Luna Alta

-Claro. Ulnael es considerada la mejor orfebre de Nubla aunque ya está bastante vieja. Ibrab y Gerul, su hija y el esposo de esta, han tomado el relevo para seguir con el taller y según tengo entendido no se quedan nada atrás. -Paró para  comprobar una hendidura en el mueble y asegurarse de que solo fuera eso y no un daño más grave hacia el interior. Nada de lo que preocuparse, por suerte.

-Llevamos intentando mejorar para impresionar a nuestros dioses, esta ciudad la Luna y sus habitantes, -dijo aclarando a que rezaban y alzando de nuevo su vista hacia el libense- siglos. Así que tradición diría que tenemos... pero nuestra tecnología es muy primitiva en comparación a la vuestra y nos hemos centrado en el trato a la madera y las telas pues como se suele decir. "En Nubla llueve tres de cada dos semanas"

-Lo malo es que yo no puedo llevarte allí hasta la fecha de la nueva cosecha. Si no te importa esperar sin problema. De otra manera podríamos pedirle a Isis que nos llevara o quizás se lo puedo pedir a mi maestra o a un par de conocidos. -Su mente voló hasta Sekk y Samika, sentía que sería genial ir con ellos aunque no los conocía mucho aún y sentía en parte que sería una molestia.

Maher trató de grabar el nombre de la artesana en su mente pero conociéndole seguro que se le olvidaría y tendría que preguntarle al rapiña de nuevo. Le llamó la atención que la maestra fuera una mujer, ya no quedaban muchas mujeres que se dedicasen a la artesanía, solían elegir trabajos más prestigiosos.

No hizo ningún comentario sobre el tema de los dioses, prefería no meterse en ese tipo de cuestiones.

-La tecnología de Libo no es nada en comparación con… muchos otros mundos, al parecer. Pero en todos estuvieron alguna vez en el punto en el que estamos nosotros ahora. -dijo. Había acabado de lijar uno de los lados y le dio la vuelta al mueble para continuar.

Maher sabía que la guerra había sido lo que había impulsado el avance de la tecnología en Libo y por lo poco que había oído de Nubla tenía pinta de ser un mundo pacífico. Arcan no tenía nada que envidiarle.

-También puedo pedirle a mi hermana que nos acompañe, o que envíe a alguien si está muy ocupada. Puede que ese mayordomo siniestro que tiene.

El libense recordaba bien la primera vez que había visto al íncubo. Su cuerpo no solía reaccionar así a menudo y eso le provocó tal expresión de desconcierto que el monstruo se rió de él aún bajo la amenaza de su ama. Era una criatura absurdamente hermosa, acicalado según los cánones de belleza de la Capital, y sin embargo había algo malvado en él que hacía que Maher se sintiese ligeramente incómodo con su presencia. Sopló la viruta de madera y frunció el deño al ver una muesca que iba a tener que rellenar.

-Es una opción sí. -Contestó a la propuesta de ir con su hermana o el mayordomo de esta. -Pero en serio, aunque Frivo, la Tierra e Irraria y Carabás destaquen sobre tecnología sobre el resto. Nubla se queda muy atrás. Aunque ciertamente no somos el mundo más "joven" en ese sentido ciertamente.

Al ver que no reaccionaba a lo de los dioses siguió sin más enfocado en su trabajo. Buscando más minuciosamente los desperfectos que habría que arreglar.

-Sabes... es un... em... ¿placer?¿honor? -No encontraba la palabra adecuada. -Trabajar para un artista. Como artesano es interesante ver trabajar a alguien de manera más... sutil y por la belleza de algo que no solo por su funcionamiento.

-Yo también soy un artesano -respondió Maher.

Agradecía los cumplidos que el rapiña intentaba dedicarle, pero no le gustaba como parecía despreciar sus propias habilidades o la tradición que había aprendido. Para él había algo infinitamente más valioso en cualquier creación que tuviera uso que en algo hecho solo para satisfacer el ego de las clases poderosas. Las piezas de artesanía tenian el alma de su artesano y el alma que le daba su uso.

Se alejó de la mesa de trabajo momentáneamente para ir a por la fórmula que usaba para rellenar las muescas de la madera y una paleta con la que aplicarla. Las palabras del rapiña le habían dejado pensando. Él había visto tapices nublinos en casa de su hermana, había visto las alfombras, los bordados, las cajas policromadas, la cerámica… No comprendía la constante comparación, estaba claro que venía de un mundo hermoso.

-¿Te avergüenzas de tus orígenes? -le preguntó. Era directo y su mirada clavada en los ojos del rapiña era intensa, pero su tono y la manera en que ladeaba ligeramente la cabeza indicaban curiosidad.

-Lo eres. -Respondió sin vacilar. -Sin duda. Una cosa no impide la otra. De hecho diría que van de la mano... El acto de crear... -El nublino pareció sumergirse en sus pensamientos por un momento mientras echaba un último vistazo final a la mesa. Solo para levantar su mirada y devolvérsela al libense sin titubear.

-No. -Fue una respuesta sin vacilación. -Me han hecho lo que soy. Todo lo que sabía y pude aplicar ayudándome a sobrevivir es lo que me llevó a aquí y ahora. Puede que haya rechazado cierta parte. Pero no, no me avergüenzo del lugar de donde vengo ni de lo que se me ha enseñado. -Se dio cuenta de que quizás se había sincerado demasiado y cortó el primero la conexión entre sus miradas, pero se acerco a él.

-Es simplemente que la brecha tecnológica es tan... abismal. Se siente abrumadora. Y sinceramente ni siquiera tengo ni idea de por dónde empezar a estudiar todo lo necesario. Me considero un artesano decente para mi corta edad en Nubla pero... -Cogió el tarro con la fórmula de relleno y lo miró con cierta melancolía, ni siquiera sabía que era aquello antes de empezar a trabajar allí. -No estoy seguro de serlo en ninguno de esos otros mundos, incluido el tuyo. -Y le tendió el tarro para que lo usase volviendo a mirarle a los ojos.

Maher podía sentirse identificado con algo de lo que le contaba Arcan. Para él la tecnología que había descubierto al llegar a la ciudad había sido casi más impactante que la magia, y eso que todavía no había cruzado ningún portal aparte del de su propio mundo. Sin embargo su curiosidad se había mantenido bastante comedida, tal vez por su personalidad, o puede que por lo concretos que eran sus objetivos. Ante el comentario del rapiña sobre sus habilidades se le escapó un bufido y una media sonrisa.

-Posiblemente no lo seas ni en tu mundo -dijo, sin pararse si quiera a pensar que podría ofender a su aprendiz -Trabajas bien, pero eres joven. Y disperso. ¿Qué quieres de toda esa tecnología? ¿Para qué quieres usarla? Las buenas herramientas pueden facilitar mucho el trabajo pero al final ese trabajo tienes que hacerlo tú igualmente. Todavía te falta por conocer en profundidad el arte de tu propio mundo y estás empezando con el de otro. Tómatelo con calma. Y dale otra pasada con la lija a ese lado -ordenó, señalando un área del mueble en el que estaba trabajando Arcan.

Maher había heredado la tradición de una rama casi extinta de su familia y había destacado en los mercados por llevar algo novedoso que en realidad era viejo y casi olvidado.

-Mira, yo solo sé hacer una cosa, pero sé hacerla bien. Pienso aprender de técnicas de otros mundos para mejorar la mía propia y abrir horizontes, pero al final esto es lo que hago -señaló el mueble que tenía ante sí. -Si quieres ser un buen artesano piensa en qué quieres hacer y céntrate en eso. El día tiene un número limitado de horas y el aprendizaje requiere tiempo.

No había pretendido darle un sermón al rapiña, incluso estaba algo sorprendido por estar hablando tanto. Soltó un largo suspiro y le dio la vuelta al mueble para aplicar la pasta en las otras muescas.

-Pfff. -El nublino se había quedado paralizado ante el comentario del libense tan solo para estallar en una carcajada histriónica la cual cortó como pudo atragantándose y tosiendo en el proceso.

-Tienes razón... bueno, si no doy la talla puedes despedirme en cualquier momento. -Bromeó entendiendo que lo de antes no iba tan en serio como le pareció en un principio y sintiéndose inevitablemente culpable cuando mencionó que había estado disperso, o así se lo tomó él.

Se acercó pensativo hacia el mueble y comenzó de nuevo a lijarlo levantando su parte con facilidad y sin molestar a Maher.

-Yo sé hacer muchas cosas, pero ninguna a la perfección... -El nublino se preguntaba a si mismo que quería sin llegar a una respuesta clara. Creía que le valía con simplemente trabajar y sobrevivir pero era dolorosamente consciente de que incluso en su estado había seguido leyendo y aprendiendo. -Focalizar... Creo que definitivamente haré ese viaje. Iré a Varanublia una temporada a seguir aprendiendo de mi mundo cuando pueda. Quizás encuentre lo que quiero hacer así. Aunque creo que me gustaría aprender a hacer instrumentos... Ya veré.

-¿Y tú? ¿Qué es lo que quieres hacer ahora que estás en estas ruinas? -El pequeño rapiña que era curioso por naturaleza no pudo evitar preguntarle. Definitivamente era una persona muy diferente a la que había tratado estas semanas.

No pudo evitarlo, cuando al rapiña se le escapó la risa de hiena él también acabó estallando en una carcajada. Llevaba tanto tiempo sin reír que le dolieron las mejillas. ¿Cómo podía tomárselo en serio si su risa le recordaba al ruido que hacía el cachorro de su tía cuando intentaban quitarle la comida?

-Bueno no tendría mucho sentido tener un aprendiz al que no puedo enseñar nada -dijo tras recuperarse del ataque de risa.

Asintió complacido al ver que Arcan realizaba bien su tarea y se ocupó de la propia.

-Pienso hacer exactamente lo mismo que hacía antes, solo que ahora ser hombre o venir de una aldea no serán obstáculos para progresar.

En casa sus salidas eran limitadas salvo que la noble del lugar se encaprichase de su trabajo, o de él, y eso era algo improbable (especialmente la segunda parte). Además podía manejar su propio dinero sin que su madre metiera mano y eso secretamente le hacía mucha ilusión.

-Tal vez adopte un bicho. Uno que le de mucho asco a mi hermana para que deje de venir a verme sin avisar -bromeó.

-Ah, sí. He oído de esas cosas. Aunque en la Tierra parece ser que son los hombres los privilegiados o algo así. Es algo que no alcanzo a comprender. ¿En qué momento juzgas las capacidades de alguien solo por su género? -Negó con la cabeza y suspiró como si la persona más pesada  del planeta le hubiera soltado alguna estupidez.

-Hermanos... -Dijo en tono exhasperado y poniendo los ojos en blanco. Aunque echaba de menos a su heramo menor. Seguramente había crecido un montón su ausencia. Y Per y Brina... Un pinchazo doloroso acudió a su pecho al recordarles. Ansiaba el día de volver a verles tanto como lo temía.

Ni siquiera le apetecía pensar en Eriel.

-¿Bicho de insecto o bicho de cualquier animal? Porque si no le gustan las aves, las aevas nublinas son muy mansas y fáciles de cuidar. Y  tendrías huevos frescos. -Le respondía medio siguiendole la broma medio dandole información útil.

Maher negó con la cabeza. Le parecía una sobreana tontería tanto en uno como en otro sentido, pero no podía dejar de sentir curiosidad con eso de la Tierra. El secretario de su hermana era de allí, y nunca le había visto ningún comportamiento similar al de una mujer libense salvo el estar demasiado salido apra su propio bien. De hecho estaba tan bien entrenado como los chicos de compañía de la alta sociedad.

-Bicho de cualquier animal -respondió -No sé cómo son las aevas pero si son pájaros muy feos tienen que ser para que a mi hermana le desagraden.

Sabía que a Mánia le gustaban los pájaros en general. No para tenerlos pero sí para verlos de lejos. Aunque eso de un animal manso y que daba huevos no sonaba nada mal, así tendría algo de compañía en la casa de la que realmente apreciaba.

Como les solía pasar, se les fue el tiempo rápido trabajando y antes de que se dieran cuenta había anochecido. A pesar de que ahora tenía luz eléctrica y podía trabajar de noche sin dejarse la vista Maher intentaba mantener unos horarios medianamente razonables, especialmente en consideración con su nuevo aprendiz, así que dio la jornada por terminada y envió al chico a casa.

-Yo acabo los remates, no te preocupes -le dijo antes de despedirse.

-Quizás no te sirvan entonces. Puede que no sean las aves más majestuosas de los mundos pero no diría que sean feas. -Dijo encogiéndose de hombros. En realidad echaba de menos a los animales. Había pasado toda su vida cuidándoles y ahora que lo pensaba se le hacía extraño como se había acostumbrado a estar relativamente solo y sin más responsabilidad que él mismo y su trabajo.

Aprovechó el tiempo para reflexionar sobre ello. Sobre su familia y sus peculiaridades, sus compañeros de torreón y su hermano, el grupo de letargo que siempre se le antojaba familiar y agradable, que quería aprender y hacer en el futuro... Quizás echaba de menos la compañía de los animales o quizás la compañía en general.

El nublino realizaba su trabajo mucho más despierto que antes y aprendía de manera mucho más rápida, como si por fin hubiera logrado despertar de una profunda pesadilla.

Alzó la mirada cuando le habló y miró a la ventana. Se había concentrado tanto en ello que había perdido el paso del tiempo.

-Está bien. -Se retiró del mueble sin protestar y después de lavarse los brazos y la cara con algo de agua para quitar la mayoría de suciedad volvió para despedirse. Estuvo a punto de salir por la puerta cuando se giró y le habló.

-Emmm. No sé si te interesará pero... Piensa y dime si quieres que te traiga algo de la ciudad a parte de muebles. Hay una cantidad de objetos exagerada que por no tener magia los habitantes los han dejado tirados y tengo que entrar en las casas de todos  modos así que... eso. Buenas noches.

—A mi me costó un poquito también —secundó tras Adam. En lugar de mirar a Kolja con cara de ajo como habría hecho meses atrás se rió por lo bajo con su comentario—. Al menos hay alguien al que le gusta esto. Yo tardé un rato para calentarme los pies, ¡pero he dormido bien!

Ayudó a preparar los arenques para Kradko mientras esperaba su propio té, animada por el plan de salida del ruso que tan rápido había cuajado. Ella no echaba de menos un baño caliente porque podía abusar del hechizo térmico y hacía meses que no tocaba agua fría (además, ni de coña se bañaba con otro), pero eso no le quitaba las ganas de absolutamente todo lo demás; acicalarse con espejos de verdad, usar perfumes, maquillaje, esmaltes y cepillos en condiciones y por supuesto disfrutar del sitio en sí. ¡Ahora que las plantas habían crecido tanto en la ciudad quien sabe como estarían las del palacete!

Después de desayunar, espabilar un poco y abrigarse mejor el grupo se puso en marcha. En cuestión de tiempo llegaron al barrio de casas bonitas donde estaba el objetivo. Las calles se notaban hasta más verdes allí, gracias a los pequeños jardines y los brotes que surgían tímidamente entre las piedras.

—¿Queréis que nos llevamos más plantas al torreón? Las suculentas de la otra vez crecieron muy bien —exclamó con ánimo.

Entre las numerosas bromas sobre su bufanda y la buena recepción general de los demás ante su idea, a Adam se le subieron mucho los ánimos. Aunque fuese algo raro, no le agradó mucho ese contacto breve de Kolja pero se lo tomó bien, al fin y al cabo más que su maestro es su colega.

—Y yo también, este bigote me pone de los nervios —respondió a Kolja. Su corta barba le gustaba pero el bigote nunca fue de su agrado—. Quizás debería cortar un poco las puntas, me gustaría tener el pelo más presentable, parezco una fregona —añadió conservando un buen humor que parecería iba a durar todo el día—. Y el pelo largo es para que la bufanda no me reconozca por si está viva, lo mismo está buscando a quien la creó —terminó por decir acompañado de una de sus mayores carcajadas.

Después de aquella agradable tertulia Adam se fue a preparar su equipo acostumbrado para las salidas: su espada y su inseparable escudo, aparte de protecciones varias. El ruso salió con muchas ganas, impaciente por otro baño en ese palacete tan lujoso. Una de las bañeras pasó inusualmente cerca de ellos pero Adam prefirió no centrarse mucho en ello.

—Si no son muchas no creo que al dueño…

La oscuridad provocada por la sombra de la bañera hizo que Adam interrumpiese su respuesta a Kahlo y desviase su atención al objeto volador, colocado justo sobre ellos. Por desgracia, no fue lo único que avistó. Lo único que pudo soltar fue un breve grito ahogado antes de actuar.

—¡Mierda el lagarto, el lagarto! ¡Arriba! —avisó lo más alto que se pudo permitir al susurrarlo, con su mano temblorosa en el mango de su espada y agarrando el escudo con fuerza. ¿Por qué diablos aquel psicópata andaba paseando por el aire? El lagarto estaba haciendo magia, pero lo que de verdad no alcanzaba a asimilar era el hecho de encontrarse con él tan de pronto, no teniendo el cuerpo preparado para su simple presencia. De un paso rápido se acercó lo más que pudo al ochrorio, siendo lo primero que pensó en aquella situación.

Distraída y en su propio mundo, la nipona se movía independiente de sus alrededores. Ese estado de absentia mental que le permitía evitar chocarse con los demás, no tropezar con objetos en el suelo y recordar cómo usar escaleras y poco más. No sabia lo que le dolía, pero mientras estaba en el torreón no podia evitar sentirse así. La parsimonia de cada día, el miedo por las noches, le dejaba seca de toda emoción. Se movería como una autómata por la mañana, haría excusa de su desayuno y se prepararía con los demás para salir. Lo sabia entonces. El salir le haría despertarse. La adrenalina era algo con lo que podía contar en estos días.

Al dar el primer paso ya lo sentía, los pelos de la nuca erizados, el pelo desigual recogido en un moño, el peso del carcaj a la cadera y la sensación del arco en la mano.

'Esto no es normal' se decía. Y no lo era. Armados, niños salían de nuevo a la ciudad. El animo era optimista. Solo iban a aquel lugar con las plantas y a coger comida, un propósito totalmente inocente, pero nada lo era en la ciudad. Reina intentaba que no se le notasen los nervios y se mantenía ojo avizor a cualquier cosa que les podría saltar de un callejón, al tornar un edificio. La bañera sobrevolándolos la sobrecogió tanto como a los demás y al principio, notó aquella figura andando por el aire y no le atribuyó mérito alguno, todavía procesando que era. No fue hasta que Adam lo mencionó que su cerebro volvió a funcionar y procesó lo que estaba viendo.

Dejó su opinion en el aire, pero contrario a sus palabras tenia una flecha en la mano.
—Dejémosle coger lo que quiera, seria mejor evitar una confrontación.—

Su ofrecimiento no obtuvo la respuesta esperada pero por lo menos Kradko accedió a comer algo más. Aunque sabía que tenía que tener paciencia, Luci se sentía apenado. Le preparó los arenques con la ayuda de Kahlo y una vez acabaron de desayunar se prepararon para salir.

Luci vestía su combinación habitual de jersey a modo de vestido, leotardos y botitas, a las que además le había cambiado los cordones por unos más coloridos hechos a partir de prenda viejas. Llevaba el pelo recogido en una coleta, lo tenía bastante largo y por el momento no pensaba cortárselo, quería ver cuánto podía dejarlo crecer. Por último, como ya se estaba convirtiendo en costumbre, llevaba una espada y un cuchillo al cinto. Caminar con el peso de las armas se le había hecho extraño al principio pero ahora le daba una extraña sensación de seguridad. Llevar escudo todavía le dejaba moratones.

Iba en medio de la comitiva, protegido por el grupo. Estaba de buen humor, iban a un sitio que adoraba, casi el único de toda la ciudad, y además gracias a la magia no habían tenido que dejar a nadie atrás. Pero, como no podía ser de otra forma, su burbuja de optimismo no tardó en romperse. Había oído los cánticos del espantapájaros y no le había prestado mayor atención, ni siquiera cuando la sombra de la bañera los cubrió, hasta que Adam abrió la boca. Luci podía verlo, tan claro que no sabía si era el miedo lo que le había agudizado la vista. El maldito lagarto asesino. Volando. Volando como si estuviese hecho de aire. El daeliciano se puso pálido y por inercia se acercó a los más mayores buscando protección.

-Deberíamos escondernos -susurró -Bajo un saliente o algo, para que no nos vea…

Había muchas casonas con porches y techados estrafalarios que podían usar para ocultarse.

Aunque no se la veía muy convencida, Kradko accedió a comer algo más. Era algo, y tal vez más adelante, si la niña quería podían volver a hablar de aquello. Tras acabar de desayunar, Amira cogió sus armas y salió con el resto de sus compañeros. Habían hecho aquel camino más de una vez y nunca había pasado nada, pero salir desarmada era algo que la francesa ni se planteaba.

La conversación se le hacía interesante. Adoraba el palacete. Los baños de lujo, poder peinarse en un tocador bonito y no usando un hechizo reflectante que ya ni podía usar, o en el escudo a modo de espejo que les había hecho Alec. Incluso cosas que no solía hacer en la Tierra, como pintarse las uñas, se le antojaban deseables en aquella ciudad.
—Oh, estaría bien. Además seguro que ahora hay nuevas variedades que podemos llevarnos —comentó con entusiasmo ante la idea de llevarse plantas.

Al principio ni siquiera se dio cuenta de que había alguien más. Fueron las palabras de Adam, al que tenía al lado (y del que tenía que alejarse un par de pasos de vez en cuando, cuando se daba cuenta de que estaba más cerca de lo que debería) las que le hicieron mirar hacia arriba y ver a la bañera…y a Setenta y siete.

Amira agarró la empuñadura de la espada con fuerza, mientras apretaba los dientes. Le llenaba de rabia verle por ahí, andando por le aire felizmente como si la ciudad fuera suya y no hubiera matado o mutilado a nadie. Accedió a la idea de Luci de esconderse bajo un saliente y se dirigió bajo uno, sin dejar de observar al lagarto. Si bajaba y se acercaba a ellos, iba a necesitar de todo su autocontrol para no querer ir a atacarle