Barrio Quemado

El lomo de Rasqa se encendió y este estuvo a punto de sisear al recién llegado. Hasta ahora las zonas que más había frecuentado de toda Rocavarancolia estaban pobladas de alimañas, no de seres racionales, y le costaba aparcar el instinto. Al escucharle hablar, el moloch no tardó en apagar las llamas y relajar la postura. Era otro bípedo de los que habían visto la luna. Personalmente, Rasqa sabía que la luna le había sentado mejor a él que a algunos de sus compañeros. El recién llegado tenía un par de alas importantes, lo primero que le habían llamado la atención.

—Rasqa, sí —se presentó con la boca llena de carne chamuscada. El moloch no creyó necesario pedir disculpas por su conducta inicial, debía de ser obvio que le había confundido con una criatura—. Leí la historia de este sitio hace poco y le he acabado cogiendo el gusto a comer con gritos de fondo —confesó, sin motivos para mentirle—. Es un lugar maravilloso, casi puedo sentir el espectro de las llamas... —una sonrisa tosca surcó la cara del parqio al tiempo que exhalaba el humo que había generado al encenderse antes—. ¿Tú también lo notas? —preguntó, curioso—. ¿Qué eres?

El sueco se cruzó de brazos en actitud desenfadada mientras escuchaba lo que el recién presentado como Rasqa tenía que decir. Noel desconocía cuál era su transformación, pero oyéndole hablar de las llamas y calificar a aquel barrio como “maravilloso”, sumado a que parecía tener la capacidad de expulsar humo, se había empezado a hacer una idea de cuál era su precio. Pues el draco ya no tenía duda alguna de que el parqio era una criatura del mismo tipo que él. <<Sí que se adaptan rápido ahora>> pensó con diversión.
—Podría decirse que sí, aunque no de forma directa —respondió a la pregunta que le hizo sin vacilar: no parecía que aquel novato fuese a asustarse teniendo en cuenta las palabras que había elegido para describir lo que la mayoría habría calificado de “escalofriante”—. Yo estoy aquí para escuchar los gritos residuales de las víctimas de las llamas. A mí también me gusta este sitio, es relajante. Y respondiendo a tu última pregunta, soy Noel, que todavía no me había presentado. Y también un draco de Estínfalo. Pero he de confesar que aunque ya conozco una buena lista de cambios que la Luna tiene que ofrecer, estoy en las mismas respecto a ti. ¿Qué eres tú? —Le devolvió la pregunta—. Aunque me juego mis plumas a que tu transformación tiene que ver con el fuego, ¿me equivoco? —Añadió esbozando una sonrisa confiada mientras su cola se balanceaba en un inconsciente vaivén que poco tenía que ver con los bandazos de nerviosismo característicos en él.

Rasqa sonrió con diversión. Le gustaba que la luna creara otras criaturas con las que poder entenderse.

—Acertaste —Rasqa soltó un par de carcajadas roncas—. Soy un moloch, y mira —el parqio estaba encantado de presumir de sus nuevas capacidades. Agitó el cuerpo para desperezarse, estiró las alas e hizo que sus pinchos ardieran. Un hilillo de humo no tardó en surgir de sus narices. Al Rasqa le gustaba jugar a interrumpir el el hilo, aguantando la respiración—. Debo quemar gente y respirar su humo —contó como si hablara de costura—. ¡Estoy deseando que llegue el día! —Rasqa no había podido cumplir su precio aún. Había tenido demasiadas cosas que hacer y todavía necesitaba un compañero no novato para poder salir de la ciudad. Pero tenía demasiada curiosidad (y se estaba impacientando)—. Lo tuyo son los gritos, ¿no? —al menos eso había intuído—. ¿También tienes que quemar gente o da igual? ¿Qué se siente al pagar la magia?

La palabra “moloch” no le evocaba a ninguna transformación ya que era la primera vez que oía hablar de ella sino a otra clase de cosas como un reptil terrestre o criaturas mitológicas que no recordaba que se pareciesen demasiado a Rasqa en su mayoría. No obstante, el propio parqio se encargó de dejarle claro en qué consistía exactamente su transformación no solo detallándole su precio, sobre el cual se había hecho una idea pero no habría adivinado con exactitud las condiciones, sino mediante una demostración que le hizo reír al ver el orgullo con el que el moloch exhalaba humo tras haber prendido las púas de su espalda.
—Diría que la Luna te ha sentado muy bien —le alabó, divertido.

Aunque el sueco se refería más que a su apariencia, al hecho de que aquel novato parecía haber aceptado sin ninguna clase de escrúpulos lo que le había tocado. Resultaba incluso refrescante, ya que normalmente las nuevas criaturas inmorales no eran más que un cúmulo de auto-odio o dudas existenciales. No podía criticarles, no obstante, al menos no sin ser un completo hipócrita. Y por ello tal vez tiempo atrás le habría chocado fuertemente que el recién transformado expresase su deseo por cumplir su precio cuanto antes.

—Así es, tú también acertaste —le confirmó cuando le preguntó por su precio—. Pero no, no necesito quemar gente. Aunque a veces lo hago, las quemaduras siempre son dolorosas y la gente no suele escatimar en uso intensivo de sus cuerdas vocales cuando se las produces —explicó sin dejar de sonreír maliciosamente—. Claro que para mí no sería práctico calcinarlos por completo, yo los necesito vivos el máximo tiempo posible —añadió con la sencillez de quien habla sobre el clima—. Los precios como el mío suelen conllevar una recarga más gradual, mientras que los más… drásticos como el tuyo requieren menos tiempo para conseguir más. La sensación es maravillosa —procedió a responder a su última pregunta—, siempre es un subidón de energía incluso aunque estés agotado.
El draco podría hablarle también de la placentera sensación que volvía a cualquiera adicto a su propio precio, pero lo omitió para que el propio moloch lo descubriese por sí mismo.

El parqio acabó sonriendo de oreja a oreja mientras escuchaba, deseoso de comprobar por sí mismo cuán maravillosa era realmente la sensación de obtener magia. Se preguntaba si realmente era la magia lo bueno y no el olor de las víctimas chamuscadas, pero no podría saberlo ni su interlocutor.

—¿Notas la diferencia? Entre unos gritos y otros, quiero decir... ¿Saben todos igual? —Rasqa quería averiguar más y su falta de modales bípedos le ayudaba a preguntar sobre las cosas más crudas sin mucho problema. Había otra cosa, sin embargo, de la que quería saber más—. ¿Qué dijeron tus compañeros sobre tus nuevas necesidades?


Rasqa no era consciente de hasta qué punto le preocupaba que su "manada" resultase dañada en el momento que él destapara sus necesidades de cara al público.

Sonrió con diversión para sus adentros al comprobar lo rápido que se había familiarizado Rasqa con el concepto de “precio inmoral” a juzgar por la clase de preguntas que le hacía.
—No, no ”saben” todos igual, por supuesto —le aseguró—. Cuanto más genuinos, más desesperados, mejor. Los matices son personales, seguro que cuando empieces a cumplir tu precio también descubrirás qué clase de detalles son mejores para ti.    

La conversación derivó en un tema más delicado, al menos bajo su punto de vista, por lo que el draco perdió la sonrisa de matiz malicioso y su semblante adquirió seriedad.
—Yo siempre he tenido suerte. A mis amigos no les costó aceptarme tal y como soy. Me costó más a mí que a ellos, por así decirlo. —No tenía ganas de profundizar en el asunto, de todas formas era obvio que el moloch no había pasado por ese proceso en ningún momento—. Hay personas a las que les cuesta más; la moralidad es una noción muy básica en la mayoría de sociedades y casi nadie tiene la capacidad de desprenderse de ella de la noche a la mañana. Pero no te preocupes, todos se adaptan, más pronto o más tarde. Si no se adaptan significa que en realidad no pertenecen a Rocavarancolia.
A aquellas alturas, el draco estaba convencido de lo que afirmaba.

Por si no se notaba, Rasqa estaba cada vez más emocionado con la perspectiva.

—Entiendo—aquello le hizo suponer que el bípedo probablemente tuviera el oído tan desarrollado como él mismo tenía el olfato. Desde que le había tocado la luna, Rasqa estaba descubriendo nuevos olores, o matices de los viejos olores que conocía que jamás había podido percibir. No lo tenía claro, no sabía nada de biologistica o como quisiera que se dijera aquella cosa que le había soltado el fantasmuzo de la biblioteca.

El parqio agradeció en silencio la respuesta de Noel al respecto de sus amigos, inconsciente de haberle preguntado algo demasiado personal. Daba gracias a que en su tribu la moralidad fuera tan diferente, porque habría odiado odiarse por tener tanta suerte como había tenido. O al menos odiaba la idea de odiarse desde su mentalidad actual. Fuera como fuese, el parqio había tenido suficiente seriedad.

—¿Y qué habilidades te dio la luna? ¿Las alas las tenías de antes o eras otro de los bípedos terrestres?

Rasqa guardaba siempre preguntas.

En el instante en el que Rasqa hizo una pausa en sus preguntas, Noel se dedicó a prestar atención a los gritos que arrastraba el viento, con la cabeza ligeramente alzada hacia arriba y la mirada perdida. Le habría preguntado al moloch sobre cómo se estaba adaptado a su propia transformación siguiendo el hilo de las preguntas que le había hecho a él, pero la respuesta era demasiado evidente. De todas formas el reptil lo sacó de su ensimismamiento con una nueva pregunta y el draco giró el rostro hacia él.
—Yo era humano, probablemente hayas compartido cosecha con alguno, ¿verdad? —El porcentaje de cosechados de la Tierra solía ser bastante elevado y en cualquier caso estaba seguro de que los había habido aquel año ya que los había visto de refilón al llevar a sus propios cosechados ante el Consejo—. Así que estas alas son totalmente cosa de la Luna —afirmó con una leve sonrisa mientras las sacudía ligeramente—. Puede que no sea tan vistoso como tu espectáculo de llamas, pero además de volar puedo hacer esto con las plumas.

El sueco disparó una ristra de plumas hacia un montículo de tierra a pocos metros de donde se encontraban, no solo utilizando sus alas sino también su cola y sus brazos.
—Son duras y cortantes. No demasiado, pero en una buena cantidad pueden hacer bastante daño.
Podría explicarle más cosas acerca de las ventajas de su transformación pero decidió que con aquello era más que suficiente. Ni presumir ni descubrir todos tus puntos fuertes a alguien que acababas de conocer le parecía una idea atractiva. Sus experiencias como mercenario le habían hecho bastante cauto a aquel respecto, aunque de todos modos nunca le había gustado exhibirse.

—Antes dijiste que estabas deseando poder cumplir tu precio, ¿te has informado acerca de en qué mundos vinculados puedes hacer eso? La ciudad tiene una política bastante estricta respecto a eso, pero de inmoral a inmoral te puedo aconsejar cuáles son los mejores planetas a los que acudir si te interesa —acabó por ofrecerle, en su lugar.
Además era preferible orientar a los novatos de precios que implicaban matar a las víctimas antes de que descubriesen los subterráneos e iniciasen un genocidio indiscriminado de sujetos de emergencia.

—Un par de ellos, sí —aunque se preguntaba si todavía se podían considerar a sí mismos humanos. ¿Seguía él siendo parqio después de todos los cambios?—. Parece que a la bola roja le va hacer alas de buena calidad —en aquellos momentos estaba rememorando sus clases de vuelo con Samika y Ergot. Apenas había tenido mucho que enseñarles y aún con la poca experiencia que tenían, Rasqa sabía con certeza que pronto volarían más rápido que él. Ergot, de hecho, ya lo hacía.

El número de las plumas hizo que los ojos le brillaran. El dragoncillo reptó rápido hasta el lugar en el que habían aterrizado y recogió una, examinándola con cuidado entre sus garras. Rasqa sentía una curiosidad que rallaba lo morboso por saber qué más clase de cosas engendraba la luna.

—Increíble —dijo más para sí que para Noel. Se preguntaba hasta qué punto podía apuntar con precisión, a pesar de que lo que acababa de hacer le respondía con creces a esa duda. El parqio estuvo a punto de continuar con su racha de preguntas, pero Noel se le adelantó y se vio obligado a dejarla estar—. Fui a la biblioteca a preguntar a Biblios —y no fue mal del todo, le dio detalles básicos, que pudo ir completando hablando con sus compañeros de la Sede; pero... —¡Es un cabronazo! —se carcajeó. El bibliotecario había irritado a Rasqa con sus maneras.

>>Después de todo, había pensado comenzar por las... por Ordesta —el nombre oficial de su mundo se le atragantaba. Para Rasqa siempre había sido poco más que las islas y el mar más allá de estas— ¿Puedes creerte que había vivido siempre al lado de unos ratones peludos con bolsillo y no lo había sabido nunca? —en su momento, esa información le había dejado perplejo y la sorpresa todavía le duraba. La compartía a menudo. En su cabeza, Rocavarancolia se sentía más cercana, en términos de distancia, que aquel lugar lleno de hamsters marsupiales—. Pero bueno, la cosa es... ¿Es un buen sitio para empezar?

Noel rio cuando el parqio habló sobre Biblios, tildándolo de “cabronazo”. Aprender a tratar con el espectro requería algo de tiempo, pero en realidad solo era un excéntrico al que le gustaba hacerse de rogar y cada vez que acudía a la biblioteca se limitaba a hacerle las preguntas justas que sabía que le respondería. Pero de todas formas el moloch afirmó haberse informado hasta cierto punto.
—Ordesta… Lo cierto es que es uno de los mundos en los que todavía no he ido de caza, aunque sí que estuve allí. Concretamente en las Islas, porque hasta hace un par de años yo era el cosechador de vuestra especie. Tiene que ser bastante raro enterarse de que habitan más especies inteligentes en tu mismo planeta de las que tenías conocimiento —comentó ante la mención del parqio sobre “los ratones peludos”—. En cualquier caso, el Consejo no ha asignado restricciones excesivas a la sociedad ordesa así que probablemente sea una buena opción. En realidad en ese sentido no difiere mucho de Varmania, que es sin duda mi planeta preferido para ir de caza. Esos dos y Nubla son los mejores para empezar, si te apetece probar variedad —concluyó con una sonrisa maliciosa.

—¡Perfecto! —el parqio dio un pequeño salto para incorporarse y estiró las alas. Saber que iba bien dirigido tan solo aumentaba el entusiasmo del moloch con empezar a incendiar cosas—. ¿Y qué haces aquí desde que te salieron las alas? —cambió de tema sobre la marcha—. Todavía no tengo claro qué tenemos que hacer ahora. ¿Somos libres? ¿Se espera algo de nosotros? —el parqio alzó la cabeza y miró a los lados, buscando algo que no sabía si existía—. Oye, ¿hay por aquí algún sitio especial donde se oigan mejor los gritos o con buena vista o algo? Por mover el cuerpo un poco —ya que iban a charlar, mejor hacerlo en un lugar más atractivo.

El parqio volvió a iniciar una nueva tanda de preguntas, pero esta vez el draco decidió empezar por el final.
—No hay nada especialmente destacable entre este montón de escombros, pero podemos subirnos al único tejado que se mantiene lo suficientemente “intacto” como para sentarse en él. Sígueme —indicó antes de echar a volar.
El sueco aterrizó con cuidado sobre las tejas ennegrecidas y se sentó todo lo delicadamente que pudo. Le indicaría a Rasqa que hiciese lo mismo una vez se acercase, a riesgo de que cualquier movimiento brusco podría provocar un derrumbe. No era gran cosa, pero le gustaba sentarse en un lugar elevado e identificar las diferentes voces agonizantes que arrastraba el viento.

—En respuesta a tus preguntas de antes… Sí, somos libres. Con un matiz, en realidad. En Rocavarancolia teóricamente no hay leyes ni reglas, exceptuando la que impide intervenir en una cosecha y las distintas restricciones en los mundos vinculados. Pero hay una ley no escrita muy básica: nunca vayas en contra del Consejo. Nuestros “estimados” —puso énfasis en la palabra dando claramente a entender que pensaba justo lo contrario— gobernantes tienen acceso a un poder con el que nosotros ni siquiera podemos soñar, por lo que si contradices a sus intereses te arriesgas a entrar en lista de espera para ejecución. Pero mientras no toques las narices al Consejo, eres libre de hacer lo que quieras.

El sueco hizo una pausa, tanto para esperar a que el moloch dirigiese la información como para ordenar sus pensamientos.
—Creo que hay una única cosa que esperan de nosotros, y es la lealtad hacia Rocavarancolia. Si hubiese una guerra, nos veríamos obligados a participar en ella si se nos requiere. Personalmente no tengo ganas ningunas de que eso ocurra, pero tampoco me podría quejar demasiado porque mi trabajo no dista mucho de eso. Soy mercenario. El resto de mis compañeros y yo cobramos dinero por hacerle el trabajo sucio a otro, en definitiva.

Rasqa asintió y siguió al draco en su vuelo, aterrizando sobre aquel tejado ruinoso. El parqio alzó la cabeza y llenó sus pulmones de aire puro para después suspirar con cierto deje de amargura. Habría pagado por conocer el lugar mientras aún ardía, por respirar el humo de un fuego eterno. Se preguntaba si no podría él devolverle la vida a las llamas, traerlas de vuelta al lugar al que pertenecían. Volvió a suspirar y se giró hacia Noel para escuchar sus respuestas con verdadero interés.

—Vaya —resopló ligeramente mosqueado—. Son peores que los ancianos de mis islas —Rasqa odiaba tener siempre a alguien con más autoridad que él tocandole las fosas nasales desde más arriba. Lo único que le parecía bien era el tema de la guerra. Víctimas para sus llamas y energía para él ofrecida en bandeja—. Es la primera vez que oigo mercenario, ¿con trabajo sucio te refieres a matar gente? — <<¿De verdad le pagan por recargarse?>>. Al moloch le parecía increíble. Aquel trabajo le llamaba la atención.

Asintió en silencio cuando Rasqa afirmó que el Consejo era peor que los ancianos de su tribu. No pensaba añadir nada más al respecto, ya que prefería simplemente ignorar la existencia del Consejo cuando era posible, pero le gustaba cuando alguien opinaba de forma parecida a él en aquel asunto.

La siguiente pregunta del moloch no le cogió demasiado por sorpresa ya que sabía de qué clase de sociedad provenía el parqio y no era extraño que nunca hubiese escuchado la palabra “mercenario”.
—Entre otras cosas, sí —respondió enseguida—. A veces también se nos encarga robar, deshacernos de alimañas o posibles trampas mágicas… Cuando empezamos teníamos encargos más modestos, de hecho. Pero matar, torturar o simplemente acojonar a alguien son el grueso de los contratos hoy en día —finalizó con una amplia sonrisa.

El parqio se mostró ojiplático a la descripción de aquel trabajo. Sabía muy poco de economía y de trabajos y de contratos, pero la violencia le atraía como la luz a los bichos.

—Guau... —Rasqa no cabía en sí de gozo. El moloch meneaba la cola inconscientemente, deseaba lograr algo así para sí mismo—. ¿Y qué tal es el ejército? —el parqio lo tenía en el punto de mira—. Mucha gente de la sede está ahí, ¿hacen cosas parecidas a ser mercenario?

El interés del moloch por lo que le estaba contando era evidente, y el draco casi se alegró cuando le preguntó por el ejército. Realmente le daba igual la elección de trabajo del parqio pero, ahora que habían logrado eliminar a su mayor competidor, preferiría que no les saliese competencia nueva tan pronto.
—Formar parte del ejército realmente sí se parece bastante. Tiene la ventaja de un sueldo fijo y muchas más comodidades en general, como instrucción gratuita mientras trabajes para ellos. Nosotros hemos tenido que ser muy autodidactas en ese sentido, ayudándonos unos a otros —le explicó guardándose para sí cuáles eran las desventajas en su opinión—. De cualquier forma, si estás interesado seguro que puedes preguntar a alguno de tus compañeros de la Sede para que te expliquen más a fondo acerca de sus tareas en el ejército.    

La faz del parqio acogió el entusiasmo sin pizca de disimulo. Una vez hizo sitio a toda la información que estaba asimilando en su cabeza, sonrió y volvió a fijarse en el aspecto del draco de estínfalo. Lo que ofrecía el ejército se le antojaba perfecto para él.

—Está bien —estaba claro que iría directo a informarse y probablemente saliera volando en cero coma—. ¿Y dónde dices que vives? —el parqio no tenía ningún interés en ampliar su red de influencia o hacerse con un contacto jugoso dentro de la ciudad, aquello no entraba en sus planes. El parqio lo que quería era saber donde vivía una de las bestias que compartía... Cierto gusto por la violencia bien llevada, cómo él.