Luna Alta

Durante unos minúsculos instantes en el rostro de Kahlo se vislumbra una pizca de esperanza y orgullo, sensaciones que se pierden al ser intimidada por el odio del lagarto. Aseguró su posición dando un paso atrás, dispuesta a conjurar algo ofensivo por encima de sus miedos cuando Qirra atrajo toda la atención. No sabía en qué momento se había separado, no había tenido tiempo de fijarse, pero quiso gritarle que se apartase. Sin embargo la tensión de lo inevitable le provocó la mutis.

Todo pasó sin remedio. El grotesco ruido la hizo palidecer tanto como la visión, la cual le hizo apartar el rostro bajo ambas manos con un quejido lastimoso. La piedra había caído con la fuerza de un meteorito sobre la pequeña reptil, y aunque la granta mirase a otro lado la imagen ya estaba grabada a fuego en sus retinas. Los gritos solo provocaron que temblase de forma más violenta, pues reafirmaban que todo lo sucedido era real. Quienes pudieron echaron a correr inmediatamente, pero ella se quedó en el sitio con náuseas, un nudo en la garganta y la inminente sensación de ir a desmayarse. Si seguía aferrándose a su estoque era por no ofrecerle más armas a aquel monstruo. No importaba la magia si él también podía hacerla, y seguramente mejor que ella. Con el cuerpo al límite y gracias al sonido de las flechas Kahlo consiguió dar media vuelta. Los primeros pasos le costaron un mundo, pero tras ellos la adrenalina hizo todo lo demás ayudándola a huir, tirando de Luci en el proceso en acto reflejo. Sus zancadas eran torpes y menos rápidas de lo que hubiera deseado, pero se movía.

Lo peor de todo es que algo en sus entrañas le susurraba que, puestos a perder a alguien, solo se trataba de Qirra, que la pérdida no era tan grave. Y con los ojos cargados de lágrimas que no eran de pena o rabia, corrió por su vida. El horror y la ira que le había dedicado Setenta y siete era lo que la ayudaba a no mirar atrás.

A Alec no le dio tiempo a hacer mucho antes de oír un sonido que se grabaría por siempre en su cabeza. La muerte no le era ajena, en la granja había tenido que sacrificar animales para poder comer, era su medio de vida. La sangre tampoco le era extraña pero ver como el cuerpo sin vida de la pequeña dragona se deslizaba irremediablemente por el tejado hasta caer a plomo, dejando un rastro de sangre tras ella... era más de lo que el escocés podía aguantar.

Dolorido, ensangrentado y rabioso fue consciente a duras penas de como el resto salían corriendo en desbandada. Quiso unirse a los gritos de ira del resto de sus compañeros, quiso ser capaz de hacer algo, lo que fuese, habría vendido su alma al mismo diablo si Setenta y siete hubiese caído muerto en ese momento. Por desgracia eso no iba a suceder por arte de magia.

Tragando todo el dolor y enterrándolo en una fosa tan poco profunda que no tardaría en abrirse paso a la superficie el joven comenzó moverse. Aferró el hombro de Kolja, se puso delante de él y mirándolo a los ojos con una expresión que no engañaba a nadie le dijo:

-Vámonos, no podemos hacer nada - la voz se le entrecortaba al hablar.- No quiero perder otro amigo.

Sí, amigos. Después de tantos meses conviviendo juntos en un mismo lugar era inevitable que Alec los considerase así a todos. A pesar de los roces, o quizá gracias a ellos, el escocés quería a todos los del torreón y no deseaba ver a ninguno más muerto.

El resto buscaba a Kradko y Alec comprendió que la clinger no estaba allí con ellos.

-¡Lethe! Kradko sabe cuidar de sí misma - le dijo a la enderth.- Seguro que cuando lleguemos al torreón ya está allí esperándonos, pero tenemos que irnos.

Un segundo. Solo un segundo duró el sonido del viento roto antes de que llegase el fuego y el impulso. Por debajo de su hombro derecho, en diagonal desde fuera hacia dentro, el acero atravesó piel, cortó músculos y rasgó hueso, provocando que sus tendones fallaran y soltara inmediatamente el estoque. Kahlo abrió la boca pero de ella no salió ningún sonido, solo una exhalación sin aliento. La lanza se clavó en la tierra en un visto y no visto, llevándosela con ella y astillando el hueso en el impacto. Como si hubiera sido picada por mil avispas sus ojos se cerraron ante el dolor, tan radical que censuraba cualquier otra sensación que le hubiera podido causar la caida.

Lo peor vino segundos después. La constancia y la agudeza del dolor era tal que el grito que profirió se le quedó corto. Gritó hasta que sus pulmones se quedaron sin aire, hasta que su voz no fue más que un lamento. Su mano izquierda arañó el suelo antes de tapar la herida torpemente.

¿Era un castigo por menospreciar la muerte de Qirra? ¿Pensarían sus compañeros lo mismo si ella moría?

Todo el rechazo que había sentido alguna vez hacia su familia se esfumó. Ojalá pudiera estar en casa otra vez. Quiso llamar sus nombres, a sus padres, a su hermano, pedir perdón por irse y no aceptar su estúpida y acomodada vida, pero de su garganta solo salieron ruidos ahogados.

Mientras corría literalmente por vivir, algunos se unieron a lo que algunos llamarían una cobarde acción. En lo mas profundo de su ser quería volver, solo volver, aunque fuese solo pero los que le siguieron hizo que se diese cuenta de que no estaba solo en todo ese caos. Los ojos se le humedecieron cuando Chromsa preguntó al borde de las lágrimas acerca de Qirra, sin saber si debía responder a esa pregunta. Apretó los dientes de rabia por haber enmudecido ante la pregunta, ni siquiera atreviéndose a mirarlo por temor de que su mirada ya cubierta de las primeras lágrimas respondiese a ello.

El sonido de un silbido en el aire se coló en mitad del desastre, acompañado de otro sonido que no quería oír. Notó desde el rabillo por un instante caer a Kahlo. La miró presa del pánico, más preocupado que nunca por la granta. Tuvo que parar de correr cuando la lanza que la atravesó se incrustó en el suelo, llevándola por delante en el proceso.

—Kahlo… —llegó a soltar con un hilo de voz mientras temblaba más que nunca, antes de que la mujer gato soltase el peor grito de dolor que jamás escuchó. El ruso al borde del llanto y con las mejillas empapadas no sabía que diantres hacer, quedándose con sus agitada mano libre alzada y observando la horrible herida. Si no hacía nada Kahlo podría morir desangrada  pero, ¿qué podía hacer? ¿Magia? No sabía hacer curar a nadie con hechizos ni tampoco tenía un dominio completo de sus limitadas y recién descubiertas capacidades.

Mientras su mirada desesperada por pedir ayuda sin palabras cruzaba uno por uno a quienes rodeaban a la herida, escuchó el fuerte alarido de aquel malnacido. Ese grito lo asustó, encogiéndose del miedo. Adam miró a los demás percatándose de la situación, lograron herirlo. ¿Por qué él no estaba ahí, ayudando? Entrenó todos estos meses para un peligro como el que está enfrentando ahora mismo pero allí estaba, sin espada y encogido del pavor a perder su vida pero sin preocuparse por los demás. Otra vez le dio rechazo a ayudar al herido por no tocarlo, pero recogió el estoque del suelo y se decidió a proteger a Kahlo de Setenta y siete con su vida si hiciese falta mientras sus compañeros actuaban para ayudarla.

—¡Que alguien la ayude, por favor! ¡Yo os protegeré! —soltó con los dientes apretados, implorando que sus miedos no sobrepasasen a su cada vez más grande deseo de proteger a todos sus amigos, aunque fuese con el estoque con el que está poco familiarizado en su uso. Tenía miedo, pero enfocó todo el odio de su ser en su mirada a Setenta y siete, el desgraciado que mató a Qirra y se atrevió a lastimar a Alec y dañar gravemente a Kahlo.

Luci se dejó arrastrar por Kahlo. Corría a trompicones, pero corría, que era lo importante, y siguió el camino de la varmana hasta que esta fue alcanzada por la lanza. El parón repentino lo tiró al suelo y el alarido lo arrancó de la realidad, era como si todo el mundo temblase. Luci vio la sangre como nunca la había visto, roja y alienígena, tan cerca que le salpicaba. El golpe de Qirra se repitió en su cabeza pero él ni se dio cuenta, pues los gritos de Kahlo lo llenaban todo.

-No…

Se arrastró hacia ella, tembloroso. Murmuraba un hechizo de curación que no llegaba a completarse porque el llanto lo interrumpía cada pocas palabras. Que sus manos no se estuvieran quietas tampoco ayudaba. Al final tomó el chal de la chica y envolvió la herida como pudo para intentar detener la hemorragia de alguna forma.

-Hay que salir de aquí, vamos a salir de aquí… Vamos…

Susurraba tan bajito que posiblemente ni Kahlo pudiese oírle. Quería que se pusiese en pie y alejarse con ella de allí. Parte del grupo había echado a correr, esa era la dirección que quería seguir, fuera donde fuera, el torreón o el palacete, tanto daba. Sin embargo Adam detuvo su huída y volvió sobre sus pasos para cubrirles.

-¡Adam, no me sale el hechizo! -sollozó -¡Hay que llevarla rápido a un lugar seguro! ¡Hay que sacarla de aquí!

Amira se vio tentada a salir corriendo tras Lethe, a pedirle que volviera a la seguridad del escudo, pero antes de poder siquiera moverse del sitio oyó silbar el aire por la lanza del asesino. La siguió con la mirada, viendo como Kahlo caía tras recibir el impacto

—Kahlo…—apenas un hilo de voz, eclipsado por el grito de la varmana. Por un segundo, aquel grito le trajo alivio: no estaba muerta. Desde su posición no alcanzaba a ver la gravedad de sus heridas, y aunque las suponía bastante graves, Kahlo vivía. Tenían magia, sus compañeros podrían curarla. Apartó la mirada de sus compañeros y la fijó en Setenta y siete. No había tenido bastante con matar a Qirra, sino que había intentado matar al resto. Y probablemente siguiera así hasta matarlos a todos, lo veía en sus ojos.

Le miraba con asco y odio, sin poder contenerse, aunque retrocedió un par de pasos cuando empezó a intentar echar abajo el campo de fuerza, con la espada en alto. Kolja le disparaba con el arco, y Amira notaba en él la misma rabia que sentía ella. Cuando le acertó una flecha en el estómago esbozó una sonrisa, aunque no duró mucho. Ya no había nada que les protegiera del lagarto. Solo les quedaba correr, solo… «No».

Amira sabía que no era lo bastante rápida, que el lagarto la alcanzaría en seguida y que la mataría. Dedicó una mirada interrogante a Kolja y a Alec, aunque tras las palabras de este no esperaba que se quedara. Si Kolja decidía luchar, Amira lucharía a su lado. Si iba a morir, y no dudaba que si intentaba huir moriría igual que si no lo hacía, al menos podía morir protegiendo a sus amigos, protegiendo a Kahlo mientras la curaban. Si iba a morir, prefería morir enfrentándose al monstruo que huyendo de él.

Tragó saliva y adoptó una posición defensiva, sin apartar la mirada de Setenta y siete. La sangre le ardía en las venas, y aunque intentara calmarse para luchar como en los entrenamientos no se veía capaz de terminar de desterrar su rabia de la ecuación.

Chromsa corría por inercia a aquella situación. Los acontecimientos iban estallando en su mente y de no haber un peligro tan claro se habría derrumbado allí mismo de la presión. De hecho, su compostura estaba pendiendo de un hilo, salvándose por el momento porque no quería creer que Qirra hubiera sido asesinada. Pero en el fondo lo sabía... Entre el miedo pensó en su hermana Chrille, en sus padres, en sus hermanos mayores y el pequeño Ezini. Quería volver a verlos, no quería acabar en las garras de un monstruo como Setenta y Siete. Aquello no ayudaba en absoluto.

Entonces sonó algo a sus espaldas y paró en seco. El grito le hizo girarse aunque no quería ver su causa. Kahlo se había caído y una de las lanzas del lagarto se había clavado a medio camino entre el ochrorio y la chica. Esta vez si pudo ver la sangre y la herida profunda en su brazo. Aquello fue la gota que lo derrotó. -¡Kahlo, tú también no!- Chromsa rompió en llanto mientras corrió hacia su amiga para ayudarla. Se puso a su altura mientras inspeccionaba los destrozos provocados por la lanza y las lágrimas caían a mares por sus mejillas. -¡Por favor, no te mueras! ¡Todavía podemos curarte!- lamentaba sin poder decir nada más.

Luci, tras intentar curar la herida sin demasiado éxito, dijo de llevarla a un lugar seguro. De haber podido, Chromsa la hubiera curado allí mismo. Tal vez no repararía al completo las heridas, pero la estabilizaría lo suficiente para evitar que se desangrara. Sin embargo, en aquel momento la tristeza y el miedo era lo único que ocupaba la mente del ochrorio y le imposibilitaban realizar un hechizo. Un lugar seguro, ¿pero dónde? El ochrorio miró en ambas direcciones de la calle en busca de algún sitio en el que pudieran estar a salvo si es que existía.

Lo vio. No era el lugar más discreto, pero era lo suficientemente grande para que pudieran esconderse si Setenta y Siete les seguía. -¡Un poco más adelante está el palacete! ¡Podemos ir allí!- dijo habiendo recuperado levemente la compostura. -¡Tenemos que darnos prisa, antes de que todo empeore!- siguió mientras se ofrecía para ayudar a la varmana a levantarse. Si aquello salía bien podrían refugiarse en el edificio y descansar lo suficiente para curarla y poder pensar en los siguientes pasos. Necesitaban un milagro de la Acromía para que nadie más acabara como la pequeña lagarta. Chromsa le imploraba mentalmente y entre llantos que sucediera uno.

Kolja se quedó quieto aquellos segundos hasta que la última de sus flechas consiguió alcanzar su objetivo. Casi no lo hubiese visto, ya que Alec se plantó de repente en frente suyo, animándolo a salir huyendo. Huir. Dejar al asesino de Qirra libre. Le parecía tan absurdo lo que le decía. Con una sacudida se quitó la mano del escoces de su hombro.

-Voy a matar a esa cosa, no vuelvas a interponerte en mi camino- le dijo, con voz monótona, carente de todo sentimiento, casi no parecía Kolja el que había dicho aquellas palabras.

El campo de fuerza había caído cuando su última flecha alcanzó al camaleón. Antes de que el asesino diese un segundo paso Kolja tensó el arco y dejó que la flecha que ya tenía preparada volase hacía el pecho de su enemigo. A continuación, lo más rapido posible, se volvió a colgar el arco y a su vez sacó el hacha de su cintura. Con un par de pasos se acercó más a 77, más cerca de lo que estuviesen Alec y Amira y adoptó una posición defensiva, listo para parar el primer golpe e intentar contraatacar si lograba desviarlo.

—¡Kradko! ¿Dónde…?
No se había llegado a alejar demasiado, porque el sonido característico de las alas de insecto le alertó de la posición de la clinger. Se apartó del edificio unos metros a toda prisa y pudo ver a la niña saltando por los tejados en dirección contraria. Estaba a punto de escalar la pared más cercana y seguirla, pues aunque se estaba alejando de Setenta y siete siempre podía encontrarse con cualquier otro peligro, cuando escuchó el grito desgarrador de Kahlo.

Sin pensarlo siquiera la enderth se dio la vuelta y regresó corriendo junto al grupo, horrorizándose enseguida con la escena que tenía delante. Volvió a quedarse paralizada unos instantes, durante los cuales solo veía con claridad el brazo de la varmana que colgaba en una posición antinatural y la sangre que manaba sin cesar de este. En ese instante y habiendo visto a Kradko alejarse de la amenaza las prioridades de Lethe cambiaron drásticamente. Ni siquiera lo pensó, solo salió disparada para unirse al grupo que todavía se encontraba en el lugar donde antes había estado el escudo. Sacó su arco, el único arma que le quedaba tras haber perdido la lanza y disparó la primera flecha sin cuestionárselo.

En otras circunstancias no se hubiese podido creer lo que estaba haciendo y lo que estaba a punto de decir, pero la enderth solo tenía una cosa en mente en ese instante.
—¿Cómo se atreve a asesinar a una niña a sangre fría y ni siquiera detenerse entonces? ¡Claro que vamos a matar a ese desgraciado o nos matará él a nosotros! —exclamó tras la declaración de Kolja—. ¡Llevaos a Kahlo de aquí! —añadió para el grupo que se encontraba cerca de la herida, pero sin girarse.
Preparaba ya una segunda flecha que dispararía en cuanto tuviese al lagarto psicópata a tiro.

No consiguió convencer al alemán de retirarse, ni para eso servía Alec. Apretó los dientes con intenciones de irse pero el golpe contra la barrera lo sobresaltó. Un grito que le heló la sangre llegó a sus oídos. Sabía de quién era la voz y los gritos del resto no lograron hacer que saliese de la barrera.

La tumba poco profunda donde había metido su rabia explotó haciéndole hervir la sangre en un instante. Ellos no habían hecho nada para merecer aquello. Setenta y Siete estaba loco, era peligroso y merecía morir, tenía que morir para que los dejara en paz. En un instante todo pasó por la mente del escocés: la fuente, sus amigos (los que estaban cerca y los que ya se alejaban de allí), los chicos de Maciel y Sendar. Todos siendo aterrorizados por aquel monstruo, durante meses. Y ahora Qirra estaba muerta y Kahlo malherida, si huían Alec estaba seguro de que terminaría matándolos a todos.

Con la vista aún manchada de rojo por la sangre recogió su martillo del suelo y se posicionó junto al resto. Al apretar el mango del arma se le clavaron más los cristales pero no le importó.

Alec nunca había estado de acuerdo con la frase "No hay enemigo más peligroso que el no tiene nada que perder". No, el escocés no estaba nada de acuerdo con ella, solo podías luchar con todo cuando realmente tenías algo que proteger. Y ellos tenían muchas vidas que salvar.

Trató de flanquear al lagarto con la intención de lanzar un golpe con toda su fuerza en cuanto pudiese. Quizá entre todos lograsen acabar con él.

Quizá.

El miembro 'Zarket' ha efectuado la acción siguiente: Número Aleatorio

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'Dado de 100 caras' : 56, 24

—Mierda… —dijo el ruso cuando se giró a ver que Luci, quien no pudo hacer nada.

No lo culpaba por no ser capaz de hacer el hechizo, demasiado que aquel niño rosa intentase hacer magia bajo tantísima presión. Luci tenía razón, había que sacar a Kahlo de ahí y tenían que tratarla rápido. Chromsa pensó mas rápido que él y se lo agradeció infinidad de veces que le recordase que iban al palacete, allí podían refugiarse todos. Todos, ¿verdad?

No lo entendía, ¿qué necesidad había de pelear? Girándose de nuevo al grupo vio como Amira, Alec, Kolja y Lethe querían pelear. ¿Por qué? Estuvo a punto de rogar a todos ellos, quería implorarles que por favor no peleasen con ese monstruo, pero Lethe habló primero pidiendo que se llevasen a Kahlo.

—Pero…

Ni le salía la voz cuando Setenta y siete arrastró sus garras contra Alec. El escocés estaba de espaldas y no alcanzó a ver lo que le hizo pero toda esa sangre. El ruso lo comprendió, aunque no fuese de su maldito agrado, entendió que no había marcha atrás y se giró a toda velocidad a por Kahlo no llegando a ver el golpe que recibió Amira.

—¡No le quitéis la lanza! —dijo cuando estuvo al lado de la varmana, sabiendo por desgracia y de primera mano que no era buena idea retirarla, pudiendo desembocar en una hemorragia terrible. La alzó con muchísimo cuidado cargándola con la lanza lo más inmóvil posible. El brazo tenía una pinta horrible, colgando de una forma poco natural. La sangre lo puso malo, recordando con asco el momento que retiró el cuchillo del abdomen de Mijail—. ¡Nos vamos de aquí! ¡Vamos, vamos, vamos! —avisó a todos antes de echar a correr y no mirar atrás, intentando enterrar de nuevo todos esos recuerdos horribles que decidieron salir en el peor momento.

Su flecha falla, la de Lethe acierta. En otro momento aquello le hubiese parecido una cruel broma del destino, pero en aquel momento en el que solo estaba interesado en matar a aquello, le daba igual. Eso rugió de dolor, como bestia que era y realizó un doble ataque con ambas manos. Esquivó la lanza, no sabía si le llego a dar a alguien, quizás hubo un grito de dolor, o dos, daba igual, era su momento.

Se esforzó al máximo, en un momento ponía un pie atrás para esquivar, en el siguiente lo usaba para impulsar un contraataque. Con un gruñido llevó el hacha que manejaba con la derecha hasta su costado izquierdo y cuando hubo imbuido en aquel golpe toda la fuerza que era capaz de acumular, comenzó el arco. Con suerte la lanza no se impondría, habiendo realizado el golpe con ella en aquel mismo momento, con suerte el lagarto estaría disfrutando con la herida que había causado, las cartas estaban tiradas, era hora de utilizarlas de la mejor manera posible.

La trayectoria del hacha iba directa a la herida previa que Lethe había causado con su lanza, en aquel punto en el que las duras escamas de la cosa ya estaban abiertas y no supondrían un impedimento que redujese la violencia del golpe.

Casi parecía que Kolja quisiese cortar a 77 por la mitad.

Una de sus flechas se había clavado, tan solo tenía que conseguir lo mismo con la siguiente. Pero no le dio tiempo a cargarla cuando tuvo que dejarla caer para esquivar la arremetida del reptil. Kolja y ella se libraron, pero Alec y Amira no corrieron la misma suerte. No pudo ver bien cómo había afectado el ataque al chico, pero vio claramente la que había sido su lanza clavarse en un costado de la humana.

La enderth estaba furiosa. Quería gritar y lanzarse contra el desgraciado asesino sin pensar. ¿Cómo podía tener la sangre fría para…? Un momento.
—Sangre fría… —murmuró de forma casi inaudible mientras en su cabeza se cocinaba una idea.

Lethe dejó caer el arco mientras Kolja se encargaba de entretener a Setenta y siete y comenzó a conjurar. Ninguno de los que se habían quedado podía hacer hechizos salvo ella, por lo que aunque su magia era débil tenía que ser ella misma quien llevase a cabo aquella idea. Se preparó para emplear más energía de la que siquiera estaba segura de ser capaz de imprimir a un hechizo, pero rogando porque funcionase. Quedándose a continuación completamente seca de energía mágica, sin estar segura de si no se arrepentiría de no poder lanzar ningún hechizo de curación, Lethe dirigió un hechizo térmico con toda la potencia de la que fue capaz antes de caer al suelo, carente de fuerzas. Esperaba conseguir bajar la temperatura corporal del reptil lo suficiente para atontarlo y que sus compañeros tuviesen una oportunidad.

A tientas, casi sin poder ver debido a que su visión se encontraba nublada por un sinfín de puntos de colores debido al mareo logró acercarse a Amira.
—Saldremos de esta: lo prometo —le dijo casi sin aliento.
En ese instante no lo creía de verdad, porque se sentía como si fuese a desfallecer en cualquier momento. Pero fugazmente pensó que tal vez morir junto a una de las personas que podía considerar su amiga, de las primeras de toda su vida, no era tan terrible.

Alec no lo vio venir, cosa que desde ese día podría decir más veces. El zarpazo se abatió sobre su cara sin poder esquivarlo dejando un rastro de carne destrozada y sanguinolenta. El dolor se extendió por la mitad derecha de su faz como un incendio en un día de verano haciéndole soltar un grito.

Retrocedió un par de pasos llevándose la mano a la cara mientras la sangre chorreaba con profusión. No sabía hasta qué punto era grave pero el sabor a sangre inundó su boca y el olor a hierro se volvió más intenso.

Dolor y furia, eran las dos cosas que acertaba a sentir el escocés y solo conseguía mantenerse en pie gracias a la adrenalina que rebotaba por sus venas, transportada por el torrente sanguíneo que su corazón bombeaba a una velocidad de locura. Sentía el palpitar del corazón en la propia cara. Se le nubló la visión pero su mente estaba en completa calma, tenía la certeza de que no iba a salir vivo de allí pero, si iba a morir allí, se aseguraría de llevarse con él a aquel hijo de puta.

Con un rugido más animal que humano se abalanzó contra el lagarto asesino casi a la vez que Kolja. El martillazo iba destinado al pecho de la criatura con toda la fuerza que tenía el joven.

No había vuelta atrás, Alec no pensaba parar hasta que aquel monstruo estuviese muerto o a él le fallasen las fuerzas y cayese muerto al suelo.