Juro solemnemente que esto es una travesura

Caminar a hurtadillas era una pasión no reconocida. O al menos eso es lo que pensaba nuestro pequeño. Su familia siempre le regañaba por hacerlo cuando le pillaban acercándose en silencio a una puerta para escuchar secretos o conversaciones que no le incumbían. Pero lo cierto es que estaba seguro de que a los adultos simplemente les daba vergüencita admitir que todos disfrutaban con aquel acto tan natural. Y lo sabía porque lo había visto cientos de veces en sus hermanas al jugar al escondite, o en su propio padre al tratar de asustar a su madre en Halloween.

Admiraba sus sonrisas, volviendo a ser quizás por un momento aquello que un día fueron. De modo que no podía ser tan malo... ¿verdad? Aún recordaba la excitación que sintió en su estómago el día en que Damian y él decidieron escapar en mitad de la madrugada. Se arrepintió y los decepcionó a todos, de acuerdo, y además lloró por ello y por ser tan mentiroso respecto a su mejor amigo. De acuerdo también en eso. ¿Pero no fue súper chuli? Vale que no quisieran ir de excursión más allá de Sendar todas las veces que desearía, pero eso no significaba que no pudiera buscar sus formas de entretenerse entre tantas tardes muertas. Y entre tanta gente que se iba para siempre.

En cualquier otra circunstancia Aniol habría guardado sus ocurrencias para otra ocasión, ya que la víctima a la que buscaban estaba durmiendo plácidamente en una de las habitaciones contigua a la de Aria. El polaco solía evitarla y no perturbar su estado de ánimo, pues le parecía frágil y enferma. Lo que pasaba es que ya no había nadie a quien molestar. Era un hecho innegable al que, de una manera cruel, empezaba a acostumbrarse. Las heridas, la sangre y las camas vacías creaban un buen mejunje entre los que podía buscar algún ratito para canturrear por lo bajo o seguir siendo lo que era.

Un crío.

Así que allí estaban, en posición comando, deslizando sus pies cual almohadillas de gato por el pasillo e internándose en un cuarto donde yacía el pobre Connor. Puede que el motero supiera muchas cosas de la vida, entre ellas enseñarles a defenderse, pero debería entender que dormir tanto a plena luz del día conformaba una diana perfecta para dos niños de once y doce años.

—Ay... que no nos vean —le musitó a su compinche, después cerró la puerta con cuidado y colocó por fuera una bufanda raída entorno al pomo para que nadie molestara. Desconocía del todo su verdadera finalidad pero había observado a sus padres hacerlo en alguna ocasión y siempre daba resultado—. Parece que nu... Rambo, todo está despejadito... —sus mayores preocupaciones eran Ethan y Rick, por evidentes motivos. El primero porque habituaba la presencia del canadiense, y del segundo porque ya se había sentido lo suficientemente mal cuando le robaron el mapa como para que el chico pensara que trataban de hacer algo parecido ahora. Nohlem, en cambio, no presentaba tanto conflicto. Seguro que si les cogía con las manos en la masa se uniría a ellos de manera más clara que el medio japonés.

La figura enorme de Connor dormido como un tronco le imponía, su respiración pesada se asemejaba a la de un dragón. Pero le bastó cruzar una mirada traviesa con Damian para no echarse atrás ahora. Quién influenciaba a quién después de varios meses juntos seguiría siendo un misterio para la mayoría.

—Ay... connorcito connorcito... —entonó casi para sí mismo, los ojos del niño bailaron de emoción cuando sus dedos empezaron a tejer con magia. Pronto los mechones de su cresta fueron tornándose de otro color en un arcoíris sin sentido. Azules eléctricos, verdes moco apagado, amarillo pis y hasta gris y blanco—. Que pelito más bonito tienes... hijo mío... —el plan no acababa ahí, hasta se habían hecho con un poco de harina.

Desde que tenía uso de razón, el italiano pasaba la mayor parte de su tiempo libre haciendo trastadas en su hogar. No eran las bromas más elaboradas pero eso le hacía sentir bien cuando la mayoría de adultos estaban ocupados con sus cosas. Era divertido chincharlos, pues era una forma de llamar la atención y de hacerles ver que Damian estuvo ahí. Claro que se llevaba tremendas regañinas de Luciano o promesas de estar castigado sin Rambo de Stefano, hasta en ocasiones muy específicas su madre hacía de freno para una broma muy pesada.

Sin embargo, las reacciones en sus caras no tenían precio y si al menos uno le reía esas gracias no quería parar, era su forma única de hacer un espectáculo como Dios manda.

En aquel mundo nuevo y desolado no iba a ser distinto. Ya hizo un par de cosas por las que sus compañeros le regañaron. Le hicieron cabrear, hasta se llevó un mal sabor de boca con aquel intento de ir a la aventura con Aniol. Fue una putada pero una buena dosis de adrenalina desde luego.

Y de nuevo, ese venazo de hacer una jugarreta salió. Y no solo a él, sino que Aniol también y entre ambos se ponían a cocinar planes a escondidas. Eso le motivó aún mas pues no se sentía solo él y sus ganas internas, tenía un amigo que lo comprendía y lo acompañaba a eso, una forma de retroalimentarse con alguien de su edad.

Y le tocó a Connor ser el objetivo.

—No nos ven, somos uno con la maleza —le contestó a Aniol cuando entraron en la habitación y la bloquearon. Damian fue descalzo para hacer menos ruido que con sus enormes botas, con una cantidad decente de platos y vasos de madera que recogió de la cocina, apilados unos con otros—. Todo limpio por Alfa y Bravo, confirmamos Charlie también —miró a cuarenta sitios distintos, simulando tener unos prismáticos y agachado como una rana.

Mejor era que estuviesen solos, la operación no podría cumplirse con inconvenientes que entorpezcan la visión y que tampoco quería llevarse una regañina de nadie por el camino. Asintió a Aniol, ambos impulsados por un deseo travieso de acercarse a Connor, dormido como si estuviese “imbernando” o como sea que le dijo Luciano que hacían los animales.

—Connor, has servido muy bien al país pero… debes sacrificarte por nosotros... —cuando dejó toda la vajilla de madera al suelo, simuló un saludo militar con gestos y tonos “tristes” sacando el labio inferior hacia fuera. Luego se tuvo que morder la lengua al ver el mejunje arcoiris en el que se estaba convirtiendo el pelo de Connor, aguantando la risa y animando a Aniol a partes iguales. Que guapa estaba la magia para usarla así—. Pffft- Que precioso está el gallo multicolor jsjjs.

Poco a poco, mientras Aniol seguía a lo suyo. Damian se encargó de apilar platos, vasos, mas platos. Era una curiosa Torre de Pisa que mantenía el equilibrio sobre el abdomen estable del canadiense enorme y frito.

—¡Aniol! Corre ponle la harina en la mano, antes de que se caiga esto. Fase 2, fase 2 —se estuvo cagando de risa mientras sugería a Aniol avanzar con el plan. No pudo creer que lo estuviesen haciendo de verdad.

Estaban creando arte, el hombre-gorila-torre-arcoíris-crestudo. La Mona Lisa de Rocalandia.

Aniol estaba creando una verdadera obra de arte, sí, pero eso no significaba que su amigo se quedara atrás en proezas. El niño admiró la templanza y el equilibro de Damian para apilar todos esos platos y vasos sin que se cayeran del abdomen de Connor. Estaba seguro de que solo un circense como él podía ser capaz de lograr tal cosa. Y de que si tardaban mucho más con sus travesuras estallarían en risas antes de poder completar la Fase 2 de la que hablaba el italiano.

—Solo un poquito más aquí... y vuy... —los dedos regordetes del polaco se movieron con una delicadeza programada, ultimando unos destellos dorados en la parte más frontal de la cresta del motero. El resultado rayaba lo ridículo. Vetas rojas y azules coronaban su cabello en conjunción con una amalgama imposible y más parecida a lo que formaría un niño si juntaba todos los colores de plastilina en una sola aberración.

Las dudas sobre si se estaban pasando o no terminaron en cuanto colocó la harina sobre la mano del canadiense. Lo hizo con sumo cuidado, reparando en la decena de cortes que presentaban sus palmas rugosas. Pero nada importaba, sería divertido.

—¿Damian? —una sonrisilla nada angelical perfiló sus labios—. Hagamos que el gallo cante... —y con una mini señal se retiró de manera inteligente hacia el cobijo de una de las literas. Si le cedía a su amigo el hacerle cosquillas para que se estampara toda la cara con harina él todavía tendría una oportunidad de esconderse y pasar desapercibido. Así que esperó de manera algo egoísta que Damian no advirtiera aquel detalle—. Buenos días... connorcito... —canturreó con los mofletes hinchados de la risa y apoyando le barriga en el suelo para ocultarse bajo la cama más próxima a la salida.

Vaya circo le estuvo montando Aniol a su amigo adulto en la cresta, parecía un adorno que siempre veía de pequeño en muchas funciones de su familia. Imaginarse a Connor plantado en medio de los trapecistas con su pelo multicolor le hizo reír por lo bajo, hasta se le escapó alguna lágrima delatadora por mantenerse callado.

—Bien bien pfffttt… La harina pnthhh…

Vale, ya tenían la trampa de la harina, la pintura mágica y la torre de platos y vasos encima de él. Solo quedaba una cosa y era ejecutar el secreto pero increíble plan que era hacerle cosquillas en la cara a la víctima. El italiano, con la misma sonrisa de diablillo, asintió con todas las ganas del mundo de hacerlo él mismo. Aniol se estaba portando la mar de generoso, le había dejado la mejor parte y ni siquiera se lo peleó un poco.

—Venga, voy para allá —se sacó un trozo de tela que ya recogió de su habitación, lo suficientemente fino como para que acariciase la cara del canadiense como si fuese un bichillo que le estuviese dando por culo—. Soy un bichillo porculero, bzzzz —dijo burlón y bien bajito, mirando con expectación la mano llena de harina.

Connor dormía plácidamente en una de las habitaciones de la primera planta. Tras tantos días con insomnio siempre llegaba un momento donde su cuerpo cedía ante el cansancio. No por sueño sino por puro abatimiento. Como una bestia herida que no pudiera dar un paso más entre goteos de sangre. A veces caía rendido apoyado en sillas y mesas, aunque esta vez había tenido la cortesía consigo mismo de tenderse en una cama en cuanto notó las primeras señales de que sus ojos se cerraban.

Por ello mismo, el motero descansaba profundamente casi sin moverse. Como una especie de puñetera momia faraónica que solo muestra señales de vida gracias al vaivén rítmico de su pecho respirando y al periódico ronquido que salía de su nariz. Como un motor de un coche viejo y estropeado que necesitaba una buena mano de aceite para funcionar a la perfección. ¿Pero cuándo cojones iba a llegar esa "mano de aceite"? ¿Cuándo iba a poder dormir bien de una jodida vez? Connor no tenía ni puñetera idea y menos en aquel momento, porque sí, ahora estaba durmiendo profundamente al menos. Hasta que un leve cosquilleo le empezó a incordiar. Al principio sutil, pero pronto empezó a ser más insistente y poco a poco sacaba al motero de su sopor. Arrancándolo de las brumas del sueño y arrojándolo a la dura realidad del despertar.

-Eh..... Que...- Empezó a murmurar con voz ronca, aún con los ojos cerrados y lo suficientemente dormido como para que nada de lo que dijera tuviera puto sentido.- La moto volaba, cabrón... Te juro que volaba...- Murmuró, aún medio dentro del último sueño que estaba teniendo. Su mano derecha llena de harina se agitó un momento, pero sin llegar a golpearse con ella. El cosquilleo siguió unos segundos más, transformando la somnolienta cara de Connor en una mueca de disgusto. Gruñó profundamente y con gravedad, cada vez menos dormido y más despierto. Atravesando más nieblas de sueño.-¿Ehh?- Y de repente y sin previo aviso, quizás por un acto reflejo o porque estaba empezando a soñar que tenía insectos en la boca, la mano llena de harina de Connor se proyectó con velocidad hacia su propia rostro.

La puñetera hostia sonó tan fuerte que le despertó más eso que el dolor de la bofetada. Y se desató el caos. Los ojos de Connor se abrieron de par en par como si fueran los de un jodido búho, aún intentando procesar quién cojones le había golpeado y sin pensar que podía haber sido él. No tuvo mucho tiempo de meditar sobre ello, porque su agitado despertar y movimiento mandó por los aires  los platos, cuencos y vasos que estaban encima suya. La mayoría cayeron en la cama, pero un par fueron al suelo y el ruido de la cerámica rota solo le regaló más caos y confusión a su mente.

-¿¡EH, QUE COÑO ESTÁ....!?- Exclamó mientras daba varios botes en la jodida cama con el corazón acelerado y casi en guardia. <<¿Nos están atacando, joder?>> Ni siquiera fue consciente de que Damian pudiera estar cerca hasta que su último bote hizo que sacara medio cuerpo de la cama. Provocando una pérdida de equilibrio y que se empezara a caer hacia fuera. -¡Joder!- Exclamó con el corazón acosado por el susto y la sorpresa, antes de estamparse contra la fría piedra de manera pesada y torpe.- ¡UUUHHHHH!- Gimió con dolor. Su cabeza aún lo justamente confusa como para no entender nada, ni mucho menos para reírse por ello o enfadarse.

Tumbado en el suelo, con la cara llena de harina y una cresta multicolor de la que no era consciente. No era uno de sus mejores momentos. Aunque quizás para otro sí.

El plan seguía su curso a la perfección pues Damian no se percató de que lo estaba usando un poquito como al airbag de un coche para resguardarse tras la seguridad de su cama. Al agacharse, la piedra fría del torreón sorprendió a sus mejillas, pero nada impidió que se ocultara bajo la madera mientras contemplaba como el italiano se deleitaba con una de las cosas que mejor se le daba hacer: Molestar, molestar como un bichillo.

En los segundos en los que el motero se mostró somnoliento Aniol tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para no estallar en risas. Los platos danzaban sobre su vientre con peligrosidad y la harina aún descansaba en su rostro. Resultaba realmente complicado aprisionar el aire en las costillas y que las carcajadas no brotaran de la garganta como un acorde de guitarra tocado por error. En última instancia miró a Damian en un silencio pactado, y lo hizo con los ojos lloros e inyectados a puntos de explotar cual pez globo.

Fue el desastre lo que sin embargo, hizo que su silencio fuera una especie de seguro de vida del que tanto hablaban sus padres. Connor no solo rompió varios de los platos, tirándolos de su colchón y dejando el suelo repleto de trocitos pinchantes que estaban fuera de lo previsto, sino que se estampó de un golpe cuando la pérdida de equilibrio del canadiense quiso que el alma del polaco se escapara de su cuerpo.

—Damian... nus va a matar... —susurró, con el corazón dividido entre mearse de la risa y salir corriendo con pies en polvorosa. Puede que al igual que un cervatillo ante un león se quedara paralizado, deseando que la oscuridad ocultara su forma bajo una de las innumerables camas vacías de la habitación—. Dile a mis hermanas que las quiero... —se despidió—. Fue una buena vida...

El trozo de tela atacaba sin piedad la cara de Connor. Iba por la frente, la nariz, las mejillas, cualquier punto débil que el italiano, con experiencia propia al putear a gente que ya conocía en su hogar, sabía mejor que nadie. Ver las muecas del canadiense le hicieron ensanchar la sonrisa que reflejaba de todo menos buenas intenciones con quien tenía ahí, dormido, débil, a huevo.

Y empezó a hablar en sueños, murmurando cosas que no sabía Damian exactamente a que diantres se refería pero fue ese gesto de murmurar con voz tan ronca que apretó la cara, cortando un impulso de reír y deteniendo el aire de su boca y fosas nasales que, de vez en cuando, hacían un sonido delatador que luchaba por salir. Agitó la mano y el niño no paraba con el trapo, haciéndolo con torpeza pues estaba agazapado, llorando de risa y con los labios apretados en una mueca hilarante e hinchada. No podía hacer ruido, mirando a Aniol quien estaba también descojonándose lo que provocó que se agitase, una risa silenciada que solo salía por sus ojos y pegajosa por su mejor amigo.

La que les iba a caer, pero qué más da.

Eso si, una mano que iba a toda ostia a hacer fuego amigo peinó la melena de Damian quien retrocedió con cara de asombro. Lo había hecho, ¡se había metido un guantazo el gilipollas! Su boca estuvo en forma de “O” por la genuina sorpresa y sus manos en la cabeza por todo el caos que tenía delante, su respiración se agitó como el preludio de una de las mayores carcajadas de su existencia. A tomar por culo su cara llena de harina, a tomar por culo los platos, algunos reventando contra el suelo. Joder, la que estaba liando.

—PFFFFF. ¡¡JAJAJAJJAHAJAHJASHJHJAHAJHAJHJA!! ¡¡JJIJIAJJAJAJAJAIAIAJIAAIIAAJIAJA!! —le faltaba el jodido aire, mirando a Connor y luego a Aniol quien esperaba una sentencia de muerte pero Damian se reía, literalmente, en la cara de la muerte inminente y saboreando con una escandalosa dulzura el momentazo que tenía delante. Agarró del hombro como buenamente podía a su mejor amigo, haciendo un saludo militar aun con la cara pava de reír tanto—. JJJDSHSF- Ha sido-PFHHH. Ha sido un placer, aquí nos despedimossSAAAAJJJAJAJAJA.

Estaban condenados.