Luna Alta

Ante la pregunta de Kolja frunció ligeramente el ceño. Solo ligeramente porque a fin de cuentas el humano estaba herido en ese momento. Sabía que él estaba sin conocimiento cuando explicó que no tenía una sola gota de magia, pero, ¿qué le hacía pensar que era una buena idea gastarla en algo que no fuese una curación? Suspiró e intentó no ser tan brusca por una vez: tal vez en aquella ocasión simplemente el golpe le impedía razonar.
—He agotado toda mi capacidad de lanzar hechizos y además podrás verte en el Palacete.

Por lo visto su suposición era correcta, pues el propio Kolja afirmó que le estaba costando pensar. A la enderth no le hacía mucha gracia que quisiesen recuperar el cadáver de Qirra: tal y como había dicho Amira la sangre atraería a algún depredador. Aunque, por otra parte, no creía que por añadir los restos de la parqia fuese a cambiar mucho la cosa, siendo un cadáver reciente. Sabía que muchos de sus compañeros tenían ritos funerarios y que, por alguna razón que no entendía, eran importantes para ellos. Al juzgar que no iba a suponer una gran diferencia decidió no oponerse a la idea, pero aun así no dudó en apremiarles.
—Que sea rápido.
A pesar de que no le apetecía revivir y pensar de nuevo en el momento de su muerte, ayudaría a recuperar los restos de Qirra con tal de acelerar el proceso. Cargar con ellos, sin embargo, era pez de otra charca: sería como llevar el peso de la culpa de forma literal y no estaba en condiciones para soportarlo. Alegó lo que en realidad era cierto, que sus brazos no daban más de sí para no tener que hacerlo.

Sigue en el Palacete.

Al contrario de lo que pensaba Alyssa, la insecto no se sentía ni decidida y ni mucho menos que estuviera controlando la situación. Simplemente, pensaba que ese era el único curso que podía tomar, que la misma situación que estaba viviendo se lo demandaba. Por supuesto, estaba aterrorizada de volver donde el resto, pero era todo lo que podían hacer en ese momento. Fue un caminar silencioso. Ni siquiera Kradko, parlanchina como era, podía hablar por la tensión, la culpa y aquello que la acechaba desde su memoria. Algo que no podía permitir dejar salir en ese momento, pero que seguía ahí observándola sin ojos.

Si bien al principio marcó un ritmo bastante rápido, debido al cansancio de ambas no pudieron mantenerlo muy bien. Sin embargo, la necesidad de saber qué estaba ocurriendo y cómo estaban el resto hizo que no dejara de intentarlo. Solo frenaría si Alyssa no podía mantener el ritmo y, en ese caso, la ayudaría en lo que pudiera.

Estaba segura de que se estaban acercando al lugar del que habían partido ambas, lo que sin duda le producía sentimientos encontrados. El silencio le indicaba que, fuera el que fuera, la confrontación había llegado a su final. Cuando finalmente llegaron, solo se encontraba un cadáver en el lugar. Un cadáver que, para su alivio, era el de Setenta y Siete.

—Oh… —Fue todo lo que pudo transmitir.

Sin duda aquello era bueno, pero aún quedaba saber dónde y en qué estado se encontraban los suyos. Una inspección rápida les reveló que el lagarto no fue el único herido recientemente allí.

—Mierda, mierda… —Miró a Alyssa por primera vez desde que decidieron regresar allí. Le temblaban las piernas—. ¿Dónde crees que… pueden haber ido?

Aunque la respuesta fuera a ser evidente, la pequeña sentía como si su cerebro fuera un cenagal por el que intentara desplazarse. Tardó varios segundos en darse cuenta de la opción más evidente.

—El torreón…

Tener que volver al lugar del que acababan de huir, de donde había sucedido aquella carnicería.. y que podría seguir sucediendo… era aterrador.
Cada paso que daba Alyssa tenía que pensarlo, luchar por no darlo en otra dirección o simplemente pararse. Por suerte la presencia de Kradko le daba fuerzas para seguir. Era una falsa seguridad, fruto de no estar yendo sola hasta su destino, y sabía que en el fondo ir sola o acompañada cambiaría poco o nada si volvían a encontrarse a Setenta y Siete, pero aquella mentira era lo único que lograba que siguiera adelante así que, por el momento, eligió creérsela.

Lo que se encontraron al llegar fue lo último que se habría esperado. Un montón de cadáveres en el peor de los casos, nadie en el mejor, una pelea que no había terminado en el más probable… ninguna de sus predicciones incluía que el Kievek pudiera morir y sin embargo allí estaba el cadáver.

Alyssa no abrió la boca. Lentamente se acercó al reptil, ya muerto. Temblando a cada paso porque no se lo terminaba de creer. Se levantaría en cualquier momento y los mataría pero… ¿por qué fingir? Además el brazo cercenado hablaba por sí solo.
Cuando finalmente llegó a su altura lo empujó un poco con el pié, todavía en tensión. Necesitaba confirmarlo, necesitaba comprobar que estaba muerto para poder calmarse.

Pero no se calmó. El miedo desaparece, si, pero sin él ahora tiene espacio para el resto de emociones:
Estaba muerto: eso significaba que sus compañeros habían podido con él.
Estaba muerto: eso significaba que no tenía que haber huido.
Había muerto mientras ella había huido: eso significaba que si alguien había sido herido desde entonces la humana sería en parte responsable, igual que lo fue al tirar su hechizo de levitación en la lanza que no pudo mover, en vez de en la piedra que había matado a…

Y así fue como Alyssa terminó de romperse. Incapaz de sobrellevar todo aquello hizo lo único que podía: desahogarse.
Empezó con una patada floja al cadáver, luego otra y otra… cada vez más fuertes. Cuando la novedad de la sensación desapareció empezaron los puñetazos, al principio sin ruido y luego a gritos. No tardó en cansarse y parar, incapaz de seguir, y cuando lo hizo se echó a llorar una vez más abrumada por todo.

Apenas encontraba el significado a las palabras de Kradko, pero no tenía energías para opinar o tomar decisiones, y mucho menos rebatir. Se dejaría llevar por la clinger de vuelta al Torreón.

Sigue en el Torreón Silente.

Amira paró de correr al rato. Había llegado, por pura casualidad, a un sitio familiar, en el que tenía buenos recuerdos, pero también amargos. Casi todo en la ciudad era así, lleno de grises, de claroscuros. Como en su sueño. Incluso ella los tenía, cuando no se arrepentía de matar a Setenta y siete mismamente. Miró a la Luna, iluminando las calles y a ella misma del color de la sangre, y gritó. Por primera vez en toda la noche no había solo rabia, ni estaba plenamente enfadada con los cambios: había deseos de libertad, y de sentirse viva. Era como si en ella acabaran de encajar las piezas de un puzle que no sabía que estaba sin hacer.

Giró sobre sí misma, disfrutando de la lluvia. Le daba igual empaparse: ya lo estaba, y ya más adelante le pediría a alguien que usara el hechizo térmico si tenía frío. Quería comerse la ciudad aquella noche, recorrerla entera, sin miedo: se sentía fuerte y valiente para hacerlo. Y entonces llegó el ruido. Parecían de algún tipo de animal. La adrenalina le había hecho olvidar sus armas en el torreón, y no tenía magia con la que defenderse. Echar a correr era una opción, o lo hubiera sido de no ser por la falta de respuesta de sus piernas. Por suerte, el que parecía responsable de aquellos ruidos no tardó en salir a su encuentro.

—¡Adam! ¡Joder, que susto me has dado! ¿Qué haces aquí? No deberías salir, si casi no controlas tu nuevo cuerpo —le dijo mientras se acercaba a él, tranquila. No fue hasta que estuvo bastante cerca que se dio cuenta de algo. No había oído ni un solo pensamiento que no fuera suyo. Nada. La voz de Adam había pasado de ser una constante en su cabeza en el torreón a no existir delante de aquel pegaso. Y el ruso no iba a haber aprendido a controlarlo en tan poco tiempo —Tú… tú no eres Adam.

Tragó saliva, nerviosa. Fuera quien fuera (si es que acaso era una persona, cosa que era coherente viendo lo que había pasado con Adam) no parecía haber intentado hacerla daño, pero no por ello se sentía más segura. Estaba cerca del caballo, y no notaba en él nada que indicase que fuera a atacarla. Aquello la hizo reír. ¡Si nunca había visto un caballo! ¿Cómo iba a saber si quería o no atacarla? Por poco sentido que tuviera, lo sabía. Echó a andar hacia el torreón, aunque paró al darse cuenta de que el pegaso la seguía

—¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí? ¡Déjame en paz! —le pidió unas cuantas veces antes de seguir andando, exasperada. No parecía que nada de lo que dijera fuera a hacer que el pegaso hablase o dejase de seguirla. Ahora a ver como le explicaba a sus compañeros que aquel ser no dejaba de seguirla.


Sigue en Torreón Silente

Era mediodía, en una mañana con un ligero viento que soplaba por toda la ciudad. Erknest llevaba ya unos cuatro días viviendo en Serpentaria después del horrible incidente de su último trabajo. Para el chico, las horas siguientes a aquella pesadilla pasaron sin que se diera mucha cuenta. Aún con el apoyo de sus amigos, la carga seguía estando ahí y de vez en cuando actuaba en automático. Le costaba horrores dormir, temiendo que fuera encontrarse con Masacre o el cadáver de Sagaz al cerrar los ojos. Además, el miedo de estar en un lugar desconocido lo llevó al principio a no salir demasiado de su habitación, intentando cruzarse con el menor número de personas posible. Los últimos días, más animado por las conversaciones con Chromsa y Adam lo llevaron a pasar algo más de tiempo por el torreón, aprovechando para ojear algunos de los libros de magia y transformaciones. Esa mañana en concreto decidió salir a pasear para despejarse, aunque tenía en mente otra cosa más.

El caballero caminó entre las calles de la ciudad, con toda la calma posible y evitando usar callejones por si acaso. Llegó hasta Luna Alta, barrio que conocía de sobra por sus visitas a Fárladann y algún que otro habitante más para el que había trabajado. Siempre le había parecido un barrio bonito, aunque ahora había un matiz más. Frente a la ruina de la mayoría de la ciudad, las casas allí decidían levantarse con orgullo. No era muy dado a pensar en temas filosóficos, pero hasta él podía sentir el paralelismo. Respiraba con tranquilidad, admirando todo a su paso.

Más o menos por el centro del barrio llegó a una calle más ancha, con algún que otro edificio que no parecía habitado por su aspecto al menos. -Sí, aquí estará bien- se dijo mientras el viento soplaba tras él. Se acercó al pequeño patio de un casita medio derruida y dejó su zurrón allí para tenerlo controlado. Dio unos pasos de nuevo hacia la calle, cerró los ojos y respiró. Recordó lo que había leído esos días. La cuchillas de aire de sus nudillos se activaron, hizo que su cuerpo se volviera más ligero y se dejó llevar por la brisa. -(Uno con el viento. Un baile entre los dos que ninguno tiene que forzar)- Flotó unos metros cercano al suelo antes de ascender con delicadeza, serpenteando por el aire. El kamaitachi se sumió en movimientos más gráciles de lo que estaba acostumbrado, fruto de la concentración y sus estudios. Flotando en el aire, sin tener ninguna preocupación y sonriendo, se sentía más pleno y feliz que cualquier otra vez que hubiera volado.

Entonces fue cuando una voz lo sobresaltó, abriendo los ojos y perdiendo el control de los movimientos. -¡AH!- gritó del susto. Erknest cayó de espaldas, aunque por suerte la distancia que había entre é y el suelo no era muy grande y no sufrió ningún daño. Se incorporó hasta quedar sentado en el suelo, rascándose la cabeza y mirando quién estaba allí para saber si tenía que correr. Era una de las compañeras de sus amigos, que iba acompañada de un pegaso. Se levantó al instante, sacudiéndose un poco la armadura antes de saludar: -Ah, hola. Eras... ¿Amira, no? Que coincidencia encontrarnos por aquí y...- miró al caballo alado - ¿es mi fiel escudero o tu corcel?- Alguna que otra vez le había parecido ver un pegaso más por el torreón, pero se le hacía difícil averiguar si era Adam o no. -¿Qué os trae por aquí?- preguntó por curiosidad ya con su tono recuperado después del pequeño susto.

Tras el encuentro con Cerbero, Amira había decidido buscar un trabajo cuanto antes para poder comprarle una silla a Rainbow Dash. Aún estaba en ello, pero mientras tanto había decidido intentar reforzar el vínculo que se supoía que tenía con la montura. No lo veía por ninguna parte, y no sabía tampoco si para encontrarlo tenía que montar o qué. Al menos era más seguro ir por la ciudad con un animal enorme al lado que tenía tendencias violentas si intentaban acercarse desconocidos (aún recordaba la coz que le había dado al clinger que había acompañado a Kirés después de la Luna) que ir sola.

Aún así había muchas zonas que evitaba: barrios muy en ruinas, zonas de callejones estrechos… En realidad era lo que hubiera evitado también en su ciudad en la Tierra, pero en Rocavarancolia le tenía especial cuidado a no acercarse a esos sitios. Por eso aquel día había acabado en Luna Alta: cerca de Serpentaria, calles relativamente amplias y casas pijísimas que parecían haber resistido el desastre.

Lo malo de aquel sitio es que le traía demasiados recuerdos, y no todos buenos. Estaba el palacete, y era donde se había encontrado con su pegaso, pero el hecho de que el enfrentamiento con Setenta y siete hubiera sido ahí lo teñía todo de una capa de amargura que no quería irse. Aquellas calles le traían recuerdos difusos. La lanza destrozándole el brazo a Kahlo, Qirra, Lethe desmayada por el exceso de magia… «Igual no tenía que haber venido tan pronto». Pero tampoco podía evitarlo para siempre.

Lo que sí que no esperaba era cruzarse con el caballero ese que habían llevado Adam y Chromsa a Serpentaria. Levitaba haciendo movimientos gráciles, y casi se sintió mal por molestarle, pero consideraba más maleducado aún no saludar.
—¡Erknest! No esperaba verte por aquí.
Fue un error. Pareció alarmarle lo suficiente para perder el control y caerse. «Ay, no». Se acercó rápido, preocupada por si se había hecho daño, pero parecía estar bien.
»¡Perdón! No quería darte un susto. Ay, lo siento.

Agh. Eso de que la tratase de usted. Le traía recuerdos de un sueño horrible, y de verdad que no quería, pero al igual que en su sueño lo haría. De verdad que no quería obligarle a cambiar su forma normal de hablar.
—El mío —no le molestó la pregunta. Ella se había confundido al principio también, aunque ahora les distinguía con mucha más facilidad —. Sólo daba una vuelta. ¿Tú qué hacías? Osea, a parte de lo de volar. Es muy chulo, por cierto.

-Ah, entiendo. Y no te preocupes, ha sido solo un fallo de previsión del momento por mi parte. Andaba más concentrado de lo normal y no te escuché llegar- le aclaró a la francesa quitándole peso al susto, que no lo diría pero reconocía que por unos instantes lo había puesto muy tenso. Solamente pensar que podría haber sido un desconocido o el maldito hombre cocodrilo le ponía los pelos de punta.

Asintió a la respuesta de Amira, esbozando luego una sonrisa con los comentarios que siguieron. -¡Ah, es todo un halago! He estado practicando mucho para llegar a ese nivel- se enorgulleció con sus exageradas maneras características. Hacía unos días la explicación se habría quedado ahí, pero después del incidente y la enorme generosidad que habían tenido sus amigos, Erknest quería empezar a cambiar las cosas y empezar a abrirse más. Aquel momento era una buena oportunidad para empezar. -Pues... Dame un momento- se excusó levantando un dedo y se acercó a la bolsa que había dejado antes con sus cosas.

Al poco el caballero volvió a donde estaba la valkyria, con una emoción impropia de él, casi comparable a la de un niño que iba a contarte un secreto que le hacía ilusión. -Estos días en Serpentaria he estado ojeando algunos de los libros, al menos los que no hace falta traducir.- comenzó a contar. Abrió el volumen por una página concreta que marcada por una cinta azulada y se la enseñó mientras seguía: -Estuve mirando sobre transformaciones y justo encontré la mía ¡Soy un kamaitachi! He estado estudiando un poco y quería probar mis poderes ahora que se cómo funcionan perfectamente. No es que antes no supiera manejarlos, por supuesto.-

Con el entusiasmo que tenía el chico y que tampoco mantuvo demasiado tiempo el libro abierto, Amira podría ver una página llena de datos que difícilmente le daría tiempo a leer y en la otra la ilustración de otro transformado haciendo piruetas en el aire, un tal Vendaval por el título que encabezaba el dibujo. Por las pintas y los intrincados movimientos entre los obstáculos del dibujo, ese kamaitachi parecía haber salido del Circo del Sol o algo similar.

Asintió a lo de haber practicado, porque se notaba. La verdad es que a pesar de que la Luna había salido hacía un par de meses, ella todavía se sentía muy perdida al respecto de su transformación. Esperó a que volviera con lo que fuera que quisiera enseñarle, sin saber muy bien qué esperar. Erknest era un poco raro con toda esa exageración, pero no parecía tener mal fondo y no quería juzgar.

No le dio mucho tiempo a ver qué leches ponía en el libro, pero el dibujo daba una ligera idea de qué podía hacer un kamaitachi, y parecía bastante espectacular. ¿Por qué a todo el mundo le tocaban cosas guays para volar por si mismos y ella tenía que ir montada en un caballo? Que no es que tuviera nada en contra de su pegaso, pero tenía envidia. Más que nada porque no dependía de un bicho enorme que podía estamparla, que desde que había leído en algún libro que a alguien le había pasado eso era un temor importante.

—¿No sabías lo que eras? —estaba bastante incrédula. Ellos lo habían mirado muy al principio, y no le cabía en la cabeza no intentar descubrirlo antes —. Tiene pinta de ser muy chulo.
Ojalá le hubiera dado tiempo a leer algo. A lo mejor más adelante cotilleaba la transformación, si es que se acordaba de hacerlo.

»No sé si te lo han contado, pero yo soy una valkyria.
La verdad es que no sabía hasta que punto Adam y Chromsa le habían hablado de las transformaciones de los demás, pero la suya era una que no le importaba compartir. No tenía ningún peligro que lo supieran.

La pregunta de la francesa hizo que sus inseguridades asomaran por su cabeza. Durante la criba no se había interesado en buscar la biblioteca (la desconocía y demasiado miedo tenía de alejarse de su refugio) y una vez el Caballero Ciervo se hizo notar por la ciudad lo intentó un par de veces, con la mala suerte de ir a mirar justo los que no estaban en rocavarancolés y llevándose un par de sustos de Biblios. Se decidió centrar en el halago para ignorar los malos recuerdos: -¡Muchas gracias, la verdad que lo es! El funcionamiento es cuanto menos curioso, pero en resumidas cuentas tengo cuchillas de aire y puedo flotar con el viento. No es solo flotar, puedo maniobrar bastante con él.- En el fondo sabía que tras ese orgullo estaba faltando a lo que se había propuesto segundos antes, así que muy tímidamente y con la mirada hacia abajo comenzó a decir: -No he tenido mucho tiempo hasta ahora y...-

Para su suerte, lo que estaba diciendo él chocó con lo que estaba contando Amira, así que al instante cambió a la conversación que proponía la chica. Además, le daba curiosidad. -¡Oh! ¿Cómo las de la mitología nórdica? Mooola. ¿Y qué poderes tienes?- preguntó con bastante interés, sumado a que quería obviar lo que había estado intentando contar antes. -Supongo que las plumas y el corcel vinieron con ellos, ¿no?- se mesó la barbilla mirando ambas cosas de forma un pelín exagerada.

La verdad es que lo de las cuchillas de aire y lo de maniobrar en el aire sonaba muy guay. Joder, lo que podía llegar a hacerse con eso… Casi ni se acordaba de lo que le había preguntado originalmente, y tampoco quiso indagar más viendo lo nervioso que se estaba poniendo. Había acabado por saberlo igual, así que suponía que daba bastante igual que lo hubiera hecho antes o no. Instintivamente se acercó más al caballo. No parecía que Erknest fuera tan fuerte como ella, pero que pudiera invocar aquellas cuchillas de aire no estaba registrado en ninguna parte de aquella escala invisible con la que no podía evitar juzgar a la gente.

Poner el foco en ella tampoco le gustaba demasiado, pero suponía que era justo después de que él se lo hubiera explicado.
—Eh… bueno. Se supone que tengo mucha mejor capacidad física que antes, y… bueno, el caballo —lo de la resistencia a la magia se lo iba a callar. Era algo que prefería que supiera solo su círculo cercano, por lo que pudiera pasar, y aunque no desconfiaba de Erknest (si sabía que Adam era un pegaso ella también podía confiar en él), prefería que aquel conocimiento no se extendiera por toda la ciudad —. Y las plumas también. ¿Lo del maquillaje es por la transformación o te lo haces tú?

Erknest atendió a la respuesta, asintiendo a lo que decía la chica. -Muy interesante, desde luego. Me recuerda un poco a lo que se sobre guerreros, aunque mucho más vistoso. Y desde luego tener una montura es cuanto menos una ventaja. Podrías llegar a ser una heroína tan valerosa como yo- dijo en un intento de halago a su manera. No era mentira realmente, si se entrenaba y decidía recorrer la senda de la caballería le podía ver futuro. Echó una mirada fugaz al pegaso antes de centrarse de nuevo en Amira. Antes, sopesó: -(Uhm, tal vez me haría falta una noble montura. Es lo único que me falta como caballero)-

La pregunta le hizo un poco de gracia, aunque entendía la confusión que podía producir. -En efecto, es parte de mis cambios. ¿Ves?- para demostrarlo se frotó con la mano apretando un poquito la curva derecha bajo su ojo. Aunque no niego que podrían parecer pinturas de guerra o algo así- añadió.

>>-Según he leído, estas manchas son únicas para cada kamaitachi. Es imposible ver dos diseños idénticos- comentó con orgullo. Sin embargo, una punzada de los miedos que habían aparecido antes le hizo recordar ciertos detalles de su transformación. -Me gusta mucho como queda y, bueno, fue de lo poco que no dolió- dijo de pasada. No pudo evitar cambiar el foco: -Espero que no dieran mucha molestia al salir- Señaló a las plumas de las orejas de la valkyria.

Amira no entendía si aquello de ser una heroína era una especie de cumplido o un intento de recalcar lo muy heroico que era él, y tampoco es que le importase mucho.  A todos les habían dicho que eran especiales, únicos, y en parte la transformación había sido eso, el ser… distintos. Pero Amira no se creía nada de eso. No se veía como alguien especial, ni aun con sus poderes. Seguía siendo alguien normal (bueno, todo lo normal que podía ser uno en Rocavarancolia), y tampoco quería más. La gloria y todas esas cosas eran para otros.
—Bueno, sí que me gustaría ayudar a la gente —le pegó una patada a una piedra con desgana —. Pero no me interesa eso de ser una heroína. Solo soy… Solo soy Amira.

Lo del “maquillaje” era curioso también. No había leído mucho sobre transformaciones fuera de las de sus compañeros de criba, por lo que desconocía mucho de qué cambios podían producirse. Al menos no le había dolido esa parte, porque por cómo hablaba parecía haber sufrido bastante.
—Fue.. más incómodo que otra cosa —había habido cosas mucho peores en su torreón esa Luna. El pico de Lethe cayéndose de golpe aún le provocaba pesadillas.

-Ya veo. Tuvo que ser raro, imagino.- respondió sin saber bien que decir en cuanto a las plumas de la chica. Adam seguramente podría confirmarle si era tan desagradable como se podía imaginar que te salieran plumas por el cuerpo. El pelaje no se le hacía raro, ¿pero el cálamo de las plumas? Le daba escalofríos de pensar cómo sería.

Erknest se centró más en la otra parte de la conversación, lo alejaba más de pensar en cambios de la Luna. Además, ayudar y animar se le daba mucho mejor. O eso quería pensar. -¡Ah, entiendo! Pues justo tienes lo que hace falta para marcar la diferencia.- comenzó con sus formas para levantar el ánimo después de seguir con la mirada la roca que había pateado la francesa. -Si ya tienes la voluntad para ayudar a la gente, ya es un paso importante. Solo queda encontrar la forma concreta en la que puedas. No hace falta ser un héroe para hacer el bien...- A pesar de lo exagerado que podía llegar a sonar, aquello lo decía con genuina convicción. Lo único que no calculó el kamaitachi fue la última frase que se había juntado con los demás pensamientos. Todavía estaba ahí, y no parecía que fuera a irse en un tiempo.

La mano que había levantado para dar peso a sus palabras empezó a cerrarse y a bajar, mientras que las facciones alegres se fueron ensombreciendo. -Tampoco es como si se pudiera ser un héroe de todos modos- dijo cabizbajo sin mirarla. Cada vez que salían a flote todos esos recuerdos recientes se repetía lo que le dijeron Chromsa y Adam tras lo ocurrido, pero aún así muchas veces no era suficiente para frenar aquello.

Amira no estaba segura de que Erknest entendiera sus motivos para no querer ser una heroína. Quería ayudar a la gente porque era lo correcto y lo justo, no por recibir gloria ni reconocimiento. En la Tierra había querido luchar contra un sistema injusto, y en Rocavarancolia… en Rocavarancolia ese sistema podía no existir como tal, pero eso no hacía que fuera un mundo justo. No se podía ayudar en la criba, dejaban morir a gente. Traían a niños engañados. Era todo horrible, y ella no quería ser parte de eso. Por eso quería ayudar, no por aparecer en algún futuro libro de historia como alguien importante.

El cambio de actitud de Erknest estaba siendo obvio, y aunque Amira no había preguntado los detalles de lo que había pasado para que acabase en Serpentaria, podía suponer que no era bueno. Aquello era Rocavarancolia, al fin y al cabo.
—¿Por qué no iban a existir? Quiero decir… lo hacen, por eso los conocemos y sabemos lo que hicieron. Si no ni sabríamos que han existido.

No quería decir mucho más. Aquel parecía un tema delicado, y quería tener tacto para ver por dónde tirar en la conversación. Ojalá estuvieran Adam o Chromsa, seguro que sabían llevar aquello mejor que ella.

El empedrado gris medio agrietado de la calle no es que fuera muy bonito, pero Erknest era a lo único que quería ver ahora mismo. No tenía fuerzas para mirar a la francesa a la cara, ni tampoco las habría tenido aunque ya tuviera más trato con ella de antes. Los pensamientos intrusivos se arremolinaban en su cabeza e intentaban traer imágenes que quería olvidar, tanto de su vida en La Tierra como en la ciudad.

Cuando Amira habló, el chico sintió la punzada de aquellas palabras sin alzar sus ojos. Lo había exagerado por su pesimismo, claro. Solo se refería a él mismo, pero eso ella no lo sabía. -A ver, sí- comenzó a responder tímidamente, todavía con una palpable preocupación. -Hay héroes, pero son personas capaces de hacer grandes cosas por el bien del mundo, de afrontar la adversidad como si nada y no tener miedo.- La emoción al expresar lo que entendía cómo "héroe" le animó a mirarla para decir la verdad más dura: -Yo... no soy capaz de...-

Se estaba esforzando para sacar aquello, justo como se había propuesto, pero se le hacía un nudo en la garganta solo de crear la frase en su mente. Con la respiración entrecortada y una expresión algo angustiada apartó la vista a su lado, dando con el muro a medio derruir que delimitaba el patio donde tenía su zurrón. -Pe-Perdón, me hace falta...- se disculpó dirigiéndose hasta él y dejándose caer hasta sentarse en el suelo, apoyando la espalda en los ladrillos del muro. Se concentró en respirar para intentar calmarse. Ignoraba lo que había pensado la valkyria, pero también deseaba que Chromsa o Adam estuvieran allí para ayudarle.

Amira se sentó cerca de Erknest, dejando algo de espacio entre ambos. No sabía si se sentiría demasiado agobiado si se sentaba a su lado, y mucho menos si el contacto físico era algo que le fuera a hacer sentir peor, así que decidió dejarle la decisión de acercarse a él, si es que quería. «Así que es eso…». Entonces el problema no era más que de cómo el se percibía, y además desde una perspectiva injusta para él mismo.

Le miró unos breves segundos antes de mirar a su pegaso, sin querer incomodarle más de la cuenta. Quería decirle que eso era una completa gilipollez, pero igual sonaba demasiado brusco y la idea era hacerle sentir mejor, no machacarle aún más.
—Erknest… —suspiró —. Todo el mundo tiene miedo. Es imposible no tenerlo. Lo importante es… es hacer las cosas aunque te den miedo, es seguir luchando aunque haya cosas que salgan mal.
Enfrentarse a los miedos no era fácil, y nadie podía culpar a otra persona de que tardase en hacerlo, o de que le llevase más o menos tiempo. Precisamente todas las obras que iban del viaje del héroe iban precisamente de superar obstáculos, ¿no?

»No hay nada de heroico en tenerlo todo solucionado desde el principio, o en que todo sea fácil.
Volvió a mirarle, esperando que al menos eso le hubiera ayudado en algo. No esperaba que fuera a hacer mágicamente de tener esos pensamientos sobre sí mismos, porque no se solucionaban de la noche a la mañana, pero igual al menos suponían un incentivo a seguir hablando.

El intento de caballero inspiraba y exhalaba llevando como podía un ritmo pausado, sin demasiado éxito en realidad. Tan concentrado estaba que no procesó que Amira se había sentado cerca hasta que empezó a hablar. La miró, atendiendo a sus argumentos, al menos hasta que ella lo miró también. De los nervios y la vergüenza apartó la mirada rápidamente. Una cosa es que estuviera planteando sincerarse, pero otra bien distinta era mostrarse más vulnerable aún. No podía negar que lo que estaba diciendo tenía sentido.

-Tienes razón. Pero...- Vale. Toma aire, échalo. Repite. Miró a la nada, consiguiendo exponer su duda con algo de dificultad: -¿Cómo se puede levantar uno cuando el error es demasiado fuerte? No hay día que no intente enfrentarme al miedo pero...- Apretó los puños, haciendo fuerza para terminar de poner en contexto a la chica. -En mi última misión, juré proteger a alguien... Todo iba bien, pero hace unos días... Yo...- Estaba conteniendo las ganas de echarse a llorar allí mismo, no quería recordar todo lo que había pasado en esa cale. -No pude hacer nada y... mu-murió-

Que difícil estaba siendo empezar a sanar. Pero se lo había propuesto y, por primera vez, quería conseguir algo. Además, le estaba cayendo bien la valkyria.