Luna Alta

—¡KOLJA! —exclamó al verle caer al suelo, sangrando por la cabeza. No sabía si estaba o no muerto, y no sabía si quería saberlo. Ni siquiera podía fijarse en si respiraba o no, porque lo más importante era mirar a Setenta y siete, intentar matarle. Si estaba muerto, haría justicia por su muerte matando a su asesino, y si no lo estaba probablemente fuera la única cosa buena en lo que llevaban de día.

Atacó al brazo y, como había previsto, no puro pararlos a los tres…aunque había algo raro en él, se movía más despacio, como si hubiera perdido velocidad de repente. No sabía que había hecho Lethe, pero parecía estar funcionando. O puede que fuera la pérdida de sangre. Podía ser falta de experiencia, o ingenuidad, o ambas, pero Amira se sorprendió de haberle cortado el brazo con tanta facilidad, abriendo mucho los ojos y dando un pequeño paso hacia atrás. No esperaba hacer tanto, pero no era el momento de pararse a pensar en ello.

Miró a Setenta y siete a los ojos, y por primera vez adivinó en ellos algo más que odio e ira. Había… ¿Miedo? Amira no disfrutaba con ello, pero si podía usarlo a su favor para no morirse era bienvenido. No sabía como aguantaba Alec, pero parecía que no iba a dejar de atacar, y ella tampoco tenía idea de parar hasta ver a Setenta y siete muerto.
Aprovechando que el lagarto no parecía saber qué hacer, dio un paso hacia delante, con decisión, otorgando todo el impulso del que era capaz a su estocada, dirigida al pecho del lagarto.

>>Esto va por Qirra —le gruñó, llena de ira.

Todo se volvió muy confuso para la enderth a partir de ese momento, quien apenas podía hacer nada más que moverse a tientas por el suelo, buscando colocarse en algún lugar entre las ruinas donde no estuviese a tiro. Por suerte para ella, el reptil parecía estar entretenido de sobra con sus compañeros o hubiese sido un blanco extremadamente fácil. Según se recuperaba un poco del terrible mareo que le había provocado el gasto mágico pudo comenzar a vislumbrar lo que estaba ocurriendo. Habiendo oído gritar de nuevo a sus compañeros se temía lo peor, pero lo cierto era que Setenta y siete cada vez parecía más lento y estaba más lleno de heridas. ¿Habría funcionado su triquiñuela?

El cuerpo de Kolja cayendo a plomo no muy lejos de donde se encontraba le hizo reaccionar. Más rápido de lo que era recomendable en su estado se acercó al humano, se aseguró de que tenía pulso y trató de arrastrarlo también fuera de la vista como pudo.
—¿Por qué tiene que ser tan denso en todos los sentidos? —masculló mientras sus brazos se quejaban al intentar mover a la mole que era Kolja.

Los dos cuchillos de hunden en la garganta del kievek justo después de que Amira le atraviese el corazón con su espada. La sangre fluye de las heridas cayendo por las manos de Alec que sonríe con una salvaje satisfacción al ver la expresión de miedo en el rostro del asesino. Lo observa caer hacia atrás, claramente muerto y respira hondo. Acto seguido se echa a reír.

Una risa nerviosa, risa porque aún están vivos, risa de alivio. Risa que da paso a las lágrimas, lágrimas por Qirra, por Kolja y Kahlo, lágrimas por seguir vivos, lágrimas de dolor que escuecen al rodar por su mejilla malherida. Su respiración se normaliza y cojeando recoge el martillo, que arrastra en su camino hacia Lethe.

Se apoya contra una pared y se deja resbalar hasta quedar sentado. Mira a Kolja y se percata de que sigue respirando cosa que lo alivia mucho. El cansancio llega como una ola imparable, el dolor que hasta ahora la adrenalina mantenía a raya le hace apretar los dientes con fuerza.

Notó como su cara goteaba sangre todavía, tenía que hacer algo con aquella herida pero él no se encontraba en condiciones. Rasgando la camiseta que llevaba miró a Lethe con su único ojo.

-¿Puedes vendarme la herida? - preguntó con voz cansada.

Jadeando por el esfuerzo de haber tenido que mover el cuerpo inerte de Kolja y completamente incapaz de moverse mientras recuperaba el aliento la enderth no pudo ver el desarrollo del resto de la pelea. Pero sí supo lo que había pasado en cuanto escuchó la risa de Alec. La risa de alguien que acababa de sobrevivir a lo imposible, como habían hecho… casi todos.  La punzada de horror y culpa que le sobrevino al recordar los restos de Qirra rodando por la calle iban a tener que esperar una vez más. Ella solo estaba agotada, pero sus amigos estaban heridos.

Se levantó finalmente del suelo, con torpeza, cuando los dos humanos se acercaron ellos, triunfantes pero no ilesos. Asintió a la petición de Alec de forma mecánica.
—Kolja también necesita una venda en la cabeza… Y tú… —se giró hacia Amira al terminar el vendaje del otro humano. La miró pensativa unos instantes antes de comenzar a quitarse el poncho. Se lo tendió a Alec, que probablemente era el que seguía teniendo más fuerza en los brazos a pesar de todo—. Corta un trozo para la cabeza de Kolja. El resto lo usaremos para vendar a Amira en el cuerpo como podamos… Y lo siento, no os puedo curar con magia porque la he agotado toda.

Lethe ayudaría en ambas tareas, pues además parecía ser quien tenía más idea de cómo llevar a cabo aquellos primeros auxilios. Se mantuvo en silencio durante todo el proceso, debatiéndose en su cabeza sobre qué debería decir o si debería decir algo. Una vez terminaron hubo un breve lapso de silencio incómodo.
—Deberíamos ir con el resto… Se fueron en esa dirección —señaló—. Pero no sé cómo vamos a llevárnoslo —dijo señalando a Kolja con la cabeza.

La enderth volvió a guardar silencio durante unos instantes, antes de volver a hablar.
—Y… por cierto —hizo una pausa. Lo que iba a decir le resultaba incómodo por no saber ni si era adecuado—. Gracias por sobrevivir.

Amira observó la espada atravesar el corazón de Setenta y siete con los ojos muy abiertos, sin creérselo apenas. Parpadeó un par de veces, mientras la sangre escurría hasta sus manos, y tardó unos cuantos segundos en reaccionar, soltando la espada y dejando que cayese junto al cadáver.

—Lo he…matado… —en sus palabras había incredulidad, sobre todo, pero también algo de sorpresa. Se miró las manos ensangrentadas, de una sangre que no era suya, y sintió una punzada de culpabilidad. Había matado a alguien, con sus propias manos. Había sido en defensa propia, sí, y aquel ser era un psicópata que había matado a uno de sus compañeros. Hasta hace nada había pensado que merecía morirse, que era justo que muriese, pero no esperaba que fuera ella quien ejecutase aquello.

Oía la risa de Alec lejana, como en un sueño, sin poder apartar la vista de sus manos temblorosas. «Lo he matado». Se acercó a Lethe y a Kolja en silencio, apenas siendo consciente de que se movía salvo por las punzadas de dolor en el pecho que se iban acentuando a medida que la adrenalina del momento abandonaba su cuerpo.

«Lo he matado. ¿No me convierte eso en alguien igual que él?». Apenas era consciente de nada de lo que ocurría a su alrededor, perdida en unos pensamientos que intentaban aclarar si aquello había sido justo o solo un acto de venganza. El dolor de Lethe vendándola la devolvió a la realidad de golpe. La enderth les dijo por dónde se había ido el resto, y Amira asintió a lo de reunirse con ellos.
—Deberíamos esperar a que despierte, no podemos con él —dijo mientras miraba a Kolja. Seguía vivo, y aquello le alegraba enormemente— . Y gracias a ti por lo que sea que hicieses, probablemente nos salvaste la vida.

¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado? Es lo primero en lo que piensa al recuperar la conciencia. Todavía no ha abierto los ojos, tiene la sensación de que resultaría doloroso. Dolor...

En un momento todo lo ocurrido aquel día vuelve a su cabeza. La propuesta para ir al palacete, el canto del espantapájaros, el lagarto andando por los aires hacia la bañera, la cesta impactando contra Alec, el pánico, la piedra, Qirra, la ira, la sed de sangre, el ansia de muerte, el puñetazo.

Abre los ojos e intenta ponerse rápidamente en pie, lo intenta, ya que el mareo que le asalta lo vuelve a mandar contra el suelo, haciéndose daño en el codo en el impacto. En esa posición, medio tumbado medio sentado mira a su alrededor. Es en ese momento en el que se da cuenta de que Alec, Amira y Lethe están a su alrededor, y de que hay un cuarto cuerpo en el suelo, no muy lejos de ellos.

Kolja no puede creer el aspecto que tiene 77. Un brazo cortado, la herida de su costado, el cuello destrozado y lo que parece ser una herida punzante justo en el corazón de la criatura. Kolja se lleva una mano a la cara mientras suelta un largo suspiro de alivio. Su mano toca la nariz rota, una lanza de dolor se le clava en el cerebro y sus ojos empiezan a llorar otra vez.

-Esta muerto, por fin esta muerto-susurra, como si diciendo las palabras en voz alta quisiese hacerselo creer.-Esta muerto- repite en voz algo más alta.

Y con esas palabras se deja caer de nuevo contra el suelo, con cuidado, simplemente agotado de la tensión tanto física como mental en la que había estado desde que 77 apareció en el cielo.

-¿Estais bien? ¿Dónde está el resto?- pregunta, todavía tumbado en el suelo.

A Alec le dolía la herida cuando Lethe apretaba el vendaje y apretaba los dientes pero no se quejaba, estaba muy cansado para quejarse y la perspectiva de tener que ir tras el grupo que se había desperdigado y regresar al torreón no le animaba a gastar energías en quejas.

Rasgó el poncho de la enderth con esfuerzo, en otras circunstancias no habría tenido mayores problemas, dándole a la chica las tiras de tela. Preferible ir medio desnudos que desangrarse por el camino.

-Gracias a ti por esto - señaló el vendaje.- No te preocupes por la magia, nos las arreglaremos - hablaba con esfuerzo y tratando de mover la boca lo menos que pudiera.

Asintió ligeramente a lo que dijo Amira, estaba seguro de que el esfuerzo de Lethe había sido lo que los había salvado, aunque no pudiera probarlo.

-Cualquier otro día podría cargarme a este dormilón al hombro e irnos pero dudo que hoy pueda con Luci siquiera - mencionó con una ligera sonrisa tratando de relajar un poco el ambiente.- Seguro que se despierta en breve.

Dicho y hecho Kolja se despertó con un sobresalto. Alec respiró aliviado al ver que estaba bien, aquel golpe en la cabeza bien podría haber puesto al alemán en coma.

-Deberías definir bien - repuso Alec aún notando los dolores de todo el cuerpo.- Estamos vivos que ya es bastante. El resto se ha ido, tendremos que seguir el rastro de sangre. Cuando estéis listos nos podemos mover.

En realidad Alec casi prefería quedarse allí para no someter su cuerpo a nueva tortura.

Con las respuestas que recibió se daba por satisfecha para no creer que había dicho algo inapropiado. Trató de quitarle importancia al agradecimiento que recibió de vuelta.
—Confío en que al menos haya servido para poneros las cosas más fáciles. Lo que hice fue bajarle la temperatura todo lo que mi capacidad me permitió. Si sé algo sobre la fisiología de los reptiles es que no se llevan bien con el frío —explicó.

Normalmente habría sido más escueta en su explicación, pero tenían que esperar a que Kolja se despertase porque en su estado les era completamente imposible moverlo de allí. Por suerte no tuvieron que esperar mucho, pues enseguida dio los primeros signos de movimiento. Como cabría esperar estaba desorientado, pero podían esperar un poco más antes de ponerse en marcha.

—Ajá —dijo en respuesta a sus comentarios cuando Kolja vio el cuerpo de Setenta y siete.
Lo cierto era que ella también se estaba fijando en el mismo por primera vez. Habían hecho una buena escabechina con él, al final. Lo único que podía pensar en ese momento era que un asesino y ladrón de comida que además les había atacado sin provocación alguna no se merecía otra cosa. Apartó la mirada y, mientras Kolja se recuperaba, decidió echar un vistazo al rastro y comprobar de forma más precisa la dirección que había tomado el resto.

>>Creo que se han ido en dirección al Palacete. Y espero que se hayan encontrado con Kradko, la vi corriendo por los tejados y no estoy muy segura de hacia donde se fue. ¡Lucios, espero que no se haya metido en ningún lio!

Por suerte Kolja no tardó mucho en despertar, y Amira observó alarmada como intentaba levantarse de una manera demasiado brusca. Por suerte no hizo falta decirle nada para que volviera al suelo. Estaban bastante heridos, y tenían que tener cuidado con lo que hacían si no querían acabar peor aun, menos cuando ninguno de ellos tenía magia en esos momentos, ya que Lethe estaba agotada.

Las palabras de Kolja la hicieron asentir, algo confusa aún de que hubieran podido matarlo.
—Sí. Lo hemos matado… —era la primera vez que decía la frase en plural, y como si aquello hubiera sido lo que necesitaba oír para desbloquear sus sentimientos, empezó a sentir como le caían las lágrimas por la cara. De alivio, primero, por seguir viva, por que todos siguieran vivos, y luego de agotamiento, tanto físico como mental, y por último por la muerte de Qirra. Haberle matado era algo que tenían que hacer, simplemente por supervivencia, y aunque aquello no fuera a hacer que dejara de sentirse algo culpable, le ayudaba a desterrar de sus pensamientos que era igual que el lagarto. A diferencia de él, ella no había atacado a nadie por simples ganas de ser cruel.

Se secó las lágrimas con el dorso de la mano, sin recordar que estaba llena de sangre y extendiéndosela por la cara.
—Tenemos que irnos cuanto antes. Tanta sangre atraerá a algo, y no estamos en condiciones de correr siquiera —le dijo al resto, mientras se dirigía a por la espada que había dejado al lado de Setenta y siete. No le apetecía dejarla allí tirada si venía algo.

-¿El palacete? Bueno, está más cerca que el torreón por lo menos- dijo, mientras se llevaba una mano a la nuca, notando que se la habían vendado. -Antes que nada, Lethe, ¿podrías hacer el hechizo de espejo? Tengo que recolocarme la nariz.

Todavía estaba tirado en el suelo, pero el dolor que sentía en todo el cuerpo por la tensión a la que lo había sometido ya remitía. Se sentó, lentamente para no marearse como antes.

-Además, no pienso dejar a Qirra aquí tirada. ¿Sabéis donde está? Me esta costando pensar y recordar los detalles- expresó, de nuevo llevándose la mano a la nuca.

Alec apoyó la cabeza contra el muro descansando la vista y tratando de ignorar el dolor, cosa que iba por rachas. A veces conseguía ignorarlo pero otras no.

-¿Hacia el palacete? Seguro que allí estarán a salvo - dijo todavía con el ojo cerrado pero lo abrió de inmediato cuando Amira dijo de moverse.- Sí, deberíamos irnos antes de que llegue alguna otra alimaña. No me siento con fuerzas para matar más monstruos hoy.

Apretó los dientes cuando Kolja mencionó a Qirra, el escocés casi se había olvidado de ella. No, no es que se hubiera olvidado, es que pensar en su cadáver haría que fuera real, definitivo, y Alec no creía estar preparado para ello. Pero como en todo es mejor arrancar la tirita sin pensarlo mucho para ahorrar sufrimiento y señaló el lugar por el que había caído el cuerpecito de la dragona.

No tenía ni idea de qué tipo de rito hacían en el mundo de la parqia pero quizá alguien del torreón lo supiera. Ya tendrían tiempo para hablar de ello.

-Hay que irse - dijo echando un último vistazo al cuerpo de Setenta y siete. Lejos de sentirse mal Alec volvió a sentir una mezcla de alivio y felicidad por seguir vivo junto a culpabilidad por no haber sido capaz de hacer nada por la dragona.

Ante la pregunta de Kolja frunció ligeramente el ceño. Solo ligeramente porque a fin de cuentas el humano estaba herido en ese momento. Sabía que él estaba sin conocimiento cuando explicó que no tenía una sola gota de magia, pero, ¿qué le hacía pensar que era una buena idea gastarla en algo que no fuese una curación? Suspiró e intentó no ser tan brusca por una vez: tal vez en aquella ocasión simplemente el golpe le impedía razonar.
—He agotado toda mi capacidad de lanzar hechizos y además podrás verte en el Palacete.

Por lo visto su suposición era correcta, pues el propio Kolja afirmó que le estaba costando pensar. A la enderth no le hacía mucha gracia que quisiesen recuperar el cadáver de Qirra: tal y como había dicho Amira la sangre atraería a algún depredador. Aunque, por otra parte, no creía que por añadir los restos de la parqia fuese a cambiar mucho la cosa, siendo un cadáver reciente. Sabía que muchos de sus compañeros tenían ritos funerarios y que, por alguna razón que no entendía, eran importantes para ellos. Al juzgar que no iba a suponer una gran diferencia decidió no oponerse a la idea, pero aun así no dudó en apremiarles.
—Que sea rápido.
A pesar de que no le apetecía revivir y pensar de nuevo en el momento de su muerte, ayudaría a recuperar los restos de Qirra con tal de acelerar el proceso. Cargar con ellos, sin embargo, era pez de otra charca: sería como llevar el peso de la culpa de forma literal y no estaba en condiciones para soportarlo. Alegó lo que en realidad era cierto, que sus brazos no daban más de sí para no tener que hacerlo.

Sigue en el Palacete.

Al contrario de lo que pensaba Alyssa, la insecto no se sentía ni decidida y ni mucho menos que estuviera controlando la situación. Simplemente, pensaba que ese era el único curso que podía tomar, que la misma situación que estaba viviendo se lo demandaba. Por supuesto, estaba aterrorizada de volver donde el resto, pero era todo lo que podían hacer en ese momento. Fue un caminar silencioso. Ni siquiera Kradko, parlanchina como era, podía hablar por la tensión, la culpa y aquello que la acechaba desde su memoria. Algo que no podía permitir dejar salir en ese momento, pero que seguía ahí observándola sin ojos.

Si bien al principio marcó un ritmo bastante rápido, debido al cansancio de ambas no pudieron mantenerlo muy bien. Sin embargo, la necesidad de saber qué estaba ocurriendo y cómo estaban el resto hizo que no dejara de intentarlo. Solo frenaría si Alyssa no podía mantener el ritmo y, en ese caso, la ayudaría en lo que pudiera.

Estaba segura de que se estaban acercando al lugar del que habían partido ambas, lo que sin duda le producía sentimientos encontrados. El silencio le indicaba que, fuera el que fuera, la confrontación había llegado a su final. Cuando finalmente llegaron, solo se encontraba un cadáver en el lugar. Un cadáver que, para su alivio, era el de Setenta y Siete.

—Oh… —Fue todo lo que pudo transmitir.

Sin duda aquello era bueno, pero aún quedaba saber dónde y en qué estado se encontraban los suyos. Una inspección rápida les reveló que el lagarto no fue el único herido recientemente allí.

—Mierda, mierda… —Miró a Alyssa por primera vez desde que decidieron regresar allí. Le temblaban las piernas—. ¿Dónde crees que… pueden haber ido?

Aunque la respuesta fuera a ser evidente, la pequeña sentía como si su cerebro fuera un cenagal por el que intentara desplazarse. Tardó varios segundos en darse cuenta de la opción más evidente.

—El torreón…

Tener que volver al lugar del que acababan de huir, de donde había sucedido aquella carnicería.. y que podría seguir sucediendo… era aterrador.
Cada paso que daba Alyssa tenía que pensarlo, luchar por no darlo en otra dirección o simplemente pararse. Por suerte la presencia de Kradko le daba fuerzas para seguir. Era una falsa seguridad, fruto de no estar yendo sola hasta su destino, y sabía que en el fondo ir sola o acompañada cambiaría poco o nada si volvían a encontrarse a Setenta y Siete, pero aquella mentira era lo único que lograba que siguiera adelante así que, por el momento, eligió creérsela.

Lo que se encontraron al llegar fue lo último que se habría esperado. Un montón de cadáveres en el peor de los casos, nadie en el mejor, una pelea que no había terminado en el más probable… ninguna de sus predicciones incluía que el Kievek pudiera morir y sin embargo allí estaba el cadáver.

Alyssa no abrió la boca. Lentamente se acercó al reptil, ya muerto. Temblando a cada paso porque no se lo terminaba de creer. Se levantaría en cualquier momento y los mataría pero… ¿por qué fingir? Además el brazo cercenado hablaba por sí solo.
Cuando finalmente llegó a su altura lo empujó un poco con el pié, todavía en tensión. Necesitaba confirmarlo, necesitaba comprobar que estaba muerto para poder calmarse.

Pero no se calmó. El miedo desaparece, si, pero sin él ahora tiene espacio para el resto de emociones:
Estaba muerto: eso significaba que sus compañeros habían podido con él.
Estaba muerto: eso significaba que no tenía que haber huido.
Había muerto mientras ella había huido: eso significaba que si alguien había sido herido desde entonces la humana sería en parte responsable, igual que lo fue al tirar su hechizo de levitación en la lanza que no pudo mover, en vez de en la piedra que había matado a…

Y así fue como Alyssa terminó de romperse. Incapaz de sobrellevar todo aquello hizo lo único que podía: desahogarse.
Empezó con una patada floja al cadáver, luego otra y otra… cada vez más fuertes. Cuando la novedad de la sensación desapareció empezaron los puñetazos, al principio sin ruido y luego a gritos. No tardó en cansarse y parar, incapaz de seguir, y cuando lo hizo se echó a llorar una vez más abrumada por todo.

Apenas encontraba el significado a las palabras de Kradko, pero no tenía energías para opinar o tomar decisiones, y mucho menos rebatir. Se dejaría llevar por la clinger de vuelta al Torreón.

Sigue en el Torreón Silente.

Amira paró de correr al rato. Había llegado, por pura casualidad, a un sitio familiar, en el que tenía buenos recuerdos, pero también amargos. Casi todo en la ciudad era así, lleno de grises, de claroscuros. Como en su sueño. Incluso ella los tenía, cuando no se arrepentía de matar a Setenta y siete mismamente. Miró a la Luna, iluminando las calles y a ella misma del color de la sangre, y gritó. Por primera vez en toda la noche no había solo rabia, ni estaba plenamente enfadada con los cambios: había deseos de libertad, y de sentirse viva. Era como si en ella acabaran de encajar las piezas de un puzle que no sabía que estaba sin hacer.

Giró sobre sí misma, disfrutando de la lluvia. Le daba igual empaparse: ya lo estaba, y ya más adelante le pediría a alguien que usara el hechizo térmico si tenía frío. Quería comerse la ciudad aquella noche, recorrerla entera, sin miedo: se sentía fuerte y valiente para hacerlo. Y entonces llegó el ruido. Parecían de algún tipo de animal. La adrenalina le había hecho olvidar sus armas en el torreón, y no tenía magia con la que defenderse. Echar a correr era una opción, o lo hubiera sido de no ser por la falta de respuesta de sus piernas. Por suerte, el que parecía responsable de aquellos ruidos no tardó en salir a su encuentro.

—¡Adam! ¡Joder, que susto me has dado! ¿Qué haces aquí? No deberías salir, si casi no controlas tu nuevo cuerpo —le dijo mientras se acercaba a él, tranquila. No fue hasta que estuvo bastante cerca que se dio cuenta de algo. No había oído ni un solo pensamiento que no fuera suyo. Nada. La voz de Adam había pasado de ser una constante en su cabeza en el torreón a no existir delante de aquel pegaso. Y el ruso no iba a haber aprendido a controlarlo en tan poco tiempo —Tú… tú no eres Adam.

Tragó saliva, nerviosa. Fuera quien fuera (si es que acaso era una persona, cosa que era coherente viendo lo que había pasado con Adam) no parecía haber intentado hacerla daño, pero no por ello se sentía más segura. Estaba cerca del caballo, y no notaba en él nada que indicase que fuera a atacarla. Aquello la hizo reír. ¡Si nunca había visto un caballo! ¿Cómo iba a saber si quería o no atacarla? Por poco sentido que tuviera, lo sabía. Echó a andar hacia el torreón, aunque paró al darse cuenta de que el pegaso la seguía

—¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí? ¡Déjame en paz! —le pidió unas cuantas veces antes de seguir andando, exasperada. No parecía que nada de lo que dijera fuera a hacer que el pegaso hablase o dejase de seguirla. Ahora a ver como le explicaba a sus compañeros que aquel ser no dejaba de seguirla.


Sigue en Torreón Silente

Era mediodía, en una mañana con un ligero viento que soplaba por toda la ciudad. Erknest llevaba ya unos cuatro días viviendo en Serpentaria después del horrible incidente de su último trabajo. Para el chico, las horas siguientes a aquella pesadilla pasaron sin que se diera mucha cuenta. Aún con el apoyo de sus amigos, la carga seguía estando ahí y de vez en cuando actuaba en automático. Le costaba horrores dormir, temiendo que fuera encontrarse con Masacre o el cadáver de Sagaz al cerrar los ojos. Además, el miedo de estar en un lugar desconocido lo llevó al principio a no salir demasiado de su habitación, intentando cruzarse con el menor número de personas posible. Los últimos días, más animado por las conversaciones con Chromsa y Adam lo llevaron a pasar algo más de tiempo por el torreón, aprovechando para ojear algunos de los libros de magia y transformaciones. Esa mañana en concreto decidió salir a pasear para despejarse, aunque tenía en mente otra cosa más.

El caballero caminó entre las calles de la ciudad, con toda la calma posible y evitando usar callejones por si acaso. Llegó hasta Luna Alta, barrio que conocía de sobra por sus visitas a Fárladann y algún que otro habitante más para el que había trabajado. Siempre le había parecido un barrio bonito, aunque ahora había un matiz más. Frente a la ruina de la mayoría de la ciudad, las casas allí decidían levantarse con orgullo. No era muy dado a pensar en temas filosóficos, pero hasta él podía sentir el paralelismo. Respiraba con tranquilidad, admirando todo a su paso.

Más o menos por el centro del barrio llegó a una calle más ancha, con algún que otro edificio que no parecía habitado por su aspecto al menos. -Sí, aquí estará bien- se dijo mientras el viento soplaba tras él. Se acercó al pequeño patio de un casita medio derruida y dejó su zurrón allí para tenerlo controlado. Dio unos pasos de nuevo hacia la calle, cerró los ojos y respiró. Recordó lo que había leído esos días. La cuchillas de aire de sus nudillos se activaron, hizo que su cuerpo se volviera más ligero y se dejó llevar por la brisa. -(Uno con el viento. Un baile entre los dos que ninguno tiene que forzar)- Flotó unos metros cercano al suelo antes de ascender con delicadeza, serpenteando por el aire. El kamaitachi se sumió en movimientos más gráciles de lo que estaba acostumbrado, fruto de la concentración y sus estudios. Flotando en el aire, sin tener ninguna preocupación y sonriendo, se sentía más pleno y feliz que cualquier otra vez que hubiera volado.

Entonces fue cuando una voz lo sobresaltó, abriendo los ojos y perdiendo el control de los movimientos. -¡AH!- gritó del susto. Erknest cayó de espaldas, aunque por suerte la distancia que había entre é y el suelo no era muy grande y no sufrió ningún daño. Se incorporó hasta quedar sentado en el suelo, rascándose la cabeza y mirando quién estaba allí para saber si tenía que correr. Era una de las compañeras de sus amigos, que iba acompañada de un pegaso. Se levantó al instante, sacudiéndose un poco la armadura antes de saludar: -Ah, hola. Eras... ¿Amira, no? Que coincidencia encontrarnos por aquí y...- miró al caballo alado - ¿es mi fiel escudero o tu corcel?- Alguna que otra vez le había parecido ver un pegaso más por el torreón, pero se le hacía difícil averiguar si era Adam o no. -¿Qué os trae por aquí?- preguntó por curiosidad ya con su tono recuperado después del pequeño susto.