta ciudad del demonio hay una amplia clientela con exceso de miembros ávidos de agujeros calientes en los que meterlos. En resumen se podría decir que estás en la mierda.
>>No creas tampoco que sólo he venido a recordarte todo esto, aunque quizás te ayude a valorar como es debido mi propuesta.
>>Me han hablado de tus capacidades. Aún me sorprende que no tengas dinero para comprar tu propia libertad. Huelga decir que las he encontrado harto interesantes. Estoy dispuesto a comprarte para aprovecharlos, pero posiblemente esa puerta se cierre en cuanto alguien con más dinero que yo se encapriche contigo. Por eso quiero saber si, llegado el caso, estarías dispuesto ha hacer negocios conmigo, de igual a igual. En cuanto a los medios para conseguir tu libertad, yo me haré cargo del tema. Tú sólo deberás limitarte a sobrevivir. ¿Cómo lo ves? Aunque, si quieres mi opinión, no pareces tener muchas más opciones.

RR miró al varmano con gesto tranquilo. Sabía que no podía dispararle, y por tanto era absurdo crisparse por ello. Se levantó sosegadamente, encendiéndose otro cigarro y llevándoselo a la boca tras devolver el arma a su hombro.

-No me malinterpretes, no he venido a hacerte sonreír, orejas picudas. Vengo a hacerte una oferta de trabajo. Intenta recordarla para cuando te la reformule.

Su tono, aunque calmado, denotaba cierto deje de cansancio, característico de quien sabe que no puede hacer nada por ayudar a su interlocutor a comprender lo que le está diciendo. Si algo le dolía era ver a alguien sufrir una injusticia, pero resultaba mucho más desagradable comprobar que la víctima lo entendía como el curso natural de las cosas.

Dio media vuelta dispuesto a marcharse, no sin antes echar la mirada atrás para poder dedicar unas últimas palabras de despedida al muchacho.

-Y témome que debo corregirte. Los hombres libres deciden a qué precio la chupan. Ahora tú eres un mueble, y la chupas por lo que tu dueño quiera. Suerte con la partida.

En otras circunstancias Vac habría evitado Casa de Gar, pues a pesar de que se desenvolvía bien en aquel ambiente, era territorio enemigo; sin embargo estaba trabajando. Desde la dimisión de Jack había una habitación libre en el burdel, y como aquello suponía perdidas, Cain le había enviado a "contratar" un empleado nuevo. El mercado de esclavos era un buen lugar para buscar, pues aunque el tema de la privación de libertad solía mosquear al griego, no se podía negar que allí abajo tenían una gran variedad de personas.

El hado vestía unos vaqueros desgastados y una camiseta negra de manga corta de algún grupo de la Tierra, llevaba su cazadora de cuero bajo el brazo, y aunque no tenía pinta de esclavista, los guardias no le impidieron la entrada. Ya había comprado antes allí, Vivia y Zedrig habían salido de aquellas celdas, y si la cosa iba bien, pronto habría otro miembros en la familia. Había oído hablar de un brujo varmano con un dominio bastante peculiar, un chico aficionado al juego que había terminado perdiendo su libertad confinado en una de aquellas celdas. El muchacho prometía, y si el griego lograba dar con él y convencerlo, sería un gran fichaje para el burdel.

Vac tuvo que reconocer que los guardias tenían buen gusto al escuchar la música que salía de su tocadiscos, y mientras paseaba por los sótanos buscando al chico, su ceño fruncido se relajó un tanto. Al final lo encontró reunido con otros esclavos entorno a una mesa improvisada con cajones de madera, jugándose sus escasas posesiones en un juego de apuestas. <<Los malos hábitos nunca mueren>>, pensó el griego, apoyándose en la entrada de la celda.
—¿Eres Wheem? —preguntó en voz alta, clavando su mirada en el varmano.

El varmano chasqueó la lengua con fastidio ante la interrupción, pero palideció al alzar la vista y toparse con la mirada del griego. Vac sonrió de forma casi imperceptible y escuchó la respuesta de Wheem antes de entrar del todo en la celda, acercándose al grupo y acuclillándose frente al brujo.
—No quiero conversar con el patrón, con quien me interesa hablar es contigo —respondió a la pregunta del chico. Miró a los demás jugadores de forma significativa y estos se alejaron inmediatamente.

El hado escrutó la expresión del varmano durante unos segundos, como si lo estuviera evaluando, y después de unos instantes volvió a hablar, en voz mas baja esta vez. Lo que tenía que decir no le interesaba al resto.
—Tengo una oferta para ti, pero antes de planteártela me gustaría que me contaras como has acabado aquí y de donde vienes exactamente. He oído rumores, pero prefiero que me lo cuentes de primera mano —aclaró con una media sonrisa—. La gente tiende a adornar o a tergiversar las historias y yo no tengo paciencia para ese tipo de estupideces, no cuando estoy trabajando.

Dejo que el chico asimilara sus palabras durante unas segundos y se sacó un cigarrillo del bolsillo, tendiéndoselo y ofreciéndole fuego.
—No escatimes en detalles, tenemos todo el tiempo del mundo —añadió cordialmente.

Vac escuchó la historia del chico sin cambiar de posición, aun acuclillado, evaluando al varmano mientras este hablaba. Ya conocía a grandes rasgos el relato, era cierto que los rumores circulaban rápido en aquel ambiente, pero aquello le servía para conocer un poco mas al muchacho.
—Estoy de acuerdo contigo, no será la mejor madre del mundo, pero siempre se puede contar con ella —añadió con una sonrisa irónica.

Aun le quedaban un par de preguntas, pero se distrajo unos segundos con la partida que habían iniciado los otros esclavos. Vac había jugado alguna vez a juegos de azar, no le eran desconocidos, pero no comprendía las motivaciones de aquellas personas que convertían el juego en un problema para si mismos. ¿Por qué tentar la suerte si existía el riesgo de acabar confinado en un lugar como aquel?, a disposición de cualquier monstruo con aun menos escrúpulos que la media y que podía hacer contigo lo que quisiera.

El griego ignoró aquellas cuestiones y volvió a centrarse en el brujo, observándolo con atención.
—Y ese dominio tuyo —empezó—, ¿qué abarca exactamente? Eres un bendecido de nuestra Monstruosa Madre —comentó, utilizando el mismo símil que el varmano—, ¿qué eres capaz de hacer con el poder que mamaste de ella?

El hado escuchó con atención las palabras del varmano, sopesando las habilidades del chico y teorizando sobre lo que sería capaz de hacer. No había visto en acción el dominio de un brujo de aquel tipo, pero si lo que decía era cierto, un poder así podía ser muy útil en el burdel. Permaneció en silencio unos instantes, observando el rostro del muchacho con gesto ausente, sin reflejaren su rostro lo que le pasaba por la cabeza.
—No debe ser fácil para un brujo estar alejado de su dominio —habló por fin, enderezándose y dando un par de pasos para desentumecer las rodillas—. ¿Qué esperas que suceda ahora que estas aquí atrapado? —preguntó con curiosidad, atento al lenguaje corporal de Wheem— Se que tienes asumido que estas a disposición del que tenga mas dinero para comprarte, pero me gustaría saber quien preferirías que lo hiciera.

Era una pregunta rara, pero necesaria, pues el griego quería sondear un poco mas al varmano. Estaba seguro de que sabía perfectamente quien era él, no era muy difícil saberlo, pero no estaba al tanto de como trabajaban en el burdel, y seguro que no sabía que si lo compraba él, dejaría de ser un esclavo y pasaría a ser un empleado con sueldo y lugar en el que vivir. No era una vida para todo el mundo, eso estaba claro, pues las cosas que tendría que hacer no siempre serían agradables; pero si el chico estaba dispuesto, Vac podía ofrecerle una salida a su situación bastante mas apetecible que lo que le esperaba con casi cualquier otro comprador.