Barrio de los Mil Dioses

"Esto no es una buena idea" dejó saber cuando se propusó el salir. Y todavía lo pensaba mientras se dirigían hacia algo que ni sabían lo que era. Hyun iba con un escudo y una lanza, sustitutivo del palo al que se había acostumbrado en margalar, por mucho que Ran y Amaro fueran los que lo llevaran siempre realmente.

Hasta que no estaban plantados de forma directa frente a la aurora, no quedó claro que las luces que llevaban viendo desde lejos era aquello que buscaban. A Hyun no le daba ninguna buena espina, ya fuera por el peligro de la misma siendo una trampa, como por esta atrayendo otros peligros y no solo al grupo de macieleros. Quería irse <<Como no>> se burlaba de si mismo.

Eriel no se había recuperado del alivio de que su hermano hubiese vuelto sano y salvo cuando éste anunció que volvía a irse, y esta vez por más tiempo. El nublino prorrumpió en insultos y palabrotas dignas de Sak. Y por más que lo intentó no consiguió convencer a su hermano de que se quedase.

-No te mueras por ahí, idiota - le dijo dándole un abrazo con lágrimas en los ojos, acto seguido salió corriendo para no verlo marchar preguntándose si volvería a verlo.

Los días siguientes Eriel los pasó con un humor raro, a medias enfado a medias melancolía. Apenas comía, y para quién lo conociese, aquello sería el indicador más grave de todos.

El día de la salida le lanzó una sonrisa forzada a Sox y los guió por la ciudad. Nada más poner un pie en el barrio de las hienas aquel impulso volvió a adueñarse de él. Se sentía como un metal atraído por un enorme imán del que no podía escapar.

Los guió de forma acertada, evitando a las hienas sólo con seguir aquel pulso y finalmente obtuvo su recompensa.

-¿Lo veis también? - les preguntó admirando la aurora olvidándose por primera vez en días de su hermano y su posible muerte.- ¿Lo sentís?

A Rad no le agradaba particularmente tratar con la ausencia de Barael, no con la vorágine de confusión que le provocaba aquel peligro andante. En su mundo tratar un problema así habría sido fácil, ciertamente, pero en Rocavarancolia no había (parecía) ninguna forma aceptable de solucionar aquello. Y él quería solucionarlo, aunque solo fuera porque no le apetecía despertarse alguna noche ahogándose en su sangre. Por eso cuando lo vio marcharse se preguntó, una vez más, si acaso la ciudad que tanto daño les había hecho no les ayudaría en aquella ocasión.

Esa tarde estuvo entrenando hasta que la oscuridad total invadió el cielo de Rocavarancolia, exceptuando por la brevísima cantidad de estrellas que se veía en él. Un entrenamiento fuerte que le hizo tener varios calambres espoleado, quizás, por el intento de acallar pensamientos que ni sus racionalizaciones más frías lograban justificar ante sus propios ojos.

La sensación de Eriel le llamó la atención de inmediato, al menos por lo parecido que le sonaba a lo suyo y lo de Tayron. Sensaciones indescifrables e indescriptibles, quizás hasta sensaciones que nadie salvo quien las sentía podía entender (y eso si quien las sentía las podía comprender en lo más mínimo). Y, aun así, reales y absolutas, al menos en su opinión. Rad no olvidaba en ningún momento no ya la hora, sino la sensación de cercanía de la Luna Roja. Lo que al principio había sido tenue iba ganando fortaleza día a día, y si bien el tipo E no podía estar seguro no dejaba de imaginarse qué sentiría cuando estuviera a punto de salir. A este paso, pensaba, acabaría sintiéndose asfixiado por aquello.

Tan pronto comenzaron a ver la luz el carabés alzó brevemente las cejas, aunque sin dejar de empuñar en un solo momento la espada. Al ver a dónde se acercaban había dejado claro el cuidado que debían tener, y que en esta ocasión si había dificultades él apostaba por la huida grupal y reorganizarse en otro lado o volver al torreón si lo preferían.

Por suerte en esta ocasión no encontraron hienas, aunque sí vieron pronto aquella extraña luz. Rádar la miró con cara en parte curiosa y en parte desconfiada. El relato de Eriel incluía un pequeño punto de luz, sí, no aquella cortina luminosa que flotaba en el aire. No sabía qué posibilidad prefería: un hechizo lumínico que hubiera colocado allí alguien o alguna clase de nuevo evento rocavarancolés.

—Si te refieres a una aurora multicolor, sí, la veo. Pero no siento nada —fue mientras soltaba su confesión cuando pensó en algo: ¿por qué aquello atraía a Eriel?

Si tenemos razón y mi sensación y la de Tay es un aumento de percepción provocado por la Luna Roja, si la sensación de Eriel es del mismo tipo, si le atrae esa luz... ¿Quizás esa aurora también está relacionada con la Luna Roja?» resopló antes de terminar el comentario: había, como siempre, demasiados "si". Rad en su vida había tenido que acudir muy pocas veces a condicionales, y el hecho de que en Rocavarancolia prácticamente solo hubiera aquello seguía descolocándole en exceso.

No era lo único que le molestaba: todavía quedaban setenta y siete días y unas pocas horas para que saliera la Luna Roja. ¿Acaso era tan poderosa que pudiera afectar a Rocavarancolia en aquel momento?

Todavía estaba pensando en ello cuando notó una pequeña corriente de aire a su alrededor. El tipo E frunció algo el ceño durante unos segundos antes de caer en qué le molestaba, y no pudo evitar relajar algo el agarre de la empuñadura de su espada al comprobar la sorpresa. Tuvo que mirar a su alrededor para comprobar que nadie ni nada era el causante de aquella repentina racha de viento. Mínima, casi inexistente, pero aun así notable.

—¿Soy yo o hace viento?

Otros podrían haber juzgado exagerada la sorpresa moderada de sus palabras, pero el tiempo atmosférico era, quizás, la constante más rígida de Rocavarancolia. Y a Rad no podía menos que chocarle algo la rotura de una característica que había permanecido absolutamente inquebrantable desde hacía más de ciento treinta días.

Habían salido victoriosos a duras penas contra las hienas, pero ello no quería decir que Sox estuviese ansioso por poner a prueba su suerte una segunda vez. Miraba con nerviosismo contenido a todas partes en cada bifurcación a la que llegaban: temía que aquella intuición extraña, que Eriel decía sentir todavía, le impidiese tener cuidado.

El nublino no lo había narrado como un encuentro amenazador, pero después de ver a Tuétano sobrevolar el torreón Sox no podía evitar darle vueltas al relato del nublino. Una trampa tan rebuscada de tiempo sonaba ridícula, pero, ¿y si estaban cometiendo una estupidez yendo directos adonde un ciudadano les había dicho? No sabía qué anticipar. No llegaba a sentirse ansioso, pero desde luego no lograba caminar con soltura por la ciudad. Hacía mucho tiempo que no lo conseguía.

Aquel vórtice tornasolado le transportó de vuelta al día que habían pasado en el palacete, y a una de las vidrieras que había visto de pasada en una de las salas. En Rocavarancolia desde luego no había más que salir a la calle para ver algo diferente, pero encontrar algo bello sin más costaba mucho más trabajo. Sin querer Sox se quedó mirándolo más tiempo que el estrictamente necesario para procesar la sorpresa.
—Sí —respondió sin apartar los ojos de la aurora de luz—. ¿Qué hace eso ahí arriba?
No tenía ni idea de qué podía ser. Si era mágico, no se trataba de ningún hechizo que él conociese. Podría ser decoración luminosa, ¿pero para qué? Estaban en mitad de la nada.

La sorpresa en la voz de Rad le distrajo, y Sox frunció el ceño ante aquella observación en apariencia trivial. Luego se dio cuenta de qué quería decir su compatriota.
—Pues... sí, un poco —corroboró, mirando al cielo a pesar de que no podría ver nada en él—. Qué raro. Es muy temprano todavía —el viento en la ciudad no echaba a soplar hasta que el sol estaba bajo en el horizonte.
En un arranque de inspiración se le ocurrió pensar en si la corriente de aire provenía del vórtice de luz, pero un par de segundos de atención descartaron la posibilidad. Era brisa normal, sin más.
—¿Dijo aquel tipo que esto era un nacimiento? —quiso confirmar no sin cierta confusión, rememorando las palabras de Eriel, mientras intentaba buscar una conexión lógica entre unas cosas y otras.

Podía haber pasado un minuto, y seguían mirando aquella luz. Nada había pasado, pero tampoco era cuestion de tentar a la suerte. Hyun se agitaba en el sitio, golpeando el suelo con la punta del pie, debatiendose por hablar o no hacerlo. No era el plan empezar tan pronto a poner problemas, pero era estupido callarselos. Cuando una brisa de aire acarició a los macieleros el coreano no se lo calló más.

- A ver, esta claro que no vamos a hacer nada. Acercarse o tocar la luz sería peligroso.- Su voz demostraba demasiado la tensión del coreano, dandose cuenta de ello, en las siguientes frases rebajo el tono.- Del mismo modo quedarnos también lo es. No es cuestión de esperar a que la luz atraiga cualquier bestia o peligro como nos ha atraido a nosotros. Si no es que estamos ya en un problema.- Terminó pensando en el origen de la brisa; algo que allí en rovarancolia parecia que si no era generado no existía. El coreano acompañó sus frases con la mirada buscando apoyos en cada uno del grupo. Apoyando la lanza contra su cuerpo, buscó con la mano el martillo de su bolsillo, tenía que relajarse.

No lo sentían, ninguno más que él lo sentía. Eriel tuvo el atisbo de una sonrisa al comprender que posiblemente aquello significaba que era digno de la Luna, de un modo distinto a Tay y a Rad, pero digno al fin y al cabo.

Sí, hacía viento. El nublino frunció el ceño, la metereología de la ciudad había sido inamovible hasta ahora.

-¿Quizá sea un signo de que la Luna está más cerca? - aventuró el chico.

-¿Pero qué dices? - le dijo a Hyun.- Yo quiero tocarlo. ¿Alguno puede levitarme hasta allí? -miró a Tay pidiendo ayuda.

Siete se chupó un dedo para localizar la brisa, pero justo después se dio cuenta de que las señas que conocía para los puntos cardinales no tenían por qué servirle allí. Tampoco el cielo nocturno era el mismo. De una forma discreta, era otro detalle hostil de la ciudad.
"Bueno, no importa, renombraré las cosas como concuerde con la salida del sol. No es como si tuvieramos mapas para leer".
Murmuró sus acuerdos y desacuerdos sobre la percepción de aquella aurora. Se había quedado absorto con la demostración de colores sobre la silueta irregular que pintaban los edificios de piedra, como lo hubiera hecho con cualquier cosa hermosa. La luz no lo llamaba.

- Hyun tiene razón- dijo, interrumpiendose para mirar a Eriel-. No somos lo unico con ojos, y bonito no equivale a seguro. ¿Pero que se supone que nace? ¿Crees que podría haber sido una metáfora sin más?

Sensaciones extrañas, una luz salida de la nada y ahora una rotura en el absolutamente inamovible ciclo meteorológico de la ciudad. Rad se preguntó si la aparición progresiva de todo aquello estaría conectado, y qué significaría. No qué significaba en un plano abstracto (si es que realmente era por la salida de la Luna Roja), sino qué acabarían significando esos eventos en un plano concreto.

—Por si no te has dado cuenta: sí, estamos en un problema —el tipo E puso los ojos en blanco ante aquel comentario del coreano, sin caer en cuál era la realidad: que nadie había explicado al nuevo sus sensaciones o las de Hyun—. No podemos simplemente quedarnos quietos y esperando a que la Luna Roja aparezca sobre nuestras cabezas, aunque sí creo que debemos intentar investigar sin tocar luces mágicas de las que desconocemos todo sin tomar precauciones —la mirada de reojo que mandó a Eriel hablaba a las claras de la peligrosa ingenuidad que consideraba que invadía al nublino, aunque tampoco intentaría convencerlo de nada—. Todavía quedan setenta y siete días para que salga la dichosa luna, ¿en serio crees que ya puede cambiar el...? Bueno, el tiempo de esta ciudad, que parece escrito en piedra.

Hyun fue el primero en hablar y Sox asintió con reluctancia para mostrar su acuerdo. Se notaba reacio a darle la espalda a aquel misterio sin más y dejar que éste le picara en el cerebro durante los días que siguieran, pero Rocavarancolia había grabado para entonces suficientes experiencias en su memoria como para preferir no jugársela.
—Las luces espantan a los animales grandes —añadió de todas formas, aunque su tono era más dudoso entonces. Sólo hablaba de oídas; de leer que en tiempos antiguos se encendían hogueras para mantener a raya a bichos salvajes. Se le vino entonces a la mente el concepto de alguna polilla monstruosa y se le quitaron inmediatamente las ganas de elaborar sobre aquella frase y tentar a la ciudad a demostrarle que se equivocaba.

—Puede ser —dijo perplejo ante la anotación de Siete—. Está claro que esto era lo que quería que viésemos.
La Luna... El carabés volvió a mirar hacia arriba, como si el cacareado astro estuviese allí en lo alto con todas las respuestas escritas en su superficie. ¿Qué tendría que ver la Luna con el viento? Aunque si un satélite podía influir en las mareas... ¿funcionaría allí de forma similar?

Eriel pidió entonces que le subieran levitando para poder tocar la aurora. Tay hizo gala de un buen juicio admirable y se negó.
—Mira, no sé quién es peor, si tú o tu hermano. ¿No has pensado ni en tirarle una piedra o tocarlo con un palo o algo para saber si es seguro primero?

Setenta y siete días. Poco a poco estaba asimilando el reloj interno de Rad, pero ver su estancia tan claramente condensada en cifras ahora ponía una línea de meta clara y Sox, como muchas otras decisiones que quedaban en el limbo de su juicio últimamente, era incapaz de decidir si lo prefería así o si dormía más tranquilo en la incertidumbre anterior.
—No es mucho —comentó—. Dos meses y poco más.
Más raro era que apareciesen luces. Ahora que lo pensaba podría ser un hechizo con un temporizador, programado para activarse en fechas concretas. ¿Habría más? ¿Qué significarían?
—Podría ser una especie de reloj —compartió la teoría con sus compañeros—. Hoy podría ser una fecha especial, o al menos pudo serlo.

La respuesta del carabes, por cómo la había entendido, le enervó hasta más que los deseos de Eriel de suicidarse. <<Claro, porqué tenemos que recordar el maldito planeta asqueroso en el que estamos en todo momento>> Encima le indignaba que lo tratara así, como si no fuera consciente de ello, después de todo lo que le había hecho ese sitió. Era cierto que el peliazul no lo sabía, pero Hyun le dedico una corta y casi imperceptible mirada cabreado, por poco que se distanciase ésta de su expresión habitual. Y luego todo lo de la luna una vez más. ¿Porqué no paraban de repetirlo? Solo harían la cuenta más larga y ¿Cómo eran capaces de saber exactamente cuanto faltaba? Hyun dejó su percepción del tiempo en el calendario de la pared de letargo. Ya no sabía cuanto hacía desde que escapó de allí; ni que mes sería en la tierra como antes.

- Para estas cosas, aquí, tampoco hace falta que sea un dia especial. Esta ciudad esta loca.- <<Tu también lo estas, cobarde>> Dijó en respuesta al comentario de Sox. En el momento que habló Rad había agarrado la lanza de nuevo y ahora la apretaba, por mucho que no consolara la tensión de seguir en medio de la calle. Cada segundo fuera del torreón era un segundo en el que se la jugaban.

Al sudor frío le siguió un grito que logró ahogar con la almohada. Cuando abrió los ojos con el rostro sudoso y el cuerpo dolorido por la tensión, aún tenía el fulgor púrpura de los ojos de Dafne grabado en la retina.
A duras penas logró recuperar el ritmo normal de su respiración mientras comprobaba entre el relío de mantas que la chica estaba ahí, sin cuernos, humana. Viva.
La abrazó contra él sin pensar mientras jadeaba en su oreja. Había sido un sueño, se decía sin olvidar a los guardias y la voz de la reina que aún se hacía eco en su mente. Un sueño demasiado real, casi palpable.
-A salvo- murmuró con lágrimas aún en los ojos y estrechando todavía más el cuerpo de la joven contra sí sin que esta lo advirtiera. Era doloroso recordar, aún podía verlos a todos. A Inna, Eorlir y Sinceridad, a Mónica y Rad. Los había matado a todos por ella. ¿Y para qué? ¿Acaso se trataba de un sucio juego de su mente? ¿Se estaba avisando así mismo de lo que en realidad era capaz?. No podía serlo, se repitió, pero la imagen de Dafne atravesándose con la espada acudió sin miramientos. No podía serlo... ¿Verdad?.

Por suerte no quedaban muchas horas para el amanecer y Tayron se mantuvo en vela por poco tiempo hasta que escuchó ruido abajo. Descendió sin despedirse, necesitaba aire con urgencia y la salida le brindó una oportunidad irrechazable.

Eriel los llevó hasta donde prometió. Una aurora se extendía por las ruinas haciendo gala de su hermoso brillo. En otros momentos se encontraría eufórico, puesto que viajar a lugares fríos se salía de los límites económicos de sus padres. Pero aún tenía el olor a flores marchitas incrustado en la fosa de la nariz, el resplandor evocaba al vestido de la reina, y mirar a sus compañeros le hacía sentirse extraño y lejano.
Por eso no miró directamente a los ojos de Eriel cuando notó que este le interrogaba.
-No- fue tajante, más de lo que debería. Escuchó a sus compañeros sin romper su silencio hasta la última intervención del coreano- es verdad, que tenga un sentido es lo que me sorprendería- rompió una lanza a su favor sin saber por qué. Hyun a pesar de todo le generaba empatía, más que cualquiera de sus compañeros, quizás debido a su situación. O igual aquello que pensaba le hacía especial- ¿viste algo más, Eriel?.

Eriel no estaba particularmente contento de no poder tocar la luz, cosa que a aquellas alturas no sorprendía en lo más mínimo al tipo E. Un recuerdo se abrió paso en su cabeza: el más joven de los nublinos tocando sin ningún cuidado un plato, pocos minutos antes de que el mundo se transformara en suplicio y agonía. Durante un momento aquel recuerdo le obligó a cerrar los ojos y respirar hondo. La situación no podía menos que frustrarle, pero sabía que el deseo de conocer respuestas había que seguirlo tomando todas las precauciones necesarias.

Así que se encargó de poner fin al parlamento.

—Son ya las once y cuarenta y nueve minutos. Deberíamos ir volviendo: el almuerzo no se preparará solo —se encargó de interrumpir de aquel modo a cualquiera que estuviera hablando, sin dejar de mirar a la aurora. Se preguntó qué otras habilidades les daría la famosa luna, y si a todas ellas se acostumbraría como poco a poco iba acostumbrándose a ser un reloj andante.

Sigue en el Torreón Maciel.

Entendía la preocupación de los demás al echar a volar, pero era la mejor baza que tenían a no ser que echasen a volar con su magia o pudieran rastrear a la ulterana con algún hechizo. Además, bastante enfadada estaba ya con Fah para encima crear mal ambiente con los demás, pero qué fácil habría sido enojarse con ellos. <<Respira hondo y aletea, desastre emplumado. Si la encontramos podré echarle la bronca>> pensó. Le hizo gracia la idea, porque parecía que su motivación principal era localizarla para, efectivamente, regañarle. <<Aunque si tan mayorcita es para salir por aquí sola, no nos hará caso y será en vano>>

Estaba claro que su motivación para dar con ella no era aquella, pero con cada aleteo que daba, con cada metro recorrido con sus amigos detrás, con cada calle oteada desde el aire, más refunfuñaba. Para colmo, pudieron escuchar cómo llegaban las provisiones. Si las perdían por su culpa... <<¿Por qué plumas podridas tenemos que salir a buscar a alguien que se va voluntariamente?>>

Pensaba en plantear ese "detalle sin importancia" de su convivencia cuando vio algo moverse en la calle. No tuvo que acercarse mucho para identificar a la ulterana que, para alegría o colmo de males, según se viera, parecía ilesa. Quizá, si la hubieran encontrado huyendo de algo, se le habría suavizado el enfado. Pero no. ¿Sonreía, acaso?

Descendió para dar el aviso. Les guió hasta ella y bajó a tierra a pocos metros del encuentro.
—No sé a qué juegas, criatura, mecagoentusplumas, pero vayamos de una vez a por las cestas.

Mónica rechinó los dientes ante el desafío de la roquense al echar a volar, sabiendo que realmente estaba frustrada no por ella, sino por culpa de la loca de Fahran. Sin embargo, al verla elevarse del suelo, masculló un par de improperios por lo bajo, elevando el tono estratégicamente en palabras como «cabezota» o «terca» e ignorando las palabras sensatas de Lorenzo o Lebra. Un punto de miedo le oprimía el pecho.

Siguieron a Sinceridad de cerca por las calles, casi sin prestar atención a los escombros que los rodeaban, y acabaron casi chocando con las cestas, pero no había señal de la cabeza hueca… ¡no! Un grito de Sinceridad les avisó de que se acercaba y, a la zaga de los demás, Mon corrió a su encuentro, uniéndose a la roquense para echarle la bronca. ¡La tía venía sonriendo! ¡Sonriendo!

—¡¿Pero tú…?! ¿Qué cojones? ¿Crees normal escaparte sin avisar para que te encontremos muerta en un rincón? —barbotó al llegar a su lado, con la voz temblando de rabia—. ¡Te podía haber pasado algo! —después se giró hacia Sinceridad y le dio un abrazo, reconociendo que se había asustado—. Siento haberme puesto así, Sincy. Me preocupé.

Respiró hondo mientras la adrenalina se escapaba de su cuerpo. —Ya que estamos fuera, ¿comida y sinhadres?

Los motes: