Torreón Maciel (Archivo II)

Recuerdo del primer mensaje :

Llegue al torreon seguido de Hannah que extrañamente parecia preocupada por mi, pero eso ya daba igual esto era ridiculo, estaba encerrado en una pesadilla de la que no podia despertar, asi que ¿Que mas daba si me mataban o no? Asi despertaria no? JAJAJAJAJAJJAJAJA
-Asi que este es el torreon......
Entre dentro de este, estaba en un estado bastante malo, no queria imaginarme que habia pasado ahi y menos lo que iba pasar, pero que mas daba total esto era ridiculo, no podia estar pasando...o si?
-HAANNAH! Lo hemos encontrado-dije

Giz baja, posiblemente atraído por el estruendo y enseguida se da cuenta de la situación. Intenta mover la reja pero no puede moverla ni un poco. Como suponía, la fuerza de los lagartos no es muy superior a la nuestra... Sin embargo sugiere que quizás podríamos moverla si lo intentábamos entre varios. Parecía bastante calmado y eso me dio confianza. Bueno, ¿qué perdíamos por intentarlo?
-De acuerdo, yo ayudaré, aunque tengo poca fuerza... Eso si la intentamos levantar entre todos o casi todos, no quiero quedarme sin dedo como Deianira.
Me acerco a Giz y le sonrío. Estudio la verja para buscar algún sitio por el que agarrarla que no esté demasiado oxidado. Afianzo mi mano sobre la verja, esperando que alguien más nos ayude a levantarla.
Poco a poco todos se van acercando y agarran la verja dispuestos a tirar de ella. Alguno parece hacerlo con desgana, pero está claro que nadie quiere quedarse encerrado. Deianira también se acerca a ayudar pero niego con la cabeza.
-Tú no deberías, te has roto un dedo... -me pareció necesario decirlo pues por algún motivo ella actuaba casi como si ni se hubiera dado cuenta-. Bien, ¿estamos listos? ¡A la de tres!
Contamos hasta tres al mismo tiempo y hacemos fuerza para subir la verja. Al principio le cuesta ceder pero una vez logramos desclavarla del suelo podemos subirla con bastante facilidad.
-Menos mal, ¿eh? Sino me parece que no iban a llegar las sabrosas cucarachas que mencionó Giz e íbamos a tener que recurrir al canibalismo de verdad -comento con mi habitual tono divertido.

Una vez estuvo subida la verja, Giz se percató de algo: por mucho que hubiesen logrado abrir la salida, tendrían que volver a sumar sus fuerzas cada vez que quisieran entrar... ¿Y si a alguien le pasaba algo y no podían abrirla? Podían quedarse atrapados dentro o en la calle. Ninguna de las posibilidades le gustaba. Dormir al raso no tenía nada malo a menos que hubiese decenas de criaturas peligrosas acechando.

Estaba dándole vueltas a la cuestión, sin a treverse a soltar aún su parte de la gran reja, cundo reparó en un aro de forma curiosa. A una altura similar había un agujero en la pared.
-¡Rápido, necesito un cuchillo largo y grueso! ¡No soltéis! -advirtió a los demás.
Deianira se acercó corriendo con varios. Uno de ellos llamó su atención: parecía un bastón metálico con un agarre curioso. Al pasarlo por la argolla y meterlo en el agujero, vió que encajaba. No era un bastón metálico. ¡Era un pasador!

Al fin pudo soltar la estructura y todos respiraron aliviados. Más abajo había otro agujero. ¿Sería para mantenerla bajada? Aquello le hizo sentirse extrañamente seguro.

Parecía que los humanos habían decidido a armarse de valor y querían empezar a entrenar en el arte de las armas. Se habían dado cuenta que sin ese conocimiento no era posible sobrevivir en este mundo. Persona desarmada, persona muerta. Así parecía este mundo. Verdaderamente era una buena idea el aprender y entrenar, el conocimiento era la base de la supervivencia. Yo siempre lo decía. Además, a mi tampoco es que me vendría mal un poco de práctica. Si, es verdad, sabía utilizar una daga, lo había hecho durante años y podría decirse que era bastante buena en ello. Aún así no me vendría mal practicar con las otras armas que el torreón nos surtía. Nunca se sabía cuando necesitaras esa sabiduría. Yo por mi parte pensaba entrenar en todas esas artes, aprender a controlar todas las que pudiese, aunque para ello tuviese que arrancarme horas de sueño. Pensaba sobrevivir y si ese era el costo...

Además, eso me impediría pensar en mi propio pesar. Mierda. Lo había vuelto a hacer, había pensado en ello. Oí como Alicia me preguntaba que me pasaba. La miré largo rato. No, no pensaba mostrar debilidad. Puede que no estuviese en mi mejor momento, pero estaba acostumbrada a guardarme todo esos sentimientos negativos para mí. Desde mi vida en solitario en el desierto jamás había necesitado a nadie y no lo haría ahora.

- No es nada, un mal día - dije como si nada, como si lo que me pasara no fuera nada grande mientras enmascaraba mis sentimientos bajo una máscara de indiferencia.

Fue después de eso que vi a una pequeña humana de la que no me había fijado antes. ¿Cómo se llamaría? No me acordaba. Tan pequeña que era y tan callada hasta entonces que no me había fijado en absoluto en ella. Tendría que prestar más atención. Odiaba que se pasasen por alto las cosas. Odia la ignorancia.

La pequeña humana le pidio a Alicia que la subiera a sus hombros, cosa que la otra adopto. Entonces sin aviso saltó y agarró algo que causó que una reja metálica se precipitara a una velocidad pasmosa hacia abajo. Oí a la pequeña gritar de que nos apartáramos. Gracias a mi agilidad tuve tiempo de esquivar la reja con elegancia, de no haber logrado puede que la mía hubiese sido la primera muerte. Además hubiese sido una muerte larga y dolorosa seguramente.

Miré detenidamente. Estábamos atrapados. Si no conseguímos abrirlo nos quedaríamos sin comida y, aunque Sezk, Giz y yo podíamos sobrevivir con poco y además podíamos comer cualquier cosa, algo me decía que los humanos no aguantarían. Su metavolismo no era como el nuestro, como tampoco su apariencia. Si el confinamiento se alargase, ellos serían los primeros en morir.

Pronto algunos de ellos empezaron a intentar levantar aquello con su fuerza y, pese a que no tenía una "superfuerza", puse mi granito de arena, pues odiaba la idea de estar atrapada. Era una nómada, una espítitu libre y estar atrapada iba contra mi naturaleza. Y, por suerte, entre todos logramos levantarlo para que después Giz bloqueara el mecanismo para que no volviera a bajarse nuevamente, si ese no era nuestro deseo. Eso estaba bien, muy bien.

- Parece que no nos quedaremos ecerrados aqui al fin y al cabo - dije tranquilamente. - Y bien, ¿comenzamos los entrenamientos? - dije mientras sacaba mis dos dagas y, con la maestría de quien ha tenido mucho tiempo de practicar, los volteaba en mis manos.

Antes de que pueda continuar con la conversación con Hannah, Deinaira se pone a pegar gritos desde la entrada, y para cuando ya me he levantado y me estoy acercando, la verja cae súbitamente a una velocidad que puede que a ninguno de los presentes sorprenda, pero que, personalmente, me hace abrir los ojos y soltar un sonido indeterminado de exclamación.

¿Cómo ha podido ocurrir eso? ¿Hay algo que se me haya pasado por alto? Quizás me dejé alguna cinta de transmisión sin colocar, dejase algo demasiado suelto, uniese lo que no debía... La reja no debería haber caido así. Sí que estaba atascada por la suciedad y demás, pero un tirón como ese no debería haber provocado esto, solo tendría que haber soltado un poco de polvo y haberse quedado... Claro, cosas como estas requieren de un análisis preliminar de toda la estructura. No puedo ponerme a arreglar cosas si no tengo ni idea de lo que estoy arreglando.
Me apoyo contra la pared de piedra, sintiendo cada uno de sus relieves y muescas marcándose en mi piel. Está fría. ¿Y si la cadena que levanta la reja no estaba unida a la reja? Lo importante es si están todos bien.

Avanzo un poco más hacia la aglomeración de gente de la entrada y observo a las implicadas. Alicia parece en perfecto estado de salud, pero Deinaira se ha hecho daño en la mano al caer. Me gustaría poder hacer algo, pero está fuera de mis posibilidades. Por otra parte, la reja ha caido con tal brusquedad que ha agrietado las baldosas de la entrada y las astas que decoraban su parte inferior han quedado clavadas de mala manera en el suelo. Antes de que proponga utilizar las palancas del sótano para levantarla, recuerdo que es posible que la cadena se haya salido de su sitio. Por suerte, un colectivo de gente se pone de acuerdo para levantarla entre ellos y Giz la fija a la pared con una barra.

Algo me dice que deberíamos manipular las rejas con un poco más de cuidado la próxima vez. Tendremos que dejar de lado los mecanismos del sótano y pasar a lo manual: moverlas nosotros mismos. Esto debe ser mucho más viejo de lo que imaginaba, con su consiguiente deterioro inevitable con el paso del tiempo.

-Giz, ¿has fijado bien las tres?-pregunto, solo por asegurarlo.-Ah, y durante este tiempo he estado pensando... dudo mucho que podamos hacer nada por el puente. Incluso si consiguiéramos reparar la cadena rota, sería necesario cambiarlo todo por seguridad, y no tenemos ni el material, ni las herramientas, ni el tiempo necesario para ello. Creo que deberíamos dejarlo estar, con las rejas será suficiente en caso de que queramos cerrar.

La extraña niña nos habia tirado una verja encima...justo cuando iba a practicar la esgrima junto con los demás,quizás era porque nos había dejado encerrados pero esa niña me daba muy mala espina, primero habia encontrado una rata para nosotros y ahora nos encerraba tirando una verja lo que ha causado que el puente levadizo pueda elevarse y bajarse manualmente otra vez, tramaba algo o ¿quizas era torpe?

-Bueno...-susurre

Intente no mirar mal a Dee...si solamente era torpe, era como yo...y sinceramente no me gustaria que me hicieran eso a mi...
Una vez acabamos de levantar la verja me quede esperando a que los demas me dijeran lo que debia hacer

Vladimir miró lo que acaecía con Dee y la verja por encima del hombro con su típico semblante frío e inexpresivo. No pudo ver lo que le sucedió a la muchacha en la mano. Si no, habría tenido que ir y curarle cómo buenamente hubiera podido. Aunque lo de la medicina no era lo suyo. Su royo iba más por la corriente de hacerle daño a los demás, no repararlos.

Indicó a todos con un ligero y lento, parsimonioso movimiento de cabeza, que iba a estar en el patio, y que ahí se quedaría. Esperando.

Pero antes de darles a todos la espalda y volver a su mundo de formas y actuación silenciosa, miró a Alicia. Nadie hubiera dicho que lo hacía. Casi era imperceptible que su mirada se clavaba en ella. Daba la impresión de que simplemente, ella estaba en su camino en el giro que debía dar para mirar al frente. Le miró directamente a los ojos. Y, cuando estuvo seguro de ella también le miraba durante ese milisegundo, le guiñó un ojo. Si no fuera porque Vlad era un maestro en la expresión corporal (aunque pocas veces lo hacía notar para comunicarse con alguien), se podría haber pensado que aquello era un ligero tic nervioso por la brevedad del gesto. Pero la idea también quedaba automáticamente descartada. El Conde no era de esa gente que tenía tics. Los tics eran defectos físicos. Alguien ligeramente retorcidos podía llegar a entenderlos cómo una debilidad. Y por eso mismo él no tenía. No tanto porque no tuviera cómo por que no los mostraba.

Cuando llegó al extenso y bizarro patio, lo examinó, buscando algún tipo de peligro con su inescrutable expresión de indiferencia.

Un pozo, unos escusados al fondo, algo de musgo, y lo que su sentido común se negaba a ver cómo unas vértebras de cetáceo. Pero lo eran, vaya.

Tomó una tabla de las que tenía pensado usar cómo dianas, y las puso al final del patio, un poco antes que los escusados. Tenía la sensación de que las puertas de estos iban a recibir más flechazos que las propias dianas. Pero aquello no era más que una pequeña muestra de su mentalidad fatalista, que por lo general funcionaba a gran escala. Se daría con un canto en los dientes si no se mataban entre ellos por equivocación. Aunque, para ser sinceros, no le preocupaba tanto que se dieran entre ellos cómo que le dieran a él.

Volvió con andares tranquilos hacia la puerta del patio en cuanto colocó los tablones, con el arco en la mano. Se mantenía atento. Estaba en un espacio abierto con pocos sitios dónde cubrirse. Muchas ventanas del torreón daban al patio. Todos sus compañeros iban armados, muchos de ellos con armas a distancia. Y era por todos sabido que no era muy popular.

En momentos cómo aquel, su vena paranoica comenzaba a palpitar cómo un bombo en su cabeza, recordándole que está en peligro constante y que cada suspiro puede ser el último.

Cuando volvió a estar cerca de la entrada, se permitió darle la espalda a la puerta con un odio puesto en su espalda, preparado para que nadie le cogiese por sorpresa.
Observó las dianas, y comenzó a plantearse que aunque él no estuviera tan verde cómo sus compañeros, aún tendría que practicar con el arco. Su primer disparo en aquel lugar no había sido muy afortunado, que dijésemos. Y aquello aún le dolía, cómo una espina clavada en su orgullo de tirador.

También se planteó cómo debería enseñarles esgrima. No llevarían estoques ni espadas roperas en su mayoría, con lo cual no podría enseñarle técnica cómo a él le hubiera gustado. Aunque podía simplemente combatir con ellos hasta que aprendieran a defenderse y, quizás, sólo quizás, a devolver algún golpe. Básicamente, así había aprendido él. Aunque claro, él había recibido instrucción de cómo hacer que la espada fuera parte de su cuerpo. Y estaba seguro de que ellos no venían con esa lección aprendida de casa.

Otra cosa que le daba urticaria es que vinieran con dagas. Dagas… Era algo elemental. No le das a un niño un cuchillo, le pones delante de un no muerto caníbal babeante del tamaño de un armario empotrado, y le pides que se le acerque, esquivándolo, y que le apuñale. Un cuchillo era un apoyo, no un arma principal. Sobre todo contra las cosas que iban a encontrarse. Ya se lo tendría que decir cuando llegaran.

Pero se concentró en aquellos objetivos. Tenía que comenzar a practicar. Cuanto antes mejor. Extrajo la primera flecha, la puso en la cuerda y comenzó a tensar su arco mientras lo elevaba a su objetivo. Era el primer disparo. Respiró hondo y se tranquilizó, concentrándose en su objetivo (aunque no dejó de prestarle atención a su espalda). Comenzó ha hacer cálculos. Estaba en un patio. La brisa era muy suave, pero la distancia era grande. El viento podía desviar el disparo poco, pero en una distancia prolongada, la diferencia era mayor. Subió el objetivo y lo movió en el mismo sentido del viento que le venía de la derecha. Respiró profundamente. Aguantó la respiración tras llenar sus pulmones para que el movimiento de su tórax no estorbara al apuntar. Había oído que los francotiradores profesionales disparaban entre latido y latido de su corazón para minimizar el efecto del pulso en el disparo. No aspiraba a tanto por el momento. Aquel arco no era parte de sí. Su viejo y fiable rifle de cerrojo sí. Sintió añoranza de él en aquella situación, ahora que estaba tan lejos, cuando más lo necesitaba para sobrevivir. Tenía que dominar aquella arma cómo fuera hasta encontrar algo mejor.

Se tranquilizó un poco. Contaba con su buena puntería. Le sobraba con eso por el momento.

Y disparó. Y tras el primer disparo, otros seis le siguieron a buen ritmo. Debía intentar ser rápido a parte de preciso. Muchos objetivos o un fallo en los primeros disparos, o incluso que el blanco resistiera varios golpes, eran algunas de las excusas que se le ocurrían para practicar aquella faceta del disparo.

1-60 ACIERTO
61-100 fallo

El miembro 'Vlad' ha efectuado la acción siguiente: Número Aleatorio

'Dado de 100 caras' : 59, 87, 40, 65, 78, 28

Al ver que nadie reclamaba mi ayuda me dirigi hacia el patio siguiendo a Vlad, el cual habia encabezado la marcha con su habitual ponposidad, le segui junto con un grupo de gente ordenadamente, pensaba pedirle que me ayudara con la esgrima pero se me habia olvidado la espada, asi que tuve que bajar de nuevo

En la armeria pude encontrar armas de las mas varipintas;ballestas, cimitarras, dagas...e incluso algunas que no sabia para que servian, mire hacia los lados, ninguna me convencia, por supuesto un arco no iba a coger, seguramente la cuerda me daria en la cara y probablemente la flecha acabaria en algun lugar....insospechado
Al final me decidi por una espada media-grande y por si acaso cogi una ballesta, gracias a mi altura y mi constitucion pude coger la espada sin problemas pero aunque era algo pesada para mi gusto podia moverla con facilidad.

Volvi a subir al patio junto con la espada y la ballestata, los demas y el conde que se hallaba disparando ya se encontraban alli, me dirigi a este ultimo torpemente, no sabia como debia tratar a una persona de tal status social, si es que era conde de verdad....asi que intente hacerlo natural y aparentar seguridad

-Hola, esto...me he fijado que entiendes de armas y esas cosas, ¿Me podrias ayudar a aprender esgrima, por favor?tambien he traido esta ballesta...pero no tengo muy buena punteria...

Mire al conde fijamente, no se que clase de profesor seria(si es que aceptaba serlo) pero parecia buen profesor, aunque por otra parte estricto...

Tras observar con cierto disgusto que había acertado la mitad de los disparos, Vladimir se giró para ver al chico que se hacía llamar Mark por la puerta y acercársele. Parecía querer lo que todo el mundo le venía pidiendo aquel día, instrucción. Le satisfacía que fueran confiando en él, aunque fuera un poco, y le halagaba que confiasen en sus habilidades de comb…

Su línea de pensamiento se vió bruscamente interrumpida al ver que el muchacho alto y delgado portaba en sus manos una ballesta. ¡Una ballesta! Creía que aquellos chapuceros de Rocavarancolia no habían llegado a adquirir suficientes avances técnicos cómo para llegar a la inventarla. Algo parecido aun rifle. Algo que apoyar en su brazo, algo que poder preparar sin tener que hacer fuerza, algo con más potencia y precisión y alcance que aquellos malditos arcos.

No pudo evitarlo. Mostró una media sonrisa bastante inquietante y más bien poco tranquilizadora, tremendamente siniestra. Este tipo de sonrisas que se les dibujan en el rostro a los necrófilos cuando entran en un depósito de cadáveres.

Marchó a paso ligero y decidido hacia la puerta, directo a la armería. Ya la tenía abierta cuando de repente, recordó sus modales. Volvió a poner su típica expresión fría y estoica, conteniendo su emoción. Se dio la vuelta para mirar al joven chico.

-Con mucho gusto os ayudaré, amigo, cómo al resto que quiera mi ayuda. Pero, si me disculpáis, debo ir a obtener una de esas ballestas. Se ve que mi arco se ha quedado anticuado. Si tenéis la bondad de esperarme aquí, volveré tan raudo cómo mis pies me lo permitan.- dijo con voz aterciopelada y su típico tono de educación recargada, que no dejaba lugar a reproche alguno por su expresión. Aun así su tono estaba teñido por un deje, ya no frío ni autoritario, si no algo enfermizo. Cómo el que usa un psicópata para hablarle a un hombre amordazado mientras juguetea con muchas cosas cortantes. Ese tono que da a entender que se lo va a pasar muy bien. Y no precisamente una persona que esté acostumbrada a divertirse jugando al parchís. Hizo una profunda reverencia con mucha habilidad y el estilo de una persona que ha repetido el gesto hasta hacerlo un arte, y que además lo hace en serio. Tras esto, desapareció por la puerta, cerrando tras de si.

Caminó al paso rápido y decidido que acostumbraba, sin perder su educada compostura. Bajó las escaleras raudo y buscó entre el arsenal la pieza que estaba buscando. Y ahí estaba, colgando de la pared.

Era una ballesta alargada, pero no excesivamente ancha, aunque sí sólida. Tenía un cómodo asidero para las manos así cómo una culata poco usual para las armas de su tipo y época, pero muy cómoda, pues era del tipo que se adaptaba al hombro del usuario. Su arco era largo, con una cuerda potente. Una especie de cerrojo sobresalía del lateral izquierdo, que permitía al usuario volver a tensar la cuerda después del disparo.

Dejó el arco y su carcaj, volviendo a meter las flechas antes disparadas en él, a un lado con cierta reverencia, tomando ahora con cuidado el arma y probando a ponérsela en el hombro y apuntar. Se sintió reconfortado al notar el tacto tan familiar, tan parecido a un rifle, y jugueteó con el gatillo, acariciándolo con un cuidado que rozaba lo sensual.

Se permitió una sonrisa completa y maliciosa, mostrando sus blancos dientes en la penumbra. Ahora se sentía más preparado.

Tomó el carcaj con las saetas para su nueva arma y subió las escaleras, precipitándose educadamente al patio, donde le esperaban.

-Siento la tardanza.- se disculpó mientras volvía a adentrarse en el exterior, dónde los objetivos y Mark le esperaban, hablando en su tono tranquilo, educado y frío- espero no haberos hecho esperar demasiado. Ahora deberíamos esperar al resto, pues creo que no eres el único que me ha pedido ayuda. Haré lo que esté en mi mano por ayudaros.

Asiento para que Alphonse se diera por contestado y dejo al grupo de la planta baja. Inconscientemente, mis pasos me dirigen de nuevo al último piso. Me habría quedado abajo, pero no me hace sentir cómodo el hecho de que estemos todos en la misma habitación, no se respira igual. << Además, este piso está más aireado >> Sonrío mientras mis ojos observan el cielo gracias al enorme boquete que hay abierto en la pared. Es curioso, pero desde que estamos aquí, esta es la zona donde más tiempo he pasado. Los cuervos no inspiran confianza, pero tampoco hablan, ni se quejan, ni me hacen dudar de mí mismo y todo en lo que he creído hasta ahora. << Además, tampoco es que me acerque demasiado a ellos... >>. Desde que estoy en esta ciudad he visto un esqueleto, sangre, a estos pájaros, seres que flotan en burbujas verdes... y de momento, por raro que pueda sonar, lo que más miedo me da son mis dudas... << O eso creo >> pienso antes de esbozar una sonrisa algo entristecida... << Todo es tan absúrdamente ridículo... >>

Un bicho parecido a una cucaracha corretea a mi lado. Lo agarro rápidamente de una pata y lo sostengo a la altura de mis ojos. No es que tenga una pinta espectacular, pero al menos es comestible. Me lo llevo a la boca y me como en primer lugar la cabeza. Continúo con las patas y al final, el cuerpo. Tras eso me chupo los dedos hasta dejarlos limpios y luego me llevo las manos al cinto rojo. Está hecho con la piel de mi muda, y solía agarrarme a él con fuerza cuando necesitaba serenarme. Solía y suelo. Sin embargo, esta vez mis manos se aferran a algo más, la empuñadura del arma que había escogido en la armería. Este acto involuntario consigue que me levante y la desenfunde para contemplarla atentamente. La hoja es curva, con forma parecida a media luna y sus reflejos todavía me resultan hipnóticos, pues jamás había visto estos materiales en Asrena. Allí las dagas se hacen a partir de piedras. La guarda es de un material parecido al hierro, pero más azulado. << ¿Lo habrán pintado? >> me pregunto a la vez que vuelvo a guardar el arma en su funda.

Entonces decido que es un buen momento para bajar al patio. Vladimir debe de estar allí esperando y tampoco estaría bien enfadarlo el primer día que accede a ser nuestro profesor. Tomo las escaleras y me dirijo hasta la planta baja. La mayoría siguen ahí, o bien no les interesan las clases, o bien no estarán muy animados a darlas, cosa que no me extrañaría en absoluto. Me fijo en el dedo de la chica, que sigue desviado de forma absurda, pero como a ella no parece haberle molestado, no le doy mucha importancia y salgo al patio.


Allí veo a uno de los chicos, cuyo nombre no recuerdo, con una espada no muy grande y un artilugio cuya utilidad no sabría adivinar ahora mismo. Vlad mantiene su típica expresión, irónicamente casi inexpresiva, y porta otro artilugio como el del chico alto. << Es un arma >> Acabo por aventurar. Sonrío a ambos y me inclino ligeramente.
-¿Llego a tiempo para la clase?-les pregunto a ambos. Pues con lo serio que parece tomárselo todo Vlad, no me extrañaría que me dijera que no.

Veo como uno por uno se van hacia donde Vlad les aguarda en el patio para comenzar los entrenamientos. Yo no les sigo por ahora, primero debía hacer un par de cosas. Encuentro un mantel en la cocina y unas cuerdas en el salón que podrían valerme para mi propósito. Una vez tengo lo que necesitaba, con agilidad me dispongo a bajar las escaleras hasta el sótano donde se encuentran las armas que el torre tiene preparados para nosotros. Me quedo mirando todo ello, todas las armas que hay, pensando en que tendré que aprender el uso de todos y cada uno de ellos. Esa es mi meta, la meta que me he impuesto hasta que la Luna Roja salga, aprender todo lo que pueda.

De cada tipo de arma empiezo a coger una (un arco, una lanza...)y, después de disponer el mantel en el suelo, pongo mi pequeño botín en él y lo cierro. Así esta bien, pienso sonriente.

Aún así, no había metido todas mis armas en ese saco improvisado. Ni mucho menos. Seguía manteniendo mis dagas, la espada curva y, una reciente adquirición, un arco con su carcaj incluido. Así si que estaba preparada para aprender todo sobre la lucha a distancia o cuerpo a
cuerpo. Me sentía preparada.

El saco improvisado lo metí en un cuarto y salí al patio con los demás. Según parecía habían empezado a entrenar. Bien. Me quedé un momento observando todos los pasos del conde, sus posturas, la forma que ponía su cuerpo... hasta como respiraba. Cogí en mis manos el arco cuando pensé que había pillado el quit de la cuestión. Me posicioné como el conde, imitando a la perfección su pose, apunté a una de las dianas y, soltando aire despacio, disparé.

- Veamos que tal... - murmuré mientras no perdía de vista la flecha que se dirigía volando a su meta.

El miembro 'Caillech' ha efectuado la acción siguiente: Número Aleatorio

'Dado de 100 caras' : 25

Después de solucionar el asunto de la verja todos vuelven al plan inicial de pedir ayuda al señor conde para entrenar. Vladimir acepta con su habitual discurso y comienza a realizar unos preparativos. La mayoría ha cogido un arma a distancia para aprender, otros de ambos tipos. Será mejor que realice una visita a la armería nuevamente, pienso. Veo que Mark ha tenido la misma idea, así que lo acompaño al sótano.
-Uhm... veamos... cogeré una espada corta para aprender esgrima.
Apoyada en la pared veo una cimitarra algo desgastada pero todavía en estado aceptable. Tiene el mango negro carente de adornos. ¿Debería coger también un arco? No creía que se me fuese a dar bien, pero la verdad es que sería útil aprender a manejar un arma a distancia. Entonces veo que Mark encuentra una ballesta.
-¡Eh, eso mola más! Si no te importa yo también cogeré una.
Busco otra por la sala. No tengo mucha idea de armas así que escojo una que me parezca en buenas condiciones y que no es muy pesada. Es sencilla, al igual que la cimitarra, sin adornos de ningún tipo.

Una vez estamos satisfechos con nuestras adquisiciones volvemos a subir las escaleras. Ya había comenzado a acercarse gente, entre ellos Giz. Nos acercamos al patio donde Vladimir seguía preparando lo necesario para enseñarnos. Realizo una especie de saludo militar y me pongo firme.
-El soldado Noel espera su instrucción, señor -digo alzando ligeramente la voz, imitando lo que había visto en tantas películas.
Sonrío, divertido, mientras recupero la posición normal y espero las instrucciones de Vladimir.

Todos se estaban preparando para entrenar. Yo pasaba, así que subí por las escaleras por las que había bajado Giz antes y llegué hasta el final. Bonitos pájaros, sí es que se le podían llamar así, claro. Me recosté en la pared y me puse a hablarles:

-¿Sabéis? Antes de venir aquí, soñaba con escapar del desierto. Y ahora que lo he conseguido, no puedo sacarme de la cabeza que si muero, nadie me recordará. Exceptuando los dos asrenianos de ahí abajo. "El ranta que vino a pedir ayuda". Más patético, imposible. Pero os estaréis preguntando: ¿por qué demonios nos cuenta cosas que no queremos saber este loco? Ni yo mismo lo sé. Estoy loco, hasta ahí llego. Pero si sobrevivo para ver la Luna Roja puede que eso cambie. Puede que la locura se desvanezca por arte de magia. O que incremente. Lo cual, la verdad, no creo qué esté tan mal, puesto que el hombre de la máscara dijo que este era un reino de locos. A lo mejor hasta me acepten y todo...-suelto una risotada, ¿qué hago contando yo mis cosas a un puñado de sucias criaturas? Me levanto y voy hacia ellas, con la intención de tocarlas. Alargo la mano, cuando recapacito. ¿Y si me arrancaban la mano de un mordisco? Creo que será mejor salir de aquí, puede que los esté molestando. Dicho esto bajo por las escaleras. No paro y sigo bajando, hasta llegar a un lugar en el que hay un montón de armas.

-Un bonito lugar al fin...-sonrío y me acerco a ellas. Puede que la idea de aprender a manejar armas no sea tan mala, al fin y al cabo.

Me aparto con precaución de la avalancha de gente que me viene encima con motivo del traslado de Vladimir al patio. Que popular se ha vuelto en tan poco tiempo, y pensar que cuando llegamos a la plaza todos le miraban con mala cara con esa mirada despectiva suya. Mirada que hará un día que no veo. Ahora solo es de completa indiferencia. Será que la gente se está dando cuenta que hay que dejar esas cosas de lado y pasar a la colaboración.
Ah, esa energía, esas ganas de ir de un sitio a otro, esas voces...

-Quien pudiera ser joven otra vez.-digo para mí mismo, en tono de broma. Uno ya no está para saltos y alegrías.

Todo el mundo con armas, todo el mundo practicando. Eso me recuerda que mi maravillosa lanza debe haberse quedado en la sala de las máquinas, donde la dejé el día anterior. Cuando dejo la silla que estaba usando en su sitio -siendo el término "sitio" algo muy relativo en este lugar- repaso mentalmente las cosas que han pasado hoy mientras me dirijo a las escaleras, camino por el cual me cruzo con Vladimir, que porta una extraña sonrisa muy inquietante. Le cedo el paso, y cuando entra en la armería continuo recto en mi camino y entro en mi sala favorita del torreón. El olor de aceite y grasa me golpea de nuevo al abrir la puerta.

Observo los paneles de mecanismos de uno en uno, lentamente y con un ligero aire de desprecio.

-¿Creéis que habéis ganado? Esto no ha hecho más que empezar.-les anuncio, dando mi cordura ya por perdida.

Estiro el brazo para alcanzar la lanza cuando me doy cuenta de cierto destello procedente del suelo a la luz de la antorcha. Apoyándome en la lanza, que ya se encuentra en mi mano, me agacho y echo un mejor vistazo. ¡Eh, si son los cristales de antes! Si tan bien guardados estaban en una caja más o menos bien cuidada, algún valor tendrán. Claro que es como tener dinero en una ciudad sin tiendas, frase que al segundo me resulta más literal que al haber venido a mi mente. Alcanzo la caja de madera que ayer estaba sobre la mesita de la entrada y empiezo a, con cuidado, recoger uno a uno los octaedros de cristal repartidos por el suelo y a depositarlos ordenadamente en el interior de la caja. Cierro la misma y me dispongo a volver arriba, la caja en las manos y la lanza mal sujeta entre el brazo izquierdo y el pecho.
Al salir me fijo en que Vlad ya ha debido de salir al patio, y en su lugar se haya el otro lagarto, que ha llegado hoy. Cuanta gente hay últimamente por aquí.

Subo hasta el primer piso buscando un lugar donde poder dejar la caja, y en uno de mis vistazos hallo una sala semicircular, con algunas estanterías, cajones aquí y allí, y un par de escritorios viejos. ¡Un estudio! Maravilloso. Debe ser de aquí de donde han sacado esos libros que dicen haber encontrado. Suelto la caja sobre uno de los escritorios y me acerco a la pequeña ventana, que da la casualidad que da al patio. Sí, así están todos con sus armas, disparando a blancos improvisados o hablando entre ellos sobre cómo se coge cada cosa correctamente.

Creo que me quedaré en esta tranquila habitación, echándole un vistazo a esos libros tan interesantes que han encontrado antes.
Veamos que nos deparan sus páginas.

Todo sucede muy rápido. De pronto, soy consciente de que estamos encerrados. Sin embargo, antes de que tenga tiempo para apoyar a Alicia con sus quejas, ya han solucionado el problema.
Aferro el arco con fuerza, y, finalmente, puesto que Alphonse ha declarado que no puede ayudarme demasiado, sigo a Vlad con el arco apretado fuertemente y el carcaj colgado del hombro izquierdo como si fuese el asa de la mochila negra que solía llevar al colegio. En el patio ya ha dispuesto varias dianas.
Alphonse se separa de los demás. Vaya, quizás luego sea interesante comprobar en qué anda metido.
Con movimientos torpes, extraigo una de las flechas y la coloco en el arco, como he visto hacer en tantas películas. El carcaj resbala por mi hombro hasta quedar colgando de mi brazo. Con un suspiro, sujeto tanto el arco como la flecha con la mano derecha, y aprovecho para quitarme el carcaj cargado de flechas, dejándolo en el suelo.
Después de eso, vuelvo a centrar mi atención en el arco. Coloco la flecha y, sin embargo, por algún extraño motivo, no consigo mantenerla recta. Finalmente, tras un bufido, lo logro. El siguiente problema aparece al tratar de tensar la cuerda, puesto que necesito hacer un gran esfuerzo para lograrlo. Intento que cerrar un ojo sirva para apuntar mejor y, sin embargo, el pulso me tiembla terriblemente, en parte por el esfuerzo. Quizás busque un arco más pequeño.
Finalmente, suelto la flecha, sin apenas mirar.
-Espero que no haya nadie en medio -susurro para mí misma con los ojos cerrados, mientras siento como la flecha sale disparada entre mis dedos.

1-20 acierto.
21-100 fallo.

El miembro 'Martalar' ha efectuado la acción siguiente: Número Aleatorio

'Dado de 100 caras' : 22