Torreón Maciel (Archivo VI)

Archime no pudo hacer otra cosa que dejarse arrastrar hasta Maciel una vez más. Como aquella ocasión en la bahía. En realidad había más paralelismos de los que parecía a simple vista, pues en aquella ocasión también habían rescatado a Taro -aunque no solo a él- y el biomecánico también había agotado sus energías. El camino transcurrió si que el biomecánico fuese apenas consciente de lo que lo rodeaba, centrado en todo momento en controlar su respiración. No había llegado a darle un ataque de asma, pero si se sobreesforzaba sin duda le ocurriría.

Se aposentó en el sillón de siempre, todavía recuperando el aliento y habló tras Anriel.
—Debemos... curarlo... —musitó con la respiración agitada para después intentar llevar a cabo un hechizo de restauración.
No pudo. Probablemente todavía conservaba cierta reserva de energía mágica, pero el cansancio del uso continuado de hechizos exigentes fue superior a él. Se agitó ligeramente cuando recibió la palmada de Shaco y dejó en sus manos la tarea de curar al carabés mientras se recostaba en el sillón completamente agotado. Posiblemente debían repetir los sortilegios sanadores durante los próximos días para que Taro se recuperase correctamente, pero Archime les dio su visto bueno internamente a los que aplicó el humano a modo de primeros auxilios, dejando de preocuparse por aquel asunto en concreto.

—No deberías realizar... movimientos bruscos. Es preferible que... pidas ayuda para lo que necesites, por ahora —advirtió al carabés poco después cuando este hizo ademán de moverse.

A pesar de que lo que decía aquella versión triste y apagada de Shaco no le parecía mala idea, ya habría tiempo para comida hipercalórica. Anriel cortó en trozos diminutos unas cuantas piezas de fruta y las pasó por el mortero mientras Kei cocinaba. Acercó una cucharada del puré resultante a la boca del carabés.

- Veamos primero si no rechaza la comida- dijo. Y tardó bastante en acercar una segunda cucharada. A partir de entonces lo alimentó con lentitud, sin dejar  que el hambre del chico le conmoviese lo más minimo  a la hora de cambiar el ritmo.
El estofado terminaba de hacerse para entonces, pero pidió en voz baja a la ulterana que esperase unos minutos antes de continuar.

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Nero había dormido a pierna suelta, pero el murmullo de nueva agitación en el torreón y el eco de un llanto terminaron de despertarlo a media mañana. Se estiró felino y sonrió en la intimidad, dado que las circunstancias le impedían hacerlo en público. Los sollozos le llevaron hasta Lara, aunque ya se lo imaginaba. Se sentó a su lado y le acarició un hombro para llamar su atención.

-¿Quieres estar sola o prefieres que me quede?- dijo suave.

Lara se había hecho un ovillo en su rincón al final de la escalera y trató de contener el llanto. Nero se acercó cuando parecía que estaba a punto de conseguirlo. <<¿Tan poco obvio es que quiero estar a solas?>> se preguntó con amargura al ver que se sentaba junto a ella, antes incluso de preguntar si de verdad lo quería así. Lara apreciaba los intentos de sus compañeros por ayudarla, pero sabía que ahora mismo lo que necesitaba era separarse un poco. Pensar en sí misma y en qué iba a hacer a partir de ahora, si quería seguir luchando o abandonar; qué sería mejor para sus hijos: qué se merecían y qué de todo aquello estaba a su alcance.

—Prefiero estar a solas, Nero. Si no te importa... —le respondió, alzando la cabeza lo justo para poder mirarle.

Fue ubicando las voces, o al menos ya podía entender lo que decían con claridad. El sonido de la olla seguía ahí y ahora estaba acompañado de un leve olor a caldo que le hizo la boca agua y puso, de nuevo, el hambre en primer plano.
Instintivamente decidió que se ocuparía de entender más tarde. Seguía desorientado, no sabía dónde estaba la casa ni cómo había llegado allí, pero estaba lo bastante despierto como para poder centrarse en la necesidad imperiosa que le arañaba el cerebro ahora mismo.

Cuando Ri le tendió la cuchara por primera vez la miró inexpresivo unos momentos, como si no supiera qué esperaba de él. Había fantaseado tantas veces en su encierro con montañas de comida frente a él, con salir de la casa, volver al torreón y atracarse que por un momento se creyó que estaba imaginándose aquello también. Había hasta soñado con ello, los días en los que aún no se había acostumbrado a sentir el vacío en el estómago como su eterna compañía, y despertarse siempre era la peor parte de todas.
Sin embargo al final se aventuró a dejarse llevar por la tentación y dejó limpia la cuchara. Tragó con avidez, y con el sabor de la comida estalló el hambre que había permanecido aletargada hasta entonces. Quería otra, y otra, y otra más, hasta que no pudiese tragar. Miró expectante a la sinhadre a la espera de la siguiente.

Sin embargo entre cucharada y cucharada su mirada fue mutando del agradecimiento al ansia a la frustración y finalmente al mosqueo. No entendía a qué venía hacerle comer despacio, ¿le estaba vacilando?
Los carabeses tenían un estómago a prueba de bombas y en consecuencia las afecciones de ese tipo no eran algo que fuese de conocimiento común. Ni siquiera la noción de tener el estómago encogido era algo que tuvieran por qué saber a menos que se hubiesen especializado en medicina, ya que en los hospitales soporte mágico avanzado se encargaba de mantener el cuerpo de aquellos sometidos a una operación, por ejemplo, lo más cercano a sus condiciones originales posible. Era posible que Taro hubiese oído en alguna parte algo al respecto de qué sucedía sin ese apoyo, pero desde luego no había sido información que en su mundo hubiese pensado que merecía la pena recordar.

Ri era inflexible y no se dejó ablandar por sus miradas. Taro estaba cada vez más ansioso, y mientras tanto el olor a estofado se había intensificado y flotaba por todo el salón. Al carabés le resultaba una tortura saber que estaba ahí y no poder comerlo.
-La mesa- intentó decir finalmente con voz ronca, casi irreconocible. Había asimilado con efecto retardado las palabras de Archi-. ¿Puedo?
Lo que realmente había querido decir había sido si podían acercarle a la mesa, pero no se fiaba mucho de su garganta ahora mismo y esperaba haberse hecho entender. Sin esperar a que le izaran fue buscando asidero en el respaldo del sofá para empezar a levantarse. Sentía el hormigueo del hechizo vigorizante en sus músculos, y aunque no podía saber de dónde provenía Taro quería aprovecharse de que de momento podía permitirse el lujo de intentarlo.

Al llegar al torreón sentía urgencia al ver bajarse el puente con aquella lentitud. Taro necesitaba tranquilidad y cuidados, los de dentro tenían que ver la “sorpresa” que habían traído. Todavía no se lo terminaba de creer, y eso que habían caminado todo el tiempo detrás de las chicas que llevaban el maltrecho cuerpo del carabés. Por el aspecto que presentaba, se preguntaba si realmente podían sacarlo de esa, pero si misteriosamente había aguantado un mes allí dentro, tenía que aguantar ahora. Tal vez nunca había sido particularmente cercano a Taro, pero entendía perfectamente por qué se sentía repentinamente como si el revivido fuese él mismo. Y la bendita magia, qué útil era, y cuánto deseaba poder utilizarla.

Una vez estuvieron tanto Taro como Archi sentados, él se apartó ligeramente, escuchando cómo debatían sobre cómo proceder, cómo lo curaban o cómo pretendían darle de comer. Se mantuvo con gesto serio, lo suficientemente alejado como para no molestar a los que iban y venían. Vio al carabés abrir los ojos y volver esa mirada apagada en varias direcciones, probablemente muy confundido. También fue consciente a medias de que Lara había visto a Taro, pero al volver a buscarla con la mirada ya no estaba allí. Le apenó el hecho de que no fuese una noticia lo suficientemente buena como para hacerla acercarse y saludar al carabés personalmente. Desde el día anterior no había querido verla siquiera, y darse cuenta de hasta qué punto seguía mal era deprimente.

Las cosas se calmaron un poco cuando Taro empezó a recibir un puré de frutas. Se acercó al grupo de los sillones y se sentó ladeado en un reposabrazos mientras de la cocina empezaba a llegar un olor delicioso que también parecía estar llamando la atención del carabés. Estaba a punto de bromear metiéndose con él cuando mencionó la mesa con voz cascada. Enseguida estaba intentando levantarse.
―No seas impaciente ―lo detuvo alargando una mano, que apoyó en su hombro―. Tienes demasiada prisa por ponerte a la mesa, quédate aquí tranquilo y pide lo que quieras.
Parecía que quería ir a la cocina, aunque no entendía por qué. Tal vez no era eso, pero aun así prefería traerle lo que necesitase o ayudarlo a moverse que dejarlo levantarse todavía. El sofá era suficientemente estable en caso de que volviese la debilidad que los hechizos le habían quitado.

Cuando por fin llegaron al torreón, Keiria ayudo a Ri a dejar a Taro en un sillón y se apartó a un lado, dejando que los demás se encargaran de atenderlo. La sinhadre le llevó algo de beber, y después de un infructuoso intento de Archi de curarle las heridas, el aprendiz tomó el relevo y se ocupó de estabilizarlo. Todos estaban muy agitados, y la pelirroja no era menos, pero prefería mantener la calma y esperar por si podía hacer algo por el carabés. No tuvo que esperar mucho, y cuando empezaron a discutir sobre la mejor forma de alimentarlo, la ulterana se dirigió a la cocina y empezó a trabajar.

Ella no podía hacer hechizos, pero podía hacer otro tipo de magia, y no se le daba mal. Siempre había considerado la cocina una ciencia, y se había empeñado desde pequeña en aprender, pero no todo eran medidas, tiempos o cantidades, y con los años se había dado cuenta de que implicaba algo mas. El estado de ánimo influía a la hora de preparar un plato, y si cocinabas para alguien sin ganas, la comida sabía peor, por eso creía que tenía algo de magia. Taro necesitaba alimento, y ella iba a poner su mejor esfuerzo en proporcionárselo.

Limpió la carne y la verdura con agua y lo troceó todo, poniendo a calentar agua en una olla grande mientras preparaba unas especias. Cuando empezó a hervir, fue añadiendo los ingredientes poco a poco, dejando que la grasa de la carne y se mezclara con el agua para obtener la base del caldo. Añadió las especias hacia la mitad de la cocción, cuando las verduras empezaban a ablandarse, y dejó que el caldo fuera espesando poco a poco mientras el olor empezaba a inundar el salón. En algún momento Ri se le acercó para susurrarle que esperara un poco antes de servirle al carabés, y la ibolense se limitó a asentir, dejando que el estofado reposara un poco mas.

Probó el resultado antes de nada, y dándole el visto bueno, acercó varios platos y los llenó hasta arriba, repartiéndolos después entre los macieleros presentes. Todos necesitaban reponer energías, y había preparado comida de sobra. El plato de Taro se lo tendió a Ri, pues había sido la sinhadre la que se había ocupado de darle algo de fruta al carabés.

- Lo siento- dijo. No parecía sentirlo en absoluto. Anriel se apartó el pelo del rostro y sostuvo la mirada a Taro, con el cuenco de estofado en la mano. Ella misma tenía hambre, debía hacer cerca de un día entero que no probaba bocado. Se preguntó cuanta sentía él. -Calma. Te prometo que no te va a faltar, pero no puedes empezar con ansia.

Cuando  acercaba la última cucharada se dio cuenta de que se había quedado dormido. Pasó un brazo por detrás de la espalda del chico, y otro bajo sus piernas y  lo cargó con cuidado. Pesaba tan poco que le encogía el estómago; sin embargo el camino arriba se hizo dificil. Empezaba  a acusar el cansancio de la noche en vela y del esfuerzo de aquella mañana.

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- Esta bien- dijo Nero, que en realidad tenia más interes en lo que sucediera escaleras abajo. Tuvo un último gesto de aliento para la ordesa y la dejó sola.

Ri cargaba un cadaver. Uno que respiraba y tenia piel sobre el esqueleto, pero poco más. Se apartó para dejarla pasar y la esperó apoyado en la pared mientras acostaba al carabés y lo cubría con una manta.

- ¿A que debemos el honor?- frunció el ceño durante la explicación y terminó por sonreir- Bueno, las gallinas que entran por las que salen.  Tienes un aspecto terrible, ¿sabías?

- Necesito comer y dormir. Espero que puedas prescindir de mi hoy.
- Mi corazón llorará tu ausencia.

Anriel le miró con gesto de hastío; Nero le dedicó una sonrisa.

Por fin llegamos al torreón y... El puente estaba bajado. ¿Señal de que Shaco acababa de llegar? Quizá. Por eso aceleré hasta llegar a la puerta y llamar varias veces.

—¡Somos los de Letargo! ¡Shaco se largó sin avisarnos!—exclamé primero, antes de que abrieran, y para que supieran el por qué la "visita".

Al final nos abrieron pero antes de pasar, Marsi nos advirtió de un hechizo que no nos dejaría pasar. <<¿Distinto del que usó Oz?>> Con alargar la mano noté que en efecto había una pared invisible. Archi se acercó para incluirnos en la "lista" de quiénes podrían pasar y pudimos hacerlo.

A punto estuve de disculparme al ver que interrumpíamos la comida, pero en cuanto mis ojos se fijaron en el ruso ignoré ese detalle; si no se hubiera ido así, no interrumpiríamos nada. Estaba entero. En ese instante, por unos segundos, deseé haberlo encontrado fuera de su torreón, para así al menos echarle la bronca por semejante susto. Pero no lo haría en su casa, por favor. Estaba vivo, ¿no? Ahora a tranquilizarse y a dejar de lado el susto. <<Sí, claro, pero nosotros a jodernos>>

—Hola... Disculpad la interrupción pero nuestro querido Shaco ha desaparecido hoy, o a saber si no se fue anoche...—mascullé, mirando a algunos de los macieleros, pero luego miré al ruso—Pero parece que estás bien ¿eh? Genial, chico, genial. La ciudad no es ya lo suficientemente peligrosa como para ir solo y sin avisar a nadie, ¿eh?—le dije, hecha un manojo de nervios—Podrías disculparte, al menos, digo yo. Que nos has pegado un buen susto—rematé.

Las últimas palabras de Marsi me hacen sonreír.

-Y estoy enfadada, mucho, pero estoy más preocupada que otra cosa - le explico con una mueca.- Me reía por que me estaba imaginando algo divertido, así me ayudo a mi misma a dejar de preguntarme mil y una veces si estará bien y no se lo habrá comido nada. Es una forma de calmarme y realmente funciona, al menos para mí, aunque no prometo no soltarle una guantada si lo encontramos en el torreón - le explico sin entrar en detalles de lo que estaba pensando realmente, que entonces rara, va a pensar que soy una psicópata.

Avisto la ballena del torreón y aumento la velocidad de mis pasos. Alice llama a la puerta y nos abren. Al entrar y ver al chico una parte de mí suspira de alivio y se pelea con la parte que quiere abofetearle, no gana ninguna de las dos. Dejo a la humana hablar y cuando termina la miro extrañada esperando algo más, un algo más que no llega. No te preocupes, ya lo pongo yo. En unas zancadas recorro el espacio que nos separa al chico y a mi y le agarro por la pechera.

-¿Pero tu eres tonto o qué? - le pregunto, una pregunta retórica.- ¿Tú sabes el susto que nos has dado? ¿Cómo se te ocurre irte solo? ¿Tienes la menor idea de lo que te podría haber pasado? Está claro que tienes suerte. Yo he visto a una compañera explotar ante mis ojos, podría haberte ocurrido algo parecido a ti. Y cuando hubiesen venido a buscarte ¿qué? Desde el mismo instante en que te dejaron en nuestro torreón fuiste nuestra responsabilidad, ¿con qué cara les habríamos mirado de haberte pasado algo malo? Por no hablar del disgusto que se habrían llevado ellos en ese caso - paro para coger aire. Estoy exaltada y eso no es bueno, sobre todo por que estoy en "casa" ajena. Le suelto y me dirijo a la entrada.- Si te vuelves a quedar otra vez y te vas de esta forma juro por el emperador que del puñetazo que te soltaré vas a necesitar cuidados intensivos mágicos antes de que se te pase por la cabeza otra vez - y dirigiendo una mirada al resto.- Siento esto. Os espero fuera - les digo a mis compañeros.

Salgo por la puerta y apoyo la espalda en una pared soltando un suspiro. Menudo discurso, ahora espero que entienda que irse de esa manera no está bien y no vuelva a hacerlo. Aunque realmente no se cuantas esperanzas ponerle a ese pensamiento.

Alice y Sura se encargan de soltarle el sermón. En lo que a Marsi respecta, no tiene sentido soltar otro más, lo que había que decir está todo dicho, y aunque tuvo que aguantarse las ganas de pegarle, permaneció en silencio. Sura salió a toda prisa y la varmana sintió ganas de salir tras ella, pero había cosas que quería preguntar.

El aprendiz estaba raro y el aspecto del resto de habitantes de Maciel era... bueno, no tenían muy buen aspecto.

-Bueno, ya que hemos reñido a este por hacer el mico y nos hemos asegurado de que no se lo han comido por el camino...- tanteó- ¿Vosotros estáis... bien?

En cuanto se asegurase, saldría a por la ulterana.

Lara dejó que Nero se fuera y se recostó de nuevo contra la pared, acariciando a los bebés de dentro del marsupio y tratando de dejar la mente en blanco. Y funcionó. Permaneció más o menos relajada contra la pared costrosa, hasta que las voces de la planta baja la trajeron de vuelta a la realidad. Lara suspiró. <<¿Esa era Sura?>>. Lanzó sobre sí misma el conjuro de amplificación sensorial para asegurarse, pero un sonido diferente al de las voces se coló en sus oídos: la respiración de alguien durmiendo cerca.

Nero y Ri estaban despiertos, por lo que enseguida supo quien quedaba. Aprovechó que había visita y no quería ir a recibirles y, en su lugar, bajó hasta la habitación donde descansaba Taro. Sentía cierto cargo de conciencia por no haberse acercado antes. Lara se asomó, asegurándose de que no había moros en la costa, y cuando supo que tenía vía libre, se acercó hasta la cama. Plantarse frente a él, escucharle respirar, trajo de nuevo la envidia. La ordesa no pudo sostener la mirada con aquel cuerpo maltrecho durante mucho tiempo y acabó agachando la cabeza. <<Él no tiene la culpa de mi mala suerte>> se reprendió. Suspiró hondo y sacó la piedra vibrante de su bolsillo.

Lara se la llevó a los labios y le dio un beso antes de alzar suavemente el colchón por los pies y esconderla debajo. <<Ojalá te recuperes>>. Le deseó antes de evacuar la habitación, para volver a su rincón de pensar.