Casa de los Dulces

No me sorprendió saber que esa pesadilla la había provocado Ewa, aunque no hizo que me desagradase menos. «Su humor ya podría ser menos macabro» pensé al escuchar la pesadilla que había tenido Nihil. No entendía la necesidad de hacer eso, salvo para divertirte, y no podía comprender que a alguien le pudiese divertir aquello. «No fue gracioso, no fue nada gracioso«. No podía dejar de recordar los platos de mis compañeros pasando mientras yo estaba enjaulado, y el poder estar allí tan tranquilo solo aumentaba el desprecio que sentía por el ser en el que me estaba convirtiendo. «¿Cómo me he convertido en esto? ¿Cómo he cambiado tanto en tan solo unos días?».

El olor de la comida me envolvió en cuanto la trajeron, nublándome por completo la mente. Aquellas personas estaban vivas, tenían (o habían tenido) su propia vida, y probablemente también familia y amigos. Me sentí tentado de irme, no quería hacerles daño ni matarlos. «No quiero ser esto» me dije, abrumado por el delicioso olor que despedían. Pero el hambre que tenía era demasiado grande, y mis instintos demasiado fuertes como para luchar contra ellos. Mi lengua palpitaba, casi sintiendo el festín que me habían dado, mientras comenzaba a salivar sin pretenderlo, con un hambre todavía más empeorado por el fuerte olor.  Casi ni podía pensar, y si todavía no había saltado sobre los cadáveres era porque volvía a sentir la lucha entre el nublino y el trasgo. Una arte de mí quería irse y abandonar el lugar, pero mi autocontrol, débil y casi inexistente de por sí, había desaparecido por completo. Mis instintos habían ganado y tomaron el control, borrando cualquier necesidad que no fuese devorar lo que me habían puesto delante, cosa que comencé a hacer.

Supe la diferencia entre comerme una presa viva y un cadáver casi desde el primer momento. No solo daban más magia, sino que una parte de mí se sentía encantada con disfrutar de carne viva, que todavía vivía y era capaz de sentir. El pensamiento de que habían vivido toda su vida solo para acabar sirviéndome de alimento me producía una especie de placer que, de ser más consciente y existir algo aparte del hambre y la comida, me haría sentir culpable.

Para cuando terminé el hambre había desaparecido, calmado por las dos personas que había comido. «No recuerdaba que se estaba tan bien cuando no hay hambre». Pero ahora que ya había comido el darme cuenta de lo que había hecho me recordó a los monstruos que, durante el sueño, se habían comido a mis compañeros y amigos. «¿Tan rápido he aceptado convertirme en uno de ellos...?»

—¿Cómo me siento? Pues... No estoy seguro la verdad. Ni siquiera estoy seguro de saber cómo debería sentirme —terminé con un suspiro de aburrimiento al darme cuenta de que eso era precisamente lo peor—. Supongo que confuso es la mejor palabra. Confuso y frustrado, porque me da la sensación de que tengo dos personalidades diferentes desde que salió la Luna —no pude evitar mirar al techo, como si pudiese ver a través de la tierra que cubría la Luna que todavía reinaba en los cielos de Rocavarancolia. A cada segundo sentía como el trasgo que era se fortalecía, cada vez más asentado en mi mente gracias a la magia del astro. Y no estaba seguro de que me gustase—, si bien una es cada vez más fuerte... Y creo que sí me cambiaré el nombre, no estoy seguro. Es una forma de empezar de cero y aceptar... Bueno, aceptar esto —hice un gesto señalçandome, refiriéndome a la transformación—. Pero no he encontrado muchos que me gusten, la verdad —«y todavía no quiero aceptar nada de esto» añadí mentalmente, aunque sin decirlo en voz alta. Había recordado lo que había dicho Nihil de los modales y una parte de mí se sentía herida en su orgullo por lo de "llorica".

Escuché pensativamente a Nihil mientras no paraba de dar vueltas a cualquier cosa relacionada con la transformación. Lo que había dicho me sonaba mucho, y supuse que Quinto me había dicho algo parecido el día de la Luna. Tenían razón en sus palabras, y a una parte de mí les parecía completamente natural, pero eso no hacía más fácil a la persona que había sido siempre aceptarlo. Especialmente después de lo de Marina.

—Oh, hmm... Gracias, supongo —le dije algo azorado ante el cumplido. «Felicidades por hacerle creer que eres idiota. O un niño de cinco. Inútil» me reprendí. La tarta me recordó a cierto día de Maciel. Mirándolo ahora con algo de perspectiva había tenido algo de gracia la amenaza de un RR drogado hasta las cejas, pero en el momento no me había hecho la misma.

—No, en Nubla no existe, pero la verdad es que ya lo conocía. Una compañera de cosecha consiguió chocolate de alguna forma, supongo que de la casa de arriba, y preparó un muy dulce desayuno —comencé a comer con algo de nostalgia ante aquellos días. Habían sido duros, pero también habían tenido la simpleza dada por historias sobre dioses y elegidos, sobre maravillas y magia. Realmente eso era lo que más echaba de menos, la vida de antes del asesinato de YR, cuando la posibilidad de morir me parecía mucho menor a la real. Cuando ningún compañero parecía un psicópata asesino en potencia o cuando no sabíamos que la Luna podía convertirnos en- «Para» me corté molesto al adivinar por dónde irían mis pensamientos. «No sigas por ahí». Estaba bastante molesto por ser incapaz de dejar de despreciarme por lo que realmente era, razón por la cual había decidido ignorar cualquier cosa que me hiciese sentir mal de la transformación y encerrarla el desagrado en lo más hondo de mi mente. Probablemente la burla de Nihil había contribuido a ello, pero no estaba seguro de cuanto podría seguir sin prestar atención a los recuerdos sobre Marina y el sueño, especialmente estando en aquel lugar.

Escuché a Nihil con cara neutra, aunque aquello no podía dejar de recordarme al sueño. «¿Qué he hecho? ¿Pero qué he hecho?». Ahora que ya no tenía hambre conseguía saber a qué me habían recordado los frivys: a DL, servido en mi sueño de forma parecida. Y no podía evitar que todo aquello me trajese recuerdos de Marina y el día de la lluvia, cuando me había jurado que jamás llegaría a ser un monstruo como los del sueño. «Y aquí estoy ahora. Justo en el lugar donde me juré no estar». No pude evitar una sonrisa de desagrado, más hacia mí mismo que a todo lo demás. Nunca había imaginado que podía aceptar mi nuevo "escalón en la cadena alimenticia", como Nihil y Quinto decían, con esa rapidez.

Tras unos momentos ensimismados seguí el camino de Nihil, sin tocar nada más. No me la encontré, pero era mejor así. Prefería pensar largo y tendido sobre todo lo que me había pasado desde la Luna.

Sigue en el Templo de los suicidas abnegados.

—Bueno, realmente esta visita es una forma de abrir mis probetas al público, así que tiene sentido—contestó a Noel el desparpajo de su par de copas mientras salían.

Una vez llegaron a la casa de los dulces, Giz siguió las instrucciones de la camarera. Por el camino se llevó un pellizco de edificio. En la parte trasera de la casa había algo parecido a un jardín, junto con la puerta que buscaba. El goliat sacó la tarjeta y se la quedó mirando; la giraba entre los dedos al tiempo que se preguntaba a quién debía enseñarla para que le dejasen pasar.

—No sé muy bien cómo funciona esto—reconoció al grupo. Finalmente, en un arranque de, con casi toda probabilidad, estupidez, llamó a la puerta.

De camino a la casa de los dulces sí empezó a notar cómo se le acumulaba el cansancio del día. La oscuridad de la noche era como un bálsamo, que las cancioncillas de Siloco no conseguían empañar. Llegaron a una casa que perfectamente podría haber sido la del cuento de Hansel y Gretel, y precisamente por eso ni se le pasó por la cabeza tocar aquellos dulces, aunque tampoco tenía hambre. Se quedó parado detrás de Giz y Siloco, que le mostraba cómo conseguir entrar, y avanzó en cuanto quedó a la vista aquella sala subterránea y la criatura que los guio al interior. Se quedaron en la barra, y mientras tanto Gael no quitó ojo a todo lo que había en el local, excepto a lo que les ofrecieron para picar, que prefería ni verlo ni comerlo. Era un lugar, en definitiva, al que no tenía mucho interés en volver. Le dio un codazo suave a Noel y se inclinó hacia él.
—Oye, Hansel, cuando cuente tres empuja a la bruja al horno —murmuró por matar el tiempo.

—El nombre de la casa era autorreferente, ¿eh? Produce diabetes solo verla.
El draco se preguntó, además, por qué si el lugar al que iban se trataba de un supuesto “restaurante exclusivo y secreto”, tenía que encontrarse en un edificio tan edulcoradamente llamativo. Por ello, no le extrañaría que las aparentemente deliciosas paredes contuvieran veneno, ya que aquella casa que no le sorprendería encontrarse en Daelicia pero sí en Rocavarancolia solo daba que desconfiar, y no se planteó siquiera el imitar a Siloco cuando se sirvió.

El interior, aunque su decoración era acorde con el exterior, era bastate más siniestro. Los clientes, principalmente trasgos, devoraban sus “manjares” con avidez y Noel no puedo evitar reírse internamente recordando lo que le había dicho a Jack acerca de pagar por aquel tipo de necesidades. <<Trasgos finolis, ¿qué será lo próximo?>>.

El sueco tampoco dedicó más que una mirada suspicaz a lo que les habían servido, ya que dudaba que incluso el aire de allí dentro fuese inofensivo y dirigió una mirada inquisitiva a Gael cuando este llamó su atención con un codazo. Tuvo que esforzarse por contener la risa ante el comentario del fuego fatuo.
—¿Y cuál de todos estos seres será la bruja? Aunque si caben todos en el horno, trabajo que nos ahorramos, Gretel. A propósito, te recordaba menos... masculina —le respondió también en voz baja sonriendo con jocosidad.

Giz agradeció los grillos rebozados, después de haberse ido sin comer lenguas del pub. Bebió poco, pero ya se le notaba cierta chispilla. Cuando el camarero le preguntó por su oferta, sonrió ampliamente y se reclinó sobre su silla.

—Venía a ofrecerle a vuestra despensa mis servicios de genemago del castillo—comenzó—. Os garantizaría que no os faltara carne de ningún tipo de cosechado hasta la fecha, incluídos los humanos. E incluso podría modificar su aspecto para vosotros. Ya sabes, hay gente muy especial ahí fuera, así que no me extrañaría un trasgo que solo come hombres rubios o nublinas con pecas...—Giz alargó la oferta igual qe lo había hecho en el pub. Habló de fetos y otras criaturas para el resto de comidas y se sentó a esperar la respuesta del camarero.

En otro momento habría comentado lo buen cuento que era Hansel y Gretel, pero Giz estaba demasiado emocionado ante lo de tener un par de clientes estables y, en lugar de hablar, le dio un trago a su bebida.

La cara del goliat era todo un poema. Se acercó al hombrecillo aún más y asentió con una energía impropia para él.

—Claro que podré—susurró, quizá en voz demasiado baja—. Nadie tiene por qué enterarse. Incluso podríamos hacer cierta pantomima, soltando de vez en cuando algunas piezas de mercancía cerca de la casa para que caigan en la trampa si es necesario—sugirió—. ¿Entonces hay trato? Perfecto—la sonrisa parecía habersele quedado grapada—. Podéis buscarme en el castillo, tengo mi laboratorio en las mazmorras. Podemos concretar allí los detalles—contuvo las ganas de estrecharle la mano, por discrección y porque no estaba seguro de la raza del camarero—. Encantado, señor...—se había vuelto a olvidar de preguntar nombres, por lo que esperó a que este se lo dijera.

Para disimular, antes de sugerir volver a casa, invitó al grupo a otra ronda de bebida y grillos.

Soltó una risilla, con el tono más grave posible a propósito –además, aquel varmano tenía la voz tirando a ronca– al contestarle Noel.
—Me he hecho unos arreglillos, hermanito —respondió con todo dulcemente grotesco.
Entre tanto Giz tramitaba sus negocios, y mientras ellos hablaban o escuchaban a ratos, se decidió a probar la bebida del local, abandonando momentáneamente el cuerpo. Cuando ya se tomaban la última le dio una palmada al asreniano en la espalda, felicitándolo por su nuevo negocio.
—Está feo eso de que no puedan darte crédito por tu trabajo,  a ver si te va a plagiar otro genemago las ideas. Que aquí hay muchas transformaciones monstruosas, pero nadie se transforma en abogado —comentó por lo bajo sonriendo, para después terminarse su vaso.
No tardaron en irse después de aquello. Conversaron en aquel tono que ya predice que es hora de volver a casa, hasta darse cuenta de que era más tarde de lo que parecía. Se despidieron en la puerta y Gael le echó una última mirada a aquellos dulces del exterior, sin saber si los reponían o si no se estropeaban. En cualquier caso, pensó, seguía sin tener intención de probarlos.