Primer sueño de Pefka

Confuso estaba, sí, y mucho. No entendía nada, había agachado la cabeza en cuanto volvieron a insultarle, y ni siquiera alcanzaba a comprender cómo todo el rompecabezas de Rocavarancolia y las lunas le había llevado a aquella situación tan absurda... Para colmo cada cosa que le decían lo empeoraba y su cabeza era un torrente de pensamientos a toda veloidad. Dudas, sobre todo.

Sin embargo, en seguida le dieron algo "tangible". Intentó centrarse y serenarse. Miró a su espalda y se giró para observar las ruinas que le indicaban.
—¿Qué tengo que hacer con eso?

El hijo de Lunas les miraba patidifuso sin saber si interrumpirles, porque no entendía nada. Después, les vio saltar y afloró en él esa maravilla ante el comportamiento de criaturas y bestias cuando les escuchó cantar. Cantaban cada vez más fuerte y más rápido... y entonces entendió que había más de tres ranas y sapos, muchas más. Por todas partes, por el lago y quizás más allá. Le dieron ganas de imitarles, o de bailar, pero se lo impedían tanto el desconcierto como el peso de la bola, respectivamente.

Y entonces lo oyó. Se giró justo a tiempo de ver qué sucedía a su espalda. Los símbolos en las ruinas empezaron a brillar, y casi podría jurar que lo hacían con la misma intensidad que el canto de las criaturas. Tuvo que taparse el ojo un momento hasta que pudo acostumbrarse a la luz que desprendían... hasta que vio el pasaje que se había abierto en la piedra.

No tenía que preguntar nada, tenía claro lo que debía hacer. No sabe cómo llegará, si la planta sobre la que se encuentra aguantará, o si tiene que lanzarse al agua para acercarse, pero empezó a caminar hacia las ruinas mientras arrastraba la bola como podía. No dejaba de darle vueltas a lo extraña que era esa prueba, después de todo lo que les había pasado en la ciudad.

Llegó sin más problemas que el peso que arrastraba con él, y se asomó con cautela. Dentro solo le esperaban una antorcha y un pasaje estrecho con más antorchas... y un símbolo que se iluminaba a su lado en la pared según avanzaba. No sabía su significado hasta que este se le apareció como si siempre lo hubiera sabido. ¿Pero qué significaba aquello, realmente?

Estaba en un camino sin salida, la única forma de seguir era volver atrás pero estaba claro que fuera no le esperaba nada más que las criaturas y su canto. Así que miró a su alrededor, miró la piedra, las paredes, el techo... «"iluminación", iluminación... es verdad que desde que entré voy más a oscuras...»Y entonces se fijó, o más bien recordó, en que solo había visto una única antorcha encendida. La primera, en la misma entrada. ¿Habría alguien observando? ¿O quizás había magia en aquel símbolo y debía acercarle una luz?

Fue a por ella, con intención de cogerla y volver al lugar donde acababa el pasillo... ¿O quizás debería encender las demás y acercar su luz al resto de símbolos?
—"Iluminación" está repetida por toda la pared... ¿tiene sentido?

Coger la antorcha fue sencillo. Volver a retomar el pasillo y dirigirse a encender las demás, también. Lo que no entendía era por qué tenía que hacerlo con una bola de acero que frenaba sus pasos, porque esto solo le retrasaba en su labor de avanzar antorcha en mano encendiendo las demás; no le impedía nada.

Definitivamente alguien le estaba observando, y no solo las criaturas que le seguían, o había encajado alguna pieza en el puzle mágico en el que se encontraba... porque no era normal que hubiera reconocido el significado de los símbolos con solo mirarlos.

Pero fuera como fuese, el pasillo se abrió ante él y el Hijo de Lunas continuó su camino tal y como le indicaban. Llegó a una sala iluminada por los mismos símbolos de antes y unas plantas brillantes que había visto en algunas cuevas de su mundo. No había nada destacable en el lugar excepto una especie de mecanismo en la pared del fondo. Bueno, intuía un mecanismo, porque solo veía las palancas. Le recordaron al puente de su refugio, pero allí no había tal artefacto. En su lugar, había otros símbolos. No le costó mucho distinguirlos de "iluminación", pero al principio no los entendía.

Esperó frente a ellos mirándolos fijamente, apenas parpadeando mientras esperaba al milagro de antes. Hasta que fue consciente de que, de nuevo, volvía a entender qué ponía. Sintió cierta euforia, pues aunque no lo estaba haciendo él conscientemente, se imaginaba la energía superior de las lunas dándole esa información.

Sin embargo, reconocer las palabras era una cosa, y comprender el conjunto era otra. No entendía por qué la palanca de la derecha hacía referencia a su integridad, como si activar la de la izquierda supusiera perderla. No quería perder nada excepto la bola a sus pies y eso parecía ser a lo que se refería la de la izquierda. Además, no había llegado hasta allí para abandonar, no después de tanto tiempo en la ciudad ni de haber entrado en aquel lugar. Tenía dos razones a favor y una en contra, y, aunque la negativa le asustaba, no estaba dispuesto a dar media vuelta.

Así que se acercó a la palanca de la izquierda decidido a activarla.

El Hijo de Lunas observó cómo la pared se tragaba la palanca opuesta y a su vez le ofrecía un artefacto nuevo en la misma piedra, aunque el fondo no parecía del mismo material. Además, unos símbolos se le aparecieron poco después... sin que lo comprendiera del todo. ¿Qué debía hacer con esa indicación del peso?

Poco después, se sobresaltó con un sonido sobre su cabeza y Pefka dio un saltito hacia atrás por instinto. Pudo ver cómo descendía una herramienta que sí conocía, una sierra. No había más símbolos que traducir, así que se rascó la cabeza, pensativo. Volvió a mirar los símbolos en la pared y lo que colgaba sobre él. ¿La frase de la palanca sería una indicación de qué hacer? ¿Una orden? ¿Y le prestaban aquello para hacerlo? Bueno, en ese caso... Se acercó para desengancharla y se sentó en el suelo para intentar cortar la cadena. No se fiaba de cortar los grilletes de sus piernas por miedo a lastimarse, así que se centró en separar la condenada bola. No sabía qué pasaría después, y ni siquiera sabía si podría deshacerse de las cadenas, por muy afilada que pareciera estar la sierra que tenía en sus manos. Podía preguntar a las criaturas que le observaban, pero estaba convencido de que debía averiguarlo todo por su cuenta.

No sirvió de nada, ni ningún milagro corrió a ayudarle con la cadena. La sierra no servía y el Hijo de Lunas no sabía qué hacer. Para colmo, las palabras de las criaturas hacían que perdiera la concentración. Dirigió sus palabras contra la primera voz, el animal rojo.
—¿Volver a decir el qué? ¡No me habéis dicho nada relacionado con esto! No hay nada más que pueda cortar por aquí.

Dejó la sierra en el suelo, se levantó y volvió a investigar la sala, pero no había nada más que lo que ya sabía. Bueno, lo que ya sabía y el receptáculo de metal sin un propósito que pudiera identificar.
—¿Sabéis para qué sirve esto? —preguntó al aire sin mirar a nadie. Sabía que no podían responderle, y tampoco quería que nadie le mirara como si estuviera haciendo trampas, así que corrió a corregirse—. No me deis pistas, por favor.

Solo se le ocurría intentar subir la bola sin cortar la cadena, ¿pero entonces para qué era la sierra? Se acercó a la pared todo lo que pudo y entonces se afanó en subirla. Pesaba lo suyo, pero entre tirones de la cadena y después cogerla entre sus brazos consiguió alzarla lo suficiente hasta la placa de metal.

En cuanto terminó su tarea, observó dos fenómenos. El contador se movía y la pared se movía. Lo miró con mucha atención, con los dedos apenas a unos centímetros de la bola y las piernas tensas para dar el siguiente paso.

Pero el paso nunca llegó. Los números fueron más allá del cero y la puerta volvió a cerrarse. Ni siquiera podía pensar en repetir el proceso y acercarse porque la cadena no daba más de sí, así que la vio cerrarse con un suspiro. Estaba claro que la bola no iba ahí... Ni tampoco la sierra. Ni tampoco él mismo, cosa que comprobó aunque se moría de vergüenza por lo que pudieran comentar las criaturas.

Y entonces, después de bajarse mientras la puerta volvía a cerrarse, se le ocurrió algo. También llevaba rato rumiando otra idea para sus adentros: la palanca de la derecha se había referido a su integridad, así que quizás debía perder algo para pasar al otro lado... Y tenía suficientes partes en el cuerpo para pesar en la balanza. Pero era una idea terrible, horrible, brutal, y sin duda culpaba a Rocavarancolia como causante de haberse planteado algo así. Pero tenía su parte de sentido, porque hasta ahora su estancia en la ciudad se había saldado sin heridas ni molestias, no como sus compañeros de torreón.

No, no pensaba que las lunas requiriesen semejante condición para avanzar. Y, hablando de diosas, se acercó a las criaturas para preguntar lo que se le había ocurrido al bajarse.
—Oíd, ¿cómo es que las Lunas os tienen de mensajeras? ¿A lo mejor tengo que subiros a alguna o a todas ahí? —y señaló a la placa de metal.

Al Hijo de Lunas le daba vueltas la cabeza. No entendía nada. Las criaturas no le decían nada útil. No alcanzaba a comprender la respuesta del puzle. Sabía que la bola abría la puerta, pero no conseguía separarla de la cadena... y la única alternativa que se le ocurría era un imposible. No se imaginaba ni quería ni pensar en el dolor que significaría librarse así del peso. Cogió la sierra y se miró las piernas.
—Tengo... ¿tengo que hacerme daño? Eso sería muy digno de Rocavarancolia, ¿no? ¿Pero cómo voy a poder caminar si me...?

No era capaz de verbalizarlo, le daba pavor. Pero también había otra forma de averiguar qué debía hacer.. que también podría ser digna de una ciudad de monstruos. Tenía una sierra así que ¿quién le impedía amenazar con ella a las ranas con tal de que le dieran la respuesta? Dejó de mirar las cadenas y les miró directamente. Apretaba la sierra sin saber qué hacer. Joder, no quería hacerle daño a nadie, ni a sí mismo.
—¿Hacéis más magia aparte de la que hicisteis en el lago?

Más palabrería. Y por descontado, se veía igual de incapaz de herirse a sí mismo que de hacerles algo. Al final el hijo de lunas estalló.
—¡CLARO QUE LA SÉ! ¡Pero no puedo salir si dejo la bola ahí! ¡No puedo arrastrarla porque se cerrará! ¡Y llevo todo este tiempo con esta mierda de cadena encima! ¡Y no quiero...

Había empezado a agitar los brazos y la sierra con ellos. Luego había señalado la cadena con la sierra al mencionarla... y finalmente se había dado un buen golpe en la pierna, por encima de donde se cerraba el grillete. Por eso se interrumpió.