Barrio de los Mil Dioses

El miembro 'Yber' ha efectuado la acción siguiente: Número Aleatorio

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'Dado de 100 caras' : 54

Casi no respiraba, atento a sus movimientos entonces se rio. No sabía si era una otra intimidación o una burla, le importaba más bien poco pero no se esperaba lo que sucedió a continuación. La bestia lo ignoro y arremetió contra Sakrilt, o eso le pareció al principio porque luego la vio pasar de largo y entonces pasó lo peor. Su hermano estaba en peligro. La misma sensación que le había inundado con Lebri subió de su estomago a su garganta hasta que palpitó en sus oídos.

No sintió el zarpazo, apenas se apartó por puro instinto y entonces como un resorte se tiró hacia delante empezando un sprint casi antes de que la hiena se recompusiera de su zarpazo e intentó propinarle un escudazo, su intención era pasar de largo hacia la bestia y eso iba hacer aún si solo las apartaba un poco.

El miembro 'Yber' ha efectuado la acción siguiente: Número Aleatorio

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#1 'Dado de 100 caras' : 63

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#2 'Dado de 100 caras' : 49

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#3 'Dado de 100 caras' : 43

Sox chasqueó la lengua, furioso consigo mismo. ¿Qué le estaba pasando? Aquél no era el momento para errores tontos. Se forzó a sí mismo a recuperar el pulso estable del principio.

La risa a cuatro voces le dejó congelado en el sitio un momento por la impresión, y luego el choque contra el edificio de enfrente hizo temblar la tierra. Durante un instante, más su cuerpo hermanando sensaciones que por revivirlo con la mente, Sox estuvo de nuevo en otro lugar, la ballesta de nuevo apuntada y esperando al momento oportuno para disparar a una bestia entre los ojos. El recuerdo de haber reaccionado demasiado tarde fue lo que le impulsó a la acción esta vez, y el rechazo hizo que un nuevo virote saliera despedido de la ballesta. El tiro falló, pero sirvió su objetivo: aquella vez el carabés no se había quedado paralizado en el sitio. Ser consciente de ello templó la amargura de que hubiese sido un virote malgastado, y dentro de las circunstancias Sox disfrutó del triunfo de que su mente no le hubiese dejado en la estacada, aunque el pulso le latiera enloquecido. Se apresuró de nuevo a cerciorarse de la situación.

Más hienas. Empezaba a ver sangre en algunos de sus compañeros. Durante un momento agónico de indecisión no supo qué hacer. Aunque por fin uno de los proyectiles había impactado contra la líder de la manada, ésta no parecía afectada en absoluto cuando por fin había derribado la pared. Seguir aguijoneándola iba a ser una pérdida de tiempo; esperaba que Eriel hubiese encontrado ya una forma de ponerse a salvo. Y seguían apareciendo más malditas hienas.

No le quedaba otra que seguir disparando: ya no veía a la grande. Apuntó a las tres que acababan de llegar y que aún no intervenían, para que no se hicieran ideas poco afortunadas. Empezaba a hervirle la sangre por la refriega en la que no estaba participando; saber que sus compañeros abajo necesitaban otra espada y otro par de ojos que les cubrieran las espaldas y que él solo pudiera disparar proyectiles uno por uno.

[1-40: Sox acierta
41-100: Sox falla]

El miembro 'Naeryan' ha efectuado la acción siguiente: Número Aleatorio

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'Dado de 100 caras' : 85

La euforia al ver que había conseguido matar a otra hiena apenas duró un instante. Sintió un mordisco en su pantorrilla: piel y músculos atravesados, sangre corriendo. El dolor lacerante y sus propios recuerdos le nublaron la vista durante unos momentos, los que duraron su alarido. Movió la espada casi a ciegas, con una rabia fuera de toda medida, pero solo atravesó el aire. Un parpadeo después comprendió por qué: la hiena que le había atacado estaba muerta. Había sido atravesada por Charlie, pero demasiado tarde para su gusto.

—La próxima vez estate más atento —espetó, no pudiendo creer que aquel chico hubiera sido tan torpe. Intentó seguirle hacia el otro grupo, pero su deseo de ignorar la herida eran futiles. Tan pronto echó su peso sobre su pierna derecha una aguijoneante agonía le hicieron soltar un grito ahogado y caer.

Siseó, con lágrimas en los ojos imposibles de contener. Se subió como pudo su pantalón, soltando unos pequeños quejidos ahogados a cada instante. Cuando pudo ver el mordisco que había sufrido casi sintió cómo se comprimía su corazçon, entendiendo por qué el dolor que sentía era tan fuerte. Con aquello no podría caminar bien, y mucho menos luchar.

Se volvió a levantar, teniendo cuidado de no apoyar en lo más mínimo aquel gemelo perforado, aunque no le alivió el dolor. Cada instante enviaba oleadas de un dolor apenas contenible, y cuando aquella herida sufría un peso innecesario o se rozaba con cualquier cosa lo que sentía se elevaba a agonía. Usaba su espada como bastón y mantenía aquella pierna alzada, manteniendo su peso solo en la izquierda. Su equilibrio era, como poco, precario. Rádar lo sabía. Y lo odiaba.

El dolor aplacaba las oleadas rabiosas que inundaban su ser, y pronto la preocupación ayudó a contenerlas más. No le hizo falta más que un vistazo a su alrededor para comprender la situación. O, al menos, su situación.

«Mierda, mierda, mierda». Sus pensamientos estaban viéndose invadidos por el miedo. No podía unirse a las luchas contra las hienas de alante, por supuesto, y dudaba que el hechizo de curación que conocían ayudara con eso. «El anillo... mierda, no, las hienas» un gruñido de frustración, mezclado con dolor, surgió de su garganta al caer en el peligro de que sus gritos atrayeran más bestias. Y ahora, tal y como estaba, podía ser una diana fácil para las hienas recién llegadas.

Rádar dio un salto hacia atrás, mirando de reojo a las hienas. Iba alejándose de la refriega, esperando encontrar una pared o una puerta. Sus saltitos eran pequeños, intentonas de evitar que aquellos monstruos no se fijasen en él, y a duras penas lograba mantener el equilibrio con su espada. Eso solo contribuía a lo humillado y penoso que se sentía, pero sabía que no podía hacer otra cosa. En aquel estado, de intentar luchar, no sería más que una carga inútil, una preocupación excesiva para los demás.

Rádar apretó su mandíbula, ahíto de rabia y dolor, con lágrimas corriendo por sus mejillas y una expresión en la cara que hablaba a las claras de las ganas que tenía de desquitarse por aquella situación. Nada le gustaría más en aquel momento que poder estambar la cabeza de una de esas hienas contra el suelo, una vez, y otra, y otra, hasta reventarle el cráneo y esparcir sus sesos por la calzada.

Con el pelo pegado a su nuca por el sudor el humano contempló como la clinger se encaramaba a una pared y desde allí, con gran habilidad, eliminaba a una de las hienas con un lanzamiento de cuchillo. Tay soltó todo el aliento de golpe por el susto, la hoja había pasado muy cerca de él y agradeció en silencio no ser el enemigo de Sakrilt.
Luego Rad quedó prácticamente fuera de juego tras la eliminación de dos fieras más entre él y Charlie. El belga lo descartó rápidamente como una ayuda potencial. Tendrían que luchar sin él, lo cual, sumado a las tres hienas que rodeaban al mayor de los nublinos, no pintaba nada bien.
¿Qué haría entonces?. Podía proteger al carabés, cuyo muslo no paraba de sangrar. Pero eso no ayudaría a Barael. Quién se encontraba en mayor peligro. Le temblaban las piernas de imaginarse en su situación, él contra tres bestias sedientas de sangre. Y tampoco podía hacer nada por Eriel sin dejar al grueso del grupo en peligro. Tenían que contar con él. Al fin y al cabo estaba ileso y no todos podían decir lo mismo.

Así que actuó con velocidad y una oscura idea en la mente. La de que iban a morir todos. Estaba desesperado. Y se dejó llevar por la desesperación.
-¡Cubridme!- alzó la voz por encima de las risas y las fuertes vibraciones, aún persistentes y recordando con cada impacto lo que podía pasar. Y que ahora mismo no era capaz de hacer nada para evitarlo.
Así que el belga aprovechó que algunas carroñeras estaban de espaldas a él para desatar un hechizo de levitación. Pero no sobre él mismo. La magia fue dirigida hacia una de las dos que estaban de espaldas, concretamente la que no había recibido el escudazo. Si aquella patraña funcionaba intentaría elevarla por encima de su cabeza y gritaría- ¡Sox, Sak, Charlie! ¡Ahora!- para aquellos que lanzaran proyectiles o pudieran rasgar el abdomen.

Solo quedaban tres peleando con el grupo. Si lidiaban pronto con el problema Tayron prestaría su lanza para Eriel. Pero hasta entonces aquello estaba lejos de sus posibilidades.

Eriel sintió el estruendo de la planta baja y no quiso imaginarse a semejante bestia parda cayéndole encima. Corrió hacia la ventana con visión de Sox y gritó por encima del ruido.

-¡Sox, levítame! ¡Tengo que salir de aquí! - le dijo. Mientras el carabés realizaba el hechizo el nublino apuntó hacia las escaleras con intenciones de vender cara su piel si el animal aparecía por ellas.

No tardó en notar que sus pies se despegaban del suelo y sintió un tirón en el estómago, un vacío que le recordaba que aquello era peligroso. Si Sox perdía la concentración Eriel se precipitaría contra el suelo de todas formas, pero confiaba en su maestro de magia.

Se encogió para pasar por la ventana y aprovechó para echar un vistazo a la batalla y buscar un nuevo objetivo para sus flechas. La hiena grande seguía dentro de la casa y no podía darle, las otras dos estaban demasiado cerca de su hermano y no se atrevía a disparar, las otras tres por contrario...

Eriel disparó una flecha* sin pararse a comprobar su puntería pues ya estaba llegando al edificio de Sox.

-Menuda mierda, esa hiena no es normal - le dijo al carabés cuando llegó a su altura.- Quizá venga hacia aquí, tenemos que prepararnos para dispararle.


*Menos de 30 acierta.
Más de 30 falla.

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'Dado de 100 caras' : 65

Pasó de la hiena con el escudazo pero todas se esforzaron en interponerse, iba a avanzar más cuando oyó a su espalda como se lanzaba a por él  la misma a la que le había propinado el golpe. Forzó un salto ladeado hacia el edificio pero ya había dos hienas cubriendo el hueco y la del golpe había conseguido herirle de nuevo. Aparte otra más lo rodeaba.

Aquella sensación de rabia e impotencia lo ahogaba pero por unos segundos no tuvo más opción que mantener a raya a las cuatro girando sobre sí mismo y haciendo aspavientos con la espada y el escudo pero por suerte el resto actuó. Cuando Sakrilt mató a la primera y Tay elevó a la segunda Barael no dudó, se abalanzó sobre la de su izquierda dispuesto a ensartarla por alguno de sus puntos blandos y tomar ventaja de su escudo frente a la de su derecha. Si mataba a esta se tiraría directamente contra la siguiente.

En cuanto vio a su hermano flotando por encima le gritó. -¡Aléjate del edificio! ¡Podría saltarte encima por la ventana! -Algo de alivio se instauraba en el al verlo bien.

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'Dado de 100 caras' : 16

El carabés acabó cayendo. Un mal tropiezo dio con él en el suelo, de espaldas. El golpe impactó con fuerza contra su muslo herido y le hizó soltar un alarido de dolor, sensación que nubló su mente durante unos momentos. Fue cuando se recuperaba algo, siendo ya capaz de ver a través de un velo de lágrimas, cuando comprobó que las tres hienas corrían hacia él.

Rádar gruñó, enrabietado, con la mandíbula apretada y los ojos fulgurando de pura rabia. No había espacio para el miedo ni la preocupación. Solo podía sentir ira abrasadora contra Rocavarancolia, las hienas o cualquiera a quien pudiera culpar de su herida y su dolor. Incluso Charlie, si era preciso.

Intentaba levantarse cuando alguien más lo levantó por el aire mediante magia. Fue un alzado brusco que lo separó escasos segundos de ser devorados por las hienas, pero el alivio no fue inmediato. Y no solo porque aquel tirón ingrávido había provocado una nueva oleada de espasmos dolorosos procedentes de su muslo, sino porque en aquel momento el tipo E no estaba en sus plenas facultades de racionalidad. Enseñó los dientes a las bestias que saltaban, inútilmente, a por él, prometiéndoles en su mente una muerte lenta y agónica.

Todavía tardó unos segundos en darse cuenta de que sus tripas estarían siendo devoradas por alimañas si no lo hubieran levantado. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, junto con el doloroso palpitar de su muslo. Se pasó la mano por aquella zona, asustado, solo para despegarla pegajosa y oscura. En el suelo el cadáver medio decapitado de la primera hiena a la que había matado quedaba enseñaba su brutal herida directamente hacia el carabés. Y él no pudo sino tener miedo.

Cuando Sox lo dejó en el suelo de la habitación donde estaba tuvo que agarrarse a la ventana, más para mantener el equilibrio y evitar posar su pierna herida que por otra cosa. Rádar jadeaba de miedo, preocupación y dolor, y en su cara ya era difícil de distinguir las lágrimas del sudor.

—Gracias —susurró a su congénere, con la genuina gratitud tiñendo su voz tanto como el dolor. Contempló las tres hienas que casi lo habían matado, preguntándose cuándo la agresividad y la impulsividad fueron sustituidas por estupidez.

Su estoque abrió una herida en la garganta de la primera pero la segunda ataco a la par que él, apartó su pierna derecha pero no le dio tiempo a mover la izquierda que recibió una dentellada del animal restante. No hubo quejido de dolor, ni siquiera una mueca, su arma ya iba camino hacia su cuello cuando la clinger salto encima del animal abatiéndolo.

Miró su herida, no la podía curar el mismo, miró el panorama, tres más viniendo. No había tiempo que perder. Apoyó la rodilla izquierda en el suelo y recitó el hechizo de levitación lo más veloz que podía y su daga salió volando al encuentro de las hienas, en busca de ojos y cuellos que perforar y mutilar. El nublino empezó a alejarse hacia el grueso del grupo apoyándose en su espada y cojeando. -Necesitamos un muro de lanzas para la grande. -Le dijo a Sakrilt mientras se concentraba en la daga y en caminar.