Luna Alta

Mánia había llegado a la conclusión de que enviar a Vlad a recibir invitados era demasiado agresivo y podía incomodar a la gente, por eso se había hecho con un tercer y apuesto juguete nigromántico, limpio y bien vestido, para ocuparse de esa tarea. El criado obviamente no pronunció palabra, abrió la cancela y, después de saludar con una reverencia hizo un gesto a Enredo y Dédalo para invitarles a entrar. Los condujo dentro del palacete. En el recibidor Mánia aguardaba de pie junto a las escaleras, con el íncubo a un lado como una oscura torre. Su influencia estaba bien controlada, y su ropa era sobria, pero elegante. Mánia llevaba un atuendo de muñeca: un corsé negro con escote de corazón y una torera con mangas de globo, de cuello cerrado ceñido por un lazo de terciopelo. Llevaba el pelo recogido y adornado con una diadema de púas metálicas. Su maquillaje era muy sencillo, todo negro mate.

-Bienvenidos. No acabo de comprender la razón de vuestra visita pero será un placer teneros para el té.- saludó. Miró la tarta que flotaba al lado del brujo con ojos golosos, pero disimulando.- ¿Hay algo que queráis colgar en el guardarropa?

Que una criatura nigromantica les abriera le sorprendió por un momento, no es como si fuese la primera vez que encontraba una, pero por lo que sabia de su vecina solía estaba acompañada del incubo que había visto en la Sede alguna vez. <<Bueno, que el no abriera un alivio>> miro de reojo a su acompañante pensando en su timidez natural. Si había sido bueno que no les abriera, ni el sabia lidiar demasiado bien ni con esa transformación ni con la de súcubo.

Siguieron al sirviente, encontrando finalmente con la menuda figura de Mania, a la que conocía de oídas por Karime, acompañada del mencionado incubo. Miro a este por unos momentos antes de volver sus ojos a la anfitriona.

-No es necesario por mi parte, gracias - indico sonriendo a la oferta de si tenia algo que colgar y tras pensarlo un momento, viendo ahí la tarta flotante, añadió- Si lo ve conveniente, puede usar este té, lo traje personalmente desde ulterania -indico llevando las manos a su bolsa sin fondo sacando la cajita de madera con filigranas donde llevaba las mencionadas hiervas del té, de olor ligeramente fuerte si estaba muy concentrado pero de sabor dulzon, extendiendoselas a Mania- Mi nombre es Dédalo, vivimos al final de la calle  - se presento sonriendo.

Personalmente estaba un poco verde en esos asuntos ceremoniosos de etiqueta social, daba igual cuantos años llevara en la ciudad, ni con cuanta agente de diferentes mundos hubiese tratado, aun le ponían nervioso en el fondo. Por ello intentaba recordar lo que había escuchado de Enredo, o del propio Shizel alguna vez, porque no quería ir molestando a nadie porque si, menos a alguien de bastante importancia en la ciudad como era su anfitriona.

Enredo respiró aliviado al ver que el que abría la puerta no era el íncubo. Había leído sobre ellos y las influencias que podían ejercer sobre la gente aunque nunca había tratado con ninguno en persona. La criatura nigromántica no era nueva para él, había visto más por la ciudad. Siguieron al sirviente y pronto llegaron al recibidor.

El brujo paseó la mirada por la habitación admirando la decoración y no tardó en ver a la dueña de la mansión. Y de ella su mirada pasó al ser que tenía al lado con curiosidad. Quizá tardó demasiado en despegar su mirada del íncubo pero no perdió detalle de las palabras dichas por la mujer.

-En realidad no hay ningún motivo concreto - explicó apartando la mirada hacia su anfitriona.- Sólo sentía que era correcto presentarnos a los vecinos más cercanos - hizo un gesto para indicar que estaba bien y no necesitaba hacer uso del guardarropa.- Mi nombre es Enredo, soy el dueño de la clínica médica que está calle abajo - se presentó.- Traigo una tarta casera para acompañar al té, espero que sea de vuestro agrado - dijo con una sonrisa para luego callar y dar paso a la respuesta de la dueña.

La bruja supuso que sería una costumbre de su mundo, o tal vez de su país en concreto pues Vlad compartía mundo de origen con Enredo y también se había sorprendido con la visita. Le sonaban vagamente sus nombres. Sí que había oído algo de una clínica que había abierto recientemente, pero no tenía más detalles.

-Todas las tartas son de mi agrado- respondió al comentario del brujo, alzando un poco la barbilla en gesto altivo, como si hubiese dicho algo de lo que sentirse orgulloso. Le hizo una seña al íncubo para que la recogiera, y aceptó el té que Dédalo le ofrecía, abriendo la bolsita para olerlo. Sonrió complacida- Vlad lo preparará todo. Haz también otra tetera de té de rosas de Libo- le dijo a su secretario, a continuación avanzó por una galería, haciéndole una seña a sus invitados para que la siguiesen.

El solarium se había convertido en el lugar favorito de Mánia para recibir invitados de manera informal. Era agradable, y el tiempo de Rocavarancolia nunca afeaba las vistas, al menos en opinión de la bruja. Les ofreció asiento en un juego de sillones dispuestos alrededor de una mesa baja de cristal. Se cruzó de piernas en cuanto se sentó, permitiéndose inspeccionarlos con curiosidad.

-Aún no vive mucha gente en este barrio, aunque en realidad aún no vive mucha gente en ningún sitio de la ciudad- comentó, por sacar tema de conversación- Imagino que sois los de la clínica. Abristeis hace poco, ¿verdad?

Dirigió otra mirada fugaz a Vlad cuando este se alejo, aliviado al ver que a Manía le gustaban los obsequios de ambos. Personalmente Dédalo estaba ahí por Enredo, conocer a los vecinos no le era un inconveniente, pero tampoco tenía mucha idea de que pretendía su compañero exactamente. Si es que había alguna <<Conociéndole, probablemente no >> pensó el cambiante siguiendo a la libense, tomando asiento y viendo admirativamente la disposición y decoración del lugar. Ellos eran uno sosos en comparación, sin duda.

-Con los refugios se hace difícil el tomar la decisión de irse, pero a nivel personal...tratar con las nuevas cosechas, con sus escándalos y explosiones incluidas, empezaba a suponer un problema, sin contar el espacio...sobretodo al bajar las escaleras. Entretenido pero ajetreado y algo peligrosos a veces -comentó Dédalo sonriendo con humor, pues aunque llevaba bien estar rodeado de gente, mas que bien, cada día en la Sede con la cosecha posterior a la suya, era cuidarse casi de forma permanente de que algo no explotara, de acabar arrollado por nagas o acosado por clingers urticantes- Y tienes razón, abrimos hace poco, aunque realmente el medico es el -indico señalando a Enredo con un gesto- Yo no trabajo en la clínica en realidad. - añadió con soltura, siendo de conversación fácil.

-¿Lleva mucho tiempo viviendo aquí? No vimos realmente, tal y como dice, muchos vecinos por la zona - pregunto interesado, pues por lo que sabia Manía llevaba algún tiempo en la ciudad antes de que ellos llegaran.

Enredo sonrió al comentario de la libense e hizo levitar la tarta hacia el íncubo. No sabía si la criatura estaba reteniendo su aura o no pero el brujo supuso que cuanto más lejos mejor, y ya tocar ni mencionarlo. Al brujo ya le costaba apartar la mirada de él como para encima tocarlo.

El brujo suspiró impercetiblemente cuando el íncubo se fue y se sintió mucho más tranquilo. Siguió a la dueña de la mansión por ella admirando la decoración.

-Tienes una casa preciosa - le dijo mientras se sentaba en el sitio indicado por ella. Dejó el báculo apoyado contra el sillón y se concentró en la charla.- Sí, no hace mucho que abrí la clínica, apenas unos meses. Según me han contado tú trabajas como embajadora - dejó caer Enredo.- Siento curiosidad, ¿qué hace un embajador en realidad?

-La mayoría de los transformados que dejan los refugios prefieren mudarse cerca del mercado, por lo que parece- comentó Mánia- Además de que reformar un palacete requiere más trabajo que un edificio más pequeño y humilde. A pesar de los años, las viejas glorias de Rocavarancolia siguen siendo intimidantes.

La bruja sonrió para sí, recordando la primera vez que despertó en su palacete, cuando aún se caía a pedazos y las corrientes de aire la acunaban por las noches. Incluso en su decadencia, el edificio albergaba majestuosidad y gracia, como un noble centenario que te desafía con la mirada a pesar de su fragilidad.

-Llevo casi cinco años aquí. Ni siquiera llegué a vivir en uno de los refugios, Vlad me trajo la misma noche de nuestra Luna.

Como invocado, el íncubo apareció por la puerta sosteniendo una bandeja plateada. Traía dos teteras: una con complejas figuras de enredaderas sobre un fondo lechoso y la otra negra y lisa como si la hubieran tallado en sombra. Vlad colocó una taza decorada con flores de belladona delante de cada comensal, así como un platito de porcelana y sus respectivos cubiertos. Luego, dejando la bandeja a un lado, sirvió un trozo de tarta a cada uno, cortado con una precisión milimétrica. El té vino después.

-Los cargos públicos de esta ciudad no están cubiertos debidamente ni por asomo. Todavía somos cuatro ciervos mal contados.- dijo, despidiendo a Vlad con un gesto.- Mi trabajo consiste básicamente en servir de vínculo entre Rocavarancolia y Libo, y supervisar todos los contactos para que se cumplan los términos acordados, y sobretodo que la tapadera de la ciudad no se desvele.

Cortó con la cuchara un pedacito de tarta, mirándola con ojos golosos, y se la llevó a la boca. Masticó cubriéndosela con una mano y ojos brillantes. Le encantaban las tartas.

-¡Está muy rica!

Dédalo escucho atentamente las palabras de Manía, pareciendole bastante descortés el preguntar como fue que nunca llego a ir a los refugios, pero dado que no conocía su transformación, y podía ocurrir ciento de cosas durante la luna, prefirió quedarse con la duda. Ya tenía experiencia de sobra encima para saber cuando callarse.

-Bastante, especialmente cuando debes adecuar una habitación y sus camillas para múltiples peculiaridades que la luna haya decidido dar -aseguro Dédalo sonriendo, pues había sido posiblemente el mayor trabajo de todos en la clínica y eso y el asegurar la división del área para los clientes y el área para ellos con numerosas protecciones mágicas.

-Un...amigo nuestro –titubeo de forma evidente, realmente no sabia definir la relación que tenían, cuando apenas se veían desde que iniciaron debido al trabajo de ambos y le resultaba un poco raro decir que eran pareja a extraños, por decirlo de algún modo- También ha estado lidiando con las labores de volverse embajador, puede que lo conozcas, su nombre es Desidia, aunque el no es embajador de un solo lugar sino que va de un lado a otro. - añadió sonriendo a la libense y ya intuyendo que era a causa de esa joven que las relaciones de libo y rocavarancolia estaban estables y siendo cordiales de mutuo apoyo, aunque bien podría estar equivocado, por lo que decidía confirmarlo.

-Fuiste, como embajadora, la que permitió que libo y la ciudad tengan una buena relación, ¿cierto? -pregunto un poco interesado en la labor, pero no insistiendo mucho mas cuando vio llegar a Vlad. Miró a Manía cuando el  incubo se fue, viendo disfrutar del dulce con una expresión infantil que le hizo algo de gracia y que se aseguro de no mostrar en su rostro.

-Enredo prepara dulces a menudo y siempre son deliciosos – aseguró con un nota de humor viendo a su compañero de reojo- Debiste abrir una tienda de dulces, te abrían adorado. -aseguro tomando también un bocado de su tarta sintiendo como se deshacía en su boca. Delicioso. Definitivamente su compañero tenia buena mano con la cocina.

Enredo atendió a las palabras de la bruja con interés. Podía ser bastante peliagudo trabajar como embajador si alguna cosa del mundo vinculado en cuestión se iba al traste. Enseguida supo que él no podría ejercer tal trabajo. Enrojeció ligeramente con las palabras de su amigo.

-No es para tanto - dijo con modestia.- Siempre me ha gustado cocinar, me libera la mente y relaja - explicó.- Puedo, si lo deseas, proporcionarle la receta a tu mayordomo aunque me temo que es complicado encontrar los ingredientes. Yo puedo dároslos si los queréis, las frutas de esta tarta salen de mis plantas. Por supuesto sería un regalo sin coste alguno ya que a mí tampoco me cuesta nada.

Cogió el plato con la tarta y comió un poco echando varios tragos de té de vez en cuando. El té estaba decididamente bueno.

-Sería interesante que otros mundos pudiesen conocer la existencia de la ciudad con un acuerdo beneficioso para ambas partes. Para mi trabajo me vendrían muy bien tanto la tecnología de algunos mundos como sus conocimientos de medicina. Podrían facilitarme muchas cosas pero me temo que esto suena más como una utopía que como algo real - comentó con tranquilidad.

-Ah, el idrino. Lo conozco, vino a pedirme consejo sobre el trabajo de embajador, me alegra que al final haya podido seguir adelante con sus planes.

La sonrisa de Mánia esa contenida, aunque en su interior daba saltos de alegría por haber dar consejos útiles a alguien. La pregunta que siguió le resultó más espinosa, no estaba especialmente orgullosa de sus motivaciones para plantear la alianza al Consejo.

-Fui la que planteó el proyecto y sirvió de nexo entre los mundos, pero al final los que lo permitieron fueron los miembros del Consejo. Todo empezó por mi propia cabezonería, no era capaz de elegir entre mi Libo y Rocavarancolia. -soltó una risita- Claro que era consciente de los beneficios que podía sacar la ciudad de Libo, simplemente sugerí al forma más... barata, en cuanto a medios, de sacarle el máximo partido a la relación. En realidad Libo y Rocavarancolia tienen muchas cosas en común.

Esas cosas facilitaron mucho el crear la alianza, no había que buscar ninguna mentira o excusa para tapar las muertes infantiles ni las pruebas monstruosas a las que los cosechados eran sometidos en la criba. Al menos el gobierno libense veía todo eso como algo positivo. << La visión de sangre forja el carácter>> pensó divertida, citando a su propia Mater.

Agradeció el ofrecimiento de Enredo, atreviéndose a pedir semillas de las frutas para no tener que andar pidiéndoselas todo el tiempo.

-Aunque tendría que contratar un jardinero. La magia facilita mucho las tareas de mantenimiento pero seguimos sin tener mucho tiempo para atenderlas debidamente.

Enredo sonrió a las palabras de la bruja y tras echar un trago al té respondió:

-Debió de ser un tiempo difícil el anterior a la presentación. Por lo que he oído el Consejo suele ser bastante exigente respecto a esas cosas. Por supuesto que sea el mundo de procedencia de uno facilita las cosas, ya se conoce bien - dijo manteniendo la sonrisa.- En mi caso tengo suerte, no echo nada de menos de la Tierra ahora mismo.

Asintió a la petición de las semillas por parte de Mánia.

-No las llevo conmigo ahora pero puedo venir a traéroslas mañana mismo. Si preparas unas macetas con tierra puedo hacerlas crecer y hacer que os den fruta de forma inmediata. Lo bueno de esta ciudad es que como siempre tiene el mismo clima, salvo claras excepciones, las frutas siempre son de temporada - la sonrisa del brujo se ensanchó.- Además las enredaderas no necesitan tantos cuidados como otras plantas, si las mantenéis en el interior con regarlas de vez en cuando es suficiente.

Enredo terminó su porción de tarta y bebió del té mientras contemplaba la habitación y la dueña de la casa. Era agradable estar allí y mantener una conversación trivial sobre temas mundanos.

El trasgo se sentaba indolentemente en la mesa del comedor, esperando con impaciencia a terminar aquello. La casa estaba con pocas defensas, fáciles de romper, tal y como le había dicho aquel desconocido. Ahora, por tanto, solo quedaba esperar a que su víctima apareciera por la puerta.

Había investigado la casa al entrar. Todo lo que había visto había subrayado lo que el otro le había dicho: aquella mujer era una licántropa zorra, anónima y anódina. Aquello, no obstante, le hacía fruncir el ceño. ¿Por qué le pedía algo tan prosaico como quitar de en medio a aquel insecto a cambio de devolver y aumentar la gloria a Rocavarancolia?

Bastel empezaba a sospechar que todo aquello era parte de alguna conspiración para destronar al rey, quizás para poner a alguien más decidido o beligerante al mando. Aquello, sin embargo, no le convencía: ¿por qué hacerlo cuando era el Trono Real el que decidía quién era coronado y quién no? Y si lo que quería aquel supuesto desconocido era la regencia... bueno, solo dos personas en toda Rocavarancolia podían optar a aquel puesto una vez el rey muriese.

Unos pasos lo sacaron de sus elucubraciones. El trasgo sonrió de medio lado cuando vio a la licántropa contemplarlo con indignación, desconfianza y un miedo mal disimulado. Provocar terror en transformados era una cosa en extremo difícil y poco frecuente (si no se contaba, al menos, con la mayoría de lamentables drogadictos que formaban la Secta), y el mal humor que comenzaba a sufrir de forma crónica no le movía a la misericordia. El trasgo se relamió, disfrutando de aquel sentimiento.

—¿Quién eres tú y qué haces en mi casa? —la licántropa tenía la cabeza ridículamente erguida y una voz rabiosa. También, juzgó Bastel por sus siguientes palabras, una estupidez orgullosa de considerable tamaño—. Responde rápido y te dejaré ir sin daño.

—Bastel, Sexto Sacerdote de Ewa, Hija y Consorte de la Luna Roja —había dado un salto al suelo y hecho una burla de reverencia, disfrutando sobremanera de la inquietud que provocaba aquel tono místico; sin duda alguna lo mejor que tenía el falso fervor que debía fingir cuando no estaba con los sacerdotes—. ¿Eres Grader, verdad?

—Sí —la mención ímplicita de la Secta había aumentado el miedo de aquella cadáver. Según la opinión del trasgo a aquellas alturas ya se la podía considerar muerta, que andara y respirara eran matices a punto de solucionarse—. ¿Qué quieren los Hijos de Ewa de mí?

—Los Hijos de Ewa no quieren nada de ti. El que me ha enviado, sin embargo, quiere tu cabeza —paladeó el terror súbito que se plasmó en su cara antes de soltar unas últimas palabras—. Yo, por otra parte, quiero todo el resto de tu carne.

La licántropo no esperó ni un segundo más para transforarse, aunque el trasgo se esperaba aquello. Le cogió de sorpresa, sin embargo, que se lanzará sobre él: creía que huiría, comprobado ya que, con gran probabilidad, no sobreviviría a un enfrentamiento directo.

Grader era más inteligente de lo que parecía, no obstante, y sabía que la única oportunidad de huida era herir lo suficiente al trasgo. Una dentellada estuvo a punto de costarle la mano, aunque Bastel consiguió apartarla lo suficiente de un manotazo. El mordisco se lo llevó el hombro, lo cual provocó un rugido más indignado que dolorido. Una finta y una sacudida le sirvieron para que la zorra le provocara profundos surcos en hombro y espalda y saltara sobre la mesa. El trasgo se giró con rabia, lanzándose sobre ella, quien logró esquivarlo.

La licántropo salió escopetada hacia las escaleras, buscando algún lugar de su amplia casa que fuera lo suficientemente estrecho para obstaculizar a la mole endemoniada que la perseguía. Por desgracia tal lugar no existía: su orgullo le había llevado a adquirir un espacio amplio fácilmente disfrazable de lujosa, y de forma paradójica aquella amplitud se convirtía ahora, aunque solo para ella, en una jaula estrecha.

A su paso por la segunda planta comenzó a tirar trastos tras de sí: relojes de carrillones que había robado, mesitas, sillas... Sus intentos de obstaculizar a Bastel, sin embargo, solo la enlentecieron: el trasgo había entrenado con obstáculos así en los bajos fondos, así que no supusieron ningún freno. Saltó por encima, los esquivó, redujo la distancia. Cuando el último reloj del pasillo dio en el suelo el sacerdote lo usó como trampolín para adelantar a Grader. Se giró con un rugido y a punto estuvo de atraparla si ella misma no hubiera reculado en el último momento para colarse en una habitación.

El trasgo gruñó y se tocó el hombro, dolorido. Tras la puerta cerrada escuchó lo que era, sin duda, ruido de muebles. Bufó y se dirigió hacia allí, con un paso decidido que no auguraba nada bueno para la zorra.

—Abre por las buenas y te mataré rápido —avisó. Grader se encontraba arrastrando la cama cuando el trasgo empezó a hablar. No había terminado de amontonar muebles: apenas había podido pegar contra la puerta una cómoda y poner encima una mesita, pero decidió que darle una patada a la cama que la pegara al intento de barricada era la mejor opción. Solo necesitaba suficiente tiempo para tirarse por la ventana y desaparecer—. Hazme esperar y sabrás lo agradable que es que te devoren con vida.

Unos segundos después el trasgo empezó a empujar contra la puerta. Esta se astilló pronto y, de un empujón, Bastel alejó la cómoda y saltó a la cama, a tiempo de ver a Grader convirtiéndose en zorra para saltar por el balcón.

Esta vez su mano consiguió agarrar la cola. Hizo una parábola en el aire mientras la criatura aullaba, golpeándola con fuerza contra el armario. El chillido de dolor taladró sus oídos, pero al trasgo le era indiferente mientras la seguía golpeando.

Finalmente la zorra, en un intento de liberarse, hizo lo que él deseaba: volver a su forma original. El trasgo no desperdició un momento en enviarla al otro rincón de la habitación mientras tejía un hechizo de inmovilización.

—Diría que lo lamento, pero no es así. Tengo más capacidad para contemplar el dolor en caras no animales —una sonrisa perversa se extendió por su cara conforme se acercaba a su desayuno de aquel día. La licántropa tenía rota la nariz, sangre por toda su cara y, Bastel estaba seguro, más de un hueso roto.

—Por... favor...

—No gastes fuerzas, tu muerte es inevitable —entrecerró los ojos mientras se relamía, empezando a acariciar aquella carne. Lo que para muchos habría sido algo sexual para él carecía por completo de aquella connotación: aquello era, a su entender, mucho más placentero. Gastronómicamente placentero, en concreto—. Me van a pagar demasiado bien —cogió una silla cercana y se sentó, con un brillo delirante en sus ojos al recordar la promesa que le había hecho alguien que el trasgo no sabía que conocía—. Felicidades: tu muerte contribuirá al resurgir, a la superación de la vieja gloria de Rocavarancolia. En cuando a lo de comerte viva, bueno —ya había empezado a lamer partes de la piel, comenzando a degustar la parte más exterior de aquella carne. Ahora solo quedaba degustar la interior—, eso es culpa tuya. Enteramente culpa tuya.

Entonces pegó el primer mordisco. Los alaridos de la licántropo, mientras masticaba, pusieron una agradable melodía a aquel desayuno rodeado de lujos destrozados.

Unas horas después apareció en la calle uno de los monstruos que poblaban Rocavarancolia. De lejos le pareció que había un bulto clavado en la verja de la casa de aquella a la que llamaba "zorra ingrata". Se acercó dando casi saltos de alegría, que aumentaron al ver que, efectivamente, era la cabeza de la maldita licántropo, además coronada con una tremendamente agradable (para él) expresión de dolor extremo.

Parecía que el desconocido que le había visitado en sueños para ofrecerle un trato suculento había cumplido con su palabra.