Torreón Letargo (Archivo V)

Abro los ojos, he tenido un sueño horrible. Uno que acaba conmigo muriendo por cachorros de perro. <<Joder, me estoy volviendo loco>> Me levanto de la cama, hoy es el día esperado. El día en que la Luna Roja se alzará y nos cambiará. El día en que descubramos nuestro verdadero ser.

Me levanto de la cama totalmente nervioso. ¿Cómo estarán los demás? Al mirar alrededor no veo ni a Sekk ni a Roaxen. Me dirijo a la salida y entonces noto algo distinto. Parte de mi pierna derecha está cubierta por un pelaje anaranjado. Me asusto ligeramente y pego un grito ahogado, ha llegado. Estoy cambiando, no puedo impedirlo. Voy en dirección al cuarto de baño asustado, allí se encuentra la israelita. -Oh Dios mío, Ruth. Ya comenzado, la Luna me está convirtiendo... en algo ¿Tengo también en la cara?-. Le digo a la israelita mientras le enseño la pierna peluda.

Rocavarancolia ha ganado, no podemos hacer nada para evitar la transformación. Sólo espero que mis demás compañeros no hayan cambiado mucho.

El holandés no parece saber mucho más que yo, no disimulo el miedo que siento cuando este decide hacer mención a la luna, niego con la cabeza cuando dice que ha empezado.
-No, no quiero, me niego- digo apartando la vista bruscamente de su pierna, era un vello corporal el que le había salido en la pierna, vello que no debía de estar ahí en tanta cantidad y mucho menos en ese color anaranjado, con la mano temblando vuelvo a mirarle a los ojos, advirtiendo en silencio que el humano está un poco más encorvado de lo habitual. >>¿Se le está doblando la espalda o son imaginaciones mías?<<. No lo sé a ciencia cierta, es tan imperceptible que no puedo asegurarlo y mucho menos llegar a comentárselo.

-No, en la cara no ¿Yo tengo algo diferente?, dime que no, dime que no estoy cambiando. ¿Dónde estarán los demás?-acabo con la lengua como un trozo de pan seco y mirando alrededor con nerviosismo, se me ocurre una idea, le pido al holandés que se quite la camiseta para examinarle mejor, todo en medio del pasillo. Devoss no se niega, quizás en otras circunstancias me habría tomado por loca o habría mostrado esa territorialidad que últimamente provocaba afrentas extrañas entre nosotros, pero tal y como están las cosas se limita a quitársela rápida. Con la yema de los dedos le rozo la espalda para encontrar la presencia de más pelo, pero me sobresalto cuando da un grito y se retira de mí con violencia.
-¿Qué? ¿Qué ha pasado?, me has dado permiso ¿No?,- pero en su cara noto que no se trata de eso. Justo cuando se dispone a explicarse oigo gritos abajo, de ambos ulteranos, especialmente del intara. >>¿Qué demonios está pasando?.<<

La israelita quiere negar lo evidente, no la culpo. Pero yo no puedo negarlo, está pasando. Por suerte solo tengo vello naranja en la pierna, Ruth me pide que me quite la camiseta y yo lo hago enseguida. Si me voy a convertir en un maldito peludo mejor saberlo de antemano. Ella toca mi espalda con sus dedos. Noto un fuerte dolor que hace que me aparte violentamente de ella. -¡Joder! ¿Qué ha sido eso? Quemaba, tu mano... quemaba. Tengo miedo Ruth, tengo mucho miedol No sé que será de nosotros. Solo...solo quiero ser yo. No quiero que me obliguen a cambiar. En ese momento escuchamos unos gritos.

Nos miramos mutuamente y bajamos las escaleras. Abajo se encuentran casi todos nuestros compañeros. No puedo evitar sorprenderme al ver el brazo peludo de Varsai. ¿Ella también? <<Qué alguien me explique que pasa, por favor.>>

Kimbra comió tranquilamente y salió al patio donde comenzó los cuidados al huerto a la espera de que el resto de sus compañeros despertaran para comenzar a realizar las actividades acostumbradas, tal y como hacía todos los días. La diferencia esta vez recayó en la actitud que presentaba Sekkeh cuando salió y volvió a entrar de forma enfurecida. La krabelinense siguió de forma precavida al ulterano, consciente de que este sufría algún tipo de brote de agresividad que podía afectarle si su proximidad era mayor. Una vez dentro del torreón, Kimbra se encontró con una curiosa escena, en la que Sekkeh gritaba y pateaba una silla; Varsai parecía estar desarrollando vello blanco a una velocidad acelerada y Roaxen se quejaba de algo que debía estar ocurriéndole a su vista. Fue precisamente el tono angustioso de voz del ulterano el que llamó poderosamente la atención de la engendro. De alguna manera ver y escuchar el sufrimiento de Roaxen producía en la krabelinense interés e incluso algún tipo de satisfacción desconocida hasta el momento para ella. Aquello desconcertó a la Hija de Lunas, pero no por ello la sensación desapareció, sino que se fue intensificando a medida que percibía el sufrimiento del ulterano aumentar.

Desconcertada con el sentimiento, intentó evitarlo apartando la mirada de Roaxen para poder analizarlo y racionalizarlo, e intentó distraerse con otro suceso que la desconcertaba.

- Varsai, está creciendo en tu piel un nuevo vello de un…- quiso informar la engendro, pero su explicación quedó cortada por un fuerte grito que provenía de su propia garganta y que había sido producido por un punzante e intenso dolor en las sienes.

El grito no fue muy largo, pues enseguida la krabelinense consiguió controlar su propia voz, pero el dolor no cesaba y lo único que pudo hacer ella para aliviarlo fue el inútil movimiento de llevarse las manos a la zona afectada y variar su acción entre sujetar y presionar.

El neoyorquino se despertó un rato después de Sekkeh y Roaxen, sin haber visto a ninguno de los dos al levantarse, dispuesto a ir directo a la ducha. Para variar, apenas había dormido tres horas, habiendo pasado la noche tumbado en la cama mirando al techo sin hacer más que pensar. Necesitaba agua que le espabilase el cuerpo antes de bajar y hacer sus tareas como de costumbre, y al encontrarse la bañera fresca supuso que algunos de sus compañeros habría estado hacía relativamente poco allí.

De haber visto el futuro, el rubio se habría pensado dos veces la idea de bañarse.
Puesto que la bañera estaba ya vacía, no le quedó más remedio que hacer unos cuantos viajes al pozo para llenarla. De milagro no se topó con ninguno de sus compañeros durante el camino, y por mero despiste dejó el cubo sin atar al volver a dejarlo donde estaba. No esperaba que nadie fuese a lanzarlo al pozo como si tal cosa, después de todo.

En la propia bañera no duró más de 10 minutos. El agua estaba fría, y puesto que la temperatura fuera tampoco compensaba como para refrescarse demasiado en la bañera, una vez hecho lo necesario salió de esta casi tiritando, poniéndose los pantalones sentado al borde de esta de forma urgente. Fueron los gritos, provenientes de lo que parecía el salón, lo que le hizo quedarse pillado unos segundos y casi meter la cabeza por las mangas de la camiseta.
¿Sekk? No podía ser. El ulterano no le gritaba así a nadie, ni siquiera a él cada vez que le daba por comerse algo del plato del otro mientras no miraba.

—Eeeeh, ¿tíos, va todo bien por allí? — cerró los ojos al pasar la cabeza por el agujero correspondiente de su camiseta raída, con la intención de ponerse su chaqueta de cuero a continuación, pero no pudo volver a abrirlos.

«Hm, ¿vale, qué?»

Juraría haber oído un último “chof”, pero tras ello todo fue silencio y oscuridad. Se quedó completamente paralizado, consciente de que su cuerpo seguía allí, sentado al borde de la bañera. No oía su propia respiración, no veía nada, y lo más preocupante: su cabeza no estaba.
Pasó las manos de forma lenta en un principio, frenética al final, por todo su cuerpo, empezando de cintura a pecho (su corazón aún latía), y finalmente cuello. Hasta allí, final.
Habría vomitado del vértigo de haber podido.

«Me cago en la puta, que coño pasa aquí.»

Las manos comenzaron a temblarle del desconcierto, y aún así tuvo el valor de ponerse en pie. Mantener la mente activa y pensar lo que fuera hacía que el silencio no fuera tan ensordecedor.


«Donde está mi cabeza. Vale, de puta madre macho. Si salgo de aquí me despeño. Socorro. N-No... no tengo cabeza... Pero sigo vivo. Creo. ¡Oh, joder, VENGA YA! En serio, ¿de todas las muertes posibles, esta es la mejor que se te ocurre, planeta de mierda?»

Consiguió arrodillares entre temblores, palpando el suelo a cuatro patas como si hubiera perdido las lentillas hasta quedar tumbado y apoyado en el borde de la bañera, con la mera intención de no caerse de “boca” por el pánico.

—¡Cierra el puto pico! —le respondió al xolnita, apartándose con brusquedad cuando se acercó a examinarle la mano. Su cabreo no estaba remitiendo y, para ser sinceros, solo iba a peor. A medida que el salón se iba llenando de gente las sienes del intara latían con mas y mas fuerza, y el sonido de sus dientes rechinando inundaba toda la habitación. «Debo salir de aquí» pensó para sí ignorando por completo a Irianna, exprimiendo su última gota de lucidez para encaminarse hacia las mazmorras sin mirar a los presentes.

Bajo las escaleras de dos en dos, maldiciendo por lo bajo a nadie en particular, y se metió en la armería para equiparse adecuadamente. Como un vendaval el rubio entró en la estancia y buscó entre aquel montón de chatarra algo útil, derribando un par de estanterías en el proceso antes de encontrar por fin un enorme hacha que en circunstancias normales habría dejado de lado por su aparatosidad. La asió con una sola mano con impaciencia y accionó el mecanismo del puente con brusquedad, regresando al salón dando zancadas y enfilando la salida ajeno a lo que estaban pasando sus compañeros de cosecha.
—Fuera de mi camino —gruñó en un falso tono de calma que resultaba más perturbador que cualquier grito. Su sangre seguía humeando cuando alguna gota tocaba el suelo, y el fuego iracundo que ardía en sus ojos habría calcinado los ánimos del mas valiente.

Sin atender a razones el intara apartaría de un violento empujón a cualquiera que se acercara lo suficiente, para salir a continuación por la puerta sin siquiera mirar atrás. Sus botas resonaron en el puente con fuerza cuando lo atravesó y, tras decidir aparentemente al azar una dirección sin nada en especial, Sekk se perdió con rapidez entre los edificios. Necesitaba destruir algo, y ni siquiera la voz de Jace pidiendo auxilio en su cabeza o la repentina tormenta que había estallado podrían detenerlo.

???

Apenas podia escuchar la ruda respuesta que se grajeo del intara. La confusión del xolnita llegó a un punto algido. Caos reinaba en el torreon, unos iban y venian. Más aparecian en la planta baja. Todo podia indicar a una sola cosa.

-No puede ser...-murmuró desalentado el ulterano.-La Luna... ¡Pero el libro...!-se mordió la lengua, pues un latigazo de dolor en la rabadilla le hizo sesear. De nuevo, el ulterano no sabia si por prejuicios o porque cada uno se encontraba a lo suyo, se encontró en un apuro. Nadie le iba a ayudar, al menos a levantarse. Su baston estaba cerca, pero se estaba mareando por las visiones negras que colmaban su vista. Alargó el brazo y alcanzó el bastón con este.
Lo clavó contra el suelo y, apoyandose en un mueble con el muñón, logró alzarse sobre sus pies a duras penas, mientras se iba acostumbrando a aquellos fogonazos de un color tan horrible.
-Manteneos... Manteneos en el torreón.-otro latigazo de dolor en la rabadilla le hizo doblarse, casi llendose de cara contra el suelo.-No... salgais... el libro...-
Con un gesto, intentó borrar aquellos signos de dolor y las manchas con un hechizo de curación. Al ver que no habia efecto, convirtio una superficie a reflectante y se examinó primero la rabadilla y luego los ojos y al comprobar que las manchas eran físicas y que sus ojos se estaban nublando con un color negruzco, el ulterano soltó un grito ahogado.
-¡N-No puede ser... ¿¡Acaso el libro mentia!?-exclamó horrorizado.

No queria saber, no queria ver en que se estaba convirtiendo. Aquello era altamente horrorizante y el ulterano habia visto mundo en aquel departamento. Se lanzó sobre los muebles para andar, pues las piernas le fallaban. Sekkeh habia desaparecido.
-¡Mantened la calma!-ordeno, mientras se acercaba al grueso de los cosechados que se transformaban.-¡No servirá de nada entrar en pánico! ¡Sed razonables!-intentó explicar, aunque dudaba que nadie le escuchara.

Otro latigazo de dolor le hizo doblarse sobre si mismo, mientras que su ojo nublado comprobó al intara subir por las escaleras. No solo estaba fuertemente pertrechado, sino que además portaba un hacha enorme consigo.
-Sekkeh... ¿a-a donde vas?-
No hubo más intercambio de palabra. Bajo el puente y fue a salir.
-¡No! ¡Alto! ¡Hay que mantenerse unidos para...!-un ultimo latigazo de dolor le hizo vomitar contra el suelo para luego caer de espaldas contra la piedra, retorciendose. Sus heridas ardian, su boca ardia tambien. Perdia la vision por momentos. Aquello era el fin.

Varsai acompañó a su compañera a la planta baja, el pelo le crecía por segundos. En el tramo que llevó bajar y la escena de Sekkeh el vello se extendió por sus manos.

Miró a Kimbra con una cara que significaba "No me digas", estaba nerviosa y no le gustaba que le recalcaran que le estaba saliendo pelo por todas partes. Esa cara mudó la expresión por una de preocupación cuando la chica se agarró las sienes.

Varsai vio salir al ulterano por la puerta del torreón y aunque se preocupó no iba a ser ella la que se interpusiera en su camino. El pelo seguía su avance y empezó a cubrirle la cara, la curvatura de la espalda se hizo mas pronunciada y evidente.

No dolía pero la niña no podía si no preguntarse qué le estaba pasando, al parecer a Devoss le estaba pasando algo parecido pero con pelo naranja. Se acercó a él.

"¿Cómo te encuentras?"

Devoss también le estaba saliendo pelo por todas partes como a Varsai cuando Sekkeh subió de las mazmorras con un hacha enorme entre las manos y se dirigió hacia el exterior del torreón llevándose consigo aquella aura de agresividad que le resultaba incluso sobrecogedora. El primer impulso de Irianna fue seguirlo, porque a fin de cuentas llevaba ya largo tiempo sintiendo que había algo ahí fuera y necesitaba saber qué era.

Tan solo la promesa que le había hecho a Varsai, el grito de Kimbra, y el evidente estado de nervios de Roaxen le impidieron salir tras el intara inmediatamente.
—Pero Sekkeh… Puede pasarle algo ahí fuera… —trató de replicar a un histérico Roaxen.
La lacustre fue interrumpida por alguien inesperado. Sigrún había aparecido en la planta baja escasos momentos antes, en silencio. El albino se dirigió directamente ella y le dijo que no se preocupara, que él iría tras Sekkeh, alegando que él era el único que conservaba intacta su capacidad mágica y que, por tanto, podría defenderse mejor. El humano, sin esperar respuesta, salió corriendo del torreón mientras la idrina observaba como se alejaba, mordiéndose el labio inferior. La urgencia por salir y la mala espina que le daba Sigrún luchaban contra el hecho de que sabía que debería permanecer en el torreón y ayudar a los que se encontraban en peores condiciones.

—De acuerdo, vamos a intentar tranquilizarnos —dijo mientras inspiraba profundamente—. ¿Cómo os sentís? Kimbra, ¿qué te ha pasado?
Antes de que nadie pudiese responder y en pleno ataque de nervios que le hacía hacer preguntas sin parar porque no sabía por dónde empezar a ayudar, se escuchó el restallido de un trueno en el exterior. No mucho después, un sonido familiar y que a la vez hacía mucho tiempo que no escuchaba inundó por completo el torreón: estaba lloviendo por primera vez desde que habían llegado a la ciudad. Tenía demasiadas cosas en la cabeza y, mientras observaba la lluvia repicar fuertemente contra los muros del torreón a través de la puerta aún abierta, se preguntaba cómo estarían Jace y Rasqa.

Una gran parte del grupo se encuentra allí reunida en el salón, confundida y acalorada no me resulta difícil encontrar el origen de los gritos, Sekk se ha enfadado, pero de una forma sobrenatural, solo contemplo horrorizada como sale de forma desagradable del Torreón con un hacha entre sus puños de rabia, casi empiezo a hiperventilar de los nervios, >>!Ha salido el día de la Luna Roja!<<, por una vez y solo por una no guardo deseo de ir a buscarle, en un día como este es mejor que se quede solo.
Paseo la mirada por el resto del grupo, llevándome la mano a la cabeza al ver  a la varmana encorvándose exactamente de la misma forma que lo hace Devoss, abro los ojos de par en par cuando ambas pieles se van recubriendo de vello poco a poco, uno naranja y la otra blanco como la nieve. >>Están cambiando ¿Y yo? ¿En qué he cambiado? ¿Está relacionado con lo que ha pasado antes con Devoss o era solo un síntoma del holandés, por favor que sea así.<<

Atemorizada me siento en uno de los sillones, aguantando a duras penas las ganas de vomitar, está pasando, está ocurriendo. Voy a Cambiar, dios mío, voy a cambiar. Esto no me puede estar pasando a mí, ¿Cómo puedo evitarlo?, no quiero. No. >>¡No quiero ser un monstruo!.<<
Sólo me levanto con rabia cuando el xolnita intenta controlar la situación, poniéndome más nerviosa de lo que ya estoy. Mis manos forman un puño y decido descargar toda mi rabia contra él.
-¡Claro que mentía! ¿¡Pensabas qué alguna vez esta puta ciudad nos iba a decir algo que fuera verdad?!. Cállate por favor, si Sekk quiere matarse que lo haga. ¡Que se muera quien sea de una vez por todas! ¡Que lo que tenga que pasar lo haga de una vez!, la situación es crítica Roaxen- le digo con el corazón a mil por hora y sin darme cuenta de que al hablar hacia él tres mechones de mi pelo se convierten en lenguas de fuego furiosas- no la empeores con gritos.

Pero es exactamente lo que yo hago cuando me veo una parte de mi pelo ardiendo. Me siento desfallecer y empalidezco enseguida, siendo consciente que estoy a punto de desmayarme.
-¿Qué?, que...¿Qué es esto?- pregunto con la voz temblona y con varias lágrimas deslizándose por mis mejillas, miro a la Idrina con desesperación en busca de una respuesta.- ¡Por favor! !Ayudadme,  no sé que me está ocurriendo!- sin querer me doy con la esquina de la mesa y me caigo al suelo, arrodillada y sin saber que es lo que está pasando. Empiezo a temblar, todo mi cuerpo sufre espasmos increíbles de miedo y pánico, allí acuclillada rehuyo la vista de todos los demás tapándome la cara.

Así que me levanto del suelo llorando, dirigiéndome hacia el patio corriendo.
-¡No quiero que me veáis así! ¡No quiero ser un monstruo!- les explico con un ataque de tos.- No quiero ser de Rocavarancolia- grito una última frase al aire con furia.- ¡No quiero ser de la Luna!- y por unas décimas de segundo todo mi pelo se convierte en llamas, reflejando el dolor de las desgracia de ese día, al segundo siguiente aquel estado desparece, volviendo a su estado natural, y quedando solo una pequeña llamita en el flequillo. Me quedo paralizada, con los ojos en el suelo y arrastrando la esperanza, allí en la puerta del patio puede verse la salida de la Luna, imponente, brillante y rebosante de poder y energía, su luz roja me inunda en la puerta, dándome en la cara, las gotas de lluvia que caían del cielo se confunden con mis lágrimas. Con un tono más tranquilo alzo la cabeza hacia mis compañeros- Ha salido, la Luna está aquí.

Sekk estaba formando un espectáculo, su comportamiento no era para nada habitual. ¿Desde cuándo da esos gritos? <<Es la Luna, a él también lo está cambiando>> Me quedo pasmado al ver como el intara se marcha del torreón. ¿Qué está pasando? Todos estamos inmersos en un profundo caos y el no saber nada es nuestro punto débil. La varmana se me acerca, ella tiene el brazo cubierto por un suave pelaje blanco, ahora entiendo porque la sentía unos meses atrás. <<Estamos conectados...de algún modo>>-No me duele, pero este proceso me está matando de preocupación. No sé en qué me voy a convertir, Varsai. Una cosa está clara, tu y yo vamos a correr la misma suerte.- Mi voz no es la misma, es como si estuviera ronco. Cosa que no me inspira mucha confianza.

A medida que pasan los minutos el pelo naranja va cubriendo más zonas, no es que vaya a la velocidad de la luz, pero va más rápido de lo que me gustaría. El miedo se apodera de mi. ¿Qué será de nosotros? ¿En qué abominaciones nos habremos transformado cuando todo acabe? No soy el único preocupado, pues Ruth está bastante histérica.

Me quedo boquiabierto al ver el incandescente pelo de la israelita. Cuando la chica se marcha intento hablar, pero debo carraspear antes para lograrlo. -¡Ruth espera!-. Me tapo la boca muy asustado, apenas se entiende lo que he dicho. Les pido ayuda a mis compañeros, pero no puedo, me es imposible hablar. Solo me salen parodias de lo que alguna vez fueron palabras. La Luna me esta venciendo, no, nos está venciendo a todos.

<<El gran astro brilla en el cielo, falta poco para el final del acto...>>

Kimbra percibió como Sekkeh abandonaba enfurecido el lugar, pero no pudo hacer nada más que sujetarse la cabeza y reprimir el grito que pugnaba por salir de su garganta producido por los latigazos de dolor que sacudían su cabeza. Además, las palmas de las manos habían comenzado a escocerle profusamente, por lo que la engendro no tenía forma de aliviar el dolor que intentaba sufrir en silencio, pero sin poder evitar emitir algún quejido sordo.

- La cabeza… las manos…- intentó contestar a Irianna, pero se vio incapaz de continuar con su contestación, pues el dolor le impedía razonar.

En aquel momento, un pensamiento ajeno que preguntaba sobre la situación de su cabeza llegó a su mente y que Kimbra reconoció como perteneciente a Jace, por la similitud con su tono y sonoridad. La krabelinense miró a ambos lados en busca del origen del sonido, pues no concebía la posibilidad de que el comentario hubiera entrado directamente a su mente sin pasar por sus oídos, pero no logró encontrar al emisor del mensaje.

- La cabeza… de Jace…- gimió sin saber muy bien qué quería decir exactamente.

El dolor era insufrible y Kimbra cayó al suelo incapaz de mantenerse el pie, variando sus movimientos entre frotarse las manos de forma histérica y sujetarse la cabeza fuertemente, manteniendo en todo momento un rictus de dolor y represión de la expresión del mismo.

Tras la llegada de las primeras luces de la Luna Roja, la sangre comenzó a brotar de dos puntos en su cabeza, uno a cada lado de esta, primero en hilillos de sangre, reguero que aumentaría lenta, pero constantemente con el tiempo.

El dolor no solo fue a peor sino que decidió que expandirse por todo el cuerpo era una buena idea. La piel del parqio se abría por toda la espalda, las articulaciones y el borde de las alas, además de la cabeza, y había iniciado un proceso de muda que distaba de todos los que había pasado el parqio antes. La piel muerta se le estaba cayendo a trozos junto a la que no estaba tan muerta y sentía cómo lo que parecían cientos de agujas incandescentes se abrían paso desde el interior de su cuerpo.

Incapaz de moverse, Rasqa se aovilló junto a una pared en la azotea y solo pudo gritar con cada ramalazo de dolor que su cuerpo le dedicaba. El parqio se sentía débil, febril, e intuía que no debía de quedarle mucho para morirse. Su conciencia iría y vendría y, no mucho más tarde, Rasqa abriría los ojos, todavía inmóvil y lleno de dolores, para ver sobre su cabeza al magnífico astro que había esperado con tantas ansias.

Rasqa lloró de nuevo, apretando la mandíbula con más fuerza de la que sabía que tenía. De existir, los dioses se estaban riendo de él en aquel momento. La frustración que le invadió habría dado para derribar toda la maldita ciudad si no estuviera en un estado tan lamentable. El calor cada vez era más fuerte, la sangre que manaba de sus heridas hervía y el humo ascendía para encontrarse con el astro. El parqio bufó dolorido y triste. La luna roja tan bella en el cielo y él, tan muriéndose, inútil y tembloroso; revolcado en agua de lluvia mezclada con su propia sangre y piel ardiendo.

La tormenta, sumada a la caricia de la niebla, le alivió ligeramente el dolor por las quemaduras y Rasqa cerró los ojos de nuevo.

Si hubiese tenido tiempo para pararse a pensar en lo vacuo de su intento por pretender imponer la calma se habría sentido terriblemente estúpida. Nada podría haberla preparado para el caos que se desató ante sus ojos en un instante. Justo cuando la luz rojiza comenzó a teñir el cielo, que por algún motivo se había empezado a oscurecer muchísimo más rápido de lo que esperaba. El astro rojo había llegado y con él, el inicio del cambio. Todo a su alrededor se convirtió en confusión y gritos. La idrina no sabía a donde mirar, pues cada uno de sus compañeros empezó a sufrir mutaciones cada cual más descabellada que la anterior. Se quedó completamente paralizada, sintiéndose inútil e impotente. Ella era la única que no estaba cambiando y la responsabilidad de tener que encargarse de todos a la vez la estaba abrumando a pasos agigantados. ¿Pero qué podía hacer ella, de todos modos, cuando ni siquiera conservaba los hechizos más potentes que había podido llevar a cabo en su momento?

¿Qué iba a hacer ella contra el hecho de que el pelo de Ruth comenzase a arder de repente? ¿Cómo podía detener el avance de lo que sea que estuviese cambiando a Devoss y Varsai? ¿Y Roaxen? ¿Qué era lo que le estaba pasando a él? Los balbuceos de Kimbra le hicieron desviar su expresión desencajada hacia ella, pero la lacustre estaba al borde de un ataque de pánico y apenas consiguió descifrar lo que había dicho. ¿Jace? ¿Qué pasaba con él? Ni siquiera estaba allí.
La idrina solo tenía ganas de gritar de pura frustración y su nivel de ansiedad iba en aumento a medida que el caos se mezclaba con la cada vez más creciente sensación de que tenía que salir fuera. Hiperventilaba y su vista se desplazaba frenéticamente de uno a otro, intentando en vano recordar cómo se usaba el hechizo de sanación superficial.

Fue en ese momento cuando la sensación se volvió aún más acuciante. Cuando la niebla comenzó a colarse hacia el interior del torreón la idrina tan solo pudo mantener la mirada fija en el implacable banco brumoso que amenazaba con cubrirlo todo con su espesura. La lacustre no sabía lo que hacía cuando dio un paso hacia aquella formación nebulosa, extendiendo su mano enguantada con un ligero temblor que le sacudía el brazo en su totalidad. Sentía que estaba a punto de suceder algo importante. Algo que había estado esperando desde que se despertó aquella misma tarde.

Irianna tocó la niebla y durante apenas unos segundos tan solo se dejó envolver por ella, completamente abstraída y sintiendo, de pronto, una calma completamente fuera de lugar. Por un instante no escuchaba los gritos de sus compañeros ni trataba de encontrar la forma de prestarles ayuda desesperadamente. En esos escasos segundos el tiempo y el espacio parecían haberse detenido y para la idrina no existía nada fuera de aquel banco de niebla.

El problema radicaba en que sí había algo dentro de él, presencias que notó mucho antes de que la niebla alcanzase a cualquiera de los presentes en el torreón aparte de ella. Irianna abrió mucho los ojos, volviendo a la realidad. No sabía cómo, pero notaba la presencia de Sekkeh. Tenía la sensación de que podría llegar hasta él si simplemente echaba a andar. Y el intara no estaba solo, también estaba Sigrún, muy cerca de él. La idrina no se fiaba del albino, pero no fue su presencia lo que más la alertó. Había muchas, muchas más presencias. Estas correspondían a seres de pequeño tamaño, pero en una cantidad alarmante. La mente de la idrina no podía pensar con toda la claridad que le hubiese gustado en aquel momento, pero se sentía como si estuviese a punto de revelársele algún secreto que se le hubiera resistido hasta entonces. En todo caso, había algo de lo que tenía una certeza casi abrumadora.
—Sekkeh está en peligro —anunció sin ni siquiera girarse—. Tengo que…
Y sin añadir nada más Irianna echó a andar hacia el exterior, perdiéndose su figura entre la niebla.

Sigue en la Avenida de las Casas Carnívoras.

El neoyorquino habría llorado, gritado e incluso reído de la impresión de haber podido. Cualquier cosa con tal de conseguir que el silencio no le pitara en los oídos que ya no tenía. Una mano apoyada en el pecho, asegurándose de que su corazón seguía latiendo (y además de forma vertiginosa debido al miedo) y la otra sobre el cuello. No se atrevía a colocarla encima de este, sino a pasarla deprisa por encima sin llegar a tocar el corte. Desconocía si podría tocarse la tráquea, pero prefería no averiguarlo. 
Así pues, con una mano en la nuca y otra en el corazón, esperó a haberse calmado lo suficiente antes de hacer cualquier otra cosa. Seguía vivo, eso seguro: notaba el frío de las baldosas, la humedad en el ambiente y en su piel, el corazón palpitándole en el estómago y las puntas de los dedos, así como sus pensamientos fluían cada vez más desordenados debido a su incapacidad de concentrarse. 

«No pasa nada, Jace. ¿Sigues vivo, no? Ciego, sordo, y mudo. Te han transformado en una estrella de mar. Ja-ja-ja...» 

Se perdió tanto imaginando como de aburrido tenía que ser vivir siendo una estrella de mar o si estas tampoco eran capaces de oír, que en el momento en el que un “pum” resonó en su caja torácica casi le da un paro cardíaco. Algo poco conveniente teniendo en cuenta que acababa de oír su propio corazón.
Se incorporó levemente, hundiendo con más fuerza la mano sobre su pecho tras unos segundos de duda. Lo escuchaba. Empezó a captar un sonido similar a voces, algo así como una psicofonía mala, y el murmullo de lluvia leve. El pitido que le producía el silencio se fue disipando, como si acabaran de quitarle unos tapones para los oídos. Seguido de esto, el olor característico de una tormenta le inundó los pulmones, así como el de su propia chaqueta de cuero que en algún momento se habría mojado a juzgar por el olor.

Aquello le dio fuerzas suficientes para levantarse, despacio, dando un pisotón con fuerza una vez tuvo las manos apoyadas en el borde de la bañera, complaciéndose a sí mismo con el sonido que su bota produjo contra el suelo. Los dioses debieron recompensarle en ese entonces, porque su visión empezó a esclarecerse. Como si la niebla negra se fuera disipando, los colores del baño fueron apareciendo ante él, primero como manchas indefinidas y luego como formas más reconocidas. En cuanto pudo enfocar más, se mareó otra vez. 

¿Eso que acababa de ver era su propia espalda?

Al mirar abajo, como quien va a mirarse los zapatos, se encontró a sí mismo viendo a su vez parte de los hombros y su espalda por detrás. Además del techo, visión de la parte izquierda y derecha... 
Se llevó una mano a donde estaría la boca por costumbre, pero solo logró tener más náuseas. 

«Vale... Vale, calma. Podría... P-Podría ser peor.» 

Volvió a colocar la mano sobre su corazón para comprobar que seguía latiendo, y en lo que estuvo medianamente familiarizado con el paisaje de 360º se soltó de su agarre al borde de la bañera. Detrás suya, en el agua, una especie de mancha de algas amarillas flotaba. Inclinó la espalda hacia atrás para ver mejor y al darse cuenta de que era su propia cabeza, no hizo nada mejor que gritar mentalmente. Y lo mejor de todo, envió el grito a sus compañeros sin darse cuenta. 

Agitó las manos como si una cucaracha le hubiera subido por ellas y en lo que pudo controlarse a sí mismo, estiró los brazos para agarrarla. Estaba despeinado (su cabeza, y técnicamente él), y parecía haberse quedado dormido... o haberse ahogado. No pasó demasiado tiempo observándola por la grima que le daba verse a sí mismo en ese estado, por lo que se la echó bajo el brazo y comenzó a caminar despacio, pisando su chaqueta al pasar y apoyándose en las paredes atolondrado por su nuevo campo de visión. A cada nuevo escenario, la vista se le nublaba y tardaba en verlo todo claramente, así que de escalón en escalón fue haciendo pequeñas pausas; pausas en las que se replanteaba si dejarse ver en el salón como si tal cosa era buena idea, ignorando que el resto estuviera sufriendo algo peor que él. Quizás eran sus propios compañeros quienes le mataban y le llamaban monstruo.

«E-Estoy apunto de aparecer... con la cabeza bajo el brazo. Y no puedo hablar. Te... tendré que escribir antes de que me apunten con algo...»

Oía voces, gritos y gruñidos. Cada vez le asustaba más la idea de estar en la planta baja, pero una vez puso el pie en último peldaño no había vuelta atrás. Lo que parecían las siluetas de sus compañeros (o al menos de seres vivos) eran... raras. Diferentes. Una mole naranja, otra blanca, algo violáceo retorciéndose en una esquina (¿Roaxen?) y cosas más o menos normales que aún no llegaba a ver. Alzó una mano como saludo, pero lo cierto es que temblaba como un niño con hipotermia.

«¿Ho... Hola?»

Una risa nerviosa inundó su cabeza, y sin quererlo, probablemente también la del resto. Al enfocar medianamente bien la estampa, casi tiró la cabeza al suelo.

???

De pronto, oscuridad. Cegado por aquellas insidiosas manchas negras el ulterano no podia ver nada. Palpó por el suelo, muy asustado hasta topar con su bastón, y una vez lo cogió intentó ponerse de pie, en balde, pues el dolor de la rabadilla habia explotado, casi literalmente, mientras notaba como algo duro y puntiagudo se habria paso en su espalda. Mientras, en su boca, dos largos y protuberantes dientes se asomaban hacia afuera y el xolnita poco podia hacer salvo quedarse en el sitio y sufrir mientras sus gritos de dolor iban en aumento.

Pero ya ni eso se le permitia, cuando la piel encima de la rabadilla se abultó horroriicamente y un reguero de sangre comenzó a salir a medida que un objeto puntiagudo se habria paso con el agujero que habia hecho en la piel. Un humillo de olor nauseabundo comenzó a llenar la sala a medida que aquella cosa negruzca se iba asomando y la piel, carne y huesos del ulterano se iban moldeando para hacer espacio a tan abrupta cosa. Arrastrandose del dolor mientras que con cada latigazo le seguia una quemadura y a su vez un llanto. Tan abovedadada que estaba su piel, que parecia tener un tumor considerable antes de que la piel se rasgara por multiples sitios y, en una acción casi de resorte, aquella gruesa y siniestra cola se diera a conocer, con el aguijón en ristre.

Jadeando, el ulterano se llevo su mano a la espalda, tocando un liquido caliente que supuso que era sangre. Poco a poco, su visión se aclaraba y, lo primero que hizo, fue crear un espejo en una superficie plana y lanzar un grito horrorizado, que pronto se vio seguido por otro cuando se giró sobre si y dio con su cola.
-¡N-no! ¡No puede ser... esto es... horrible!-gimio, mientras comenzaba a hiperventilarse.

Quizás por los nervios, la transformación o el dolor mismo, hiciera que le entrasen arcadas de nuevo. en un nuevo intento de contener el vomito, se llevo la mano a la boca, acto que resultaria futil pues el vomito se dio paso bordeando la mano y cayendo sobre su regazo. Aquel no era un vómito corriente. Iba mezclado con algo bastante más desagradable, de un color verde lima brillante, aquel vómito brillaba con luz propia y, lo que era más, habia comenzado a quemar su ropa.
Aun debilitado se cayó al suelo al notar como su ropa se desintegraba alla por donde el liquido habia tocado, rapidamente quitandose el guante, la chaqueta y los pantalones, los tiró al otro lado de la habitación mientras todavia estaban humeantes. Avergonzado se cubrió en su ropa interior.
-Ha sido...¿acaso eso ha sido ácido?-se limpió la boca con la muñeca y llego a ver parte de aquel liquido verde lima en su mano antes de desaparecer. Muchas dudas surgian en su mente, pero en aquel momento no tenia la cabeza para pensar sobre aquello. Un dolor de espinazo en la rabadilla le alerto de como su cola aun tenia que salir del todo.

-¿¡Cuando va a acabar esto!?-chillo, altamente dolorido.
Jadeante, miró a los demás, todos parecian estar pasando por lo mismo. O mejor dicho, cada uno con su cosa. Irianna se habia marchado. Lo sabia por logica, pero deseaba haberla podido detener. Más de una bestia se hallaba entonces con ellos, y el xolnita no tenia ni idea de quien era que, si es que acaso esos monstruos eran ellos.

-No...-gimoteaba, casi infantilmente. Dolia demasiado. Descargó un puñetazo contra el suelo.